“En otras palabras, no es tanto que los partidos hayan llegado a penetrar excesivamente en el Estado, o que el Estado haya llegado a controlar excesivamente a estos, sino que ambos han llegado a compenetrarse hasta tal punto que la frontera entre ellos se ha vuelto difusa” (p.209). Richard S. Katz/Peter Mair, Democracia y cartelización de los partidos políticos, Catarata, 2022.
Por Rafael Jiménez Asensio. La Mirada Institucional blog. 1.- Preliminar.- Sólo la casualidad ha querido que, cuando estaba elaborando una reseña sobre el libro que aparece en la cita inicial, se haya cruzado la expeditiva resolución de la “crisis dirigida” desde la Presidencia del Gobierno del cambio de (parte) de la cúpula del PSOE por quien acumula también el cargo de Secretario General del partido.
Ríos de caracteres, que ya no de tinta, está provocando ese reajuste en los diferentes medios de comunicación. No me interesa entrar en los detalles de lo que es un pretendido cambio de estrategia o tal vez también el penúltimo golpe a quienes acompañaron al resistente desde sus primeros e inciertos pasos en la carrera por renovar su liderazgo político en el partido, lo que ya ha recibido un primer análisis disonante (no falto de argumentos) por parte de un conocido diputado socialista (aquí). El poder tiene esas cosas, y más todavía si quien lo ejerce lo hace de forma desnuda, por mucho que se intente vestir con ropa de domingo y revestir como decisión de un órgano colegiado.
2.- La «cartelización de los partidos
En realidad, inicialmente pensaba orientar la reseña del libro citado a un enfoque nuevo que antes no había transitado en otros comentarios o entradas anteriores dedicados a la profesionalización de la política (aquí y aquí), a la relación entre partidos e instituciones (aquí) y la deslegitimación de los partidos (aquí) o, en fin, a los partidos de cargos públicos (aquí). En efecto, pretendía ocuparme de un aspecto central del libro citado (y algo diré) como es la gradual conversión de los partidos (al menos, de los que los autores denominan “partidos centrales”) en una suerte de cártel. Unos partidos cada vez más alejados de la sociedad (Piero Ignazi) y más mimetizados con el Estado, sus instituciones y sus administraciones públicas (Peter Mair), a las cuales en no pocos casos vampirizan. Unos partidos que también terminan siendo plataformas efectivas (o agencias de colocación) para que sus responsables y cargos internos, también sus militantes, acudan a “la política como fuente principal de ingresos” y se mantengan «activos» (o pasivos) en ella; esto es, como dijera Max Weber, para vivir cada vez más de la política y no para la política.
Unos partidos que, además, recurren constantemente “a las subvenciones estatales” para su subsistencia; siendo incluso tales partidos cártel (aunque en ese juego también entran los partidos populistas) los que se caracterizan –como ya advirtiera Von Beyme- “por ser el único sector de la élite que determina sus propios ingresos”, así como son también los propios partidos los que establecen “la mejora de las circunstancias financieras y laborales de la clase política” (nombramientos, salarios, pensiones e indemnizaciones incluidas). Como se señala contundentemente en el libro reseñado: “Los partidos son únicos en el sentido de que tienen la capacidad de diseñar su propio entorno legal (y no sólo legal)”. En síntesis, los partidos cártel y sus miembros se protegen entre sí, estén en el Gobierno o en la oposición, mediante reparto de sinecuras y privilegios mayores o menores (dedicaciones, dietas, etc.). La tesis de los autores es que “el proceso de cartelización (de los partidos) podría considerarse antidemocrático”, y que ha contribuido claramente al auge de un populismo antipartidos. La duda que cabe plantearse es si esa concepción cártel de los partidos no terminará también engullendo a esos partidos y movimientos populistas, pues no son pocos sus miembros que, sin profesión u oficio conocido, también viven o quieren vivir de la política. La nómina de cargos públicos se amplía sin medida, ya que pasar por tales responsabilidades parece ser también patente de corso para vivir eternamente en los aledaños del poder una vez que se ha dejado este o este le ha abandonado (consultores, grupos de intereses, asesores en «asuntos públicos», etc.), haciendo del poder de influencia el medio de vida de no pocos expolíticos que son fichados así por grandes despachos y empresas del sector. Las puertas del poder no se abren igual para todos.
