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jueves, 14 de septiembre de 2023

Rafael Jiménez Asensio: Aforismos Políticos (II)

Por Rafel Jiménez Asensio. La Mirada Institucional blog.-  Tras la primera entrega de estos aforismos viene una segunda parte. Su objeto es el mismo, tal como se expuso en la primer entrada (a la que cabe remitirse: https://rafaeljimenezasensio.com/2023/09/10/aforismos-politicos-para-una-espana-en-busca-de-gobierno/). 

En este segunda, que tendrá continuidad con una tercera y última, se sigue haciendo hincapié en los mismos temas, esto es, en cuestiones que, directa o indirectamente, tienen relación con la política española del momento, en esta búsqueda aún incierta de un Gobierno para un escenario más que probable de ingobernabilidad, sea cual fuere el gobierno que se alumbre; o la conducción derecha a un nuevo proceso electoral como síntoma inequívoco que sería de la impotencia de la política actual para acordar en un país fracturado. Los aforismos aquí recogidos proceden ya de pensadores más recientes, algunos contemporáneos, pero especialmente -salvo algunas excepciones- de los siglos XVIII y XIX. Con lo cual, sus a veces sagaces comentarios o reflexiones se adaptarán con más frecuencia, que las de los pensadores clásicos, a nuestra particular realidad política.

-(CEGUERA POLÍTICA): “El proverbio de Salomón; ‘el suplicio de los espíritus ciegos está en su ceguedad misma’” (Baruch Spinoza)

-(DESEO DE PODER):Los hombres se guían más por el ciego deseo que por la razón (…) Aquellos deseos que no surgen de la razón, no son acciones, sino más bien pasiones humanas” (Spinoza)

-(RAZÓN POLÍTICA): “También es una ley de la razón que, de dos males, se elija el menor” (Spinoza)

-(SOBERBIA/PODER):Lo característico de quienes mandan es la soberbia” (Spinoza)

-(LEY/TIRANÍA): “La tiranía es un poder que viola lo que es de derecho (…) Allí donde termina la Ley, empieza la tiranía” (John Locke)

(DIVISIÓN POLÍTICA/SOCIEDAD PARTIDA): «En tiempos de disturbios civiles, los líderes de las partes contendientes, aunque sean admirados por la mitad de sus conciudadanos, son comúnmente execrados por la otra mitad» (Adam Smith)

-(ESTADISTA/PRUDENCIA/CUALIDADES): «Hablamos de la prudencia del gran estadista (…) Esta prudencia superior, cuando llega al máximo nivel de corrección en cada circunstancia y contexto posibles (…) Es la mejor cabeza unida al mejor corazón. Es la sabiduría más perfecta combinada con la virtud más cabal» (Adam Smith)

-(CONSTITUCIÓN/MAL GOBIERNO): “Una constitución sólo es buena en cuanto proporciona una remedio contra la mala administración”  (David Hume)

-(DESLEGITIMACIÓN CONSTITUCIONAL):No hagan mala una buena constitución con la violencia de sus banderías” (David Hume)

-(DELIBERACIÓN PÚBLICA/DEBATE PARLAMENTARIO): “No hay método más efectivo para promover un fin tan loable que el de evitar cualquier insulto y humillación de un partido por el otro, alentar opiniones moderadas, hallar el justo medio en todas las disputas, persuadir a cada uno de que su antagonista puede tener a veces la razón y mantener el equilibrio de las alabanzas y censuras que dedicamos a cada bando” (David Hume)

-(REFORMAS/RUPTURAS): “En materia de formas de gobierno no cabe, como en otros mecanismos artificiales, desechar una vieja máquina si podemos dar con otra más precisa y cómoda, o hacer sin riesgo pruebas de éxito dudoso” (David Hume)

-(DISCRECIÓN): “La discreción es la cualidad más necesaria para llevar a cabo cualquier empresa útil” (David Hume)

(VANIDAD): “Síntoma seguro de la falta de verdadera dignidad y elevación de espíritu, que constituye un adorno tan grande en cualquier persona ¿A qué viene ese impaciente deseo de aplauso? (David Hume)

