"Como la agenda política va a ser muy densa y compleja durante los próximos años es esencial que la dirección política deje de enredarse e inmiscuirse en al ámbito de la gestión pública"
Por Carles Ramió. esPúblico blog.- ¿Qué cambios hay que introducir en la cultura política para poder implantar el paradigma de la gobernanza robusta? Vamos a intentar responder de manera general esta pregunta que representa uno de los grandes retos de nuestro sistema institucional:
-Respeto político a la continuidad institucional: los partidos políticos, que han logrando la confianza de los electores para ocupar los gobiernos que dirigen las administraciones públicas, deberían respetar la institucionalidad. Poseen legitimidad política para imponer sus propuestas en políticas y servicios públicos y, también, para implantar sus proyectos de renovación de los apartados administrativos. Todo ello debe hacerse con respeto a las iniciativas impulsadas durante los anteriores mandatos. La idea es «construir sobre» las anteriores iniciativas y nunca «destruir para luego construir»
-Más política y menos gestión: el punto anterior no intenta minimizar la acción política en la Administración pública sino, justo lo contrario, potenciarla al máximo. La dirección política representa el ingrediente esencial de poder, capacidad de influencia y renovación de las políticas y servicios de las administraciones. El entorno turbulento exige más capacidad política: mayor visión y estrategia política, incrementar las actividades de negociación entre las distintas fuerzas y sensibilidades políticas y sociales para llegar a pactos y consensos políticos y sociales, etc. Las nuevas crisis que se esperan vinculadas al cambio climático, las dificultades medioambientales, las inevitables externalidades negativas laborales y sociales relacionadas con la revolución 4.0, etc. tienen aparentemente un carácter técnico o especializado, pero por su impacto social son esencialmente crisis políticas que hay que solventarlas desde la política. Como la agenda política va a ser muy densa y compleja durante los próximos años es esencial que la dirección política deje de enredarse e inmiscuirse en al ámbito de la gestión pública. El nuevo entorno turbulento también va exigir mayores capacidades y solvencia de carácter técnico a nivel de gestión y para ello es importante y urgente fortalecer la meritocracia en el espacio directivo y su estabilidad institucional y liberarlo de la actual contaminación política que implica, directa e indirectamente, desprofesionalización y discontinuidad institucional. En definitiva, hace falta reforzar la política en su sentido más básico y liberarla de las tareas de gestión para, en paralelo, fortalecer técnicamente la gestión.
-Una cultura política con mayor valentía institucional pero solvente: durante los últimos años están dominando dos tipos extremos de cultura política en las administraciones públicas: por una parte, una cultura política, ejercida por distintos líderes, que asume la nueva complejidad con una actitud muy conservadora que coquetea con la inacción: líderes políticos gregarios y lacios que asumen los nuevos retos de manera casi burocrática y maquinal. La expresión «los problemas se resuelven solos» sería la máxima expresión de esta cultura política que considera que la gran complejidad de los nuevos retos aconseja no actuar o actuar de manera muy moderada con la esperanza que las sucesivas e imprevistas crisis se anulen y equilibren entre ellas. Se trata de una cultura política que parece que aparentemente sea un disparate, pero que posee una cierta base lógica y, en ocasiones, incluso puede resultar acertada. La calma y la pasividad como valor esencial para poder absorber las turbulencias y, con ello, aportar moderadamente alguna racionalidad en el sistema. Pero es evidente que a medio y largo plazo esta dinámica política es totalmente incapaz de superar los retos más importantes. Por otra parte, existe la cultura política contraria que consiste en entrar sin complejos en la dinámica de dar respuesta inmediata a todos los nuevos desafíos que se presentan y, si se considera necesario, definir respuestas políticas inéditas, creativas y disruptivas. Se trata de una cultura política contingente, transformadora y en sintonía con el entorno turbulento. Pero esta dinámica política no puede evitar caer en externalidades negativas graves: las respuestas