miércoles, 20 de junio de 2018

Jiménez Asensio: Consultoría política y el arte de gobernar

"Sobre qué hacer con el poder cuando se ha conseguido, es algo que no se piensa. Se improvisa"

“El  poder no cambia a las personas, solo revela quiénes verdaderamente son” (Pepe Mújica)

Revista de prensa. Por Rafael Jiménez Asensio. Voz Populi.  Ha emergido una estrella en el firmamento político. No es nueva, pero ha empezado a brillar con luz propia. Se llama Iván Redondo Bacaicoa. Consultor político que, ya en dos ocasiones, ha pasado a engrosar la estructura de sendos gobiernos (primero del PP extremeño y ahora del PSOE nacional). Relativismo en la era de la postpolítica. No es muy normal que los consultores políticos en España se vistan con el traje de cargos públicos de un partido, menos aún de dos tan distantes ideológicamente. 
Iván Redondo, consultor político
La consultoría política bien es cierto opera en el mercado y en ese tipo de actividad las siglas de la firma se compran (mejor dicho se contratan). El triple salto mortal es pasar a la nómina pública. A la postre, eso es el anuncio de un entierro profesional como consultor y su conversión acelerada en político de trinchera, por mucho que alguien pretenda elevarse. Aquí nadie olvida. Y menos en esas alturas.

A pesar de ser una persona relativamente joven, más aún en el parque jurásico de la política española, sus éxitos profesionales son incontestables. Ha leído perfectamente el tablero político y llevado al actual Presidente del Gobierno directamente hacia La Moncloa, pero no solo. Ha hecho muchas más cosas. Tanto como conducir a las mejores posiciones electorales a una persona que defendía un discurso de tintes xenófobos (Albiol), así como aupar al trono a un presidente que viajaba a ver a su “amiga” (prensa dixit) a las islas con cargo al erario público (Monago). Ambos casos, con sus enormes diferencias, presentan ciertas similitudes. Tras el éxito electoral, vinieron sendos fracasos. También ha hecho el caldo gordo (o, al menos, guiños evidentes) a Podemos, pero con poco éxito (salvo la viral entrevista). Y ahora, de nuevo, se ha aplantillado temporalmente en los Presupuestos públicos, transformándose en asesor áulico del Presidente del Gobierno.

Pero permítanme una maldad más. Comunicar excelentemente o ganar elecciones por goleada o, incluso, promover insólitamente el triunfo de una moción de censura, no es gobernar. Lo dijo muy bien Daniel Innerarity, en ese libro tan sugerente que es La política en tiempos de indignación. La política en España vive sumida perennemente en la pulsión electoral. Todo se hace en política a través de esa clave. Sobre qué hacer con el poder cuando se ha conseguido, es algo que no se piensa. Se improvisa. Y a nadie interesa. La dirección del Gobierno está preñada de amateurismo y de decisiones caprichosas, cuando no precipitadas. Y así nos va. La política se ha convertido en golpes de efecto continuos, espectáculo constante e impactos instantáneos a suerte de clic. Y en esa clave contratar consultores de comunicación (o de “asuntos públicos”)  es una necesidad existencial de unos políticos que saben a ciencia cierta que ganar elecciones es lo importante. Gobernar es un verbo que se conjuga con más dificultad, pues para hacerlo se requieren otras herramientas y un marco conceptual diferente. Pero lo importante, al menos para la política miope, es alcanzar el poder, pues allí está la gloria y la monopolización del foco mediático. Además, entra en juego la máquina repartidora de innumerables cargos públicos, como analizó tempranamente Weber y confirmó en fechas más recientes Peter Mair: los partidos se institucionalizan y quien no toca poder sufre o, incluso, desaparece. No son épocas de fidelidades, menos aún políticas. Comprobado está.

No cabe duda que un Director de Gabinete de un Presidente no solo es quien lee bien el tablero político o alimenta de discurso político al Jefe, con el cual está umbilicalmente unido. Es bastante más. Cualquiera que haya estudiado mínimamente el funcionamiento de esas estructuras de asesoramiento al político que gobierna (su "estado mayor"), lo sabe perfectamente. Por de pronto quien ocupe un puesto de tales características debe acreditar una serie de competencias que así, a simple vista, no parece que se den en la persona en cuestión. No porque no las pueda adquirir (algo que inevitablemente lleva tiempo; aunque su rapidez de aprendizaje está fuera de toda duda), sino simplemente por una razón biológica e intelectual: salvo personas que han hecho una carrera profesional de altísima exigencia (una vez más viene a la mente el nombre de Macron), por lo común alguien de tales edades no ha tenido tiempo material de interiorizar ni menos aún de leer o entender todo lo necesario para afrontar unas responsabilidades como las que le han sido asignadas. Pues no es realmente un puesto político, es algo más; ya que es quien debe guiar o conducir mediante propuestas y medidas el discurso de la Presidencia del Ejecutivo del Estado, así como liderar toda la macro estructura de “fontaneros” de La Moncloa y proyectar esas políticas sobre los distintos departamentos, supervisando su ejercicio, aparte de leer razonablemente el complejo tablero internacional y económico. Amén de garantizar un Gobierno asentado en el Parlamento, como decía Schumpeter, en una “pirámide de bolas de billar” (una minoría parlamentaria absoluta). Tareas ímprobas y exigentes, que requieren una elevada concepción en “asuntos de Estado”, conocer las “tripas” del poder y no solo su cara o piel.   

