"Una de sus estupideces más superlativas consiste en decir que la Administración debería funcionar como una empresa"
Por Miguel Ángel Gimeno Almenar - esPúblico blog .- En estos tiempos en que tanto se habla de fobias de todas las clases, no se habla ya tanto, al menos en los grandes medios de comunicación, de la fobia creciente, y en cierto modo fomentada por algunos sectores de opinión, hacia los funcionarios.
El nivel de criminalización, demonización, o como se le quiera llamar, llega a tal punto que se nos achaca toda clase de perversidades y se nos señala como culpables de todos los desmanes. Ello se debe o a inquina sin más, o a opiniones gratuitas de quienes se limitan a seguir la corriente de los tópicos propagados por los medios y otras fuentes. Otras veces son los políticos que quieren escudarse y decir que sus pifias -y que sólo se quede en eso- las han ocasionado los funcionarios. Y queda el supuesto más repulsivo y retorcido, que se da cuando la descalificación procede de otros también funcionarios que echan fuera los balones de su propia ineptitud, pues aquí hay de todo, como en botica, pero la maldad de este último grupo no la da su condición de funcionarios, sino su propia manera de ser.
Por un lado, es cierto que hay un enorme y cebadísimo sector público que ha crecido desaforadamente debido a políticas de enchufismo y chiringuitos, sin que esta tendencia haya parado realmente con ningún cambio de signo político, sino todo lo contrario. Dentro de este contexto, como una de las causas de esa hipertrofia se puede mencionar la cantidad de actividades de las Administraciones Públicas que no sirven absolutamente para nada, salvo para mantener órganos, cargos y prebendas, y que están en la mente de todos sin necesidad de detallar más. A nivel de Administración Local, basta con un rápido vistazo del artículo que enumera las competencias municipales, para ver cómo junto a materias esenciales, como pueden ser la prevención y extinción de incendios, coexisten otras que si no fuera por lo que suponen en la práctica en cuanto a gasto público, su sola mención provocaría las más sonoras carcajadas. Y eso cuando no están casi duplicadas de las propias de otras Administraciones Públicas.
Por otro lado, dentro de las personas que trabajamos en ese sector público, los que hemos ingresado y/o nos hemos promocionado a costa de esfuerzo y sin deber nada a nadie, hemos mantenido después una objetividad a toda prueba, y hemos trabajado más incluso de lo debido –en mi caso ha habido sesiones plenarias que han terminado a las dos de la madrugada- creo que nos merecemos cuanto menos que se distingan las cosas cuando se habla de funcionarios a bulto y generalizando. Es verdad que dentro del personal al servicio del sector público se ha colocado, y nunca mejor dicho, mucha mercancía averiada, pero creo que se puede distinguir perfectamente.
¿Cuáles son los focos de esta tendencia fóbica? A estas alturas de la historia y de la Historia, creo que ya no cabe señalar al “sector político” y sus adláteres. Esta tendencia se dio más en la transición y los primeros tiempos inmediatamente posteriores. Entonces se escudaban en algunos funcionarios, a los que, al mismo tiempo, envidiaban por su fijeza. Pero poco a poco y a golpe de sucesivas reformas legislativas, su estatus fue mejorando y consiguieron una situación que poco o nada tiene que envidiar a nadie. Y no sólo en su vida política activa, sino también en su “vida después de la vida”, unos con distintos beneficios remunerativos temporales o de por vida y otros, restringidos a los que continúen fieles a sus respectivos partidos, con cargos en diversos entes –observatorios, empresas públicas, instituciones, etc- creados en muchas ocasiones a la carta. Y, por cierto, todo esto sí que engorda el gasto público. De los cargos más relevantes, raro ha sido el que ha vuelto a su ocupación anterior, en el caso de que la hubiera tenido. Los que lo hayan hecho se merecen todos los respetos.
Tenemos también sectores de opinión que van desde la “privadofilia” hasta la “privadolatría” Dentro de ellos no cabe hacer excepciones porque su inclusión en estos grupos de opinión la han adquirido libre y voluntariamente. Tienen una cosmovisión totalmente maniquea, según la cual todo lo público es malo, mientras que lo privado es la esencia de la bondad. No piensan que con lo público y lo privado ocurre como con el yin y yang, que representan dos fuerzas opuestas y complementarias, pero interconectadas, con una frontera marcada por el ordenamiento jurídico-administrativo.
En este grupo, una de sus estupideces más superlativas consiste en decir que la Administración debería funcionar como una empresa. En términos sencillos la actividad comercial de la empresa consiste en vender más caro lo que ha salido más barato, en definitiva se trata de percibir beneficios. Por el contrario, la Administración tiene como uno de sus fines primordiales el de prestar servicios con independencia de la rentabilidad. Cuando alguien en la Administración percibe a nivel particular esos beneficios posiblemente esté incurriendo en responsabilidad penal. Naturalmente ese grupo de opinión excluye de raíz a todos los funcionarios, que no son más que unos parásitos, a los que hay que sustituir por un personal con retribuciones irrisorias y precariedad de empleo para ablandar su objetividad con vagas promesas de que, de seguir así sus condiciones de trabajo mejorarán.
Como funcionario y blanco de esas críticas desmesuradas que mezclan “churras con merinas” considero que sería bueno que algunos de los que las hacen se tomaran al menos la molestia de distinguir unas cosas de otras, pero me temo que en más casos de los deseables es una cuestión puramente visceral y/o del más puro cerrilismo.
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