“El individuo perteneciente a un partido (como observó Yves Guyot) actúa del
mismo modo que lo hacían los monjes medievales, quienes, por fidelidad a los
preceptos de sus maestros, se llamaban dominicanos, benedictinos, agustinos,
franciscanos, respectivamente. Estos tipos de partido pueden designarse como
partidos de clientela”. (R. Michels,
“La naturaleza sociológica de los partidos políticos”)
Sumidos
como estamos desde hace años en una profunda y larga crisis
económico-financieras (cuyos coletazos durarán aún varios años), así como en una
fuerte crisis fiscal (necesidad imperiosa de ajustarle déficit público y evitar
que la deuda pública se desboque hasta límites de descontrol absoluto), la
crisis institucional endémica se agravó de la mano de la crisis económica
(aunque hundía sus raíces desde mucho antes) y más recientemente observamos cómo
“el nuevo” fenómeno de la crisis de la política está afectando con fuerza a los
partidos tradicionales, contaminando más todavía las estructuras institucionales
del edificio constitucional que, en no pocos casos, amenaza ruina. La política
comienza un proceso de diáspora, de atomización y de polarización. Malos
síntomas para la estabilidad. Se barruntan tiempos inciertos.
“La
función de las masas en democracia no es gobernar, sino intimidar a los
gobernantes” (M.
Ostrogroski, “La democracia y los partidos políticos”)
Blog estudiconsultoria.com. Rafael Jiménez-Asensio. La política instalada es muy refractaria a
cualquier cambio. Cuesta mucho incorporar caras nuevas, pero más aún modificar
sus discursos, procedimientos, pautas y estructuras de funcionamiento.
Sede del PP en Benidorm |
Se habla así, desde hace tiempo, de desafección
ciudadana hacia la política, de pérdida de confianza o de derrumbamiento de un
modelo. Se proponen medidas, todas ellas cosméticas o "legales", que en nada
taponan esa sangría de confianza, sino que incluso incrementan el escepticismo
frente a una política impotente de reformarse a sí misma. Se lanzan proyectos de
"regeneración" (horrorosa expresión de connotaciones históricas negativas y
resultados peores) y la vieja política dice que hace, pero realmente no hace
nada. En verdad, renovar la política requiere mucho más que efectos gaseosos o
propuestas evanescentes. A la ciudadanía de este país hace mucho tiempo que no
es fácil engañarla con tales maniobras de distracción. Al menos a buena parte
de ella.
Todavía las pasiones desenfrenadas y el juego de las emociones sinfín despiertan algún reclamo en ciertos sectores, pero el escepticismo y la distancia crecen.
¿Qué cabe hacer para renovar una vieja política que, en caso contrario, se hundirá indefectiblemente junto con todo el edificio constitucional, poniendo en riesgo el sistema institucional en su conjunto?. El recetario no es fácil, pero si se quiere avanzar de verdad en ese difícil camino de renovación, cabe identificar un umbral mínimo de pasos que han de darse. A saber:
Todavía las pasiones desenfrenadas y el juego de las emociones sinfín despiertan algún reclamo en ciertos sectores, pero el escepticismo y la distancia crecen.
¿Qué cabe hacer para renovar una vieja política que, en caso contrario, se hundirá indefectiblemente junto con todo el edificio constitucional, poniendo en riesgo el sistema institucional en su conjunto?. El recetario no es fácil, pero si se quiere avanzar de verdad en ese difícil camino de renovación, cabe identificar un umbral mínimo de pasos que han de darse. A saber:
Primero:
Las personas o los políticos
La necesidad
objetiva de la política y de los políticos no puede ser puesta en duda en un
sistema constitucional democrático. Desde la aparición de los partidos de masas
y de la democracia de sufragio universal, la figura del político profesional es
consustancial a ese modelo. Pero el problema es de número: si antaño los
políticos profesionales eran unos pocos centenares de personas, hoy en día se
cuentan por decenas de miles. Y es aquí donde las disfunciones del sistema
aparecen por doquier.
Sede del PSOE en un distrito madrileño |
Hay muchos
políticos profesionales que viven la política como un ideal que consume todas
sus energías. Viven "para" la Política. Loable propósito. Pero el drama estriba
en que buena parte de esos políticos viven también "de" la Política. La gráfica
distinción que planteara Weber hace casi un siglo sigue plenamente vigente. Y
ello tiene efectos perturbadores, como ahora veremos. No es factible que una
sociedad con un amplio número de personas altamente cualificadas esté gobernada
por “amateurs” o por quienes no tienen otro oficio que vivir “de” la política.
Curiosamente la política no solo no atrae el talento, sino que lo retrae y
aleja. No podemos estar gobernados por la mediocridad ni por “cazadores de
cargos” (en expresión de Weber), sean estos funcionarios o no. La sociedad civil
debería proveer al gobierno de otras cualidades superiores, más cuando estas
existen sobradamente en el tejido social.
