martes, 31 de diciembre de 2024

Jimmy Carter y España: la Transición también lleva su nombre

 "Ha fallecido el presidente Jimmy Carter y muchos son los análisis que se están haciendo sobre su figura política. Pedro Soriano, experto en política norteamericana, nos ofrece un enfoque diferente. ¿Cuál fue la relación de Jimmy Carter, como presidente de los Estados Unidos, con España? Soriano afirma en su análisis que la a gran aportación de Carter a la Transición española fue "no molestar".

Por Pedro Soriano.-  Agenda Pública blog.- La Transición española se vio moderadamente favorecida por la presencia en la Casa Blanca del fallecido, a la edad de cien años, James Earl Carter. Carter, que estuvo en el poder entre enero de 1977 y enero de 1981, fue, con todos los matices que se quieran, el presidente menos intervencionista en política exterior de la segunda mitad del siglo XX (dicho de otro modo, el menos inclinado a intervenir en los asuntos internos de otros países —al menos, de otras democracias occidentales—) y, por lo tanto, el más predispuesto a tolerar la audaz política de apertura emprendida por el Gobierno de Adolfo Suárez durante esos años.

Las administraciones republicanas de Nixon y Ford (1969-1977), que en política exterior estuvieron dirigidas con mano de hierro por Henry Kissinger, y que se sentían cómodas con los gobiernos autoritarios de Franco, manifestaron en reiteradas ocasiones que estaban como mucho a favor de una democracia "limitada" (léase: sin la participación del Partido Comunista) en España, especialmente a la vista de la turbulencia del proceso de transición política en nuestros vecinos portugueses, con sus golpes y contragolpes de Estado en 1974 y 1975.

"Carter supo aprovechar las tendencias de los tres partidos comunistas más importantes de Europa Occidental, entre ellos el español, hacia el llamado eurocomunismo para debilitar a la URSS"

Carter tenía una visión más amplia del tablero de juego: aunque resueltamente anticomunista -como no podía ser de otra forma en un presidente estadounidense durante la Guerra Fría- también estaba decidido a mantener, cuanto menos al principio, una política exterior caracterizada por la distensión, especialmente con el régimen soviético (que culminó con la firma del Tratado SALT II en 1979, que limitaba por primera vez el uso de armas nucleares).

Al mismo tiempo, supo aprovechar las tendencias de los tres partidos comunistas más importantes de Europa Occidental (el italiano, el francés y el español) hacia el llamado eurocomunismo (que no era otra cosa que el mantenimiento de una línea autónoma de aquellos respecto del PCUS) para debilitar a la URSS.

Una parte relevante de esa estrategia, en relación con España, era la aceptación de la decisión más valiente adoptada por Adolfo Suárez en todo el proceso de la Transición: la legalización del Partido Comunista español el Sábado Santo de 1977. La Administración Carter, aunque la recibió con poco entusiasmo -ellos hubieran preferido que los comunistas no hubieran podido presentarse a las primeras elecciones-, no se pronunció contra ella en los términos, mucho más duros, con que las administraciones republicanas anteriores y posteriores sin duda hubieran hecho.

"La gran aportación de Carter a la Transición española fue 'no molestar'"

Más allá de eso, la gran aportación de Carter a la Transición española fue "no molestar". Nuestro proceso de redacción de la Constitución de 1978 recibió pocas presiones estadounidenses. El punto crítico para la superpotencia, que era el mantenimiento de las bases militares en territorio español que Franco había aprobado en 1953, nunca fue cuestionado por los gobiernos suaristas. Por lo demás, la relación entre Suárez y Carter fue escasa y no especialmente calurosa -hubo una sola visita del primero a Estados Unidos en 1977, nunca repetida y nunca correspondida-.

En cualquier caso, la Administración Carter pronto dirigió sus mayores esfuerzos en política exterior hacia Oriente Medio, con éxito (como los Acuerdos de Camp David, que condujeron al cierre de las hostilidades vigentes entre Israel y Egipto en 1978) o fracasando de un modo que ayudaría en no poca medida a su caída (con dos momentos especialmente bajos: el derrocamiento del Sha de Persia en 1979, la toma de la embajada estadounidense en Teherán en ese mismo año y, sobre todo, el fracaso de la operación de rescate de los rehenes en abril de 1980, por una parte, y la sorpresiva —para la Administración Carter— invasión soviética de Afganistán a finales de 1979, por otra).

"Reagan, en cambio, tenía una simpatía muy limitada hacia la naciente democracia española. No fue hasta la entrada de España en la OTAN en mayo de 1982 cuando la Administración Reagan aceptó plenamente el proceso de transición democrática española"

La sustitución de Carter por Reagan en enero de 1981 (tras esos reveses en política exterior y unida a una estanflación -estancamiento económico + inflación-pertinaz) en cambio, reveló inmediatamente que la nueva Administración estadounidense, tan o más poblada de halcones anticomunistas que la de Nixon, tenía una simpatía muy limitada hacia la naciente democracia española: cuando el teniente coronel Tejero asaltó el Congreso de los Diputados el 23 de febrero de 1981, la reacción de Estados Unidos fue, por decir lo menos, tibia. El flamante secretario de Estado de Reagan, Alexander Haig, se limitó a calificar el golpe de "asunto interno español", donde por ejemplo Margaret Thatcher lo había denominado "acto terrorista". Resulta poco concebible que una segunda Administración Carter no hubiera expresado de manera al menos algo más cálida su apoyo a nuestro país.

No fue hasta la entrada de España en la OTAN en mayo de 1982 -y particularmente hasta que el Gobierno socialista de Felipe González se jugó su futuro apostando por la continuidad en aquella en el referéndum del 12 de marzo de 1986- cuando la Administración Reagan aceptó plenamente el proceso de transición democrática española. Pero los años de Carter le habían dado a nuestro país el espacio para poder desarrollarlo sin excesivas trabas.

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