-(EXPECTATIVAS): “Deseaba agradar a todos, y como tenía poco que dar, daba expectativas” (Benjamin Franklin)

-(PLAN DE GOBIERNO):Un hombre de habilidades tolerables puede producir grandes cambios y lograr cosas en la humanidad si forma un buen plan y convierte su ejecución en su único estudio y ocupación” (Benjamin Franklin)

-(NECESIDAD/HONESTIDAD):(Es) más difícil que un hombre necesitado actúe siempre honestamente, ya que (por usar aquí uno de esos proverbios) es difícil que un saco vacío se mantenga recto” (Benjamin Franklin)

-(FRENOS DEL PODER): “Es una experiencia eterna, que todo hombre que tiene poder siente la inclinación de abusar de él, yendo hasta donde encuentra límites (…) Para que no se pueda abusar del poder es preciso que, por la disposición de las cosas, el poder frene al poder”  (Montesquieu)

-(CAMBIOS DEL ESTADO): “Un Estado puede cambiar de dos maneras: o porque la constitución se corrige, o porque se corrompe” (Montesquieu)

-(SOFISMA):El sofisma es un argumento falso revestido de una forma más o menos capciosa, Sofisma designa también una opinión falsa, pero de la que se hace un medio para un fin (…) El sofisma alega en pro o en contra de una ley una cosa completamente distinta  a la consideración de sus efectos” (Jeremy Bentham)

-(PASIÓN POLÍTICA): “La pasión oscurece hasta la evidencia misma” (Jeremy Bentham)

-(INSTITUCIONES SÓLIDAS/INSTITUCIONES BUENAS):Si se trata de examinar una institución, todos los buenos efectos resultantes de ella constituyen lo que se llama su uso; todos los malos efectos que de ella derivan no por accidente, sino por la voluntad de los hombres, constituyen lo que se llama su abuso. No debe juzgarse de la bondad de una institución sino por una comparación exacta y completa entre el uso y el abuso (…) Al hacer el examen en cuestión, (a través del sofisma) hay que tomar en cuenta tan solo los buenos efectos y omitir los malos. Lo que se reduce a decir que es bueno engañarse a sí mismos y engañar a los demás. Este sofisma es nocivo en todos sus efectos. Si la parcialidad es reconocida, no solo destruye la confianza, sino que nada hace ” (Jeremy Bentham)

-(OPOSICIÓN): “Los más celosos defensores de la administración no tienen escrúpulo alguno en presentar a la oposición como resorte tan necesario a la acción del gobierno, como el regulador lo es a un reloj” (Jeremy Bentham)

-(VICTORIA PÍRRICA): “Podrá decir como Pirro, “otra victoria como esta y estamos perdidos” (Jeremy Bentham)

-(IGNORANCIA):Cuanto más ignorante se es, más se llena la cabeza de los prejuicios dominantes” (Jeremy Bentham)

-(PARTIDO/REPUTACIÓN): “Un partido tiene siempre una reputación que cuidar” (Jeremy Bentham)

-(FALSEDAD/MENTIRA):Cuanto más se acostumbra uno a emplear un falso argumento más sujeto está a pasar del estado de mala fe al de imbecilidad (…) Es un fenómeno bien conocido el de que el mentiroso de imaginación un poco viva, a fuerza de repetir una historia inventada a placer y de particularizarla, llega a engañarse a sí mismo y a creerla verdadera” (Jeremy Bentham)

-(CARGOS PÚBLICOS): “Podemos parecer grandes en un cargo por debajo de nuestro mérito, pero con frecuencia parecemos pequeños en un cargo más grande que nosotros” (La Rochefoucauld)

-(CUALIDADES POLÍTICAS): “No debe juzgar el  mérito de un hombre por sus grandes cualidades, sino por el uso que de ellas sabe hacer” (La Rochefoucauld)

-(ESCUCHA ACTIVA): “Es preciso escuchar a los que hablan si se quiere ser escuchado” (La Rochefoucauld)

-(ESTADO/PRÍNCIPE): “No es el Estado el que pertenece al príncipe, es el príncipe quien pertenece al Estado” (Diderot)

-(ODIO/RECONCILIACIÓN): “Cuando el odio ha estallado, cualquier reconciliación es falsa” (Diderot)

