"El PIB de la Comunidad de Madrid crece, con el paso del tiempo, gracias, fundamentalmente, a los efectos beneficiosos de la capitalidad, que financiamos entre todos los españoles, y luego, sus responsables políticos, rebajan los impuestos sólo a los ciudadanos y empresas que allí residen"
Por Andrés García Reche.- Agenda Pública blog.- La persistente, y enconada, discusión sobre el sistema de
financiación de las Comunidades Autónomas (CC. AA.), pone de manifiesto, una
vez más, que, en este país, todo atisbo de enfrentar los asuntos políticos de
calado con criterios de racionalidad económica, y a través de un debate
sosegado y constructivo, resulta ya poco menos que imposible. A ello se une
ahora la "enorme preocupación" por el pacto del PSC con ERC, que, en
la práctica, supone aceptar una cierta singularidad, al asimilar el caso de
Catalunya al concierto económico vasco/navarro. Dicho lo cual, y arriesgándome
a parecer algo ingenuo, realizaré algunas reflexiones al respecto, por si,
tras el "holocausto final", y una vez constatado que España se ha
hecho pedazos, como se viene vaticinando de manera persistente, pudieran
contribuir a iniciar una nueva etapa de sensatez y buena vecindad entre
todos.
Un proceso de transferencias inacabado
En primer lugar, sería oportuno recordar, aunque nadie hable de ello, que una
de las variables que afectan al sistema de financiación de las CC. AA., tiene
su origen en los acuerdos de reparto de medios, personal y recursos que se
produjo entre el Estado Central (Administración General del Estado, AGE) y las
CC. AA. Este acuerdo se logró, a lo largo de los años ochenta, bajo el amparo
de la Ley Orgánica de Financiación de las Comunidades Autónomas (LOFCA,
1980) que regulaba dicho sistema. Unos acuerdos, por cierto, que fueron
alcanzados mediante las correspondientes discusiones en las distintas
comisiones que abordaban los diversos capítulos de competencias a transferir, y
que estuvieron claramente sesgados, desde el principio, a favor de la AGE.
Hablo con un cierto conocimiento de causa, entre otras cosas, porque yo estaba
allí.
Es verdad que las excusas ex post sirven de poco, porque, desde un
punto de vista formal, dichos acuerdos lo fueron por consenso. La realidad, sin
embargo, fue que la prisa, cuando no la ansiedad política, que había en las
diversas CC. AA. para iniciar la nueva etapa de autogobierno, facilitó mucho al
Estado realizar los diversos cálculos del "reparto" en función de sus
propios intereses "corporativos". Justo sería aquí reconocer que
estos intereses fueron defendidos muy eficazmente por los altos funcionarios
del Estado que se sentaban al otro lado de la mesa; aunque, eso sí, en
numerosas ocasiones hubieran de recurrir para ello a la ingeniosa, y muy
práctica, metodología del Gran Capitán.; a saber: picos, palas y azadones… cien
millones.
Todo lo que ha venido después, en el largo y agitado proceso de la financiación
autonómica, no debiera desligarse, aunque siempre lo hace, de este "pecado
original" que marcó las condiciones en que se realizaron las
transferencias en la nueva configuración que adoptaba el Estado en España.
Entre otras cosas, porque si realmente hubiera habido una sobrevaloración
significativa de los medios, personal y recursos, que la AGE retuvo en muchas
de las competencias que, a partir de entonces, serían para ella meramente
residuales (se utilizaba, muy a menudo, como justificación la necesidad de
mantener "funciones de coordinación" para ¡17 CCAA!), entonces ello
querría decir que el sistema de financiación autonómico, en su conjunto,
arrastraría desde inicio un déficit estructural que se correspondería con
dicha sobrevaloración. Y, puesto que una de las principales razones para no
reformar el sistema vigente, es la imposibilidad de acuerdo político entre las
CCAA que se consideran infra financiadas y las que defienden el actual esquema
de reparto, en un JUEGO DE SUMA 0 (lo que ganarían unas, lo perderían las
otras), quizá fuera conveniente volver a la casilla de salida y aceptar un
cierto adelgazamiento, no realizado en su momento, de una AGE con competencias
muy minoradas, para garantizar así al menos una parte de la suficiencia del
sistema y romper definitivamente el punto muerto en que se encuentra el Consejo
de Política Fiscal y Financiera, CPFF, que es el órgano que tiene la obligación
legal de proponer las nuevas condiciones de la financiación.
