"Es interesante destacar que el mecanismo por el que la salud mental de las mujeres empeoró más que la de los hombres es, aparentemente, el hecho de que ellas se relacionaban en persona con más frecuencia"
Por Ariadna García-Prado, Paula González y Yolanda F. Rebollo Sanz. Nada es Gratis blog.- La irrupción de la COVID-19 ha puesto de manifiesto la relevancia de la salud mental, hasta el punto de que los expertos en salud pública hablan de cómo la pandemia de la COVID ha traído, entre otras muchas cosas, otra pandemia global de problemas de salud mental (OMS, 2021).
Esto no resulta sorprendente porque, como bien se resalta en entradas previas (véase, por ejemplo, aquí), tanto el miedo a contagiarse con el virus COVID-19 como las distintas medidas de confinamiento y distanciamiento social implementadas, además de las consecuencias económicas y laborales negativas del virus para muchos, pueden derivar en trastornos de la salud mental. Pero también es importante reconocer que antes de la llegada de la COVID-19 ya había muchas personas con problemas de salud mental (véase en entradas previas aquí o aquí). Así que, por ser positivas, algo bueno de la pandemia de la COVID-19 es que finalmente ha puesto el foco de atención en los problemas de salud mental, revelando la baja financiación destinada a los servicios públicos que los atienden y la escasez de oferta de los mismos.
La cuestión que queremos discutir en esta entrada es si las políticas de confinamiento que se implantaron para proteger la salud de la población y evitar la expansión del virus han causado daños en la salud mental de la población, y si un confinamiento estricto es recomendable. Separar el efecto del confinamiento del miedo al virus, o de los efectos económicos del mismo, no es trivial. Y esto es lo que hacemos en nuestro artículo recientemente publicado, en el que basamos esta entrada.
Los datos
En nuestro estudio usamos datos de salud mental (insomnio, ansiedad y depresión) de una muestra de 40.501 individuos procedentes de 17 países. En concreto, utilizamos un cuestionario especial sobre COVID-19 que la encuesta de Salud, Envejecimiento y Jubilación en Europa (SHARE) realizó de forma telefónica entre junio y agosto de 2020. Los participantes son individuos mayores de 50 años, que precisamente han sido identificados por la Organización Mundial de la Salud como las poblaciones más vulnerables al aislamiento social (véase aquí). De hecho, nuestros datos muestran que la salud mental es un problema relevante entre la población adulta mayor europea. De los entrevistados, el 27% reportó tener problemas para dormir en el mes anterior de la entrevista, el 30% reportó ansiedad y el 28% depresión. Muchos de ellos reportaron, además, que estos problemas de salud mental se habían agravado tras la irrupción de la pandemia (34, 73 y 63%, respectivamente).
En el trabajo utilizamos también información sobre las relaciones sociales cara a cara de los individuos antes de la pandemia. Dicha información procede de una encuesta previa de SHARE, que incluía un módulo específico de redes sociales. La literatura indica que tener relaciones sociales en persona es fundamental para un envejecimiento saludable (véase, por ejemplo, Ang y Chen, 2019), y otros estudios muestran que tener pocas relaciones personales con amigos y familia es un predictor de problemas de salud mental entre las personas mayores (ver Teo y otros, 2015, y Litwin y Levinsky, 2021).
Finalmente, utilizamos datos de la Oxford COVID-19 Government Response Tracker (OxCGRT) para construir un índice de la dureza de los confinamientos establecidos por los gobiernos europeos durante la primera ola de la pandemia. Para la construcción de dicho índice nos centramos exclusivamente en aquellos indicadores de la OxCGRT orientados a restringir la movilidad y el contacto social. Estos incluyen: el cierre de las escuelas, el cierre de los lugares de trabajo, la cancelación de eventos públicos, las restricciones del tamaño de las reuniones, el cierre del transporte público, las medidas de “estar en casa” y las restricciones a todo tipo de viajes. Dicho índice nos permite clasificar a los países objeto de estudio en países con políticas de confinamiento estrictas y países con políticas de confinamiento más suaves.
Algunos descriptivos
Tal y como muestra la Figura 1 la dureza de los confinamientos difiere entre los diferentes países europeos, y esta variación no está necesariamente vinculada a la incidencia de la COVID-19 en cada uno de estos países.
Figura 1: Políticas de confinamiento y letalidad por COVID-19 por país.
Nota: Elaboración propia a partir de los datos de la OxCGRT y el European Centre for Disease Prevention and Control. El nivel del índice de dureza de los confinamientos se refiere a la media de los meses de abril y mayo de 2020. La tasa de letalidad se calcula como la proporción de personas fallecidas por COVID-19 entre todos los individuos diagnosticados con la enfermedad durante los meses de abril y mayo de 2020,La Figura 2 muestra la relación estadística entre las políticas de confinamiento que se han implementado en Europa y nuestras variables de salud mental. Como se observa, ambas variables están positivamente relacionadas, indicando que en los países con confinamientos más estrictos se produjo un mayor empeoramiento de la salud mental.