-(ESTADO/RUINA/DESCONTENTO): “Un Estado se tambalea cuando se da pábulo  los descontentos. Va a su ruina cuando se les eleva a los más altos cargos” (Diderot)

-(CORRUPCIÓN/ADMINISTRACIÓN): “La administración más corrupta encuentra siempre adeptos y apologistas” (Barón d’Holbach)

-(DESÓRDENES/REVOLUCIONES): “Cegados por ambiciosos, fanáticos o charlatanes políticos (…) los pueblos se causan a menudo llagas profundas que acaban por acarrear la ruina del cuerpo político o debilitarlo sin provecho” (Barón d’Holbach)

-(INSTITUCIONES): “La perfección no es patrimonio de las instituciones humanas” (Barón d’Holbach)

-(REFORMA DEL ESTADO):Hacen falta razón, sangre fría, luces y tiempo para reformar un Estado; la pasión, siempre imprudente, destruye sin mejorar nada” (Barón d’Holbach)

-(DESPOTISMO): “El despotismo no es menos peligroso cuando puede enmascararse bajo apariencia del bien público. Crea entonces incautos y tiene sus apologistas” (Barón d’Holbach)

-(INSTITUCIONES/ABUSOS): “Los abusos de las instituciones políticas acompañan tan cerca su fundación que casi no vale la pena establecerlas si las hemos de ver degenerar tan aprisa” (Rousseau)

-(LEYES/PASIONES): “Resultaría fácil, queriendo, hacer las mejores leyes; es imposible en cambio conseguir que las pasiones de los hombres no abusen de ellas” (Rousseau)

-(MORAL PÚBLICA): «En física como en moral, la acción sucede a la potencia» (Mirabeau)

-(REGENERADOR DEL ESTADO): “El médico del Estado que, no contento con curar las enfermedades, quiere todavía regenerar la Constitución por completo, tendría que dar muestras de una capacidad poco común” (Edmund Burke)

-(CIENCIA DE GOBERNAR/ EXPERIENCIA VERSUS AVENTURISMO): “Siendo la ciencia de gobernar por sí misma de una naturaleza tan práctica, y teniendo que resolver problemas de índole práctica; siendo una materia que requiere experiencia superior a la que puede obtener cualquier persona en el transcurso de su vida (…) es indudable que sólo con infinitas precauciones se podría uno aventurar a destrozar un edificio que (…) ha cumplido de manera conveniente los fines generales de una sociedad; o a volver a edificar este edificio sin tener ante los ojos modelos y ejemplos de probada utilidad” (Edmund Burke)

-(REFORMAS): “Hay pesos demasiado fuertes para la mano de un hombre” (Benjamin Constant)

-(DEBILITAMIENTO MORAL): “Hay épocas en las que se teme todo lo que parezca enérgico, pero son épocas de debilitamiento moral” (Benjamin Constant)

-(CONSTITUCIÓN/PARTIDOS): Es un gran error situar a la Constitución en medio de los partidos, de manera que uno de ellos sólo pueda alcanzar el lugar del otro pasando a través de ella” (Benjamin Constant)

-(CONSTITUCIÓN): “Con demasiada frecuencia hemos derribado el edificio con el pretexto de reconstruirle” (Benjamin Constant)

-(NEGOCIACIÓN FORZADA): “Si doblas las caña demasiado, la rompes; quien quiere demasiado, no quiere nada” (Immanuel Kant)

-(EJERCICIO DEL PODER): “La posesión del poder daña inevitablemente el libre juicio de la razón” (Immanuel Kant)

-(ACUERDOS OPACOS): “Son injustas todas las acciones referidas al derecho de otros hombres, cuyos principios no soporten ser publicados” (Immanuel Kant)

-(NACIÓN): «¿Existe nación que un pueblo no pueda pervertir? (Madame Stäel)

-(PELIGROS): «Solemos omitir los peligros que nos acechan cuando no percibimos a nuestro alrededor ninguno de sus síntomas» (Madame Stäel)

-(ASTUCIA POLÍTICA): «Recurrir a la astucia, según una vieja manera de gobernar los estados, únicamente genera desconfianza en los gobiernos representativos» (Madame Stäel)

