jueves, 11 de mayo de 2023

LA CAMPAÑA ELECTORAL DEL 28-M: EL (MAL) ESTADO DEL MUNICIPALISMO

 “El tratamiento de la ciudad es por esencia de carácter político. No olvidemos que la ciudad –nos lo enseña la historia- es la más natural de las unidades políticas” (Adolfo Posada)

“El lenguaje político está siempre impregnado de emociones religiosas, y deviene por ello simbología” (Eric Voegelin)

Por Rafael Jiménez Asensio. La Mirada Institucional blog.- Esta entrada es fruto de un vano impulso: sensibilizar sobre la imperiosa necesidad de que lo municipal entre, de una vez por todas, en el debate político y legislativo. El estado actual del pulso político y normativo local es de encefalograma plano. Y nada advierte que las cosas vayan a cambiar en un futuro.

Por municipalismo se entiende aquí aquella concepción política que defiende a ultranza la autonomía y el autogobierno local frente a las constantes erosiones que sufre por parte de otros niveles de gobierno. Un municipalismo robusto es imprescindible en España para poner en valor el poder local frente a su desprecio político-institucional o su mera condición de poder instrumental o vicarial, que tanto se ha impuesto desde hace décadas. Lejos de esa concepción robusta se halla el estado actual del problema, propio más bien de un municipalismo moribundo. Y eso es lo que se pretende denunciar en estas líneas.

Sorprende la vacuidad de los primeros pasos aún incipientes de esta larguísima (pre)campaña electoral para las elecciones municipales y de algunos otros gobiernos intermedios. Prácticamente, lo local ha estado ausente de los mensajes y promesas que se airean por doquier, también de la crítica opositora. Se habla de todo, menos de lo local. Al menos, siendo como creo ser persona preocupada e inquieta por la política local, esa es mi percepción. La política nacional, si a eso se le puede llamar política, todo lo anega. La máquina de las ocurrencias de última hora, tras años de abandono, se ha puesto a pleno rendimiento. Sin embargo, apenas hay un tímido reflejo de propuestas, alternativas, deliberaciones o programas municipales. El ruido “nacional” opaca las iniciativas de la política local. El futuro de la ciudad en la que habitamos y sus más que innumerables problemas cotizan a la baja. O lo hace con poca fuerza. Mientras que, paradójicamente, el nivel local de gobierno es el que genera mayor confianza a la ciudadanía frente a unos cada vez más desgastados y a veces inoperantes niveles de gobierno estatal y autonómicos.

Cualquier ciudadano mínimamente informado sabe identificar algunas de las debilidades de su pueblo o ciudad y cuáles son (por cierto, innumerables) los aspectos a mejorar. Tiene, así, capacidad de discriminar sobre programas y propuestas, si es que los hay. Los mecanismos de participación ciudadana y de escucha activa, sin embargo, no funcionan más allá de puras expresiones de performance. Los actos de campaña (mejor dicho, de precampaña) están siendo actos de partido, más bien de cofrades o feligreses entusiastas aplaudidores a lo que diga el oficiante político de turno. El común de los mortales permanece ajeno a tales manifestaciones de culto político-religioso. Y cuando, dentro de nada, arranque la campaña formal será todavía peor, el griterío ensordecedor de las consignas más burdas ahogará cualquier gramo de cordura. Hay incluso quienes piensan que se puede hacer política en este país sin patear la trinchera local. Ingenuo intento.

Tras varios años con compromisos institucionales, académicos y profesionales con el entorno local, me entristece sobremanera su gradual pérdida de pulso en la política nacional. Desde la equivocada reforma local de 2013, que la oposición entonces declaró unánimemente su vocación de derogarla una vez que llegara al poder (lo que nunca hizo), no ha habido en diez años ni una sola propuesta legislativa estatal mínimamente seria que intente reforzar la institucionalidad local, ni a rebufo siquiera de la Agenda 2030 y de su ODS 16 (instituciones sólidas). Tampoco se vislumbra ninguna reforma constitucional al respecto, que refuerce una debilitada, por la propia jurisprudencia del TC, autonomía local (como escribió en su día Manuel Zafra). La realidad normativa local está obsoleta y su peso financiero sigue anclado en los estándares de gasto público sobre el total del sector público propios de los primeros pasos del régimen constitucional, inclusive con una tendencia descendente a partir de los años de la crisis de 2008-2010 (en torno al 12 %, como estudió en su día Juan Echániz: Los gobiernos locales después de la crisis, FDGL, 2019). Los niveles locales de gobierno han quedado además preteridos por una voracidad autonómica que apenas les deja espacio decisional y, en fin, con unas competencias, con matizadas excepciones, débilmente garantizadas y una financiación pendiente siempre de revisión. Eso sí, circunstancialmente, con la caja llena y el corazón político (casi) vacío. Sin apenas nervio ni ideas (salvo algunas iniciativas locales de interés que deben ponerse en valor: por ejemplo, en Valencia o Mataró) cuando lo local debería tener hoy día un protagonismo creciente en un entorno institucional tan volátil e incierto.

