jueves, 25 de mayo de 2023

Diez pistas para interpretar los resultados del 28 de mayo

"Aunque es indudable el peso que los resultados tendrán sobre el ánimo y las expectativas de los partidos, no hay que olvidar que el próximo domingo se dirimirán, en realidad, más de 8.000 competiciones municipales"

Por Juan Rodríguez Teruel. Agenda Pública blog.- El próximo domingo 28 de mayo se abre un nuevo ciclo electoral, que continuará con las elecciones generales en el segundo semestre, y se cerrará con las elecciones europeas del próximo mayo de 2024 (y que tendrán un significado importante en la política interior de muchos de los Estados europeos, España incluida). 

Es inevitable no preguntarse en qué forma y medida estas elecciones municipales y autonómicas anticiparán o condicionarán las próximas elecciones Generales. Al fin y al cabo, esta será la primera jornada electoral que implique a todo el censo electoral español desde noviembre de 2019. 

Ya se apuntaron aquí algunas precauciones a tener en cuenta. Aunque es indudable el peso que los resultados tendrán sobre el ánimo y las expectativas de los partidos, no hay que olvidar que el próximo domingo se dirimirán, en realidad, más de 8.000 competiciones municipales, autonómicas y, en algunos territorios, forales e insulares, todas ellas con dinámicas propias y específicas. 

En todo caso, será la lectura que medios y partidos hagan de los resultados globales la que contribuirá a decantar la percepción de los ciudadanos sobre el valor real de esta jornada electoral.

Para evitar quedar empantanado en el bullicio de esa disputa por el relato sobre las implicaciones del 28-M, y poder disponer de un mejor juicio al respecto, proponemos aquí diez criterios, a modo de parámetros que permitan valorar las tendencias políticas reales que puedan estar latiendo en el subsuelo electoral.

Para ello, nos centraremos en las elecciones municipales -las únicas que alcanzarán todo el censo- así como algunas comunidades cuyo peso político tendrá un significado particularmente relevante. Los datos manejados proceden de las fuentes oficiales (ministerio de Interior y gobiernos autonómicos). Es posible que, en algún caso, los datos exactos pudieran variar con otra fuente o agregando alguna candidatura local que aquí no se haya tenido en cuenta, aunque ello no afectaría al sentido general de las cifras.

1. ¿Habrá desmovilización relevante? Desde 2007, la abstención se ha venido estabilizando en torno al 35% (entre los 11,1 y los 12,6 millones de abstencionistas), punto arriba, punto abajo, rompiendo los altibajos que se daban en los primeros años de la democracia. Cabría esperar un nivel de desmovilización similar dentro de esos márgenes (34-36%). Si la abstención del 28-M superase sustantivamente el 36% o, más plausible, bajara del 33,8%, la pauta se habría modificado, lo que podría leerse como un indicador de activación/desactivación de una parte del electorado respecto a la última década y media.
 
2. ¿Se mantendrá el equilibrio entre bloques? Desde hace 20 años hay una tendencia a la igualación entre izquierda y derecha, sumando los bloques de partidos de ámbito estatal. En 2019 esa tendencia arrojó un inédito empate (la suma de las izquierdas superó a las derechas por cerca de 200.000 votos escasos). No deberíamos sorprendernos si se mantuviera ese empate en torno a los 8 millones de votos (encabezado por unos u otros). Por el contrario, cuanto más se distancien ambos bloques más allá de esos 200.000 votos, más indicativo sería de movimientos de fondo relevantes de cara a las Generales en favor de uno de los bloques. 

3. ¿Se está expandiendo la derecha? El apoyo electoral a la derecha ha tendido a situarse en los 8 millones de votos, con leves descensos en 1999 y 2015, y un aumento excepcional en 2011. Cabría esperar que la suma de votos de PP, Vox y los restos de Ciudadanos se mantenga en esa pauta de los 8 millones. Si la supera con creces, como hizo en 2011 (alcanzando entonces casi los 9 millones, gracias a la atracción de Ciudadanos), sería el reflejo de una expansión que desbordaría el espacio actual de la derecha.