-(PODER EJECUTIVO): «El poder ejecutivo ‘se hacía el muerto’ porque esperaba (equivocadamente) que el bien acabaría naciendo del exceso de males» (Madame Stäel)

-(TRASTORNOS CIVILES): «La generación que ha vivido grandes trastornos civiles no es casi nunca capaz de instaurar la libertad: se ha ensuciado demasiado para llevar a cabo una obra tan pura» (Madame Stäel)

-(BUEN GOBIERNO/DIVISIÓN DE PODERES): «El buen gobierno no se efectúa por la consolidación o concentración, sino por su distribución» (Thomas Jefferson)

-(SOCIEDADES ROTAS): «Cuanto más pequeñas las sociedades, mayores y más tumultuosos sus cismas» (Thomas Jefferson)

-(SEDICIÓN): «La esperanza de impunidad es el gran aguijón de la sedición; el temor del castigo, su más poderoso freno» (Hamilton)

-(CONSTITUCIÓN FEDERAL): «Hay ciertas partes de las Constituciones de los Estados, que se hallan tan ligadas con la Constitución federal, que es imposible darle un golpe violento a una sin comunicar la herida a la otra» (Madison)

-(CONFEDERACIÓN): «Hemos visto en todos los ejemplos de confederaciones antiguas y modernas, que la tendencia más potente que continuamente se manifiesta en los miembros, es la de privar al gobierno de sus facultades» (Madison)

-(FEDERACIÓN/CONFEDERACIÓN): «Si el pueblo se inclinara más hacia el gobierno federal que a los estatales en el futuro, este cambio solo puede ser consecuencia de que dé muestras tan evidentes e incontrovertibles de una mejor administración» (Madison)

-(MAL GOBIERNO): «Un Ejecutivo débil significa una ejecución débil del gobierno. Una ejecución débil no es sino otra manera de designar una ejecución mala; y un gobierno que ejecuta mal, sea lo que fuere en teoría, en la práctica tiene que resultar un mal gobierno» (Hamilton)

-(JUECES/PODER JUDICIAL): «Todo lo que se haga para mantener a los jueces apartados de cualquier otra ocupación qu eno sea la de aplicar las leyes será poco. Es particularmente peligroso colocarlos en situación de que el Ejecutivo los someta a su influencia» (Hamilton)

-(PRINCIPIOS CONTRARIOS): «Una de las debilidades más comunes de la inteligencia humana es la de querer conciliar principios contrarios y conseguir la paz a expensas de la lógica» (Tocqueville)

-(SUBVENCIONES/CONCESIONES): «De todos los pueblos los pueblos del mundo, el más difícil de contener y dirigir es un pueblo de solicitantes» (Tocqueville)

-(CONFEDERACIÓN): «El principio sobre el que reposan todas las confederaciones es el fraccionamiento de la soberanía» (Tocqueville)

-(RECONCILIACIÓN): «Las reconciliaciones, en general, sólo son posibles cuando no son necesarias, es decir, cuando han desaparecido los resentimientos personales o cuando las opiniones discrepantes se han aproximado y la gente entiende que ya no hay nada por lo que discutir» (Alexandr Ivánovich Herzen)

-(OPINIÓN PÚBLICA): “Eso que llaman opinión pública es una cosa llena de rarezas y caprichos. Sabré hacerla mejor de lo que es” (Napoleón Bonaparte)

-(VERDAD/CRISIS). “En las grandes crisis la verdad recupera todos sus derechos y todo su imperio” (Fouché)

-(PASIONES POPULARES):No se remueven los pueblos sin remover a la vez las pasiones” (Fouché)

-(INSTITUCIONES/POLITIZACIÓN): “La benevolencia para los amigos políticos y la predisposición de ánimo contra los enemigos son un obstáculo para el funcionamiento imparcial de las instituciones” (Bismark)

-(POLÍTICA/RELIGIÓN): “En política y en religión nadie puede demostrar de una manera concluyente para la opinión contraria la justicia de su propia convicción, de su propia creencia” (Bismark)

