lunes, 16 de junio de 2014

Rafael Jiménez Asensio: Renovar la política y los partidos, algunas propuestas

“El individuo perteneciente a un partido (como observó Yves Guyot) actúa del mismo modo que lo hacían los monjes medievales, quienes, por fidelidad a los preceptos de sus maestros, se llamaban dominicanos, benedictinos, agustinos, franciscanos, respectivamente. Estos tipos de partido pueden designarse como partidos de clientela”.  (R. Michels, “La naturaleza sociológica de los partidos políticos”) 

“La función de las masas en democracia no es gobernar, sino intimidar a los gobernantes”  (M. Ostrogroski, “La democracia y los partidos políticos”)

Blog estudiconsultoria.com. Rafael Jiménez-Asensio. La política instalada es muy refractaria a cualquier cambio. Cuesta mucho incorporar caras nuevas, pero más aún modificar sus discursos, procedimientos, pautas y estructuras de funcionamiento.

 
Sede del PP en Benidorm
Sumidos como estamos desde hace años en una profunda y larga crisis económico-financieras (cuyos coletazos durarán aún varios años), así como en una fuerte crisis fiscal (necesidad imperiosa de ajustarle déficit público y evitar que la deuda pública se desboque hasta límites de descontrol absoluto), la crisis institucional endémica se agravó de la mano de la crisis económica (aunque hundía sus raíces desde mucho antes) y más recientemente observamos cómo “el nuevo” fenómeno de la crisis de la política está afectando con fuerza a los partidos tradicionales, contaminando más todavía las estructuras institucionales del edificio constitucional que, en no pocos casos, amenaza ruina. La política comienza un proceso de diáspora, de atomización y de polarización. Malos síntomas para la estabilidad. Se barruntan tiempos inciertos.


Se habla así, desde hace tiempo, de desafección ciudadana hacia la política, de pérdida de confianza o de derrumbamiento de un modelo. Se proponen medidas, todas ellas cosméticas o "legales", que  en nada taponan esa sangría de confianza, sino que incluso incrementan el escepticismo frente a una política impotente de reformarse a sí misma. Se lanzan proyectos de "regeneración" (horrorosa expresión de connotaciones históricas negativas y resultados peores) y la vieja política dice que hace, pero realmente no hace nada. En verdad, renovar la política requiere mucho más que efectos gaseosos o propuestas evanescentes. A la ciudadanía de este país hace mucho tiempo que no es fácil engañarla  con tales maniobras de distracción. Al menos a buena parte de ella.

 Todavía las pasiones desenfrenadas y el juego de las emociones sinfín despiertan algún reclamo en ciertos sectores, pero el escepticismo y la distancia crecen. 

¿Qué cabe hacer para renovar una vieja política que, en caso contrario, se hundirá indefectiblemente junto con todo el edificio constitucional, poniendo en riesgo el sistema institucional en su conjunto?. El recetario no es fácil, pero si se quiere avanzar de verdad en ese difícil camino de renovación, cabe identificar un umbral mínimo de pasos que han de darse. A saber: 

Primero: Las personas o los políticos
La necesidad objetiva de la política y de los políticos no puede ser puesta en duda en un sistema constitucional democrático. Desde la aparición de los partidos de masas y de la democracia de sufragio universal, la figura del político profesional es consustancial a ese modelo. Pero el problema es de número: si antaño los políticos profesionales eran unos pocos centenares de personas, hoy en día se cuentan por decenas de miles. Y es aquí donde las disfunciones del sistema aparecen por doquier. 
Sede del PSOE en un distrito madrileño
Hay muchos políticos profesionales que viven la política como un ideal que consume todas sus energías. Viven "para" la Política. Loable propósito. Pero el drama estriba en que buena parte de esos políticos viven también "de" la Política. La gráfica distinción que planteara Weber hace casi un siglo sigue plenamente vigente. Y ello tiene efectos perturbadores, como ahora veremos. No es factible que una sociedad con un amplio número de personas altamente cualificadas esté gobernada por “amateurs” o por quienes no tienen otro oficio que vivir “de” la política. Curiosamente la política no solo no atrae el talento, sino que lo retrae y aleja. No podemos estar gobernados por la mediocridad ni por “cazadores de cargos” (en expresión de Weber), sean estos funcionarios o no. La sociedad civil debería proveer al gobierno de otras cualidades superiores, más cuando estas existen sobradamente en el tejido social. 
¿Qué perfil mínimo de aptitudes y actitudes cabe exigir a nuestros políticos en el siglo XXI? 