Cuál debiera ser la cantidad concreta que se tendría que
aportar por parte de la AGE por este motivo, lo desconozco (doctores en
financiación hay muchos, y muy buenos, en España), pero en todo caso, sería
muy aconsejable que se dispusiera de una evaluación rigurosa, y, sobre todo,
independiente y consensuada, con el fin de cerrar satisfactoriamente el proceso
inacabado de las transferencias. Y, por supuesto, una vez dilucidado
éste, parece igualmente obvia la necesidad de añadir un volumen extra de
financiación estructural por parte de una AGE con reducidas competencias en
multitud de materias (educación, sanidad, servicios sociales…) que tienen, sin
embargo, elevadas exigencias presupuestarias. Una financiación extraordinaria
que debería ir orientada a satisfacer de manera suficiente a las CC. AA.
claramente infra financiadas, sin incurrir en reducciones significativas del
resto. Solo de este modo podría lograrse un acuerdo consensuado entre todos,
cosa que ahora resulta poco menos que imposible.
Obviamente, si todo esto se llevara a cabo, las enormes discrepancias
políticas, y económicas en torno a los desequilibrios territoriales y a las
diversas estrategias necesarias, de carácter más organizativo o estructural,
para su neutralización (estado autonómico uniforme, asimétrico, federalismo
fiscal, singularidad financiera, confederación, etc.), podrían reconducirse y
someterse a discusión en un clima mucho más argumentativo y sosegado.
El síndrome de la capitalidad
Confieso, sin embargo, que no soy optimista, al menos en lo que a la primera
parte de la solución se refiere. No debe olvidarse que el problema de cualquier
estrategia de reestructuración/desconcentración del Estado Central, es que ésta
afectaría, fundamentalmente, a la capital de España, y, por tanto, a la
Comunidad de Madrid, que es donde se concentra el núcleo duro de aquél,
incluido la mayor parte de sus instituciones, nudos de comunicaciones, centros
de investigación, entramado financiero, museos, organismos culturales y
patrimoniales, empresas y fundaciones públicas, etc. Naturalmente, esta
reestructuración también afectaría a una buena parte de la sobredimensionada
AGE (hay 160.000 funcionarios del Estado en la capital), y eso, claro, ya son
palabras mayores, porque incide de lleno en otro de los grandes temas tabú de
este país, consistente en no cuestionar nunca la capitalidad, y todo lo que
ella representa.
Y no cuestionar tampoco, que dicha capitalidad, junto con el
PIB y el empleo que ella genera, implique, en la práctica, aceptar que éstas
últimas magnitudes sean "apropiadas" en su totalidad por una
Comunidad Autónoma (contablemente así ocurre), como si ambas fueran fruto de su
propio desarrollo endógeno, al margen del despliegue del Estado en su
territorio a lo largo de los siglos, lo cual, obviamente, es un planteamiento
totalmente sesgado. En realidad, se trata de un caso de
"apropiación" prácticamente único en el mundo, siempre que hablemos
de regiones con competencias políticas propias, y no de simples
administraciones regionales.
El hecho de no haber considerado en su día la opción de convertir a la ciudad
de Madrid en la capital federal del país, aislándola del modelo organizativo de
CC. AA. que se ponía en marcha, es una de las razones que más confusión ha
introducido en todo el sistema. Porque, una vez aceptado que se trata de una
Comunidad Autónoma, como las demás, todas las enormes ventajas económicas
derivadas de la capitalidad y, por tanto, del despliegue del Estado Central en
su territorio, y de gran parte del sector privado que le acompaña, le
sitúan en un orden de privilegio de partida muy superior al de cualquier otra
CA, al dotarla de multitud de fuentes permanentes de generación de rentas y
empleo de las que las demás no disponen. (Y todo ello, sin entrar en la
evidente prioridad que el Estado concede, en estos últimos años, a la Comunidad
de Madrid en la ejecución efectiva de sus inversiones en las diversas CC. AA.,
lo que se constata en los informes que la propia Intervención General del
Estado publica sobre este extremo).