-(INSTITUCIONES POLÍTICAS): “Las instituciones políticas son obra de los hombres, que deben su origen y toda su existencia a la voluntad humana. Los hombres no las han encontrado formadas de improviso al despertarse una mañana. En cada período de existencia la acción voluntaria del hombre las hace lo que son. Así, pues, como todas las cosas debidas al hombre pueden estar bien o mal hechas” (John Stuart Mill)

-(NOMBRAMIENTOS/CARGOS PÚBLICOS): “No hay acto que más imperiosamente exija ser cumplido bajo el peso de una gran responsabilidad personal que la provisión de los destinos públicos” (John Stuart Mill)

-(INSTITUCIONES POLÍTICAS/FAVORES): “Las instituciones políticas no son nunca tan perjudiciales, moralmente hablando –no son nunca tan dañosas para su propio espíritu- como cuando presentan las funciones políticas como un favor a conceder” (John Stuart Mill)

lunes, 17 de octubre de 2022

Crisis institucional y separación de poderes en un Estado "clientelar" de partidos

“El poder del político para designar al personal de los organismos públicos, si se emplea de una manera implacable, bastará a menudo por sí mismo para corromper dicha función supervisora” Schumpeter, Capitalismo, Socialismo y democracia, vol. II, Página Indómita, 2015)

Por Rafael Jiménez Asensio. La Mirada Institucional blog 

Degradación institucional y papel de los partidos

El deterioro institucional de las instituciones en España viene de lejos, aunque se haya agudizado recientemente por la confluencia, principalmente, de dos elementos: en primer lugar, la polarización política extrema que, rotos los escasos puentes existentes, ha conducido a insensatas políticas de bloqueo o de manifiesta incapacidad negociadora, pero también a una concepción cada vez más acentuada de que las instituciones son “un cortijo” propiedad del Gobierno de turno y del partido mayoritario de la oposición; y, en segundo lugar, paradójicamente, el cada vez más bajo sentido institucional de representantes, gobernantes y cargos institucionales, que extraídos, por lo común, de menguantes nóminas de militantes y de fieles, dependientes o “independientes”, de los partidos en liza, ha contribuido a que esas instituciones se desangren y pierdan altas dosis de credibilidad ciudadana.

Cuanto menos militancia y predicamento en la sociedad civil tienen los partidos, más cerrados y oligárquicos se están volviendo. Alejados cada vez más de la sociedad (Piero Ignazi, Partido y democracia, 2021), su continuidad existencial depende en última instancia de seguir viviendo enchufados a los presupuestos públicos y de disponer de un abanico de poltronas (representativas, institucionales o de cargos directivos en la administración y en su sector público) para repartir presupuesto entre los suyos y sus allegados. Ese parece ser el pegamento ideológico que da cohesión hoy en día a unos partidos que, como reconoció Peter Mair (Gobernando el vacío, 2015), viven adosados al Estado, y hacen del populismo y la demagogia sus señas actuales de identidad. Que nadie se sorprenda, por tanto, si la ciudadanía les vuelve la espalda y la antipolítica crece.

El intento de control de las instituciones por los partidos es una tendencia general, pero en España adquiere tintes descarados. Tampoco es de ahora, aunque ahora se advierta más, o muestre su rostro más feo. En este país, los problemas anudados a tal patología institucional se multiplican también por dos tipos de circunstancias: por un lado, en términos cuantitativos la ocupación partidista de las instituciones y administraciones públicas adquiere unas dimensiones estratosféricas, que son desconocidas en las democracias avanzadas de nuestro entorno; y, por otro, debido a nuestro pesado legado histórico y al secular desprecio por el papel las instituciones, la cultura institucional está en caída libre. El sentido institucional brilla por su ausencia. Apenas cotiza.

El principio de separación de poderes entre legitimidad democrática, corporativismo e imparcialidad

La carencia de cultura institucional implica que prácticamente por ningún líder ni fuerza política se advierta que el constitucionalismo es, en esencia, un límite al ejercicio del poder, y de que una pieza esencial del funcionamiento institucional de un sistema de separación de poderes radica en diseñar y aplicar de forma adecuada mecanismos efectivos de pesos y contrapesos como frenos del poder, pues tales límites o restricciones son –según reconoce Fukuyama- “una especie de póliza de seguros” del Estado Constitucional (El liberalismo y sus desencantados, 2022), que le diferencia de las autocracias, donde los límites institucionales al poder apenas existen.