La institucionalidad de lo local, además, hace aguas. El Ministerio del ramo es más de “política comunicativa” que “territorial”, incapaz de parir una iniciativa de enjundia sobre el refuerzo del municipalismo en los últimos años. Las asociaciones y federaciones de municipios y provincias dormitan cómodamente en los laureles de una captura política y subvencional que apenas nada aporta a la construcción de un municipalismo sólido, que por esencia debe oponerse enérgicamente a cualquier nivel de gobierno que pretenda erosionarlo y, por tanto, no ser complaciente con el poder estatal o autonómico, como lo está siendo desde tiempos inmemoriales. Las Comunidades Autónomas (con alguna honrosa excepción: Extremadura) ven al municipio como su recadero o apéndice ejecutivo. Los partidos políticos conciben el municipalismo como lugar de conquista electoral, una suerte de “campo ocupado en el que poner su banderita”. La academia, por lo común, ha olvidado lo local frente a otros objetos de estudio más lucrativos y/o vistosos. Lo local vende poco, cuando debería ser, sin embargo, su gran momento. Los desafíos futuros son impensables de abordar sin un enfoque local de Gobernanza avanzado. Apenas he visto últimamente debates, entrevistas (sí algunos reportajes sobre alcaldes y poco más), ni siquiera columnas de opinión, que de esto hablen en los medios de comunicación. Todo lo más aparecen reiteradas proclamas electorales y un uso desaforado y hasta cierto punto obsceno de los presupuestos públicos (“el restaurante nacional”, que diría Galdós), cuyo único objeto es anunciar subvenciones por doquier dirigidas a un pueblo cautivo en sus intereses políticos y al que, sorprendentemente, se le tacha de menor de edad y sin otro juicio político que su mero bolsillo. Sin embargo, la ciudadanía se juega mucho en este viaje. El mejor o peor estado de su ciudad o su pueblo, los mejores o peores servicios públicos, la mejor o peor atención ciudadana, o, en fin, el gasto público eficiente o el recurso a la siempre presente demagogia presupuestaria. Y son solo ejemplos.

Estamos ya inmersos en el mes de mayo. A punto de arrancar “la campaña oficial”, momento en el que el bombardeo de estupideces y propuestas demagógicas será ya irrefrenable. El día 28 se nos convocará a las urnas. ¿Para que votemos qué? ¿Un modelo de ciudad o unas listas de partido? ¿Qué nos ofrecen realmente? ¿Qué quieren? Se lo digo de inmediato: Ganar las elecciones y poder así reforzar su poder para seguir haciendo lo mismo o preparar, en su caso, el presunto y anunciado cambio otoñal, que veremos en qué queda si es que queda en algo. Los medios hablan de “derrota dulce” o de “tumbas electorales”. La ciudad y sus problemas, apenas existen. No les importan ni un pimiento lo local. Nadie parece aterrizar en lo que la ciudadanía necesita y demanda en sus municipios. Las propuestas transformadoras son escasas, por no decir que casi inexistentes. La mirada estratégica de las ciudades y del territorio, se halla prácticamente ausente. La política cada día es más endogámica. Solo le preocupa “lo suyo”. Y si eso pasa también en la política de proximidad por excelencia, que es la local, no quiero ni imaginarme que será en el resto. Es lo que tiene ver las elecciones locales como una suerte de “primarias” de las generales. Lo municipal se diluye hasta (casi) desaparecer, además cuando más visibilidad institucional necesita. Paradojas de la política española.

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