"La mayoría de personas no considera aceptable los comportamientos discriminatorios en ningún caso"
Por Isabel Rodríguez (con Luis Miller y Tom Lane) en Nada es Gratis blog.-. A estas alturas, poco hay que decir sobre la polarización política como un tema relevante social o académicamente. En este blog se han dedicado entradas a hablar de sus consecuencias en el diseño de políticas públicas o en la formación de expectativas económicas, así como de sus efectos en políticas ambientales (1, 2) o en la división entre ciudades y zonas rurales (1, 2), por nombrar algunas del último año. Polarización fue la palabra del año 2023, y el World Economic Forum la cuela en el top 3 de los mayores riesgos globales en el corto plazo en su último informe.
Sin embargo, a pesar del creciente número de estudios abordando el fenómeno de la polarización, los mecanismos subyacentes que expliquen por qué la política nos divide cada vez más en las sociedades occidentales contemporáneas siguen siendo un misterio.
¿Por qué la identidad política se ha convertido en una de las principales divisiones del siglo XXI? La investigación reciente en economía y otras disciplinas sociales ha mostrado el carácter divisorio del partidismo político, capaz de provocar divisiones sociales más significativas que otras cuestiones como la raza, etnia, religión o nacionalidad. Cuando hablamos aquí de partidismo o polarización afectiva hacemos referencia a cualquier forma de prejuicio u hostilidades expresadas hacia votantes o simpatizantes de otros partidos políticos. Para explicar la polarización partidista, la mayoría de estudios recurren a nuestra tendencia natural al tribalismo, una predisposición evolutiva al conflicto grupal que nos hace favorecer y ser leales a nuestro propio grupo al tiempo que hostiles hacia otros grupos con los que competimos. Aunque nuestra naturaleza tribal podría explicar el partidismo, no es suficiente. Una tendencia al tribalismo explicaría la existencia de conflicto entre grupos, pero no resuelve la pregunta sobre qué hace a la política diferente.
En un artículo de reciente publicación, argumentamos que una de las piezas clave en el acentuado nivel de polarización política en la actualidad es el papel de las normas sociales. Las normas sociales son expectativas, creencias, reglas y comportamientos compartidos dentro de un grupo o sociedad que guían la conducta de sus miembros. Estas normas definen lo que se considera un comportamiento aceptable o apropiado en diversas situaciones sociales y sirven como directrices informales para el comportamiento en una comunidad. Las normas funcionan también como un mecanismo explicativo usado a menudo en la investigación económica para dar cuenta de aspectos sociales o relacionales, como se ha mostrado en este blog para el caso del altruismo, cambio climático o roles de género. Nuestra hipótesis es que el comportamiento partidista es considerado más socialmente aceptable que otras formas de hostilidad grupal.
En nuestra investigación, desarrollamos una serie de experimentos de laboratorio para estudiar el papel de las normas sociales en comportamientos discriminatorios que supongan un favoritismo o sesgo grupal. En estos experimentos, los participantes se dividen en función de diferentes grupos sociales (en este caso, grupos basados en preferencias políticas, religión o una asignación aleatoria) y tienen que realizar dos tareas. En una de las tareas, cada participante debe repartir 16€ entre otros dos participantes reales del experimento, y lo hará solo sabiendo a qué grupo (político, religioso o aleatorio) pertenecen los otros dos participantes. En todos los casos, los participantes debían repartir el dinero entre un miembro de su propio grupo y un miembro de otro de los grupos. En el experimento, aleatorizamos la información de qué identidad grupal (política, religión o artificial) sería revelada en cada sesión. Esto nos permite hacer comparaciones entre las sesiones en las que los participantes estaban divididos en función de sus afinidades políticas, religiosas o por una asignación completamente artificial.
Figura1.- |
En la segunda tarea, pedimos a los participantes que estimen cómo de socialmente apropiadas son cada una de las posibles opciones a la hora de repartir esos 16€ de la tarea anterior. Sus respuestas son agregadas en un índice que oscila entre el valor 1 si la decisión es considerada unánimemente como muy socialmente apropiada, y -1 si por el contrario la decisión es considerada unánimemente muy socialmente inapropiada. Los resultados de esta tarea se muestran en la Figura 2. En primer lugar, observamos que la decisión de repartir el dinero de forma equitativa es considerada como muy socialmente apropiada, mientras que los repartos no equitativos se consideran inapropiados (más cuanto menos equitativos son). Sin embargo, de nuevo encontramos diferencias en función de cómo se constituían los grupos. En el caso en el que los participantes estaban divididos por sus afinidades políticas, la opción equitativa no es considerada tan unánimemente apropiada. Además, comportamientos de favoritismo intra-grupal, es decir, dar más dinero a la persona que vota igual que tú, no son considerados tan inapropiados como en el caso de la religión.
Figura 2 |
En vista de estos resultados, concluimos que la norma social que restringe la discriminación u hostilidad grupal en el caso de religión es fuerte, ya que los participantes dejan claro que la opción socialmente aceptable es el reparto equitativo del dinero, y censuran intensamente cualquier desviación de este reparto. Sin embargo, esta distribución no es simétrica en el caso de la política, donde dar más dinero a la persona con la que compartes afinidad política no está tan censurado. Nuestros resultados sugieren que quienes discriminan a los adversarios políticos de un partido pueden librarse de sanciones sociales leves, lo que hace que las acciones discriminatorias adquieran un perfil coste-beneficio más atractivo que en otros ámbitos sociales.
Como nota positiva, cabe destacar que la mayoría de personas no considera aceptable los comportamientos discriminatorios en ningún caso. Esto sienta una base para reforzar y apuntalar normas sociales democráticas y de convivencia, que restrinjan el conflicto político al ámbito de las ideas y lo aleje de un partidismo que justifica la discriminación grupal.
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