"Al hablar de impuesto turístico (o “ecotasa”, o “tasa turística”) normalmente se hace referencia a los impuestos al alojamiento, aquellos que cargan una cantidad por persona y pernocta"
Por Aleix Calveras Maristany Nada es Gratis blog.- Un espectro recorre algunos de los destinos turísticos españoles y europeos: el espectro de la masificación y la saturación. ¿Las buenas noticias? Hay una solución: los impuestos pigouvianos.
Como ya sabrán los lectores de Nada Es Gratis, los impuestos pigouvianos buscan alterar el comportamiento de los agentes económicos para evitar/reducir las externalidades negativas derivadas de una actividad, el consumo y la producción turística en este caso. Sorprende por ello el poco uso y predicamento de estos impuestos ante la tozuda realidad. Hablaremos de todo ello en una doble entrada.
La masificación turística
Se entiende por masificación (overtourism en inglés) la presencia de congestión. Tal y como ya expliqué aquí, se trata de la sobreexplotación debido a la actividad turística de recursos comunes: playas, carreteras, entorno urbano, etc. La masificación turística se asocia con el número de turistas, la duración de sus visitas y la capacidad de carga de un destino. Este análisis obviamente debe hacerse a nivel de destino específico, no de país, debido a la diversidad de realidades. Medir la masificación solo por el número de turistas es incorrecto, ya que no permite comparaciones entre destinos con diferentes geografías ni muestra la evolución temporal dentro del mismo destino, un punto importante porque si la duración de las estancias turísticas disminuye, un aumento del número de turistas no necesariamente se traduce en más pernoctaciones. Métodos de medida más objetivos son, por ejemplo, la densidad y la intensidad turística (véase Peeters et al., 2018).
En cualquier caso, y aunque la masificación puede analizarse al menos parcialmente con datos objetivos, es también un fenómeno psicológico que depende de las percepciones de residentes y turistas, y con una difícil objetivación solo mediante cifras. Por ello, por ejemplo, Donaire (2022) ha aplicado el concepto de ‘Límite de cambio aceptable’ al desarrollo turístico de Barcelona con la pretensión de evaluar los beneficios y los costes sociales de cambios futuros en la afluencia de turistas.
Consecuencias de la masificación
La congestión o saturación turística puede ser nociva a distintos niveles: (i) para los residentes (atascos en las carreteras, turistificación de los barrios, problemas de acceso a la vivienda, etc.) y (ii) para la misma experiencia turística. El primero está detrás de las recientes manifestaciones en Canarias y Mallorca. Asimismo, la masificación turística puede dañar a la misma industria, ya que empeora la experiencia de los visitantes, especialmente para los turistas con mayor capacidad de gasto, quienes podrían decidir evitar destinos saturados.
Hay, efectivamente, evidencia de que la masificación o congestión es valorada negativamente por los mismos turistas: véase, por ejemplo, la sección ‘Overtourism and tourists’ del informe Overtourism: impact and possible policy responses, o el análisis de Jurado et al. (2013) sobre la Costa del Sol.
La Costa del Sol (Málaga) recibió 1,5 millones de turistas en 1996 y 1,9 millones en 2007 (tarea pendiente: mirar por cuánto van este año). En una encuesta se preguntó a los mismos turistas si hay “demasiados turistas” en el lugar donde vacacionan. Un 49% dijo estar en desacuerdo, un 24% ni de acuerdo ni en desacuerdo, y un 26% de acuerdo. ¿Es esto mucho o poco? Ante todo, debemos darnos cuenta de que evaluar la masificación de un destino simplemente preguntando a sus visitantes es metodológicamente erróneo ya que muchos de aquellos que la perciben negativamente probablemente ya no visitan el lugar. Aun así, un 26% es, per se, una cifra significativa, con el añadido de que, como muestra ese mismo estudio, los turistas sensibles a la masificación suelen tener mayor nivel educativo y adquisitivo, y, por lo tanto, un mayor potencial de gasto.
Impuesto turístico
¿A qué nos referimos al hablar de impuesto turístico? Antes que nada, hay que señalar lo obvio: el sector turístico, compuesto a su vez por distintos subsectores como el transporte, alojamiento, entretenimiento, restauración, etc., hace frente a los mismos impuestos que el resto de la economía: impuesto de sociedades, IRPF, IVA, etc. Sin embargo, vale la pena también resaltar que el IVA de hoteles, restauración, y transporte aéreo doméstico es solamente del 10% frente al IVA general del 21%; asimismo, el combustible de los aviones no está sujeto a impuestos.
