martes, 12 de enero de 2021

Carles Ramió: Los expertos de Pedro Sánchez

 "Es una paradoja inquietante que cuando precisamente este prestigio le abre las puertas para poder contribuir a mejorar algo en el mundo real tenga que pagar el peaje de arriesgar su único patrimonio que es su prestigio profesional y social. En el futuro va a ser difícil encontrar expertos abiertos a estas colaboraciones"

Por Carles Ramió. EsPúblico blog.- El martes 29 Pedro Sánchez realizó una conferencia de prensa de final de año con la novedad que presentó un informe con un balance sobre el estado de situación y cumplimiento de los compromisos adquiridos por el gobierno después del primer año de la legislatura. Hay que destacar que se trata de una novedad en nuestro sistema institucional vinculada a un sano ejercicio de rendición de cuentas y de transparencia. Obvio que políticamente también puede ser entendido como un mecanismo de márquetin político o de autobombo. Esta mirada crítica es comprensible y seguramente acertada ya que la política es compleja y cada una de sus acciones puede poseer al alimón ingredientes positivos y negativos, aunque todos legítimos.

Otra novedad es que este ejercicio de rendición de cuentas viene avalado metodológicamente por nueve expertos procedentes del mundo académico y vinculados a las universidades públicas. Yo soy uno de ellos. Una semana antes presidencia del gobierno anunció la conferencia de prensa presidencial y los nombres de los expertos. Desde este momento, hubo un alud en los medios de comunicación sobre esta noticia, aderezada con algunos artículos de fondo con algunas críticas improvisadas hacia el grupo de expertos. Las redes sociales empezaron a rugir con su habitual polarización y mala uva criticando de manera dispersa pero creativa a los supuestos expertos: “activistas de extrema izquierda”, “antimonárquicos”, “compañeros de viaje de los separatistas”, “paniaguados del poder” o “amigos colegiales de Pedro Sánchez” fueron algunos de los comentarios de la prensa madrileña y de las redes sociales. Ante esta situación quisiera comentar cómo he vivido esta experiencia en primera persona y aportar algunas modestas reflexiones.

Antecedentes

Hace unos meses recibí la llamada del director del Departamento de Planificación y Seguimiento de la Actividad Gubernamental de la Presidencia del Gobierno solicitando mi colaboración para ayudarles a refinar la metodología para realizar periódicamente un balance sobre el grado de cumplimiento de los programas y de los diversos acuerdos del gobierno. Un especialista en gestión pública tiene que valorar a la fuerza de manera positiva la realización de un ejercicio (aunque sea modesto) de rendición de cuentas y de transparencia hacia la ciudadanía. El encargo era impecable tanto en su motivación como en su dinámica de trabajo: un grupo de expertos en la materia se les encargaba la función de analizar la metodología utilizada y realizar un conjunto de aportaciones para su mejora de cara a final de año y para su perfeccionamiento para futuras ediciones de esta periódica rendición de cuentas. La conformación del grupo de expertos me pareció impecable ya que todos los colegas eran referentes en sus respectivas disciplinas, un grupo diverso académicamente (politólogos vinculados a la gestión y a las políticas públicas, constitucionalistas, economistas, filósofos políticos, etc.), equilibrado por razón de género y, en especial, diversos en su origen territorial. Además, todos adscritos a diversas universidades públicas del país. No hace falta decir que la colaboración era altruista por ser todos empleados públicos. Durante unas semanas trabajamos  conjuntamente con el equipo del mencionado departamento de la Moncloa. Fue, a mi entender, una experiencia totalmente profesional muy intensa y muy fructífera tanto por la seriedad y diligencia del staff del departamento presidencial como de los conocimientos diversos y complementarios de los especialistas. Los debates fueron estrictamente técnicos y metodológicos sobre un ámbito netamente político pero tanto unos como otros orillamos siempre el debate político de carácter partidista. Algún periodista conocido me llamó para mirar si podía escribir un artículo con un cierto glamour y desechó la idea cuando le comenté algunos temas que debatimos (todos muy técnicos y, por tanto, mortalmente aburridos).

Como profesor universitario y especialista en el ámbito de la gestión pública siempre he estado abierto a colaborar con las instituciones públicas para formar parte de grupos de expertos u otras contribuciones similares. Nunca he mirado el color político de quién estaba en el gobierno ya que mis modestas aportaciones siembre han tenido un carácter técnico con la intención de intentar mejorar el funcionamiento de nuestras administraciones públicas. Hace muchos años que llevo participando en este tipo de colaboraciones tanto para la Administración de Estado como, entre otras, para la Generalitat de Catalunya y el Ayuntamiento de Barcelona (por citas dos administraciones próximas).   Pero durante los últimos años he detectado algunos cambios negativos sobre mi rol de experto. Antes era una actividad que pasaba desapercibida tanto a nivel político como en los medios de comunicación. Como mucho alguna cita neutra en los medios y en las comunicaciones institucionales. Pero desde hace unos años esto ya no es así y los expertos se han convertido en actores objeto de debate público y mediático. Nada que objetar ya que el debate y el intercambio de pareceres es la esencia del desarrollo del conocimiento científico. El problema es que el debate nunca suele ser ni técnico ni académico sino netamente político y con muchos participantes mal intencionados. El resultado es que ahora ejercer la función de experto institucional suele ir acompañado de feroces críticas sin fundamentar de carácter heterodoxo. He visto como mis colegas de este grupo de expertos están siendo investigados sobre sus opiniones que han vertido en las redes sociales y en artículos divulgativos y pasar a ser objeto de las críticas más diversas y disparatadas. Un profesor de universidad, un académico (y, por tanto, experto en algo) solo posee un único patrimonio que ha ido tejiendo con la paciencia de una araña en libros, artículos, ponencias, clases y conferencias. Este magro patrimonio es su prestigio académico y profesional. Es una paradoja inquietante que cuando precisamente este prestigio le abre las puertas para poder contribuir a mejorar algo en el mundo real tenga que pagar el peaje de arriesgar su único patrimonio que es su prestigio profesional y social. En el futuro va a ser difícil encontrar expertos abiertos a estas colaboraciones. Vamos a cerrar uno de los escasos puentes de transferencia del conocimiento entre la academia y las instituciones públicas. Una pena.

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