martes, 25 de marzo de 2014

R. Jiménez Asensio. Reforma del Régimen de los Altos cargos: Un modelo de "Politización Corporativizada"

"La Ética pública es uno de los procedimientos inevitables si queremos reconquistar a la ciudadanía para la política”  (Daniel Innerarity,  Revista Vasca de Gestión de Personas y Organizaciones Públicas núm. 5, IVAP)
 

A Jaime Nicolás, funcionario altamente cualificado que, al igual que otros muchos, ha padecido en su propia vida profesional, lo absurdo de un sistema de alta dirección pública de “ida y vuelta, en el que el conocimiento experto se empaña por el origen (político) del nombramiento y por el apartamiento a las sombras cuando llega el cese. Si sigue todo igual, como así parece, habrá otros muchos que seguirán su estela. Venga quien venga.

R.Jiménez Asensio. blog Estudi.com. La Dirección Pública en España se enmarca dentro de un modelo de “politización” en el que la confianza política y el nombramiento y cese discrecional tienen absoluta preeminencia sobre las competencias profesionales y la concurrencia pública en procesos competitivos.

El funcionario Jaime Nicolás. El País
En la Administración General del Estado, este modelo se matiza con fuertes colores de corporativismo: los cuerpos de élite de la función pública, formal o informalmente, se reservan la alta dirección pública del Estado. Superar una oposición de élite se transforma así en una patente de corso para ejercer funciones directivas, siempre que el candidato goce de la confianza política del gobierno de turno.  La confusión de planos está servida.

Subdesarrollo directivo
 Nada parece cambiar en este ámbito, aunque se emprendan reformas. Tras treinta y cinco años de desarrollo constitucional, el subdesarrollo institucional en esta materia es clamoroso. Ningún gobierno, sea del color que fuere, quiere cambiar las reglas de juego. Unas reglas absurdas, con elevados costes económicos directos e indirectos, así como con un desprecio hacia el valor que el conocimiento y la experiencia tienen en el correcto desarrollo y en la continuidad de las políticas públicas. 

En este deplorable marco descrito, la alta Dirección Pública de la Administración General del Estado emprende un  “proceso de reforma” a través de un Proyecto de Ley que se está tramitando actualmente en las Cortes Generales (BOCG núm. 83-1, de 28 de febrero de 2014)  (BOCG 28 Febrero). No hay excesivas justificaciones de cuál es el motivo y motor de la reforma, salvo una escueta referencia a refundir en un solo texto determinadas regulaciones que se encuentran dispersas. Pero tampoco hacen excesiva falta, pues –aunque con algunas modificaciones de matiz y alguna otra de mayor tolerancia- lo que la norma predica es un continuismo en el modelo hasta ahora existente, cuando no una vuelta atrás. 

Politización vs profesionalización
Mientras que algunos países europeos con estructuras de la alta administración politizadas están caminado claramente hacia un modelo de mayor profesionalización, como es el reciente caso de Portugal (véase, al efecto, un interesante comentario sobre esta reforma editado en la Newsletter del INAP, “La Administración al día”) (Comentario), la reforma emprendida de los altos cargos  representa una manifiesta impotencia de las instituciones (en este caso centrales) para cambiar realmente nada. Peor aún: para empeorar hasta cierto punto las cosas. España y Grecia son dos ejemplos vergonzantes de la imposibilidad real de cambio en las estructuras institucionales (y, en este caso, directivas) de sus propias Administraciones Públicas. 

No pretendo comentar todos los aspectos que allí se regulan. Solo me referiré brevemente a dos cuestiones: la primera, el sistema de nombramiento de altos cargos; y la segunda, la derogación del Código de Buen Gobierno de 2005 y su “sustitución” por evanescentes reglas. Son dos “ejemplos” que definen muy bien hacia dónde quieren conducir la Alta Administración los cuerpos de elite que ocupan posiciones de poder en el actual Gobierno PP.

Al tratarse de un nivel directivo en contacto epidérmico con la política, el sistema de nombramiento de altos cargos es exclusivamente “político”, con las excepciones que ya se preveían en la LOFAGE, donde para determinados órganos directivos se exige ser funcionario perteneciente a Cuerpo o Escala del Grupo de Clasificación A1 (admitiéndose excepcionalmente que las Direcciones Generales se provean con personas que no acrediten tal condición, siempre que así conste motivadamente en los Decretos de estructura). Nada nuevo. 

Novedades: honorabilidad e idoneidad
Sin embargo, las novedades de este Proyecto en materia de nombramientos no tienen desperdicio. Para que una persona sea nombrada alto cargo se requieren dos cualidades: honorabilidad e idoneidad. Hasta aquí parece que todo va bien, pero de inmediato el legislador nubla su visión. Tales cualidades no se acreditan mediante ningún procedimiento objetivo ni menos aún a través de un sistema de concurrencia pública. El legislador ha ideado un nuevo sistema (made in Spain) “de acreditación” de competencias de la Dirección Pública: la declaración responsable. No piensen que es una broma, pues no lo es. El propio alto cargo debe suscribir, en efecto, una declaración responsable en la que haga constar que reúne las exigencias de idoneidad y de honorabilidad. En fin, una auténtica tomadura de pelo a la ciudadanía.
 