Así, al hablar de impuesto turístico (o “ecotasa”, o “tasa turística”) normalmente se hace referencia a los impuestos al alojamiento, aquellos que cargan una cantidad por persona y pernocta; a este tipo de impuesto es al que se denomina como ‘occupancy tax’ o ‘impuesto sobre el alojamiento’ en el informe realizado en 2017 por la consultora PwC para la Comisión Europea y titulado The Impact of Taxes on the Competitiveness of European Tourism
En este informe (PwC, 2017, pp. 36-37, tabla 5), se muestra cómo estos impuestos al alojamiento “van desde un mínimo de 0,10€ (en Bulgaria) hasta un máximo de 7,50 € (en Bélgica) por persona y noche, situándose la media entre 0,40€ y 2,50€.” El mismo informe indica que “estas tasas son bajas en comparación con los precios de los hoteles”. Dado que estas cifras son del año 2017, es probable que las tarifas hayan aumentado algo, tanto por la inflación como por la mayor preocupación ante la masificación turística. Así, el impuesto para un turismo sostenible aprobado en Baleares en el año 2017, cuya cuantía inicial se duplicó posteriormente, es de un máximo de 4€ por persona y noche en hoteles de 5 estrellas, y de hasta 2€ para establecimientos de 3 estrellas o menos. En Barcelona, el máximo está en 6,75€ para los hoteles de 5 estrellas, y de 4,25 para los hoteles de 3 estrellas o menos. Por comparar, en París la tarifa máxima está en 14,95€ por persona y noche en estancia en un palacio (sic), y 2,60€ en hoteles de 1 estrella.
La lógica del impuesto turístico
Un impuesto turístico puede tener distintas lógicas que, obviamente, no son incompatibles entre sí:
-Una lógica recaudatoria: se puede considerar como un precio que pagan los turistas por el disfrute de bienes ‘gratis’ (seguridad, carreteras, etc.) en el destino.
-Una lógica reparadora: usar el dinero para reparar daños (ambientales, sociales) debidos a las externalidades negativas generadas por la actividad turística (limpiar playas, invertir en vivienda pública, etc.)
-Una lógica ‘pigouviana’: alterar el comportamiento de los agentes, como, por ejemplo, reducir la afluencia turística. Desde este punto de vista, pueden verse como análogos los peajes al tráfico en el centro de las ciudades discutidos en este mismo blog (aquí y aquí).
A menudo los impuestos turísticos se han diseñado jurídicamente como finalistas, es decir, la recaudación obtenida debe de destinarse a una serie de fines previamente fijados, normalmente ligados al sector turístico (limpiar entornos naturales, promoción, etc.). No hay, sin embargo, ninguna razón por la que esto deba ser así. De hecho, esta restricción no es óptima en términos del diseño del sistema fiscal. Que buena parte de las tasas turísticas sea finalista se debe, muy probablemente, a que es una forma de conseguir el apoyo del sector turístico a la nueva imposición.
Asimismo, las cifras mostradas anteriormente nos indican que la gran mayoría de los impuestos turísticos existentes (con alguna exótica excepción) no son pigouvianos y tendrán, si acaso, un impacto muy menor en modificar el comportamiento de los potenciales turistas. Véase por ejemplo este análisis del 2014 para Baleares en el que se muestra que el efecto de la ‘ecotasa’ prevista sería pequeño y se situaría, en un escenario más ‘pesimista’, en una caída del uno por ciento en la demanda turística, mientras que en otro menos pesimista, en una reducción del 0,5%.
En esta doble entrada, sin negar la posible utilidad del impuesto turístico en términos de recaudación y reparación, quiero destacar su lógica desde una perspectiva 'pigouviana'. Es decir, como una herramienta que, al reducir la afluencia turística y, por ende, la masificación del destino, mejorará también su competitividad. Entendemos la competitividad como la capacidad de las empresas locales de competir exitosamente en el mercado global, a la vez que ofrecen salarios y niveles de vida elevados a los residentes. Dado que la masificación turística es perjudicial para los negocios, un impuesto turístico puede contribuir positivamente a la competitividad de las empresas del destino. Éste y otros aspectos se tratarán en la segunda parte.
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