"Para que el sector agropecuario sea menos contaminante se puede hacer varias cosas, pero todas ellas requieren tiempo, planificación e inversión"
Por Antonia Díaz. Nada es gratis blog.- Perdónenme los ganaderos, pero voy a usar el término “agricultura” como manera informal de referirme a la agricultura y ganadería. El post anterior destacaba tres puntos importantes de la actividad agropecuaria: (1) los beneficios sociales que produce, en términos medioambientales, paisajísticos, de lucha contra la despoblación, (2) los costes sociales que produce en términos de emisión de gases efecto invernadero y, particularmente en España, sobreexplotación de recursos hídricos y (3) las características de la agricultura intensiva que aumentan (2). En este post quiero reflexionar sobre algunas de las causas de las protestas agrarias, pero primero creo que es necesario detenernos en el objetivo social de contar con un sector primario potente.
Para qué queremos un sector agropecuario
En el post anterior describí las consecuencias medioambientales y paisajísticas de la “reubicación sectorial” en el sector agropecuario. Abandonar el campo tiene graves costes sociales. Como dije en el otro post, la productividad en el campo tiene grandes externalidades. Por eso se hace necesaria una coordinación. Esto se consigue con un planificador como la PAC, o con la concentración de la propiedad. En la Unión Europea hemos optado por mantener una base de explotaciones pequeñas y evitar la concentración de la propiedad. Y hemos hecho esto porque creemos que la cohesión social es importante para mantener la población en el campo. Y si queremos cohesión social la propiedad no puede estar muy concentrada. Dicho de otro modo: si la propiedad se concentra, el campo se abandona.
El objetivo es poder ir, digamos a la Vega Baja del Segura, a comer una paella con alcachofas y bacalao, e ir entre campos cuidados y parar a tomar un café y no estar en un páramo. O, peor, ver (y oler) un río contaminado por el vertido de fertilizantes de las explotaciones de la Vega Alta. Para que el campo esté cuidado, la gente tiene que vivir allí. Este objetivo debe articular toda la política agraria. Para que vivir allí sea agradable, hay que respetar el medioambiente, porque solo en el campo con biodiversidad apetece vivir. Para que esto suceda no se puede pensar en las explotaciones agropecuarias como factorías. La propiedad no puede, no debe, estar demasiado concentrada. Obviamente, hay que decidir qué es “demasiado”. Incluso en el caso de que no hubiera ningún problema de seguridad alimentaria por depender de la importación de todos nuestros alimentos, querríamos tener este beneficio medioambiental. Este inmenso beneficio social hay que pagarlo. Esto es algo que debemos tener claro a la hora de diseñar la política agraria.
Transformaciones necesarias
El sector agropecuario, como cualquier otro sector final, debe acometer una transformación para ayudar a luchar contra el cambio climático. Para que el sector agropecuario sea menos contaminante se puede hacer varias cosas, pero todas ellas requieren tiempo, planificación e inversión. Esto tiene un coste. Y, además, no se puede aplicar a todos los casos la misma vara de medir. Voy a poner varios ejemplos.
Consumir menos diesel
Esto requiere reemplazar máquinas (pero aún no tenemos tractores eléctricos) o cambiar la tecnología de producción. Precisamente una de las políticas que ha encendido las protestas es la retirada de la subvención al diésel. Un tractor mediano cuesta más de 30.000€. Uno grande llega a los 100.000€. A menos que la eliminación del subsidio al diésel se acompañe de subsidios al reemplazo de maquinaria, en el corto plazo, la eliminación de ese subsidio es equivalente a un impuesto, porque la tecnología no se cambia de un día para otro. Requiere tiempo, asesoramiento acerca de qué maquinaria es la mejor para cada de cultivo y un plan articulado. El Ministerio tiene un Plan Renove de maquinaria agrícola. Lo deseable es vincular ese Plan Renove con la política de eliminación progresiva de subsidio al diésel. O, por ejemplo, incentivar el leasing de maquinaria eficiente.