4. ¿Cuánto electorado está recuperando el PP ante Vox? Si bien el voto de la derecha no ha fluctuado significativamente desde 1995, sí se ha fragmentado intensamente en los últimos años. En 2019, el PP obtuvo su peor resultado en décadas (5,1 millones) a costa de Ciudadanos (2 millones) y Vox (0,8 millones). Por eso, no debería sorprendernos que la recuperación del voto naranja por parte del PP le permita volver a la cota de 7 millones de votos. No hacerlo reflejaría aún el poder de atracción de los nuevos partidos sobre los votantes populares. El resto debería ser para Vox. Cuanto más supere el PP los 7 millones, más apoyo podría estar recuperando sobre el votante ultraconservador o bien sobre el voto antisanchista de centro. 

Con todo, Vox no dejará de ampliar su apoyo electoral gracias a un ‘efecto retraso’: la representación parlamentaria de los de Abascal en municipios y autonomías (excepto en la Comunidad de Madrid) corresponde hoy aún al apoyo social que tenía en mayo de 2019, no al que luego amplió en noviembre de 2019. Por ello, una subida de Vox hasta 1,5 millones no deberá interpretarse como una nueva tendencia de expansión de su voto, sino como una actualización de su presencia institucional a lo que habría obtenido si las elecciones municipales se hubieran celebrado unos meses después. Solo una superación de esa cota apuntaría perspectivas prometedoras para Vox en el futuro. 

5: ¿El PSOE acusará desgaste o seguirá recuperándose? El PSOE ha tenido una base electoral muy fluctuante desde que se acabó su hegemonía en tiempos de Felipe González: salvo la excepción de 2007, en cada elección suma o pierde entre medio y un millón de votos. Estas elecciones deberían confirmar si mantienen la vía ascendente de 2019 o subsisten bajo la cota de los 7 millones que perdieron en 2011: cuanto más se acerque el PSOE a esos 7 millones, o los supere, más sólida será su recuperación dentro de la izquierda. Lo contrario abriría dudas ante la movilización que buscará en las Generales.

6. ¿Cuánto perderá Unidas Podemos ante los aliados de Sumar? El voto municipal a la izquierda del PSOE ha sido bastante estable desde 1995, en torno a 1,5 millones. Solo en 2015 bajó sensiblemente, debido a la dispersión del voto en las confluencias de izquierdas, ya que Podemos no concurría formalmente a esas elecciones. Cuanto mayor porcentaje retenga UP de ese millón y medio de votantes, mayor capacidad de resistencia estará demostrando ante la atracción de los aliados de Sumar. Una caída sustantiva de esa cota no solo le debilitaría, sino que abriría un interrogante sobre la capacidad de movilización general a la izquierda del PSOE.

7. ¿Mantendrá Ayuso la movilización de 2021? Hace dos años, Díaz Ayuso no solo obtuvo el mayor número de votos del PP en la Comunidad de Madrid, sino que lo hizo sin dañar la movilización del resto de la derecha descontenta (Vox y un ya declinante Ciudadanos) ni de la izquierda (que también obtuvo uno de sus resultados más abultados desde 1983). Cuanto menos se aleje la derecha de aquella suma de 2 millones de votos, más trascendente será la capacidad de movilización de la presidenta madrileña en sus planes futuros. De lo contrario, incluso con mayoría absoluta, la derecha estaría volviendo al patrón normal de las últimas décadas. 

Por su parte, la izquierda logró sumar en torno a 1,5 millones de votos en las últimas tres contiendas electorales autonómicas. Su capacidad de movilización dependerá de mantener esa cota, si no de superarla. En 2019, Más Madrid y el PSOE empataron en torno a los 600.000 votos. Mantener ese equilibrio no sería sorprendente. Por el contrario, cuanto más se aleje uno del otro mayor evidenciaría el fracaso de la candidatura declinante. En el caso del PSOE, sería un nuevo récord negativo.

8. ¿Consolidará el Botànic su base electoral en la Comunidad Valenciana? Durante años, la hegemonía gubernamental del PP en la Comunidad Valenciana estuvo edificada sobre una progresiva expansión de su electorado (que en 2007 y 2011 superó los 1,2 millones de votantes), en combinación con un estancamiento sideral de la izquierda (hasta 2015 la suma de votos de esta, incluyendo a los antecedentes de Compromís, estuvo casi siempre por debajo de los resultados obtenidos por PSOE y PCE en 1983, a pesar de que el censo electoral había aumentado un millón de electores en los 30 años siguientes). La coalición del Botànic, liderada por Ximo Puig, fue posible porque ambos pilares colapsaron en 2015: el apoyo a los partidos de izquierda (incluido el valencianismo de Compromís) creció un 70%, mientras que el electorado del PP se desmovilizó y se escindió con la fuga de un tercio hacia Ciudadanos. En 2019 los dos pilares se recompusieron en buena medida, aunque la fragmentación de la derecha redujo la eficiencia de sus votos y permitió la reedición de la coalición de Puig. 