Quizá pueda entenderse mejor la relevancia de todo
ello si hacemos una lista de las instituciones políticas y judiciales
creadas en su día, y ubicadas en la capital (Congreso y Senado, Tribunal
Constitucional, Audiencia Nacional, Tribunal Supremo, JEMAD, CGPJ, Tribunal de
Cuentas, Defensor del Pueblo…), de los organismos económicos y financieros (Banco
de España, ICO, Bolsa, ICEX, SEPI, CNMV, CNMC,…), las entidades culturales (Real
Academia de la Lengua, Instituto Cervantes, UNED…), los centenares de
empresas, entidades y fundaciones públicas (RENFE, ADIF, Agencia EFE, EOI,
Correos, AENA, Loterías y Apuestas del Estado, RTVE, Puertos del Estado,
Fundación Carolina, CNIC, CNIO…), las decenas de Museos de ámbito nacional (El
Prado, Reina Sofía, Thyssen, Colecciones Reales, Arqueológico Nacional, de la
Armada...), la mayoría de los centros de investigación dependientes del
Estado (CSIC, con 36 institutos, incluido el ¡Oceanográfico!, el CIEMAT,
Instituto de Salud Carlos III…), además de las dos estaciones de
ferrocarril más grandes de España (Atocha y Chamartín) y el mayor
aeropuerto de referencia existente, Adolfo Suarez-Barajas, etc. Es entonces
cuando, siguiendo las diversas teorías del desarrollo regional, puede
observarse con claridad la enorme relevancia que, desde un punto de vista
dinámico, tiene la presencia de estas instituciones en la evolución económica
de la Comunidad de Madrid. Este es, a mi parecer, un factor esencial para
explicar, entre otras cosas, por qué dicha Comunidad es ahora la principal
aportadora neta de recursos al fondo de financiación autonómico.
Veamos este proceso más de cerca: en el entorno de cada uno de los organismos,
empresas, e instituciones detallados anteriormente, se ha ido extendiendo, y
desarrollando, a lo largo del tiempo, una multitud de economías de
aglomeración, con eslabonamientos productivos de todo tipo, hacia delante y
hacia atrás (proveedores, servicios técnicos, comercializadores y clientes,
hostelería y restauración, centros de formación, ferias y congresos, etc.), así
como numerosos clusters sectoriales, ligados a actividades
especializadas (como es el caso de los museos, las actividades financieras,
judiciales, científicas, lingüísticas…). Y todos ellos, a través de las
distintas economías externas, han ido generando un despliegue económico, cada
vez más prolífico y robusto, generando ventajas competitivas territoriales
claramente diferenciales. Sin olvidar que, al haber convertido la capital en el
núcleo duro de las comunicaciones ferroviarias y aéreas, siguiendo la
concepción radial de éstas que siempre tuvo España, juega como un incentivo
esencial para la localización de todo tipo de actividades ligadas a los
negocios (ferias, congresos y eventos en general).
Nótese que, en todos los casos, el resultado, en términos dinámicos,
es la creación y desarrollo, con el paso de los años, de un amplio abanico de
actividades económicas de carácter privado generadoras de PIB y empleo. Y
aunque debe reconocerse que estas actividades privadas, son ya mayoritarias
respecto de las públicas, en ningún caso puede ocultarse que sus causas
primigenias tienen su origen en estas últimas, y, por tanto, que estén ligadas
al despliegue que el Estado adopta en la muy singular Comunidad Autónoma de
Madrid.
Para quienes, aun así, alberguen alguna duda sobre la importancia que el efecto
capitalidad pueda tener para clarificar el debate sobre los desequilibrios
territoriales, y la real igualdad entre españoles, en función de donde habite
cada uno, les recomiendo consultar el informe del IVIE, de 2020 (F, Pérez, E.
Reig, directores. Madrid:
capitalidad, economía del conocimiento y competencia fiscal, GVA). En él se
cuantifican muchas de dichas economías de aglomeración, así como el peso y
papel del Estado central en la CA de Madrid, la concentración de centros de
decisión, político y económico, del empleo público estatal, y de las grandes
dotaciones de infraestructuras, así como la elevada concentración de la
contratación pública en la capital, o la importante atracción del capital
humano, como consecuencia de todo ello. A lo que añade también la más que
evidente competencia fiscal ejercida por la Comunidad de Madrid (CM), en un
ejercicio de comportamiento político irresponsable e insolidario, cuando menos.
Para que entendamos bien lo que ocurre en este último caso: el PIB de la CM
crece, con el paso del tiempo, gracias, fundamentalmente, a los efectos beneficiosos
de la capitalidad, que financiamos entre todos los españoles, y luego, sus
responsables políticos, rebajan los impuestos sólo a los ciudadanos y
empresas que allí residen, beneficiándose al mismo tiempo, como consecuencia de
ello, de la atracción de actividades y personas con recursos de otros
territorios, cual si de una especie de "paraíso fiscal" se
tratara.
Añádase a todo ello, la enorme acumulación de instituciones
internacionales (Embajadas, OMT…) y actividades privadas (sedes
de empresas multinacionales y nacionales, servicios financieros, bufetes de
abogados, consultorías…) que se instalan en la capital, por el mero hecho
de serlo, aunque no se relacionen directamente con el sector público, y
tendremos el cuadro completo explicativo de "la gran vitalidad
económica" de la que dispone la Comunidad de Madrid, y de la que tanto
presumen sus dirigentes políticos a lo largo de los últimos 40 años.
