Por Rafael Leopoldo Aguilera Martínez. espúblico blog.- - Leyendo el “Canto de las horas” de Florencia Luce me he identificado con el fondo de la cuestión planteada en una narrativa novelada en un monasterio de clausura, tras doce años de vida entregada a Dios, a la Iglesia y al prójimo, a través de los votos perpetuos de obediencia, pobreza y castidad. Un verdadero ejemplo del sentir vocacional hasta que la fe no fue suficiente para superar las circunstancias internas de un convento, cuyas relaciones personales y profesionales dentro del marco comunitario se hicieron irrespirables, propias de la salud mental, ante el teje de un microcosmos de intrigas donde las normas estrictas son manipuladas, puestas a prueba en una permanente entre lo que trasciende y la decepción.
No siempre para poder tener una noción de las conductas y comportamientos exentos de cualquier atisbo de sociabilidad y socialización, y respeto al escalafón, a la antigüedad, en un marco de igualdad, méritos y capacidad, se extrapolan desde ese centro de silencio a las relaciones laborales que se hacen visibles, especialmente, en estos tiempos de elevadas tribulaciones materiales, en la propia Función Pública en sus diversas Administraciones Públicas.
Cuando te quiebran la carrera profesional bajo el eufemismo que el regreso a su lugar de origen es necesario y más útil que en donde se prestaba el servicio público, en muchas ocasiones, uno embriagado de un sutil nihilismo vanidoso se cree endiosado que el regreso para a ser para bien, no solo individual, sino colectivo. Hasta que, desde el mismo momento de la llegada, con palabras huecas y piadosas ponen en entredicho la propia capacidad y conocimiento, hasta tal punto, que crees que esa situación será debido a una percepción errónea, cuando no, te culpabilizas e intentas buscar el porqué de tal situación ignominiosa.
Lo primero, comienzan a no estar presente en reuniones necesarias para tener una visión lo más exacta posible a la propia gobernanza y gestión pública, sobre todo, porque después de tantos años de experiencia en la praxis profesional, esperas con ansias ser llamado a reuniones de trabajo para potenciar y fomentar el trabajo en equipo. Pero no, la monja no tuvo más remedio que refugiarse en abrazar la voluntad de Dios.
En nuestro caso, la lectura y la escritura se convierten en un escape del estrés emocional, físico, psíquico y sensorial, al comprobar que quienes deberían con ternura respetar los largos y cansados años de servicio público con sentido vocacional en cumplimiento del ordenamiento jurídico. No, todo se convierte en toda una quimera, no tiene encaje en el sentido común de las relaciones laborales, ni menos aún, en un mínimo de conciencia personal y profesional en la práctica diaria. Pero la conciencia es algo que no se estira al volver la espalda al Derecho Natural y a la Filosofía del Derecho.
Pero la monja, que se llama “Marie” tenía confianza, que su lealtad y fidelidad con el tiempo y la evolución de las cosas cambiarían, volviendo a recuperar ese sentido por el que uno desde que con 17 años accedió a la Función Pública militar con el sentido de vocación de servicio público. Pero no, te dicen que nadie es imprescindible ni necesario, sobre todo sí mantienes con intensidad criterios técnicos, que, aunque no sean la panacea en la resolución de los problemas, si pueden aminorar el desencanto material y espiritual que impregna la impronta de los servidores públicos, sin tener que estar enfrentándose día sí, día también, a los juegos de poder, que lo único que provocan son celos y conflictos.
En todo caso, la monja “Marie” fue llevada a un lugar, que sí bien se relacionaba con la gente, al vender productos del convento, una monja mercantilista, nada que ver con el hecho de abrazar a Cristo como testimonio de amor a Dios y al prójimo a través de la necesaria oración. En un habitáculo en el rescoldo de las tibiezas, desconectado de toda vida municipal. Siempre estaré a favor de los cambios, cómo no voy a estar de acuerdo, pero también estoy plenamente convencido que del árbol caído no se puede hacer leña en el círculo íntimo, y preguntar todos los días, cuánto tiempo te queda para la jubilación, no por la alegría que te debería de producir llegar a la meta, sino por el gozo materialista del “preguntón” de quedar una vacante y cogerla a través de los vericuetos perniciosos del Derecho Administrativo a la carta.
Al final, la monja “Marie” decidió irse. Pero tenía 31 años, tras doce años de vida claustral. Pero con 60 años dónde vas, sí quienes deciden los puestos ofertados están previamente designados y adjudicados por imperativo sin que se lean, al menos, el currículum vitae elaborado con desgana burocrática ante vacantes cuya cobertura están determinados con antelación.
Concluyo este relato novelado. Es la edad, que, tras consagrarte más de tres lustros, llegando al cuarto, pasas de ser funcionario al funcionariato, como expresó en su momento histórico el Diputado constituyente socialista durante muchos años, Ciriaco de Vicente. En fin, todo es un teatro, mejor dicho, una opereta silenciosa, cuyo final melodramático se espera con la impaciencia que dan los sacrificados días mustios y las plegarias noches en vigilia permanente ante la llegada del “ictus” o la “parca”.
Tengo por costumbre en este y todos los artículos ficticios de la realidad, cuando hago un artículo con o sin inspiración telúrica, comenzarlo y terminarlo sin más corrección gramatical, sintáctica o morfológica. Finalizado, el día 2 de noviembre, tradicionalmente día de los difuntos, le he puesto de título: Las relaciones laborales entre los juegos de poder. He dicho.
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