miércoles, 31 de julio de 2024

Bichos y función pública local (1)

Anécdotas de la vida pública local

Por Ignacio Pérez Sarrión. esPúblico blog. -La cosa no siempre va a ser seria. Escapemos siquiera sea por un momento de digresiones jurídicas, protocolos y remanentes.

En mi azarosa vida profesional como FHE–Rural me ha tocado ya en numerosas ocasiones enfrentarme con diversos problemas derivados de animales de todo pelaje y condición, incluidos escamosos y plumíferos. En algunas ocasiones con anécdotas tristes, pero en otras con anécdotas hilarantes. En cualquier caso, problemas casi siempre sin solución. Sin carácter exhaustivo contaré algunas historietas.

Los perros asilvestrados. A quién en el mundo rural no se nos ha dado el caso de que te vengan a avisar de que existe una manada de perros asilvestrados, o sea, abandonados y reunidos en manada, peligrosos. Históricamente, en tiempos de menos concienciación ecológica que los actuales, la solución que el Alcalde adoptaba tiempos no tan ecológicos ha, era convocar a una partida de cazadores (el cazador, como en el cuento de Caperucita), sacarlos de las inmediaciones de la localidad y freírlos a tiros para proceder posteriormente y sin más trámite, a su inhumación en algún lugar indeterminado. Eso era hace muuuuchos años. Ahora sería imposible, se echarían encima ecologistas, prensa, medioambientalistas, etc. Sin solución aparente.

El perro agonizante. Una buena mañana, en la plaza principal de la localidad encontramos un perro agonizante que profería lastimeros aullidos de dolor. Le habían atropellado por la noche y allí le habían dejado. Fue imposible hacer nada. Ninguna institución quiso hacerse cargo de él, ni siquiera protectoras. Se optó por una solución ‘visigoda’, fue recogido con una pala minicargadora, sacado al campo, rematado (como se hacía en las películas del oeste con los caballos heridos para que no sufriera) y acabar con su vida, echándolo a la fosa de animales muertos (cuando aun era legal que hubiese fosa de animales muertos). Tiempos ha. ¿Qué otra solución?

Perro fenecido. Mismo problema con un caballero que se persona en las oficinas y dice que se le ha muerto el perro, que qué hace. No tenemos servicio de recogida y tratamiento de cadáveres de animales de compañía. Mirando la normativa resultaba que era un residuo sólido urbano (RSU), o sea, basura. Pobre bicho, tenía la consideración de basura. Pero nuestra maravillosa y previsora normativa exige un tratamiento especial que nosotros no tenemos ni podemos hacer. Aunque ahora hay una empresa pública de la Comunidad Autónoma que los recoge, previo pago, claro.

Los perros cagones. Bueno, no se precisa mucho comentario. Los perros en los pueblos se sueltan por las mañanas para que ‘hagan su vida’ y regresan al hogar tras haber vagado libremente por ahí depositando residuos biológicos de tipo escatológico en los lugares más insospechados. Señora indignada, con razón, que viene sulfurada a las oficinas a protestar. Reacción: cartel (bandos) en la localidad por todas partes recordando la necesidad de civismo.

Canes hacinados. Colección indiscriminada de canes: una señora con un trastorno psicológico que a través de internet diagnosticamos Síndrome de Noé. En un pequeño corral veintitantos perros hacinados con guarreridas por todas partes. La solución fue mediación, reconvención, mediación, no se llegó a dictar orden de ejecución.

Perros fantasmas. Hace muchos años. En plena autopista, noche, (me) sale perro negro de repente cuando circulas a más de 100 km/h. Volantazo. Tres vueltas de campaña. Tomarporsaco. El coche, siniestro total. ¿pero no hay vallas en las autopistas…?

Los gatos incontinentes. Señora que al punto de la mañana se presenta en las oficinas indignada. Hay unos gatos que excretan sus malolientes fluidos en su pared, jardín, ventana, etc. Que ya vale, hombre. Solución que se le puede dar a la señora: escucharla para que se descargue de su enfado. Algunos más violentos y expeditivos intentan solucionarlo por su cuenta, quizás con una escopeta de perdigones.

El caballo asesinado. Un buen día en un corral de una casa urbana, apareció asesinado un caballo; bueno a los caballos no se les asesina, se les mata, pero es que en este caso unos energúmenos habían entrado en ese corral y habían matado al caballo ciertamente con saña, alevosía y con una crueldad sorprendente, sólo propia de una película de terror y de unos degenerados psicópatas. Ni que decir tiene el escándalo que se le montó en prensa y, por supuesto, en internet al Ayuntamiento y al pueblo. Se nos puso verdes o dado el caso, a caer de un burro. El Ayuntamiento tenía al parecer que haber hecho algo más, no sé muy bien qué.

Las hormigas veraniegas. Las señoras que vienen a quejarse porque en el césped de las piscinas pululan marcialmente columnas de hormigas en orden de ataque. Solución, tratamientos antiplaga que valen una pasta.

Gorriones (gurriones) que, sumamente despistados, se cuelan en ocasiones en dependencias municipales y que hay que tratar de que salgan. Quizás veinte minutos o media hora hasta que conseguimos que se vayan.

Las moscas burocráticas que circundan el espacio aéreo de las oficinas desconcentrando al mejor yogui de lo que esté haciendo. Solución: spray o paleta matamoscas En el equipamiento básico de una oficina rural no puede faltar un tradicional matamoscas, imprescindible e infalible; el spray matamoscas asfixia no sólo a la mosca, también al funcionario. Eso sí, hay que llevar cuidado en no chafar a la mosca contra un expediente o contra la mesa, vaya guarrada. El golpe de gracia sobre el díptero deberá efectuarse de forma tangencial al objeto en el que esté posada. Todo un arte que se adquiere poco a poco.

Insectos variopintos. Bichos múltiples que se cuelan en las oficinas subrepticiamente y que hay que expulsar: arácnidos de todo tamaño, saltamontes, grillos, abejorros, moscardones tipo B-52 que empiezan a rondar por tu cabeza con un zsummmm muy preocupante. También bichos que reptan por la pared que no tengo ni idea de qué marca son o a qué especie pertenecen: salamandras, lagartijas.

Las colmenas asesinas. De repente se instala en un alero cualquiera, demanial o privado o en un árbol, una colmena llena de laboriosas pero peligrosas abejas cuando se mosquean. Lo habitual es que un apicultor que se las lleve. En casos extremos se llama a los bomberos.

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