¿Qué perfil
mínimo de aptitudes y actitudes cabe exigir a nuestros políticos en el siglo
XXI?
Hay, en
efecto, un mínimo de exigencias sobre las que si no se garantiza su posesión por
parte de quien va a dedicarse a tareas y funciones públicas nunca se debería
proponer su nombramiento para un cargo institucional, representativo o, incluso,
del propio partido político. Ese umbral mínimo debería ser infranqueable. Y
cualquier partido que lo incumpliera tendría que ser denunciado
públicamente.
Estas
exigencias “personales” deberían ser las siguientes:
a)
Competencias institucionales efectivas (por ejemplo, representación,
priorización de políticas, toma de decisiones, alineamiento política/gestión,
uso adecuado de los recursos públicos, etc.,), así como competencia de dirección
política (liderazgo, visión estratégica, comunicación, negociación, dirección de
equipos, etc.). Ambos tipos de exigencias deberían ser el suelo que avalara un
comportamiento institucional adecuado. Las instituciones no son susceptibles de
ser “apropiadas”, sino de trabajar en ellas con sentido institucional de
pertenencia como medio de servicio a la ciudadanía.
b) Conducta
moral intachable, proyectada especialmente sobre los ámbitos de la integridad,
de la honestidad y, sobre todo, un comportamiento público y privado marcado por
la ejemplaridad. Los políticos son el espejo de las instituciones en el que se
miran los ciudadanos. Como decía Cicerón, "nada hay con que pueda ganarse mejor
el favor de las masas un gobernante que la integridad y la
templanza".
c) Quien
acceda a responsabilidades políticas o cargos públicos, incluso en el propio
partido, debería haber desempañado con carácter previo una profesión u oficio
para que, cuando deje la política o la política le deje a él, pueda ganarse
dignamente la vida sin depender de los favores del partido.
Y d) En el
ejercicio de determinadas responsabilidades públicas de primer nivel (incluso en
los cargos orgánicos de los partidos) es imprescindible que las personas que
desempeñen tales tareas acrediten o tengan un buen conocimiento de (alguna de)
las lenguas oficiales de las CCAA, así como de una o varias lenguas de la Unión
Europea, especialmente del inglés.
Sin el
cumplimiento estricto de estas cuatro exigencias cualquier renovación política
en el siglo XXI de “caras”, “líderes” o “nuevas promesas” es un ejercicio de
cinismo y una tomadura de pelo a la ciudadanía. No se trata de buscar rostros
jóvenes o personas (de la confianza de los aparatos de los partidos) no quemadas
o amables mediáticamente, tampoco de buscar perfiles nuevos entre la
intelectualidad o las personas “famosas” (también por muy mediático que todo
ello sea), sino de llevar a cabo un proceso de de alteración gradual y
persistente del modo y manera de seleccionar los cuadros políticos y ejecutivos
del sector público, mediante el estricto cumplimiento de las tres o cuatro
exigencias, según los casos, antes citadas. Lo demás es retórica vacua.
Las
competencias institucionales y de gobierno se tienen o se aprenden. Para ello
existen programas de desarrollo de competencias en diferentes formatos, aunque
los políticos (por razones que se me escapan) son reacios a sentarse y reforzar
sus conocimientos y destrezas (Ver, por ejemplo, la propuesta de MU/LKS “Gobierno
y Dirección Ejecutiva en las Instituciones Públicas”). El liderazgo ético
requiere internalización de valores y, sobre todo, hábitos y conductas
coherentes con esos valores, así como ejemplaridad en el ejercicio de sus
funciones públicas (y también privadas). Los Códigos éticos de la Política sin
marcos institucionales de integridad no sirven para nada (son, desgraciadamente
los que abundan). Y, en fin, se han de desterrar de la política a aquellos que
no tienen otro oficio que “servirnos” a los demás o, mejor dicho, servirse de
nosotros mismos. La política no puede ser una actividad profesional "de salida",
a la que se apunten "jóvenes cachorros" que sólo pretenden preservar y
reproducir los vicios y las pésimas prácticas de aquellos mayores suyos que se
han convertido en aparentes iconos. Luego, una vez “instalados” se transforman
en “viejos asalariados” del partido, sin otro oficio alternativo. La política se
“sindicaliza” en el peor de sus sentidos. Ejemplos los tenemos en todos los
sitios.
Segundo:
Los “programas”. La impotencia de la política en un mundo
globalizado.
Los programas
de los partidos son uno de los “talones de Aquiles” del (mal) funcionamiento de
la política. Su elaboración es muy precaria, frecuentemente improvisada y con un
nivel de deliberación pública bajo o muy bajo (cuando no inexistente). Un mal
programa de un partido con vocación de poder se convierte fácilmente en un
gobierno desorientado o desnortado, al menos en sus primeros pasos. Un programa
maximalista (o populista) de un partido de oposición acaba fácilmente en
posiciones demagógicas, con olvido absoluto del papel institucional de la
oposición democrática en los Estados constitucionales.