Hay, en efecto, un mínimo de exigencias sobre las que si no se garantiza su posesión por parte de quien va a dedicarse a tareas y funciones públicas nunca se debería proponer su nombramiento para un cargo institucional, representativo o, incluso, del propio partido político. Ese umbral mínimo debería ser infranqueable. Y cualquier partido que lo incumpliera tendría que ser denunciado públicamente. 

Estas exigencias  “personales” deberían ser las siguientes:
a) Competencias institucionales efectivas (por ejemplo, representación, priorización de políticas, toma de decisiones, alineamiento política/gestión, uso adecuado de los recursos públicos, etc.,), así como competencia de dirección política (liderazgo, visión estratégica, comunicación, negociación, dirección de equipos, etc.). Ambos tipos de exigencias deberían ser el suelo que avalara un comportamiento institucional adecuado.  Las instituciones no son susceptibles de ser “apropiadas”, sino de trabajar en ellas con sentido institucional de pertenencia como medio de servicio a la ciudadanía. 

b) Conducta moral intachable, proyectada especialmente sobre los ámbitos de la integridad, de la honestidad y, sobre todo, un comportamiento público y privado marcado por la ejemplaridad. Los políticos son el espejo de las instituciones en el que se miran los ciudadanos. Como decía Cicerón, "nada hay con que pueda ganarse mejor el favor de las masas un gobernante que la integridad y la templanza".

c) Quien acceda a responsabilidades políticas o cargos públicos, incluso en el propio partido, debería haber desempañado con carácter previo una profesión u oficio para que, cuando deje la política o la política le deje a él, pueda ganarse dignamente la vida sin depender de los favores del partido.
Y d) En el ejercicio de determinadas responsabilidades públicas de primer nivel (incluso en los cargos orgánicos de los partidos) es imprescindible que las personas que desempeñen tales tareas acrediten o tengan un buen conocimiento de (alguna de) las lenguas oficiales de las CCAA, así como de una o varias lenguas de la Unión Europea, especialmente del inglés. 

Sin el cumplimiento estricto de estas cuatro exigencias cualquier renovación política en el siglo XXI de “caras”, “líderes” o “nuevas promesas” es un ejercicio de cinismo y una tomadura de pelo a la ciudadanía. No se trata de buscar rostros jóvenes o personas (de la confianza de los aparatos de los partidos) no quemadas o amables mediáticamente, tampoco de buscar perfiles nuevos entre la intelectualidad o las personas “famosas” (también por muy mediático que todo ello sea), sino de llevar a cabo un proceso de de alteración gradual y persistente del modo y manera de seleccionar los cuadros políticos y ejecutivos del sector público, mediante el estricto cumplimiento de las tres o cuatro exigencias, según los casos, antes citadas. Lo demás es retórica vacua.  

Las competencias institucionales y de gobierno se tienen o se aprenden. Para ello existen programas de desarrollo de competencias en diferentes formatos, aunque los políticos (por razones que se me escapan) son reacios a sentarse y reforzar sus conocimientos y destrezas (Ver, por ejemplo, la propuesta de MU/LKS “Gobierno y Dirección Ejecutiva en las Instituciones Públicas”). El liderazgo ético requiere internalización de valores y, sobre todo, hábitos y conductas coherentes con esos valores, así como ejemplaridad en el ejercicio de sus funciones públicas (y también privadas). Los Códigos éticos de la Política sin marcos institucionales de integridad  no sirven para nada (son, desgraciadamente los que abundan). Y, en fin, se han de desterrar de la política a aquellos que no tienen otro oficio que “servirnos” a los demás o, mejor dicho, servirse de nosotros mismos. La política no puede ser una actividad profesional "de salida", a la que se apunten "jóvenes cachorros" que sólo pretenden preservar y reproducir los vicios y las pésimas prácticas de aquellos mayores suyos que se han convertido en aparentes iconos. Luego, una vez “instalados” se transforman en “viejos asalariados” del partido, sin otro oficio alternativo. La política se “sindicaliza” en el peor de sus sentidos. Ejemplos los tenemos en todos los sitios. 

Segundo: Los “programas”. La impotencia de la política en un mundo globalizado. 
Los programas de los partidos son uno de los “talones de Aquiles” del (mal) funcionamiento de la política. Su elaboración es muy precaria, frecuentemente improvisada y con un nivel de deliberación pública bajo o muy bajo (cuando no inexistente). Un mal programa de un partido con vocación de poder se convierte fácilmente en un gobierno desorientado o desnortado, al menos en sus primeros pasos. Un programa maximalista (o populista) de un partido de oposición acaba fácilmente en posiciones demagógicas, con olvido absoluto del papel institucional de la oposición democrática en los Estados constitucionales. 

