"Ha fallecido el presidente Jimmy Carter y muchos son los
análisis que se están haciendo sobre su figura política. Pedro Soriano, experto
en política norteamericana, nos ofrece un enfoque diferente. ¿Cuál fue la
relación de Jimmy Carter, como presidente de los Estados Unidos, con España?
Soriano afirma en su análisis que la a gran aportación de Carter a la
Transición española fue "no molestar".
Por Pedro Soriano.- Agenda Pública blog.- La Transición española se vio moderadamente favorecida
por la presencia en la Casa Blanca del fallecido, a la edad de cien años, James
Earl Carter. Carter, que estuvo en el poder entre enero de 1977 y enero de
1981, fue, con todos los matices que se quieran, el presidente menos
intervencionista en política exterior de la segunda mitad del siglo XX (dicho
de otro modo, el menos inclinado a intervenir en los asuntos internos de otros
países —al menos, de otras democracias occidentales—) y, por lo tanto, el
más predispuesto a tolerar la audaz política de apertura emprendida por el
Gobierno de Adolfo Suárez durante esos años.
Las administraciones republicanas de Nixon y Ford (1969-1977), que en política
exterior estuvieron dirigidas con mano de hierro por Henry Kissinger, y que se
sentían cómodas con los gobiernos autoritarios de Franco, manifestaron en
reiteradas ocasiones que estaban como mucho a favor de una democracia
"limitada" (léase: sin la participación del Partido Comunista) en
España, especialmente a la vista de la turbulencia del proceso de transición
política en nuestros vecinos portugueses, con sus golpes y contragolpes de
Estado en 1974 y 1975."Carter supo aprovechar las tendencias de los
tres partidos comunistas más importantes de Europa Occidental, entre ellos el
español, hacia el llamado eurocomunismo para debilitar a la
URSS"
Carter tenía una visión más amplia del tablero de juego:
aunque resueltamente anticomunista -como no podía ser de otra forma en un
presidente estadounidense durante la Guerra Fría- también estaba decidido a
mantener, cuanto menos al principio, una política exterior caracterizada por la
distensión, especialmente con el régimen soviético (que culminó con la firma
del Tratado SALT II en 1979, que limitaba por primera vez el uso de armas
nucleares).
Al mismo tiempo, supo aprovechar las tendencias de los tres partidos comunistas
más importantes de Europa Occidental (el italiano, el francés y el español)
hacia el llamado eurocomunismo (que no era otra cosa que el
mantenimiento de una línea autónoma de aquellos respecto del PCUS) para
debilitar a la URSS.
Una parte relevante de esa estrategia, en relación con España, era la
aceptación de la decisión más valiente adoptada por Adolfo Suárez en todo el
proceso de la Transición: la legalización del Partido Comunista español el
Sábado Santo de 1977. La Administración Carter, aunque la recibió con poco
entusiasmo -ellos hubieran preferido que los comunistas no hubieran podido
presentarse a las primeras elecciones-, no se pronunció contra ella en los
términos, mucho más duros, con que las administraciones republicanas anteriores y
posteriores sin duda hubieran hecho.
"La gran aportación de Carter a la Transición
española fue 'no molestar'"
Más allá de eso, la gran aportación de Carter a la
Transición española fue "no molestar". Nuestro proceso de redacción
de la Constitución de 1978 recibió pocas presiones estadounidenses. El punto
crítico para la superpotencia, que era el mantenimiento de las bases militares
en territorio español que Franco había aprobado en 1953, nunca fue cuestionado
por los gobiernos suaristas. Por lo demás, la relación entre Suárez y
Carter fue escasa y no especialmente calurosa -hubo una sola visita del
primero a Estados Unidos en 1977, nunca repetida y nunca correspondida-.
En cualquier caso, la Administración Carter pronto dirigió sus mayores
esfuerzos en política exterior hacia Oriente Medio, con éxito (como los
Acuerdos de Camp David, que condujeron al cierre de las hostilidades vigentes
entre Israel y Egipto en 1978) o fracasando de un modo que ayudaría en no poca
medida a su caída (con dos momentos especialmente bajos: el derrocamiento del
Sha de Persia en 1979, la toma de la embajada estadounidense en Teherán en ese
mismo año y, sobre todo, el fracaso de la operación de rescate de los rehenes
en abril de 1980, por una parte, y la sorpresiva —para la Administración
Carter— invasión soviética de Afganistán a finales de 1979, por otra).
"Reagan, en cambio, tenía una simpatía muy limitada
hacia la naciente democracia española. No fue hasta la entrada de España en la
OTAN en mayo de 1982 cuando la Administración Reagan aceptó plenamente el
proceso de transición democrática española"
La sustitución de Carter por Reagan en enero de 1981
(tras esos reveses en política exterior y unida a una estanflación -estancamiento económico + inflación-pertinaz) en cambio, reveló
inmediatamente que la nueva Administración estadounidense, tan o más poblada
de halcones anticomunistas que la de Nixon, tenía una simpatía muy
limitada hacia la naciente democracia española: cuando el teniente coronel
Tejero asaltó el Congreso de los Diputados el 23 de febrero de 1981, la
reacción de Estados Unidos fue, por decir lo menos, tibia. El flamante
secretario de Estado de Reagan, Alexander Haig, se limitó a calificar el golpe
de "asunto interno español", donde por ejemplo Margaret Thatcher lo
había denominado "acto terrorista". Resulta poco concebible que una
segunda Administración Carter no hubiera expresado de manera al menos algo más
cálida su apoyo a nuestro país.
No fue hasta la entrada de España en la OTAN en mayo de 1982 -y particularmente
hasta que el Gobierno socialista de Felipe González se jugó su futuro apostando
por la continuidad en aquella en el referéndum del 12 de marzo de 1986- cuando
la Administración Reagan aceptó plenamente el proceso de transición democrática
española. Pero los años de Carter le habían dado a nuestro país el espacio para
poder desarrollarlo sin excesivas trabas.
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