Naturalmente, la reacción para "contrarrestar" la enorme acumulación
de beneficios económicos que genera la capitalidad, por parte de quienes son
beneficiarios, conscientes o pasivos, de todo ello, se expresa en diversos
frentes argumentales. Desde el consabido "eso pasa en todas las capitales
del mundo", al muy repetido "…pero Madrid es la que más aporta, con
diferencia, al sistema de financiación territorial", o, en fin, la
constatación de que "el ratio de empleo público/privado es uno de los
más bajos de España". Obviando, claro, que:
1. La mayoría de las grandes capitales del mundo, bien lo son de carácter
meramente administrativo, o bien adoptan la forma de Distrito Federal, sin que
formen parte de, o sean gestionadas por, una administración regional con
importantes competencias políticas, como es el caso de una Comunidad Autónoma
en España.
2. Que las aportaciones anuales, bajo la forma de flujos de renta, que
realiza ahora la Comunidad de Madrid, al sistema de financiación autonómico (alrededor
de 10.000 millones de € anuales), lo son gracias a un PIB, y un PIB per
cápita, que no sería el que es, sin la previa aportación de cuantiosos flujos
de renta a aquélla, por parte de todos los españoles, de manera recurrente, a
lo largo de los siglos, y, particularmente, en estos últimos 40 años de
democracia.
Y 3. Que el relativamente reducido ratio de empleo público/privado que
muestra la composición actual del PIB madrileño, y que vendría a
"demostrar la muy escasa dependencia que su economía tiene del sector
público", solo puede sostenerse desde un punto de vista estático, sin
perspectiva histórico/temporal alguna, puesto que, en rigor, dicha situación no
sería, como ya se ha indicado, más que el fruto inevitable del proceso dinámico
de desarrollo regional producido a lo largo del tiempo, e impulsado, desde su
mismo inicio, por las distintas fuentes de generación de riqueza desplegadas
por el poder público estatal en su territorio.
¿Desconcentración territorial o mantenimiento del efecto capitalidad?
En definitiva, creo que lo relevante, en términos objetivos en la discusión del
sistema de financiación, no es (aun cuando haya mucho interés en que así lo
parezca) que la Comunidad de Madrid sea, o no, la mayor contribuyente neta al
fondo común, sino que se mantenga su privilegiado statu quo capitalino,
que es lo que le garantiza un variado y robusto abanico de fuentes permanentes
generadoras de PIB y empleo (mientras aquél se mantenga), gracias a las cuales,
en efecto, puede seguir siendo contribuyente neta por siempre.
En tales circunstancias, no es difícil entender que exista un interés
"objetivo" por parte de la mayoría de los habitantes de la Comunidad
de Madrid, independientemente de niveles de renta o de consideraciones de
carácter ideológico, en el mantenimiento del estatus actual, que pueden
observar con cierto recelo a las opciones políticas de izquierda, generalmente
más proclives a "descentralizar" el Estado. De esta forma, la
preservación del actual estatus de Madrid, como capital del Reino,
garantizaría, esta es mi opinión, gobiernos conservadores de carácter casi
permanente en dicha CA, que es exactamente lo que viene ocurriendo hasta
ahora.
Para finalizar, aún habría dos preguntas más que sería bueno responder, en un
inmediato futuro, al hilo de este debate, en el caso de que se inicie alguna
vez. Primera: ¿Sería el PIB de España, en su conjunto, más elevado (y
equilibrado) si se produjera una cierta desconcentración del Estado a lo largo
y ancho de todo el territorio nacional? Y una segunda: en el caso de que,
efectivamente, aquel fuera mayor, ¿las tensiones financieras entre CC. AA.
disminuirían? Pues bien, aunque estos aspectos, por razones de espacio,
no puedan ser aquí objeto de desarrollo, ya anticipo mi doble respuesta: Sí, y
sí.
Conclusión: el debate sobre el sistema de financiación, y sobre los distintos
sistemas de organización fiscal del Estado español, debiera de tener
necesariamente en cuenta el efecto capitalidad, al menos como una variable más,
en los distintos cálculos sobre el "reparto". Otra cosa, muy distinta,
y, desde luego, mucho más improbable, es que ello se consiga. Para muchos
españoles, Madrid, al contrario de lo que ocurre con París, parece valer mucho
más que una misa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario