"Por el peso de históricos prejuicios, la condición de interino acompaña como el signo de Caín al funcionario temporal y difícilmente se libra del pelo de la dehesa"
Comentarios de José Ramón Chaves. Blog contencioso.es. Recibo alborozado una novela que amablemente me remite su autor con un título y contenido atractivo: ” Interino” (Ediciones Eunate, 2014; Javier Iribarren). Se impone una reflexión sobre tan estupenda obra y la figura del funcionario interino, víctima de injusta mala prensa.
1. En efecto, el mundo del funcionario interino tradicionalmente ha sido tratado injustamente por la Administración, compañeros y usuarios.
Por el peso de históricos prejuicios, la condición de interino acompaña como el signo de Caín al funcionario temporal y difícilmente se libra del pelo de la dehesa. Aquéllos que hoy son funcionarios de carrera, bien directamente o bien funcionarizados, olvidan la experiencia del interinaje y miran por encima del hombro a los que son interinos.
Tan anacrónicas creencias deben ser desterradas ya que por mi experiencia de muchos trienios en varias Administraciones, estoy en condiciones de afirmar que he conocido funcionarios interinos que llevaban el peso de todo el negociado, Sección o Servicio con máxima solvencia y responsabilidad. También he compartido trabajo con funcionarios interinos ejemplares en cuanto a dedicación y responsabilidad, quizás debido precisamente a la espada de Damocles de la extinción.
Por si fuera poco, los primeros en pagar los excesos de gasto público fueron los funcionarios interinos y el personal laboral temporal que han visto como “cuando la crisis entraba por la puerta, ellos salían por la ventana”.
2. Dicho esto, toca aludir a la magnífica obra de Javier Irribarren que aborda la experiencia del funcionario interino, desde que nace hasta que se hace, desde que toma la decisión de servir a la cosa pública y preparar oposiciones, hasta que, por diversos avatares, es llamado a prestar servicios como interino en la Administración local y en la autonómica, o como dice en la obra “todos los caminos despejados parecían conducirme a las puertas de la Roma funcionarial.”
Por el libro desfilan las historias paralelas de todo aspirante a funcionario de carrera: su relación de pareja, con sus amigos y con sus padres. De hecho, su tira y afloja con su adorada Alba corre vicisitudes paralelas a su cortejo con las oposiciones ( algo así como el clásico, “ni contigo ni sin tí tienen mis males remedio, contigo porque me matas, y sin tí porque me muero”) También asistimos a sus dudas y cavilaciones, y al análisis de sus experiencias, particularmente de las aventuras laborales fallidas en Londres ( donde la diestra pluma de Javier demuestra un cronista de lujo de lo que es sobrevivir en la gran ciudad) o de sus inicios como opositor ( admitiendo finalmente que “tampoco respondía yo al estereotipo del opositor clásico, ese ser meditabundo sin ingresos ni trabajo, ni actualización de vestuario”).
En el libro resulta memorable la magnífica exposición del primer día como funcionario interino, como también lo es el relato de la zozobra ante los exámenes para funcionario de carrera, su relación con el preparador o la actitud hacia sus competidores por las ansiadas plazas. El autor, utilizando la visión global e inmediata de la primera persona, nos ofrece lo que ve y lo que siente el protagonista “en tiempo real”, con sus pensamientos y dudas, dejándonos a los lectores como cómodos observadores de un pececillo inocente en la pecera de la Administración, donde el pez grande se come al chico y el permanente al interino.
Con Navarra al fondo
Es un libro fresco, divertido, ambientado en Navarra, y que me recordó prontamente a los amenos escritores de mi juventud, dos Martines, a Martín Casariego (“Qué te voy a contar”, Anagrama,1989) y a Martin Amis (“El Libro de Rachel”, Anagrama, 1973), aunque también a David Lodge ( “¡Buen trabajo”!) y a nuestro castizo Sosa Wagner (“Es indiferente llamarse Ernesto”,1992). Estamos ante un tema que se prestaba al estilo melancólico y tenebrista propio de “Oliver Twist” ( Dickens) y que se ofrece bajo una luz gozosa y de aceptación positiva.
O sea, la seriedad de la experiencia como interino bajo la envoltura de un finísimo humor, con juegos de palabras directos al corazón y mostrando un narrador magistral en la distancia corta de la anécdota (la apertura del sobre de mayonesa es desternillante). Los personajes se visualizan en los primeros trazos de presentación del autor y la trama cobra vida propia en un viaje que se pronostica “hacia ninguna parte”, con tintes Quijotescos ( el protagonista Eduardo Iturralde lucha contra los gigantes de las oposiciones con decisión y energía, aunque pronto los molinos van mostrando su auténtica faz).
El libro está contado en primera persona y pese a la advertencia final sobre su condición de relato de ficción, se adivinan fuertes toques autobiográficos, ya que hay pasajes que solo los sabe quien ha sido interino o ha sufrido de cerca a quien ha ostentado tal condición. La confesión final del protagonista no tiene desperdicio: ” Me esforzaré para poner en valor la profesionalidad del funcionario interino, tantas veces vilipendiado. Somos temporales, secundarios o suplentes, de acuerdo; y puede que algunos también carguemos a nuestras espaldas la penosa historia de un sueño frustrado o de un proyecto inacabado, es verdad; pero no somos “putos” ni jetas ni indignos de respeto”.
Recomendable
3. En fin, no he podido resistirme a comentar y recomendar tan estupenda obra, tanto al interino que verá un espejo como al funcionario de carrera que verá en su justa perspectiva al compañero temporero.
En fin, sin alcanzar la destreza narrativa, extensión y habilidad argumental de Javier Iribarren, confieso que ambién me atreví a los pinitos de los microrrelatos con el opositor como telón de fondos en aquél brevísimo post, rozando el chiste, que titulé Cuento de invierno para opositores a funcionario.
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