Si estas son las medidas de reforma y de “regeneración” de la alta administración, mejor hubiese sido no hacer nada, pues seremos el hazmerreir de cualquier país que tenga estructuras institucionales de la alta administración mínimamente profesionalizadas. No sé a quién se le ha ocurrido semejante ocurrencia, pero para poner eso negro sobre blanco hubiese sido preferible dejar las cosas como están y reconocer lo evidente: el modelo de alta dirección de la AGE por lo que a altos cargos concierne, es un modelo “politizado” (de nombramiento y cese discrecional) trufado en ocasiones de marcado “corporativismo”. En su mejor versión, un modelo de “spoil system de circuito cerrado”.

Hay, se objetará a lo anterior, alguna propuesta bienintencionada en ese Proyecto que puede abrir algún desarrollo futuro en el modelo y caminar hacia una hipotética profesionalización. Pero quienes llevamos años (décadas) siguiendo la evolución de este tema sabemos por pura comprobación empírica que lo que no se clarifica en la norma nunca se dará en la realidad. Humo de pajas. 

La segunda cuestión, grave donde las haya, es la marcha atrás que se ha dado en algo tan importante como la construcción de un Marco de Integridad Institucional en lo que afecta a la ética y los valores públicos. Hasta ahora muy poco se había hecho y casi todo simbólico. El Código de Buen Gobierno de 2005 (que ahora se pretende derogar), como estudió con detalle Manuel Villoria, fue incapaz de construir ese necesario Marco de Integridad, por una regulación deficiente, pero sobre todo por absoluta desidia gubernamental. El Gobierno actual ha impulsado un descafeinado “Código de Buen Gobierno” en la Ley de Transparencia de 2013, confundiendo las cosas, como ya analicé en otro lugar (Artículo Revista Vasca de Personas y Organizaciones Públicas, Nº 5). En esa Ley de Transparencia solo se regulan unos “principios generales” y “principios de actuación”, que se mezclan torpe e interesadamente con unas densas y extensas normas sancionadoras. Incapaz entonces el legislador de construir ese necesario Marco Institucional de Integridad, lo pretende resolver ahora con una suerte de redefinición de la “Oficina de Conflicto de Intereses” que lleva a cabo el Proyecto comentado. Nada realmente ha cambiado en este tema.
 
El Proyecto de Ley de altos cargos sigue siendo incapaz de construir ese Marco de Integridad y orienta sus pasos hacia lo que comúnmente es el régimen de incompatibilidades y el conflicto de intereses (por cierto, regulado de forma más liviana). Las leyes no son los instrumentos adecuados para construir esos Marcos de Integridad Institucional. Eso se debería saber. 

En verdad, este Proyecto es la viva muestra de que quienes lo han impulsado o no saben realmente lo que es la Ética Pública en la Alta Dirección o, peor aún, no les interesa. Llama la atención esta desidia frente a una cuestión tan trascendente, cuando uno de los instrumentos más efectivos para la lucha contra la corrupción es precisamente la construcción de Marcos de Integridad Institucional, de los cuales un mecanismo necesario son unos buenos códigos éticos y de conducta de altos cargos y otro es, sin duda, un órgano independiente que impulse el cumplimiento de tales valores, principios y reglas de conducta y ayude a su difusión.
 
La AGE en la senda tradicional
La AGE camina por una senda mucho más tradicional y alejada de la que están transitando otras instituciones europeas y del Estado (véase el caso del Gobierno Vasco). Los altos funcionarios que nos gobiernan siguen creyendo a pies juntillas en que quien ha superado un oposición ya dispone de “idoneidad” para desempeñar cargos directivos, así como continúan internalizando los valores taumatúrgicos de las Leyes y del BOE para alcanzar unos objetivos que nunca se lograrán por esas rudimentarias y gastadas vías. Una mirada al exterior tal vez les diera algo más de visión. 

En fin, si toda la reforma en lo que respecta al nombramiento consiste en esa declaración responsable que lleva a cabo quien va a ser nombrado en la que deja constancia de que es “idóneo” y “honorable”, mejor hubiese sido guardar un prudente silencio y seguir haciendo las cosas de forma tan chapucera como hasta ahora. Porque, si de chapuzas se trata, sin duda con esa regulación propuesta mejoramos muchos enteros. Quien nombra discrecionalmente, cesa del mismo modo. Los “altos funcionarios” de la AGE si tienen simpatías políticas por unos u otros serán nombrados y cesados en función del “color” que gobierne en cada momento. Cuando son nombrados se entronizan, cuando son cesados pasan al estadio de “apestados” y apartados de los circuitos de poder. Matan moscas en un despacho. Una inestimable inversión del conocimiento adquirido. Pero no se llamen a engaño, esto lo hacen unos y otros, independientemente del color político y del territorio en el que gobiernen. A eso se le llama “cultura institucional” y lo demás son tonterías. 

De la ética y los valores, mejor no hablar. Cuando la corrupción nos acosa por todos los costados, las propuestas “de reforma” se dedican a desandar el poco y mal camino andado hasta ahora. Ni unos ni otros se creen realmente que la Administración Pública mejora cuando los valores, principios y estándares de conducta pública de los gobernantes, directivos y empleados, son internalizados, respetados y, por tanto, ejercidos. El Gobierno con esta reforma confunde groseramente ética pública con control e  instrumentos sancionadores. No es extraño. Tengan en cuenta que todas estas cosas que aquí hemos tratado no están en los temarios de las oposiciones a cuerpos de elite de la Administración. Y lo que no está allí, como lo que no está en el BOE, no está en el mundo.

Post relacionado: Ser funcionario de habilitación nacional en tiempos difíciles. JR. Chaves. Blog contencioso.es

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