La inserción en el Ejecutivo de Redondo obedece a un objetivo muy evidente: en un mandato corto, vender imagen y comunicar velozmente lo que interesa oír a una mayoría de ciudadanos.

Leer y dirigir
Nadie pondrá en duda que ese flamante Jefe de Gabinete sepa leer partituras políticas, como así se ha acreditado sobradamente, pero eso es algo distinto a dirigir una orquesta. Los conocimientos epidérmicos no sustentan diagnósticos certeros, sino intuiciones que, en edad aún temprana, pueden ser totalmente equivocadas, como muy bien expone mi buen amigo Mikel Gorriti, asimismo donostiarra. La intuición sénior nada tiene que ver con la intuición junior, aunque esta vaya madurando. Es ley de vida. Y comprobada empíricamente.  

Ciertamente, se me objetará a lo anterior, que Iván Redondo ya ejerció como Secretario General de la Presidencia del Gobierno Monago en Extremadura. Sin duda, fue un banco de pruebas para conocer los entresijos administrativos del poder, pero de una Comunidad Autónoma. No lo olvidemos. Puede que ello le graduara en el conocimiento de lo público desde el patio de butacas burocrático, superando su visión de anfiteatro electoral. Convendría hacer un chequeo de su paso por esas responsabilidades, donde dio, por cierto, severos mamporros  (por no ser más expresivo) al primer partido de la oposición, entonces el PSOE extremeño. Y para remover más las ya agitadas aguas, ha propuesto como directivo “monclovita” a un colaborador suyo que llenó en su día de improperios al actual partido en el poder. El retrovisor de las redes sociales sigue mostrando las grandezas y miserias de cada cual.  Los tiempos cambian, amigo. Y en política los amores son pasajeros. Cada vez más por lo que parece. El mundo líquido de Bauman hecho mensaje político.

En fin, veremos qué da de sí. No les oculto que albergo dudas sobre la idoneidad de la decisión tomada. Para dirigir cabalmente cualquier organización (más aún la locomotora del Gobierno y de la Administración Pública), se requiere -como expuso Mintzberg- Arte, Ciencia y Visión. Todos esos atributos solo se adquieren, como subraya el profesor canadiense, con muchos años de experiencia y, asimismo, de lectura o estudio. Para ser Maquiavelo –como dice un buen amigo- se necesitan muchas lecturas y reflexión detrás. Pronto sabremos a qué ha venido. Intuyo que no a transformar las instituciones públicas ni a impulsar la innovación organizativa o tampoco a lanzar mensajes éticos que solo con el ejemplo predican (Javier Gomá). Más bien creo que su inserción en el Ejecutivo y en un puesto tan estratégico es muy evidente: en un mandato corto, vender imagen y comunicar velozmente lo que interesa oír a una mayoría de ciudadanos que sea suficiente como para poder reeditar el gobierno (esta vez largo) tras un proceso electoral que el Presidente convocará cuando el viento sople a favor.

La primera impresión es que la dirección del Gobierno está preñada de continuos golpes de efecto, de amateurismo y de decisiones caprichosas, cuando no precipitadas

Como escribió inteligentemente Bagehot, en un sistema parlamentario de Gobierno, el arma letal por excelencia es el decreto de disolución de las Cámaras. Y ese botón solo lo puede activar Pedro Sánchez.

Reconozco que parto de presupuestos conceptuales muy distintos a los de esa nueva estrella de la política, también sin duda de muchos más años y de un recorrido profesional muy distinto y distante. NI mejor ni peor, simplemente diferente. Resido en la misma ciudad  en la que nació Iván Redondo. Y de allí también es el prestigioso pintor y escultor Andrés Naguel quien, en una entrevista al Diario Vasco tras la capitalidad europea 2016,  expresó una idea que no me canso de repetir allí por donde voy: después de los cohetes o de los fuegos artificiales, tan queridos y mimados en la Semana Grande de Donostia-San Sebastián, viene el humo. Esperemos que eso no sea lo que nos depare la política gubernamental que se está gestando. Por el bien del país y por el bien de todos, también de la propia socialdemocracia. Y no menos de la buena política. La de verdad. No la impostada.

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