3.- Partidos-base, partidos-aparato y partidos-cargos públicos: los partidos en (el Gobierno) o el Gobierno en (los) partidos
El libro de Katz y Mair tiene, afortunadamente, muchas lecturas. Y permite servir de base para analizar lo que hoy está pasando. Una de sus tesis, de fuerte impronta weberiana y reiterada por otros muchos autores, es que “la mayoría de los partidos importantes o duraderos dentro de las democracias establecidas se orientan, de forma rutinaria, hacia la ocupación de cargos públicos”. Los partidos, así, subsisten mal en la oposición, más si ese período se prolonga en el tiempo. Por tanto, la concepción tradicional del partido en (la) base ha desparecido prácticamente (incluso los intentos de restauración de esta fórmula por fuerzas políticas populistas han fracasado también) a favor de los partidos en cargos públicos, que sólo es matizada esta tendencia por la pervivencia cada vez más limitada de partidos en (de) aparato, que controlan, dirigen y equilibran, según los casos, el poder de los cargos públicos mediante sus estructuras de poder interno (la manifestación más viva que aún se mantiene de esa orientación es el PNV/EAJ, que alguna otra fuerza política, con menos claridad estatutaria, más confusión y mucho menos recorrido, pretende emular).
Lo que me parece importante de esa triple distinción (partidos en la base, partidos en el aparato y partidos en cargos públicos) es que –según sus conclusiones- “en las democracias consolidadas el peso del poder dentro del partido ha pasado a estar mucho más firmemente en manos del partido en cargos públicos”. Sin embargo, siendo cierta esta evolución de los partidos hacia las paredes protectoras del Estado, se advierten algunos movimientos actuales que introducen significados matices.
En efecto, comienza a manifestarse con fuerza, y no solo (aunque también) en la reciente (mini) “crisis” del PSOE, una marcada tendencia que se concreta a trasladar el punto de inflexión hacia el partido en (el) Gobierno o, incluso, como una manifestación patológica, en la fórmula Gobierno en (el) partido. La mímesis entre cargos gubernamentales de primer nivel y cargos orgánicos del partido abre la enorme incógnita (al margen de cómo van a compatibilizar en el tiempo cabalmente tales funciones ejecutivas; pues algunas de ellas saldrán dañadas) de qué sucede cuando el partido (sea el que fuere) pierde el poder gubernamental. En este último caso, la vitalidad orgánica (si que hubiere alguna) queda absolutamente fagocitada, y perdida la política gubernamental el trasiego por la oposición puede resultar eterno (ejemplos los hay), al carecer de estrategias políticas alternativas diferenciadas de su cohabitación en el Gobierno y en las propias estructuras del partido. Aunque, como partidos cártel, intenten minimizar la importancia entre estar fuera y dentro del gobierno, la transformación de una organización política en partido en (el Gobierno) o Gobierno en (el) partido abre, en efecto, la incógnita de qué sucederá cuándo el poder gubernamental, sea central o territorial, se erosione o desaparezca. Lo que más tarde o temprano sucederá.
4.- Cierre
En fin, los partidos no atraviesan por buen momento. La confianza ciudadana en ellos está cada vez más erosionada. Como dicen con particular dureza los autores, “los partidos han visto, durante mucho tiempo, el sector público como un tesoro al que saquear para su propio beneficio”. Y ello ha sido, también según estos autores, caldo de cultivo para el crecimiento del populismo extremo y la proliferación de movimientos políticos que pretenden ser sustitutivos de los partidos, olvidando que en política (y en sus expresiones organizativas) impera siempre “la ley del pequeño número” (Weber) o las tendencias oligárquicas (Michels, Ostrogorski), aunque en nuestros días también revestidas de un liderazgo cesarista o redentor, encarnación de una pretendida identificación entre liderazgo/pueblo, de funestos efectos como se ha comprobado históricamente y los estamos viendo hoy en día en algunos países.
Como se concluye en este libro, ese total alejamiento de los partidos de la sociedad “hace a los ciudadanos más vulnerables a los llamamientos populistas y demagógicos”, más aún en tiempos de crisis. No refundar los partidos (así como democratizar sus propias estructuras y funcionamiento interno) y hacerlos más permeables a la sociedad y en contacto con ella, tarea que resulta hercúlea si bien inaplazable, puede comportar su propia sentencia de muerte. Katz y Mair lo dejan muy claro: “En lugar de la dicotomía ‘democracia pluralista de partidos vs. populismo’, se podría plantear una tricotomía, ‘populismo, tecnocracia y democracia de partidos”. La apuesta de los autores es por la tercera opción. La que ningún partido transita de forma efectiva, ni sabe muy bien cómo hacerlo. Ellos verán. Aunque nos afecte a todos.
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