"Hay que incentivar una cultura de trabajo colaborativo en que se trabaja por proyectos y con equipos multidisciplinares"
Por Carles Ramió. esPúblico blog.- La cultura organizativa es un ingrediente crítico, aunque difuso, del buen desempeño de las administraciones públicas. Suele definirse cultura organizativa como el agregado de mitos, valores e ideología de una institución. Esta explicación tampoco es muy clarificadora. En todo caso es una evidencia empírica que todas las organizaciones poseen sus propios trazos culturales más o menos sólidos, más o menos funcionales o disfuncionales de cara al buen desempeño organizativo.
Las administraciones públicas aglutinan un enorme espectro de culturas organizativas: en unos ámbitos predomina la cultura burocrática (ámbitos internos de la Administración y de gestión estrictamente administrativa en las relaciones con los ciudadanos), en otros domina la cultura gerencial (en ámbitos de prestación de servicios en el que predomina la lógica instrumental), en otros impera una cultura de gobernanza social (unidades de participación ciudadana o de servicios sociales y de interacción comunitaria), en otras prevalecen unas determinadas culturas profesionales (letrados, informáticos, sanitarios, educadores, etc.).
Es obvio que en la práctica se produce una mezcla de culturas: por ejemplo, los letrados poseen una cultura profesional propia que suele estar vinculada a una cultura burocrática. La cultura administrativa es enormemente compleja y una fuente importante de distorsiones organizativas.
Vamos a precisar algunas reflexiones y propuestas sobre esta procelosa dimensión organizativa:
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Es esencial que las administraciones
públicas promuevan una cultura administrativa específica del ámbito público
mediante sus procesos de selección, la formación de entrada, de formación
permanente y también vehiculado por los relatos que promueven sus líderes.
Trabajar en la Administración no es lo mismo que trabajar en una organización
privada. Es necesario socializar a los profesionales de la función pública en
las especificidades del servicio público y de aportar valor social: defensa del
bien común y del interés general, estar al servicio de los ciudadanos, proteger
a los ciudadanos más vulnerables, etc. La cultura de lo público tiene
ingredientes de cultura y vocación misionera vinculada a la función social de
las Administraciones públicas. Las personas que no se comprometan con estos
valores no van a ser buenos servidores públicos.
·
Cada Administración debería promover
unos valores propios en el contexto de los anteriores de más carácter general.
Las administraciones públicas son diferentes ya que poseen objetivos y
orientaciones distintas. No es lo mismo una Administración estatal, que una
autonómica o que una local. Es muy diferente un centro educativo público de un
centro sanitario público. Cada Administración requiere de su propia identidad
cultural.
·
Los dos ingredientes anteriores parten
del principio que los empleados de una Administración pública deben compartir
un mínimo de valores comunes que hagan posible sus interacciones
intersectoriales e interprofesionales. La cultura organizativa es como una
lengua: un mecanismo de comunicación colectivo y una fuente de identidad común.
Cada unidad o grupo profesional suele tener su propia cultura y su propio
dialecto profesional y, por ello, es imprescindible que se trabaje en alcanzar
unos estándares culturales compartidos para que las distintas subculturas
puedan dialogar entre ellas de manera fluida. En este sentido, es necesario
construir un esperanto transversal tanto a nivel de cultura de lo público como
de la propia cultura institucional de cada administración.
·
La cultura predominante en la
Administración suele tener un carácter conservador, de control y de
animadversión hacia la incertidumbre. Es una cultura asociada a la estabilidad.
Hay que transformar esta cultura para que incorpore el ingrediente de cambio,
de cultura abierta a la resiliencia dinámica. Las administraciones públicas
llevan un tiempo orientadas en este sentido al ir introduciendo la cultura de
la innovación. La nueva cultura que hay que fomentar tiene que estar vinculada
con el aprendizaje constante, la visión prospectiva, la gestión de la
información como mecanismo para un mejor conocimiento, la cultura de la
colaboración. Con estos ingredientes se potencia una cultura abierta al cambio
y a la transformación continua.
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Ahondando en el punto anterior hay que
estimular una cultura administrativa orientada hacia la inteligencia
institucional en que se estimule un tipo de gestión de carácter más científico
y pasar de la cultura de la intuición a la cultura del conocimiento. La gestión
de la información debería ser el elemento predominante en esta nueva cultura
con el objetivo de maximizar la nueva orientación bifronte: estabilidad y
cambio y, por tanto, el modelo ambidiestro de gestión. Una cultura en el que el
análisis de la prospectiva es relevante para definir estrategias que fomenten
el cambio constante. Las estrategias como catalizador de una articulada cultura
de la innovación.
·
Finalmente, hay que incentivar una
cultura de trabajo colaborativo en que se trabaja por proyectos y con equipos
multidisciplinares. La cultura colaborativa está cada vez más presente en
nuestras administraciones públicas y representa un potente catalizador para la
renovación de la cultura administrativa.
·
En las administraciones públicas
actuales conviven tres tipos de culturas organizativas profundas y
transversales: la cultura burocrática, la cultura gerencial y, de manera más
residual, la cultura de la gobernanza (presente en unidades de participación
ciudadana y en políticas y servicios con lógicas comunitarias). De cara al
futuro habría que potenciar la cultura de la gobernanza e incorporar la cultura
de la inteligencia institucional y de la transformación (innovación). Con el
tiempo y gracias a la inteligencia artificial la cultura burocrática irá desapareciendo
ya que la burocracia se va a apuntalar sobre la tecnología: burocracia sin
burócratas (Ramió, 2019). La cultura gerencial seguirá presente, pero con un
mayor equilibrio entre las dinámicas eficientistas y los ingredientes de una
mayor sensibilidad social. La nueva cultura transversal debería ser la de la
gobernanza robusta asociada a la gobernanza social inteligente (Ramió y
Salvador, 2019).
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