La gestión de los recursos hídricos
Allá por los años 70, los agricultores de la Vega Baja del Segura, aleccionados por las Cámaras Agrarias, empezaron a plantar maíz; al parecer, tenía mayor rentabilidad que las hortalizas. También comenzaron a arrancar almendros (de secano) para plantar naranjos, por la misma razón de rentabilidad. Y es que, en aquella zona, excepto el regadío tradicional, todos los cultivos eran de secano. Ahora no. Ahora se puede ver interminables hileras de naranjos regados por goteo en tierras donde no llueve casi nunca ni están cerca de un río. Solo tienen cerca el Trasvase Tajo-Segura. La expansión del maíz y abandono del secano sucedieron gracias a ese Trasvase. El maíz es muy fácil de plantar y la recogida está totalmente mecanizada. Hay mucha demanda de maíz para piensos. Pero es muy intensivo en agua (por eso el pan de maíz más rico es el gallego) así que su cultivo depende muchísimo de las dotaciones hídricas. He visto plantaciones de maíz alrededor de las Tablas de Daimiel, sin duda regadas por aprovechamientos ilegales de ese acuífero. Recientemente he vuelto a ver bancales de maíz en la Vega Baja. Al preguntar que cómo era posible que esto sucediera la respuesta fue: el agua está muy barata. En concreto, se refería al agua de los Canales del Taibilla. Me quedé estupefacta.
Esta anécdota pone de manifiesto dos cosas: la primera es que no se puede dejar al albur de la rentabilidad momentánea las decisiones de qué se planta y dónde. No se puede plantar maíz en la Vega Baja. El cultivo de la fresa en Huelva bajo plásticos debe tener un límite. Hace falta coordinación de cultivos siguiendo criterios de expertos. La segunda es que el mecanismo actual de fijación de precios del agua es un desastre. Hay que poner en práctica una diferenciación de precios del agua según su uso. Y en algunos casos, hay que establecer medidas coercitivas. No se debe plantar maíz cerca de las Tablas de Daimiel. Como dije en el post anterior, seguramente tenemos que pensar en un tipo de tax-dividend para el agua que se use en regadíos de tierras de secano. Pero nuevamente, estas políticas requieren planificación, coordinación de las diferentes administraciones, armonización de legislación hídrica y cooperación.
Un inciso: la historia de la expansión del regadío en España es fascinante. Merece la pena entender cómo un país, fundamentalmente árido y de escasa lluvia, se lanzó a reconvertir a regadío una gran parte de su tierra agrícola y sin ninguna visión de futuro. A quien sienta curiosidad, recomiendo leer la historia del Instituto Nacional de Colonización, y así entenderá de qué polvo franquista vienen estos lodos.
Cambio tecnológico: agricultura ecológica y regenerativa
Actualmente la Unión Europea está impulsando la agricultura ecológica. Esta agricultura se basa en unir lecciones de sostenibilidad del pasado con los mejores conocimientos en ingeniería agrícola, biología etc. Para poner un ejemplo, en vez de usar pesticidas para evitar las plagas habría que usar medios naturales como mariquitas, hongos especiales, etc. El pilar básico de la agricultura ecológica es la complementariedad. Se trata de usar la biodiversidad de forma inteligente para fertilizar la tierra, eliminar residuos y controlar plagas.
Un paso más allá va la agricultura regenerativa que explota de forma sistemática lo que se llama “polyfarming” que es una forma muy encantadora de llamar a la rotación de cultivos de toda la vida. . Eso sí, con la ayuda de la ciencia se hace mucho mejor. Una de las claves del polyfarming es explotar complementariedades entre agricultura y ganado. Estamos redescubriendo una granja de tamaño medio. Este tipo de agricultura es un sumidero de CO2 importante. Y, en realidad, de una forma muy obvia: la tierra fértil, como los árboles, absorben mucho CO2. Esta agricultura, en general, está en fase piloto. Si alguien se pregunta sobre su rentabilidad convencional, solo tiene que mirar la foto que acompaña este post. En esa fotografía, tomada de aquí, se ve hileras de almendros flanqueadas por arriates de hierbas aromáticas. Estas hierbas ayudan a la polinización y aumentan la producción de almendra. Lo primero que pensé es que el huerto es precioso, pero ahí no cabe un tractor. Un tractor de los de ahora, claro.
La agricultura ecológica, por su propia naturaleza, no tiene los rendimientos de escala que tiene la intensiva o convencional. Pero es más eficiente energéticamente, es un motor de biodiversidad y es la que mantiene a la gente en el campo. Es decir, tiene más beneficios sociales. Su expansión va a ser lenta porque, requiere, además, de una gran inversión en I+D. Los agricultores y ganaderos tienen que aprender a explotar complementariedades entre cultivos, ganados, plantas, insectos. Para adoptar estas nuevas tecnologías se requiere asesoramiento, planificación, inversión de largo plazo.
Ganadores y perdedores
Estas transformaciones van a tener ganadores y perdedores. Como he dicho arriba, el cultivo intensivo bajo plástico está sobredimensionado porque se ha expandido con agua barata. Las macrogranjas de explotación cárnica también deberán redimensionar su escala haciendo que paguen por la contaminación que imponen al entorno. Esta reconversión del sector es urgente y nada fácil. Lo deseable es tener un plan escalonado para poder hacer las inversiones necesarias que financien esta transformación. Entre los perdedores hay que diferenciar entre tamaños de explotación, capacidad financiera propia para afrontar una reconversión y redimensión de la explotación.
El objetivo de los impuestos medioambientales
A la hora de diseñar los impuestos medioambientales sobre la actividad X hay que tener en cuenta los costes sociales de la contaminación que X lleva a cabo, pero también los beneficios sociales de la actividad X. Y no se si hay otro sector productivo que tenga más beneficios sociales. La transformación que requiere nuestro sector agropecuario no es sencilla, como ya he explicado. Necesita tiempo. Los costes de esa reconversión no deben recaer solamente sobre los agricultores y ganaderos, especialmente los pequeños, que son los que más beneficios sociales nos dan.
Recordemos que en España, según el INE, el sector agropecuario fue responsable del 16% de las emisiones de gases de efecto invernadero en el año 2021. Los hogares son responsables del 23%, la producción de energía del 15,23%, industria del 27,45% y transporte del 12.53%. Creo que la UE debe diseñar una estrategia de prioridades y objetivos por fases. Debería ser un plan a varias velocidades. En el corto plazo, deberíamos concentrar nuestros esfuerzos en reformar el sector energético, el consumo residencial y los entornos urbanos. Un plan de medio plazo para el transporte y la industria. Y luego el sector agrícola. Una salvedad: el problema del agua es urgente.
La intermediación en el sector agropecuario
Otra de las quejas más inmediatas del sector es acerca de la aplicación de la Ley de Cadena Alimentaria. El objetivo es defender el valor añadido del eslabón más débil de la cadena, que son los agricultores. En este sector, necesariamente, tiene que haber intermediarios. Una naranja de Jacarilla en Jacarilla es una mercancía diferente a una naranja de Jacarilla en Madrid. Hay un valor añadido en el hecho de llevar esa naranja desde el lugar de cultivo al de consumo. No solo eso, es que el agricultor de Jacarilla seguramente no sabe en qué mercado se van a rifar sus naranjas. El intermediario abre mercados y eso tiene un valor. Después hay un problema de riesgo. Y es que las naranjas, una vez arrancadas del árbol, tienen un tiempo máximo de duración sin ponerse pochas (a menos que se arranquen verdes y se metan en cámaras, pero no queremos eso, queremos productos de calidad). En la relación entre productor-intermediario se puede hacer (i) que el productor corra con el riesgo y el intermediario se lleve un porcentaje de la venta (ii) que el intermediario corra con el riesgo al comprar la producción. En (ii) el precio que recibe el productor es menor que en (i). Esa diferencia sería igual la prima de riesgo… si existiera competencia perfecta. En ausencia de competencia perfecta, el poder de negociación manda.
La intermediación tiene más poder que los productores por, al menos, tres razones. La primera y obvia es el tamaño. Si un intermediario controla toda la cadena alimentaria, se comporta como un monopsonista. La segunda razón es el hecho de que la producción es perecedera. Esto hace que los productores tengan un coste hundido que juega en su contra en un proceso de negociación. La tercera es que los intermediarios tienen más información sobre los mercados finales. En resumen, los intermediarios tienen mucho poder para extraer rentas de los productores.
