"Es de imaginar que el Ministerio de Asuntos Exteriores habrá realizado todas las gestiones para que nadie (ni siquiera Venezuela) reconozca al nuevo Estado"
Por Julio González.- Blog Global Politics and Law. La hoja de ruta
independentista tiene su siguiente etapa en la Declaración Unilateral de
Independencia. Está prevista en el artículo 4.4 de la Ley del referéndum que
dispone que si en el recuento de votos válidamente emitidos, existen más
positivos que negativos, el resultado implica la independencia. Dos días
después de proclamados oficialmente los resultados, el Parlamento efectuará la
declaración formal y abrirá el proceso constituyente.
Aunque de las
declaraciones de Puigdemont no marcan una fecha, no sería de extrañar que lo
hicieran coincidir con el aniversario de la proclamación del Estado
catalán en el marco de la República Federal española, el 6 de octubre de 1934. Hasta aquí la teoría.
Pero, ¿realmente en el
momento en que se apruebe la Declaración Unilateral de Independencia se podrá
hablar de la República de Cataluña como un Estado independiente?
Reconocimiento interno y externo
La independencia, esto es,
la constitución de un Estado soberano que actúa como un sujeto de Derecho
internacional, que tiene capacidad para ser miembro de las Organizaciones
Internacionales y que puede suscribir tratados internacionales, es un proceso
bastante más complejo que la aprobación de una norma, tenga el rango que tenga,
en un Parlamento. La clave es el reconocimiento, interior y exterior, como
Estado independiente.
Reconocimiento interior.
Sólo se es independiente si se ha producido un control del territorio que
quiere alcanzar dicho estatus. Un control que obliga, de entrada, a que el
antiguo Estado que los gestionaba realice un acto de cesión del mismo,
manifestado en su voluntad de que sus instituciones dejen de ejercer sus
competencias. ¿Cree alguien que Mariano Rajoy va a ceder voluntariamente el territorio
catalán a la nueva República? Dentro de las posibilidades
para la evolución de Cataluña tras el 1 de octubre, la más previsible si se
produce la Declaración Unilateral de Independencia es “poner en marcha los
trámites de uso del art. 155 CE. Esta intervención podría acabar significando,
entre otros, el cese de todos los altos cargos de la Generalitat y la
redefinición de algunas políticas propias de la Generalitat”.
Lo que resulta exigible, y
más después de lo ocurrido el pasado 1 de octubre, es que la respuesta sea
política y no de uso de la fuerza. Con el Gobierno de España actual todo puede
pasar, hasta que se declare el Estado de sitio en Cataluña, lo que sería otra
manifestación del fracaso
de Rajoy.
Reconocimiento exterior.
Pero me atrevería a decir que incluso es más relevante el reconocimiento internacional
del nuevo Estado. Un reconocimiento que supone que tus iguales te reconocen
como “uno de los suyos”. Hoy, en el mundo globalizado, sin reconocimiento
internacional –y fuera de la Unión Europea- se está en una circunstancia peor
que Corea del Norte.
Globalización
e independencia constituyen una curiosa relación. Si la globalización
limita el poder del Estado, la globalización exige el reconocimiento para poder
ser un actor; para que pueda haber circulación de personas –salvo que vayan con
el pasaporte español, ya que los catalanes seguirán siendo españoles- bienes y
capitales.
Es de imaginar que el
Ministerio de Asuntos Exteriores habrá realizado todas las gestiones para que
nadie (ni siquiera Venezuela) reconozca al nuevo Estado. Esto sería lo que
permitiría abrir legaciones diplomáticas (que requieren el acto de aceptación
de embajadores), su eventual entrada en la ONU o presentar la solicitud de entrada
en la Unión Europea. Si hay un reconocimiento el ridículo del Estado es
mayúsculo y, por ello, se aventura como improbable.
Las condiciones en las que
se ha celebrado el referéndum del pasado 1 de octubre no reunían los requisitos
que se exigen de forma convencional en la comunidad internacional. La
convocatoria parlamentaria, con la modificación express del orden del día y la
falta de tiempo para su debate, es un elemento determinante. Pese a su
importancia, la participación fue baja. Hubo alteración de los censos. Hubo
circunstancias que impidieron el voto. No estaban previstas las condiciones
básicas para la separación (mayoría cualificada de participantes y de votos).
No estaba prevista la posibilidad de que algún municipio decidiera mantenerse
en España y, por último, no se ha dado el plazo razonable de discusión que
suele aparecer en la Ley de claridad. Desde este punto de vista, la aceleración
del proceso en los días 6 y 7 de septiembre ha sido un elemento que juega en
contra de su aceptación internacional.
Pero no podemos olvidar
otros elementos que conducen a que no exista el reconocimiento. El miedo que
existe en la Unión Europea a que se extienda el proceso catalán y culmine con
éxito estriba en los territorios que en Italia, Bélgica, Francia se encuentran
en una situación parecida. Incluso los EE.UU. tienen un problema similar con
California y Texas.
Si no se producen los dos
reconocimientos anteriores, la Declaración Unilateral de Independencia
constituirá un acto relevante pero un fracaso en la práctica.
Relevante porque supone que una institución del Estado decide manifestar su
voluntad formal de separación de España y eso requiere una delicada gestión
política, no la mera aplicación de una norma, como acostumbra el Gobierno.
Pero sería un acto
fallido en la medida en que la Administración del Estado en Cataluña
seguiría actuando, el territorio seguiría bajo el dominio del Reino de España
y, desde este punto de vista “no pasaría nada” (esperemos).
Internacionalmente,
la falta de reconocimiento supone que Cataluña seguiría siendo considerada como
una parte del Reino de España.
Precisamente por ello, el
caudal de apoyo internacional que han podido ganar los independentistas como
consecuencia de la actuación policial en Cataluña debieran gastarlo con
precaución y la proclamación express de la independencia puede resultar
contraproducente. No vaya a ser que la aventura termine en menos de 24 horas,
como ocurrió en 1934. Eso sí, como argumento negociador ante el Gobierno de
España ese caudal tiene un peso indudable. Y un interlocutor, Mariano Rajoy,
que puede hacer que se incremente por los continuos errores que está cometiendo
en la cuestión catalana.
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