"Todo vale, por tanto, en este teatrillo político español, al que se añaden discursos políticos planos, prefabricados por los gabinetes de comunicación, cansinamente repetitivos y sin un ápice de frescura o imaginación. Esta es la política que nos invade; cada vez de menor calidad institucional y democrática"
Por Rafel Jiménez Asensio. La Mirada Institucional blog.- Presentación.- En un momento y en un país en el que abundan los políticos y, en teoría, también innumerables personas interesadas por la política, sorprende sobremanera la pobreza existente, por lo común, en la deliberación pública, así como la propia limitación del discurso político, ya sea este parlamentario o “comunicativo”, no solo de los actores políticos sino también de quienes despliegan su actividad en los medios de información y en las redes sociales o, en fin, por parte asimismo de la propia ciudadanía.
Pronto comenzarán presumiblemente sendos procedimientos de investidura en los que los pretendidos debates estarán trufados de descalificaciones y ausencia argumentos, ni siquiera se echará mano de dotes retóricas, ayunas por lo común en sus señorías, ni mucho menos de la ironía o de las comparaciones históricas o citas filosóficas, que prácticamente han desparecido del lenguaje parlamentario. Probablemente, esta anomia deliberativa evoca una ausencia de lecturas y, por tanto, también una escasa reflexión sobre qué es lo político y qué la política; distinción muy sutil de Marcel Gauchet, recogida en su libro La condition politique; Gallimard, 2005. Simplificando mucho, lo político evoca al poder desnudo del momento maquiavélico recogido en El príncipe (no así en los Discursos de la primera década de Tito Livio), mientras que la política, tal como la conocemos en los países democrático-occidentales, es hija de las revoluciones liberales de los siglos XVII y XVIII, así como de sus nucleares principios (imperio de la Ley, derechos fundamentales y separación de poderes).
En esta sociedad actual de omnipresencia de la política-espectáculo, instantánea y caduca, esas ausencias de reflexión marcan una cierta tendencia a la incultura política, que se manifiesta en groseras simplificaciones que empiezan en algunos casos a alcanzar cotas grotescas, particularmente llamativas cuando proceden de quienes viven para (y de) la política. Sorprende, así, que nuestros principales líderes políticos prediquen para los otros lo que ellos no aplican, desconozcan unas veces las principios más básicos del funcionamiento de algunas instituciones centrales del sistema constitucional (o pretendan burdamente, como es el caso, colonizar las instituciones de control o de garantía del Derecho), no sean capaces de ubicar correctamente a autores de primer nivel en la reflexión literario-política, adopten, en algún caso, comportamientos institucionales grotescos e insultantes para una ciudadanía responsable en un Estado de Derecho o, en fin, se manifiesten descaradamente por propuestas políticas de negación de la evidencia científica o de retroacción de los derechos más básicos de las personas hasta afectar a la dignidad de las personas; cuando no invoquen órdagos continuos al Estado o propongan el borrado paulatino de España mediante una sutil estrategia de gradualismo aparentemente inocuo, pero muy efectista en sus resultados.
Todo vale, por tanto, en este teatrillo político español, al que se añaden discursos políticos planos, prefabricados por los gabinetes de comunicación, cansinamente repetitivos y sin un ápice de frescura o imaginación. Esta es la política que nos invade; cada vez de menor calidad institucional y democrática; deplorable, si se quiere, como también lo son esos programas mediáticos populistas que siguen el formato del espectáculo político polarizado.
Si el problema es grave en sí mismo, su enfermedad se multiplica en épocas como es la presente donde se barrunta un período de “gran barullo” –en expresión muy gráfica de mi venerado don Benito Pérez Galdós (El legado de Galdós. Los mimbres de la política y su ‘cuarto oscuro’ en España; Catarata, 2023). Con la mirada retrospectiva que le permitió conocer el desenlace exacto de las complejas circunstancias históricas en las que se movió el “Sexenio Democrático” (1868-1874), el autor canario, en diferentes episodios de ese inestable período político, escribió con énfasis especial que, si quienes entonces se vanagloriaban de demócratas y republicanos, “si no cambian de tocata”, se producirá “el gran barullo”. Y así fue, dando al traste entonces con la ilusión de una España democrática que tanto tiempo y esfuerzo costó recuperar. La Historia, como decía Tocqueville, es una galería de cuadros con pocos originales y muchas copias.
En cualquier caso, basta con la idea, pues no se trata de buscar paralelismo alguno entre ese período histórico y un país tan diferente como el que hoy en día existe; pero la política en España ha tenido hasta ahora unas constantes en el tiempo que necio sería despreciar. Como decía el alter ego galdosiano en las últimas entregas de los Episodios nacionales, “yo entiendo de política, señores míos, porque entiendo de Historia”. La política es una actividad de enorme complejidad, con una dimensión práctica u operativa innegable, pero difícilmente se puede hacer buena política o ser un reconocido líder cuaaforismos políticosustantivo de tal actividad.
En el mundo anglosajón los aforismos políticos son un género muy transitado. Aún consulto con frecuencia un interesante libro, compilado por Ian Dale, cuyo título lo dice todo: 500 of the Most Witty, Acerbic and Erudite Things Ever Said About Politics (Herman House LTD, 2007), en el que se recogen citas de algunos autores clásicos junto con otros (los más) contemporáneos, estructuradas de forma singular. Lo que aquí sigue pretende únicamente recoger algunos aforismos que ayuden al lector, cualquiera que sea su actividad, a escrutar la acción política en estos tiempos de “gran barullo” con algunos criterios de objetividad y de reflexión distante que le permitan formarse juicio u opinión sobre lo que en los próximos meses y (probablemente) años puede pasar en este país llamado España (en la segunda entrega de estos Aforismos Políticos, me detendré un poco más sobre esta idea). Un país tan radicalmente polarizado, con dos bloques-mitades y un cuarto (este último adosado como mayoría determinante y circunstancial tácticamente), no tiene a corto plazo (y ojalá me equivoque) un futuro muy prometedor, por mucho que se empeñen legiones de vendedores de humo.
Ciertamente, lo que aquí sigue no servirá de mucho; pero, al menos, ofrecerá algunos asideros para confrontar, argumentar, motivar, razonar y, en fin, construir posturas o posiciones políticas que, como siempre sucede en los escenarios propios de polarización política radical, tienden a vender de modo hartamente simplista que en el mundo político solo hay dos colores, el blanco y el negro, dependiendo siempre de la bola de cristal con que se mire.
Estos aforismos políticos se articulan por “capas” (o diferentes entregas), a las que el lector interesado puede acudir para extraer de ellas las lecciones oportunas. Se han procurado estructurar partiendo del pensamiento clásico hasta las aportaciones de ensayistas o pensadores más recientes, y en todos los casos, para facilitar la búsqueda, se utilizan unos descriptores de contenidos. Feliz lectura.
PARA LEER MÁS: AFORISMOS POLÍTICOS (PRIMERA PARTE)
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