"No es fácil sobrevivir en una Administración Pública como funcionario, pues al fin y al cabo, es un ecosistema dinámico, donde la “ley del más fuerte” impera y donde los pactos están a la orden del día (políticos, sindicales, corporativos o personales)"
J. Ramón Chaves. Blog. contencioso.es . Post Funcionarios y batracios. 8.9.2013. Leo el estupendo análisis del cuento del Príncipe Rana de los Hermanos Grimm, efectuado en UniDiversidad, y por deformación profesional me planteo su proyección al mundo de los empleados públicos.
Lo curioso es que en dicho Blog me entero de que hay una versión alemana, en que la rana que rescata la bola de oro de la princesa del fondo del estanque, se presenta al anochecer a reclamar su premio y la muchacha la estampa contra la pared. En cambio, la versión americana (Disney) muestra que cuando la rana reclama el pago, recibe un beso de la princesa y el batracio se convierte en príncipe. Me resulta chocante que dos reacciones bien distintas de la princesa ( un morrazo – versión alemana- y un morrito – versión americana) dan lugar a final feliz y moraleja positiva. Si la princesa rechaza a la rana- versión alemana-, bien hecho por haber resistido al chantaje y plantarle cara. Si besa a la rana – versión americana-, bien hecho por aceptar que en la vida hay muchos malos tragos que a veces hay que afrontarlos para prosperar (variante de “lo que no mata, hace más fuerte”, Nietzsche).
Veamos ahora la proyección del cuento al mundo de los empleados públicos.
1. En la esfera burocrática, no faltan las ocasiones en que el sapo investido de autoridad o cargo público hace una promesa o favor al tierno funcionario, y éste queda emplazado a pagarlo. En unos casos, la autoridad-sapo impulsa la promoción interna del funcionario o le nombra para altos puestos. Un favor directo y de enjundia. En otros casos, la autoridad-sapo teje una atmósfera cómoda para el funcionario ( horario, despacho, permisos, comisiones de servicio, productividades, gratificaciones, etc). Se trata de una sutil complicidad que abre paso a que quizás algún día le pida algo a cambio. Como dice Don Vito Corleone en El Padrino. “ Algún día, y puede que ese día nunca llegue, quizá te pida que hagas algo por mí, hasta entonces, acepta esto como un regalo”.
2. ¿Y si ese día llega?. El día en que la autoridad sugiere al funcionario que emita un informe de complacencia, que no impulse un expediente, que favorezca el trámite, que reoriente una contratación u oposición en que interviene o que le informe de extremos confidenciales, por ejemplo. La reacción del funcionario, como la princesa del cuento, puede ser de doble signo:
a) Negarse. Quedará marcado…. ante la autoridad decepcionada. O estás conmigo o contra mí. La fuente del maná se secará e incluso el mobbing llegará.
b) Aceptarlo. Quedará igualmente marcado… ante sus compañeros. Un mercenario. Un lobo político disfrazado de piel de cordero funcionario. Su éxito o caída quedará unido a la autoridad, y lo peor, los favores no vendrán solos.
3. Difícil dilema. El cuento de Grimm no nos da la respuesta pues considero que la solución correcta no puede encontrarse en el momento en que el sapo se presenta a cobrar. No. Ya es tarde. La solución debe anticiparse al problema, de manera que cuando cae la pelota de oro al río, la princesa no debe aceptar el trato con el sapo ni vender entonces su alma al diablo.
Brújula moral
En similar tesitura, el funcionario debe, o al menos la teoría y la correcta brújula moral así nos lo enseña, seguir su camino y carrera administrativa, aceptando sin rubor puestos o cargos, permisos o comisiones, e incluso complementos retributivos y comodidades que le proporcionen el devenir de su vida burocrática, pero eso sí, y aquí está el fino detalle que separa al noble del ventajista ( al héroe del canalla):
Primero, no aceptando el fruto de las ilegalidades ni mucho menos ser cómplice de las mismas ( como decía Santa Teresa, sobre la prostitución, “tan culpable es el que peca por la paga como el que paga por pecar);
Segundo, no comprometiendo su lealtad “personal” a esa otra persona investida de autoridad que le ha premiado con actos discrecionales favorables, debiendo huirse de expresivos agradecimientos ( nada como un silencio prudente que no es lo mismo que un silencio complaciente), evitándose servilismos, rastrerías y vasallajes anacrónicos;
y Tercero, ser capaz de mirarse todos los días al espejo y ver el mismo rostro de funcionario con sentido institucional, vocación de servicio y fe en la cosa pública, que le adornaban con orgullo en el momento de tomar posesión de su primer plaza o puesto en la Administración.
Primero, no aceptando el fruto de las ilegalidades ni mucho menos ser cómplice de las mismas ( como decía Santa Teresa, sobre la prostitución, “tan culpable es el que peca por la paga como el que paga por pecar);
Segundo, no comprometiendo su lealtad “personal” a esa otra persona investida de autoridad que le ha premiado con actos discrecionales favorables, debiendo huirse de expresivos agradecimientos ( nada como un silencio prudente que no es lo mismo que un silencio complaciente), evitándose servilismos, rastrerías y vasallajes anacrónicos;
y Tercero, ser capaz de mirarse todos los días al espejo y ver el mismo rostro de funcionario con sentido institucional, vocación de servicio y fe en la cosa pública, que le adornaban con orgullo en el momento de tomar posesión de su primer plaza o puesto en la Administración.
No es fácil sobrevivir en una Administración Pública como funcionario, pues al fin y al cabo, es un ecosistema dinámico, donde la “ley del más fuerte” impera y donde los pactos están a la orden del día (políticos, sindicales, corporativos o personales). Leer+
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