Figura 2: Políticas de confinamiento y empeoramiento de la salud mental.
Nota: Elaboración propia a partir de los datos de la OxCGRT y la encuesta SHARE-COVID 19.
Las estimaciones
La correlación estadística que se observa en la figura 2 no demuestra que las diferencias en la evolución de la salud mental en los países europeos se deban exclusivamente a las políticas de confinamiento. Para ver si este es el caso y entender qué parte del empeoramiento en la salud de la población mayor en Europa puede relacionarse directamente con la dureza de las restricciones a la movilidad, adoptamos un enfoque de dobles diferencias.
En él explotamos la variabilidad individual en los niveles de relaciones sociales presenciales previas a la pandemia en combinación con la variabilidad entre países respecto a las políticas de confinamiento. El grupo de individuos tratados lo forman individuos con alta frecuencia de relaciones sociales antes de la pandemia, en oposición a los individuos que forman el grupo de control, que son los individuos con baja frecuencia de relaciones sociales presenciales. Estos tipos de individuos residen en países con altos y bajos niveles de confinamiento. Nuestro supuesto de identificación es que aquellos individuos que frecuentemente se relacionaban presencialmente con familiares y/o amigos deben sufrir más, en términos de salud mental, las restricciones a la movilidad. A partir de esta doble diferencia y controlando adicionalmente por otras características observadas de los individuos tales como el género, la edad o la salud física, podemos estimar el efecto de las políticas de confinamiento sobre el estado de salud mental de los europeos mayores de 50 años.
Nuestros resultados indican que las políticas de confinamiento aumentaron la incidencia del insomnio, la ansiedad y la depresión en 5, 7,2 y 5,1 puntos porcentuales, respectivamente. Es decir, un confinamiento estricto aumenta la incidencia de estos problemas en un 74,6%, 39,5% y 36,4%. Estos resultados se mantienen cuando controlamos por la exposición de cada individuo al coronavirus en su entorno cercano y por la tasa de letalidad por COVID en su país de residencia. Es interesante destacar, además, que si nos centramos en las relaciones sociales que se producen con personas que viven a más de 100 km del domicilio de los encuestados, el efecto negativo de los confinamientos sobre la salud mental desaparece, probablemente porque estas relaciones se mantenían de forma telefónica o por internet antes de la pandemia y han podido seguir manteniéndose.
Finalmente, exploramos si las políticas de confinamiento han afectado de modo diferente a distintos grupos de población. Con este análisis contribuimos al debate que surgió durante la primera ola de la pandemia sobre si era conveniente confinar a toda la población o solo a los más vulnerables (los mayores de 65 años y/o las personas con enfermedades pre-existentes y con más probabilidades de tener complicaciones en caso de contraer el coronavirus). Países como España e Italia discutieron sobre esta posibilidad para, finalmente, optar por confinar a toda la población. Pero otros países como Turquía (véase Altindag, Erten y Keskin, 2022), Rusia o Filipinas solo impusieron confinamiento domiciliario a los mayores de 65 años y/o a aquellos con problemas de salud.
Nuestro análisis por grupos de población encuentra que el confinamiento perjudicó más notablemente al grupo de edad entre 50 y 65 años, a la población que tenía buena salud antes de la pandemia y a las mujeres. Esto indica que ante la posibilidad de futuras pandemias quizás sea más recomendable confinar solo a los mayores de 65 años, cuya salud mental se ve menos perjudicada de acuerdo a nuestros resultados, y no confinar a aquellos con buena salud. Esto podría contrarrestar, como señala el trabajo de Acemoglu y otros (2021), los efectos negativos que confinar a toda la población tiene sobre la economía y sobre la salud mental. No obstante, el hecho de que aquellos individuos entre 65 y 75 años y aquellos con mala salud física pre-pandemia también sufrieron un empeoramiento de su salud mental indica que no debería sometérseles a un confinamiento estricto a menos que haya un buen sistema de apoyo de “call centers” y otros servicios de salud mental.
Para concluir, es interesante destacar que el mecanismo por el que la salud mental de las mujeres empeoró más que la de los hombres es, aparentemente, el hecho de que ellas se relacionaban en persona con más frecuencia. De hecho, en nuestra muestra la mayoría de los individuos con relaciones sociales cara a cara frecuentes antes de la pandemia eran mujeres.
Nuestro estudio señala que es necesario repensar las políticas de confinamiento, así como las inversiones que se destinan a los servicios de salud mental. Debemos ser conscientes de que un empeoramiento de la salud mental no solo tiene repercusiones en la productividad de los individuos sino también en la salud física de los mismos. En definitiva, la salud mental requiere una actuación urgente.
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