Bien es
cierto que la necesidad de adaptación permanente de los programas en contextos
tan complejos como los que vivimos actualmente es una necesidad objetiva. Los
programas no están solo para cumplirlos, también están para justificar
cabalmente cuáles son las razones imperiosas o los elementos de contexto que nos
han conducido a no poderlos cumplir. La ciudadanía democráticamente adulta exige
que cualquier cambio que impida llevar a cabo el programa se explique de forma
convincente. El Presidente de Uruguay, Mújica, en una reciente entrevista (en el
programa de la Sexta “Salvados”) atestiguaba con evidente honestidad política
que no había podido hacer todo lo que hubiese querido y que además había
fracasado claramente en algunos proyectos políticos. La credibilidad de la
política también se gana reconociendo los errores.
Y, en fin,
cuidado cuando lo que se negocia es un “programa” para acceder a un gobierno de
colación o prestar soporte externo a un gobierno. La expresión “programa,
programa, programa” está gastada. No se la cree nadie. En algunos casos las
prácticas clientelares (de reparto de fondos, cargos o prebendas) se convierten
en moneda corriente. Cuando una de estas “negociaciones de programa” llega a la
ciudadanía el escándalo está servido. Efectos letales. Esto alcanza a todas las
fuerzas políticas. Y, como muestra, “un botón”: no se pierdan este video:(Ver
video. Fuente: youtube)
Tercero:
Los mecanismos o procedimientos de funcionamiento de la
política.
La vieja
política ha incorporado nuevos mensajes, diseños avanzados de campañas
electorales, marketing electoral y muchas más cosas. En algunos casos la
incorporación de "elecciones primarias" pretende remozar el viejo cascarón, pues
no en vano el propio Ostrogorski defendía las primarias como medio de fortalecer
el “espíritu público” en la política; pero las primarias poco audaces o en clave
de poder interno conducen más bien a enquistar (como diría Weber) el “espíritu
coagulado” de los partidos, con escasos efectos en la opinión pública. También
en apariencia los partidos se han volcado en las redes sociales. No cabe duda
que las redes sociales son un importante medio en nuestros días para hacer
política. Pero, por lo común, la política en las redes sociales se presenta
“enlatada”. Más envoltorio que otra cosa. Y, a pesar de todas esas innovaciones,
la vieja política sigue muy alejada de la ciudadanía.
Ese
alejamiento reside principalmente en la idea de que los ciudadanos no somos
gente tan ingenua ni estúpida como algunos pretenden. Todos sabemos diferenciar
lo que es "un lavado de cara o imagen" de lo que resulta una estrategia real,
decidida y efectiva de cambio. Los partidos, todos sin excepción, siguen
designando a sus candidatos y proponiendo a los cargos públicos con unos métodos
oscurantistas, donde no hay ningún tipo de transparencia efectiva y menos aún
debate público interno sobre las características de las personas llamadas nada
más y nada menos que a gobernarnos, dirigir los asuntos públicos que nos
conciernen o actuar de freno o control de tales gobernantes. La práctica del
"chalaneo" y del “intercambio de cromos” se da en todas las latitudes y en todas
las fuerzas políticas. Una "cultura institucional" preñada de clientelismo y de
subdesarrollo.
Más
preocupante es la visión sectaria de la política tan instalada entre nosotros.
Parte de una concepción estática del alineamiento político, de por vida (al
igual que sucedía en las órdenes de monjes medievales). O es uno de los
“nuestros” o es del “enemigo”. Los de “tierra de nadie” no cuentan. La
colaboración institucional en cargos públicos de determinadas personas y en
determinados gobiernos ya supone esa presunción sin vuelta atrás. Se hubiese
sido o no “militante del partido”. Un modelo de subdesarrollo
político-institucional de base también clientelar y decimonónica. La política
española en su conjunto sigue marcada por la dialéctica schmittiana de
“amigo/enemigo”.
La política
sigue funcionando con los viejos esquemas de hace más de cien años. Política del
siglo XXI con usos del XIX. Los partidos, como también decía Weber, se gobiernan
por "la ley del pequeño número”, pues las decisiones reales (las importantes) se
adoptan por uno o por unos pocos, con desprecio absoluto a lo que opinan los
propios militantes, incluso en situaciones extremas los órganos de gobierno de
los partidos. Una parte de la militancia se mete en política esperando que
gobiernen "los míos" y distribuyan las pertinentes prebendas. También en los
partidos “pequeños” esto mismo ocurre. Los partidos gestionan poder, pero son
estructuras de una endeblez fuera de lo común, tanto en el plano deliberativo
como en su vida interna. Ostrogorski lo dibujó perfectamente hace más de un
siglo: "La vida del partido no es sino una gran escuela de sumisión servil".
Esto era así y, desgraciadamente, lo sigue siendo en buena parte de los casos. Y
esta reflexión nos conduce al último punto.
Cuarta:
Las estructuras de los partidos políticos. Leer+
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