Al parecer, los intermediarios tienen, además, suficiente poder como para incumplir contratos. Véase esta noticia. Una forma de ayudar a que se cumpla la ley es, además de inspecciones estrictas y sanciones proporcionadas (las actuales parecen irrisorias), sería elaborar una lista de aquellos intermediarios que tienen buenas prácticas. No solo se trata de señalar al que incumple sino de dar información a los productores acerca de los mejores intermediarios. El objetivo debe ser crear mecanismos para que los intermediarios compitan entre ellos. A este respecto, me pregunto qué papel pueden jugar las Cámaras Agrarias para coordinar a los productores de cada zona. Uno de los efectos perversos de dejar la intermediación totalmente al albur del sector privado y altamente centralizada es que es muy posible que las ayudas de la PAC acaben en los bolsillos de los intermediarios.
La competencia internacional
Otra de las quejas más frecuentes en el sector es la competencia internacional. Ahora mismo, a la competencia de países como Marruecos añadimos la de Mercosur. Entiendo que la queja es que estos competidores operan con menores costes que en Europa y existe el temor a que se queden con el mercado interior. Ante la competencia caben dos respuestas: invertir en calidad para diferenciar el producto o ayudar a sostener las rentas de los agricultores (o ambas a la vez), que es algo que ya hace la PAC. Para que la inversión en calidad sea rentable hay que tener un sistema muy riguroso de trazabilidad y avanzar en el etiquetado de agricultura ecológica y regenerativa. Si nos abrimos a Mercosur y, a la vez, queremos el sector agropecuario descrito más arriba hay que pagar. Esto es lo que debemos tener claro.
¿Qué han hecho los romanos por nosotros? El papel de la PAC
Cuando escucho en TV a algunos agricultores quejándose de la PAC no puedo más que recordar el diálogo de “La vida de Brian”: “¿Qué han hecho los romanos por nosotros?” La Política Agrícola Común, con todos sus defectos, tiene como objetivo proteger un sector que tiene enormes beneficios sociales. La enorme cantidad de externalidades, el problema de la coordinación, el papel de los intermediarios, y, por último, su papel central para mantener la biodiversidad, implican que hay poco margen para las fuerzas de mercado. El mercado, por sí solo, lleva a asignaciones ineficientes. Lo estamos viendo. No dudo de que haya mil maneras de mejorar la PAC, pero no dudo de la necesidad de que exista. Sin la PAC, probablemente todos esos pequeños propietarios que se están manifestando en su contra estarían trabajando de peones o habrían emigrado a la ciudad. Ahora solo voy a mencionar un aspecto de la política agraria que me intriga.
La distribución de las ayudas de la PAC en España sigue un patrón absolutamente ininteligible para mí. Da la impresión de que se hizo a parches tras la transformación de las antiguas ayudas a la producción al actual sistema de sostenimiento de rentas. No está claro quién recibe qué ayudas y por qué. No se sabe por qué un gran propietario, en este sistema, puede recibir, proporcionalmente, más ayuda que un pequeño agricultor. Esto quiere decir que es muy dudoso que el sistema actual esté dando a los agricultores los incentivos correctos para alinearse con los objetivos medioambientales de la PAC. Pero este es un problema de nuestra política agraria, no de la PAC.
Para acabar
No podemos esperar tener un sector agropecuario volcado en agricultura regenerativa en 30 años que nos quedan para 2050. Es un objetivo irrealizable. Hay que ser realista. Eso no quiere decir que no haya que invertir para transformar nuestro sector y adaptarlo para hacer frente al cambio climático. Cerrar los ojos no es una opción y los costes los sufrimos ya. Por ejemplo, la contratación de seguros agrarios se está disparando, así como las indemnizaciones. En algún momento tenemos que hacer las cuentas para preguntarnos si, acaso, no es más caro negarse a la reconversión. Leer post anterior
[*] Agradezco a Luis Puch y Carmelo Rodríguez todos sus comentarios y sugerencias para mejorar este post.
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