suelen ser poco reflexivas y, por tanto, muchas veces equivocadas o muy poco refinadas, las nuevas actuaciones pueden anular la capacidad de influencia de las anteriores (interferencias negativas entre políticas y servicios públicos), puede, también, generar desconcierto social y una total confusión administrativa que es incapaz de dar una respuesta sólida a las nuevas soluciones políticas. En este sentido hay una evidente falta de sintonía entre el impacto esperado de las decisiones políticas con el impacto efectivo de las mismas por la falta de fluidez administrativa (un ejemplo durante la crisis y post crisis de la Covid-19 serían las sucesivas ayudas públicas que no llegan en la práctica a sus potenciales destinatarios). Es cierto que ambas culturas políticas son aparentemente extremas, pero no son ajenas a la realidad ya que en la política nacional del país hemos convivido con las mismas de manera sucesiva durante los últimos años. Por tanto, la nueva cultura política debería ocupar un espacio intermedio entre las dos, aunque más próxima a la segunda que a la primera. La pasividad y el conservadurismo político extremo no es una opción posible a partir de ahora (tampoco lo era en momentos de mayor estabilidad, crecimiento y dinámicas incrementales, pero entonces no generaba una excesiva alarma) ya que su capacidad de resiliencia es cero. Por tanto, la política que debe dominar a partir de ahora es la dinámica, creativa y con mayor diálogo político y diálogo con los actores socioeconómicos. Incrementar las capacidades deliberativas a una cultura política dinámica y contingente puede otorgarle una mayor capacidad reflexiva y una mayor solvencia técnica. Una nueva política valiente pero también una nueva política más cautelosa, más basada en el conocimiento (en datos y evidencias empíricas potenciando los sistemas de gestión de la información y de la evaluación de políticas y servicios) y en la transacción y búsqueda de consensos políticos y sociales. Por otra parte, la nueva cultura política debe abrazar una mayor implicación y valentía en diagnosticar la realidad administrativa y de gestión e impulsar estrategias de transformación y renovación de los mecanismos organizativos de las administraciones públicas. Se trata de una decisiones y acciones con nulo atractivo político, con una gran dificultad técnica, que exigen un desgastante y una implicación política para superar los agentes capturadores del sistema público pero que es totalmente imprescindible para poder conciliar nuevas políticas y servicios públicos con un nuevo modelo organizativo y de gestión. En esta dimensión es necesaria una mayor valentía política acompañada de una inédita generosidad política hacia y para las instituciones públicas. Una política dinámica y contingente requiere un modelo organizativo también flexible y en constante transformación.
-La cultura de los gobiernos de coalición puede aportar elevado valor institucional: en nuestro país ha dominado una cultura política y social poco entusiasta con los gobiernos de coalición que suelen ser considerados como escenarios disfuncionales que generan rumbos políticos erráticos y preñados de conflictos. La cultura política dominante posee un aroma presidencialista en el marco de un modelo parlamentario. Se trata de una gran paradoja. En los sistemas parlamentarios los gobiernos de coalición representan la salida normal y ordinaria y las mayorías absolutas o muy claras la excepcionalidad. Hay, por tanto, que revindicar las bondades de los gobiernos de coalición que tienen la capacidad de aglutinar un amplio espectro de voces y sensibilidades políticas, aportan mayor capacidad de reflexión derivada de la búsqueda de consensos, sus acciones poseen mayor legitimidad política y social, etc. Los gobiernos de coalición estimulan una cultura política intermedia con ingredientes de cambio y estabilidad que puede contribuir a implantar con mayor solvencia el modelo de gobernanza robusta. Las administraciones locales del país han representado un gran laboratorio de aprendizaje en dinámicas de gobiernos de coalición y todo parece indicar que, en buena parte de los casos, mejora de la calidad de políticas y servicios y las posibilidades de renovación institucional. Este acervo político de capacidad de gobernar en coalición debería escalar hacia los gobiernos autonómicos y, en especial, hacia el gobierno de la nación.