"Todos pensábamos que después de la crisis de la Covid-19 la externalidad positiva sería una Administración más robusta y resiliente y una sociedad más madura. Mucho me temo que la pandemia no supuso realmente ningún aprendizaje institucional ni social"
Por Carles Ramió.- esPúblico blog.- La desastrosa gestión preventiva de la catástrofe generada por la DANA en Valencia y la posterior errática gestión ha generado alarma e indignación social. Algunos autores llegan a hablar de un Estado fallido en España. No hay peor etiqueta que esta para un defensor de las instituciones pública. El «pueblo salva al pueblo» es otra manifestación de esta sensación colectiva.
Uno podrá
argumentar que ya lo había advertido: hace pocos meses he denunciado por
distintos medios el inminente colapso (hundimiento o desplome) de nuestras
administraciones públicas. Por tanto, el fracaso de las instituciones públicas
ante la tragedia valenciana podría entenderse como un indicador de que el
pronóstico apocalíptico esta más cerca de lo que pensamos.
En todo caso lo que
quiero argumentar ahora es que esta situación de vulnerabilidad extrema de
nuestro sistema público no parece que sea un caso aislado. Si oteamos el
panorama internacional podemos observar como los italianos o los alemanes
tienen exactamente la misma sensación que la sociedad española. ¡Los alemanes!
Por otra parte, todo parece indicar que en el desastre natural no solo han fallado
las administraciones sino también la sociedad civil organizada. Llama mucho la
atención que las múltiples organizaciones sin ánimo de lucro se hayan visto
superadas por un movimiento espontáneo y rápido de voluntarios que se han
organizado mediante las redes sociales. Al principio de la crisis
me dio la falsa impresión que el estado emocional de la ciudadanía estaba
generando unas intervenciones altruistas pero caóticas que entorpecían la labor
de las instituciones públicas. Posteriormente empecé a albergar dudas y con el
tiempo tengo cara vez más claro que esta espontánea contribución social ha sido
una bendición y que ha aportado algo de alivio material y moral a los
damnificados.
Todo parece indicar
que el actual entorno turbulento, fraguado por el cambio climático, plagado de
sobresaltos sobrevenidos, sorprendentes e inéditos no solo desubica a las
administraciones patrias, sino que también a las de otros países y a la
sociedad civil organizada (quizás también acomodada y burocratizada). En cambio,
se están produciendo nuevas dinámicas de apoyo social alentadas por la sociedad
interconectada mediante las redes sociales. Redes sociales que, por cierto,
también contribuyeron con noticias falsas a una enorme crispación social.
Aunque hay que celebrar y agradecer estas iniciativas ciudadanas considero que
estas respuestas espontáneas y desorganizadas no van a ser ni la solución ni la
alternativa que estamos buscando. La parte del territorio devastado por la gota
fría me ha recordado al Salvaje Oeste: el pueblo solo con el pueblo y con
escasa presencia del Estado. Nadie puede estar contra el pueblo, pero el pueblo
(la sociedad) sin un anclaje institucional pone de manifiesto en positivo y
negativo sus naturales pulsiones sociales. Por una parte, ayuda desinteresada y
necesaria pero bastante ineficaz. Por otra parte, pillajes protagonizados por
desalmados, hasta ahora nunca vistos en nuestras latitudes. No parece, por
tanto, una buena solución resignarse a la debilidad del Estado y buscar otras
alternativas. La flaqueza del Estado se combate con estrategias orientadas a su
refortalecimiento. No queda otra, salvo el Salvaje Oeste, para lo bueno y para
lo malo.
Todos pensábamos
que después de la crisis de la Covid-19 la externalidad positiva sería una
Administración más robusta y resiliente y una sociedad más madura. Mucho me
temo que la pandemia no supuso realmente ningún aprendizaje institucional ni
social. Al contrario: puede percibirse una Administración más debilitada y
menos empática y una sociedad más crispada y deteriorada. En cambio, considero
que el desastre valenciano sí que puede servir para diagnosticar mejor nuestras
carencias y buscar distintas vías de respuesta. Esperemos que, al menos, esta
desgracia ejerza de catalizador para poder reaccionar. Hay algunas lecciones
evidentes:
El liderazgo
político es importante y no todo el mundo está preparado para ocupar un cargo
de responsabilidad política. Hace falta que los altos cargos estén preparados
profesionalmente y éticamente. Por ejemplo, no hay que ser un vidente para
vaticinar la futura debacle americana vistos los personajes que Trump ha
anunciado que va a nombrar. No son competentes para defender el interés público
ni poseen los estándares éticos mínimos para ejercer sus funciones.
Las administraciones
públicas deben acostumbrase a enfrentarse a retos sobrevenidos, imprevistos e
inéditos. Sus modelos organizativos cristalizados son totalmente inadecuados.
Ahora es imprescindible la flexibilidad, la polivalencia y la transversalidad
para lograr impulsar cambios rápidos en sus sistemas de gestión.
Hace falta una
mayor capacidad de visión estratégica y planificación polivalente para
anticipar potenciales escenarios de futuro y prever unos adecuados sistemas de
respuesta.
Es necesario
disponer de capacidad y mecanismos específicos para poder atender a futuros
desastres. No solo desastres naturales sino también desastres vinculados a la
salud pública, a la emergencia social por migraciones sobrevenidas, a
imprevistas nuevas desigualdades sociales por los caprichos de una economía
capitalista desnortada, al profundo cambio del modelo familiar, etc.
El mundo del
presente y del futuro es distinto al que estamos acostumbrados y todos (Estado,
mercado y sociedad) deben preparase para afrontarlo. Pero si el Estado está
ausente de esta ecuación no habrá forma de hacer frente a estos nuevos retos.
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