El futuro de la política valenciana pasará por cómo evolucionen ambas pautas. Es plausible que la derecha mantenga una base cercana o incluso superior al 1,2 millones de votantes, ahora con un PP recuperado. No obstante, en caso de que el PP no alcance o supere la cota del millón de votantes, más frágil resultará esa recuperación de la derecha. En el otro lado, más allá de mantener o no el ejecutivo, la solidez del avance de los últimos años solo será patente si la suma de la izquierda mantiene la primacía electoral, con un apoyo total superior a los 1,3 millones de votos. Cuanto menos supere esa cota -peor aún si no logra alcanzarla-, más patente será el fin del ciclo electoral valenciano iniciado en 2015.   

9. ¿Volverá el PSC a ganar las elecciones municipales 16 años después? Buena parte de las repercusiones disruptivas del procés sobre la escena estatal tienen que ver con el debilitamiento de los dos factores de estabilidad que Cataluña aportaba al mantenimiento del statu quo en la política española: PSC y CiU, fuertemente denostados, por ese orden, en la opinión publicada madrileña que jaleó la llegada de Ciudadanos. Como suele pasar a menudo, aquellos opinadores no olieron las implicaciones derivadas: sin ellos, la política de pactos centrípetos pasaba necesariamente a otra de bloques centrífugos (para disgusto de sus respetivos líderes). ¿Es una evolución reversible?

En todo caso, el panorama catalán está lejos de la estabilización, aunque hay algunos parámetros que pueden sugerir una recomposición de algunos viejos esquemas. Es altamente probable que el PSC vuelva a ser el primer partido en votos municipales desde 2007. Pero será más significativo ver la medida: cuanto más se acerque al millón de votos, cota usual hasta 2007, mayor será el indicio de que en Cataluña podría estar gestándose una reconcentración del voto que en el pasado favoreció al PSOE en las Generales (no un voto de adhesión sino de prevención ante el retorno de la derecha española al poder). De darse esa progresión del PSC, será necesariamente en detrimento de ERC. Cuanto más se reduzca, con ello, la ventaja de ERC ante Junts (casi 265.000 votos en 2019) más inestabilidad reaparecerá en el espacio ahora independentista, con las implicaciones que esto pueda tener en la política de pactos en Cataluña y, de rebote, en el Congreso. 

10. ¿Trasladará el PP su mayoría de la Junta a los municipios de Andalucía? La trascendencia política de Andalucía ha estado fundamentada en la fuerza organizativa y electoral de la izquierda desde 1979, con un apoyo en torno a los 2 millones de votos (incluyendo el andalucismo del PSA-PA), de los que tres cuartas partes han sido para el PSOE. En cambio, la derecha había experimentado un papel subsidiario, incluso después de que en 2011 el PP obtuviera su mayor resultado, superando por primera y única vez al PSOE. No obstante, aunque aquel salto electoral del PP no permitió cambiar la composición de la Junta, sí anticipaba un nuevo escenario, en el que la derecha andaluza se acercaría por primera vez a la mayoría de izquierdas. Con ello se anticipaba el cambio de mayoría gubernamental en 2018 y la mayoría absoluta de 2022. 

Cuanto más se acerque o supere el PP, de nuevo, esa cota del 1,5 millón de votos, más se confirmará su ascenso estructural entre los electores andaluces, en coherencia con el resultado de junio del año pasado. De lo contrario, el PP andaluz estaría dando el primer paso atrás electoral desde que accedió al poder. Frente a él, la izquierda trata de evitar la propagación de los resultados de 2022. Cuanto más se aleje de los dos millones de votantes (entre PSOE, andalucistas y la izquierda no socialdemócrata), más indicios de que estará fracasando en ese intento. ¿A costa de quién? La base electoral del PSOE ha sido muy estable, en torno a los 1,4 millones de votos desde 1983. Apuntalar ese nivel de apoyo sugeriría que el apoyo al PSOE es suficientemente sólido en los municipios para que el trasvase de votos de PSOE a PP hace un año aún sería reversible. Lo contrario no solo sería un mal presagio para Juan Espadas. También para Pedro Sánchez.

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