Bien es cierto que la necesidad de adaptación permanente de los programas en contextos tan complejos como los que vivimos actualmente es una necesidad objetiva. Los programas no están solo para cumplirlos, también están para justificar cabalmente cuáles son las razones imperiosas o los elementos de contexto que nos han conducido a no poderlos cumplir. La ciudadanía democráticamente adulta exige que cualquier cambio que impida llevar a cabo el programa se explique de forma convincente. El Presidente de Uruguay, Mújica, en una reciente entrevista (en el programa de la Sexta “Salvados”) atestiguaba con evidente honestidad política que no había podido hacer todo lo que hubiese querido y que además había fracasado claramente en algunos proyectos políticos. La credibilidad de la política también se gana reconociendo los errores. 

Y, en fin, cuidado cuando lo que se negocia es un “programa” para acceder a un gobierno de colación o prestar soporte externo a un gobierno. La expresión “programa, programa, programa” está gastada. No se la cree nadie. En algunos casos las prácticas clientelares (de reparto de fondos, cargos o prebendas) se convierten en moneda corriente. Cuando una de estas “negociaciones de programa” llega a la ciudadanía el escándalo está servido. Efectos letales. Esto alcanza a todas las fuerzas políticas. Y, como muestra, “un botón”: no se pierdan este video:(Ver video. Fuente: youtube)  

Tercero: Los mecanismos o procedimientos de funcionamiento de la política.
La vieja política ha incorporado nuevos mensajes, diseños avanzados de campañas electorales, marketing electoral y muchas más cosas. En algunos casos la incorporación de "elecciones primarias" pretende remozar el viejo cascarón, pues no en vano el propio Ostrogorski defendía las primarias como medio de fortalecer el “espíritu público” en la política; pero las primarias poco audaces o en clave de poder interno conducen más bien a enquistar (como diría Weber) el “espíritu coagulado” de los partidos, con escasos efectos en la opinión pública. También en apariencia los partidos se han volcado en las redes sociales. No cabe duda que las redes sociales son un importante medio en nuestros días para hacer política. Pero, por lo común, la política en las redes sociales se presenta “enlatada”. Más envoltorio que otra cosa. Y, a pesar de todas esas innovaciones, la vieja política sigue muy alejada de la ciudadanía. 

Ese alejamiento reside principalmente en la idea de que los ciudadanos no somos gente tan ingenua ni estúpida como algunos pretenden. Todos sabemos diferenciar lo que es "un lavado de cara o imagen" de lo que resulta una estrategia real, decidida y efectiva de cambio. Los partidos, todos sin excepción, siguen designando a sus candidatos y proponiendo a los cargos públicos con unos métodos oscurantistas, donde no hay ningún tipo de transparencia efectiva y menos aún debate público interno sobre las características de las personas llamadas nada más y nada menos que a gobernarnos, dirigir los asuntos públicos que nos conciernen o actuar de freno o control de tales gobernantes. La práctica del "chalaneo" y del “intercambio de cromos” se da en todas las latitudes y en todas las fuerzas políticas. Una "cultura institucional" preñada de clientelismo y de subdesarrollo. 

Más preocupante es la visión sectaria de la política tan instalada entre nosotros. Parte de una concepción estática del alineamiento político, de por vida (al igual que sucedía en las órdenes de monjes medievales). O es uno de los “nuestros” o es del “enemigo”. Los de “tierra de nadie” no cuentan. La colaboración institucional en cargos públicos de determinadas personas y en determinados gobiernos ya supone esa presunción sin vuelta atrás. Se hubiese sido o no “militante del partido”. Un modelo de subdesarrollo político-institucional de base también clientelar y decimonónica. La política española en su conjunto sigue marcada por la dialéctica schmittiana de “amigo/enemigo”. 

La política sigue funcionando con los viejos esquemas de hace más de cien años. Política del siglo XXI con usos del XIX. Los partidos, como también decía Weber, se gobiernan por "la ley del pequeño número”, pues las decisiones reales (las importantes) se adoptan por uno o por unos pocos, con desprecio absoluto a lo que opinan los propios militantes, incluso en situaciones extremas los órganos de gobierno de los partidos. Una parte de la militancia se mete en política esperando que gobiernen "los míos" y distribuyan las pertinentes prebendas. También en los partidos “pequeños” esto mismo ocurre. Los partidos gestionan poder, pero son estructuras de una endeblez fuera de lo común, tanto en el plano deliberativo como en su vida interna. Ostrogorski lo dibujó perfectamente hace más de un siglo: "La vida del partido no es sino una gran escuela de sumisión servil". Esto era así y, desgraciadamente, lo sigue siendo en buena parte de los casos. Y esta reflexión nos conduce al último punto. 

Cuarta: Las estructuras de los partidos políticos. Leer+

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