Bien es cierto que la separación de poderes convive necesariamente con la legitimidad democrática. Sin embargo, fue antes el huevo que la gallina. Suman, no restan. La arquitectura institucional de pesos y contrapesos nació ante que el Estado democrático, como un diseño institucional encaminado a limitar el poder despótico. El fundamento exclusivo en la legitimidad democrática de los nombramiento de cargos o de personal directivo, sin enmarcarlo adecuadamente en la estructura institucional en la que opera, conduce inevitablemente a la politización de las instituciones y de su propio funcionamiento, supone la quiebra la continuidad institucional (siempre vicaria de la contingencia del poder político de turno) y traspasa el campo de batalla de la lucha política descarnada, tal como estamos viendo a menudo, a las instituciones de control, reguladoras o a la alta Administración. Todo se resume en el nocivo dilema de “si es uno de los nuestros”.

En un contexto de alta polarización, la incidencia de la política sobre las instituciones puede ser letal. Efectivamente, los poderes y su pretendida división y control se difuminan en el juego de mayorías/minorías o en el enfrentamiento de bloques, reduciendo la vida institucional a una prolongación de la dicotomía schmittiana entre “amigo/enemigo” político. O, dicho de otro modo, quien gana las elecciones se lleva todo (especialmente en aquellas instituciones que se renuevan al ritmo o en los plazos de cada mandato político), pero la legitimidad del sistema sangra sin parar. Así, sin contrapesos efectivos, la fuerza del poder (sea este de derechas o izquierdas), se transforma fácilmente, como describió magistralmente Montesquieu (siempre tan citado y pocas veces leído o comprendido), así como por el oráculo de Ciencia Política que fue El Federalista, en abuso flagrante, despotismo benigno (Tocqueville) o, inclusive, en pura tiranía. Donde no hay frenos institucionales, el poder tiende al abuso. Está en la naturaleza de las cosas.

Pero conviene advertir de inmediato que tampoco la separación de poderes se salvaguarda, ni muchísimo menos ahogándola en el corporativismo. El péndulo español de nuestra historia político-constitucional nos ha dado un largo período de liberalismo aparente o formal, junto a varias décadas de predominio corporativo. Somos hijos de ese perverso enfoque bipolar: politización/corporativismo. El saldo, es un fracaso rotundo del país en términos de estabilidad constitucional y gubernamental o administrativa. Por tanto, la despolitización de las instituciones no se garantiza con un mayor peso del corporativismo hasta el punto de hacerlo dominante (sea en el gobierno del Poder Judicial, sea en la alta Administración Pública o sea en cualesquiera otras instituciones permeables a tal patología), sino que se asienta en un justo equilibrio entre legitimidad democrática y articulación efectiva de un sistema de contrapesos,  que comporte no solo dotar de garantía orgánica de independencia o autonomía funcional a las estructuras institucionales, sino también proveerlas de perfiles personales en su composición que salvaguarden y hagan efectivos los principios de profesionalidad, imparcialidad e integridad en el desarrollo de sus atribuciones y en el funcionamiento de las instituciones como órganos de control, reguladores, de gobierno o de dirección pública. Todo ello adaptado al tipo y sentido de cada institución.

En efecto, no es lo mismo proveer de nombramientos para el Tribunal Constitucional, el CGPJ, la CNMC u otras autoridades independientes o para la alta Administración Pública; pues el rol institucional de cada órgano en el esquema de división de poderes y de control del poder es muy distinto, por lo que el peso de la discrecionalidad política (asentada en el principio de legitimidad democrática) juega en el marco de los contrapesos de la limitación del poder y, por tanto, debería ser decreciente conforme el papel de las instituciones fuera, por ejemplo, predominantemente de control y regulador, donde esas garantías deberían ser máximas; o consistiera en funciones de Gobierno de un poder del Estado (como es el Consejo General del Poder Judicial), donde esas garantías deberían ser también muy reforzadas con la finalidad de evitar la politización de la justicia, su dependencia del poder político y, por consiguiente, la puesta en duda de su  actuación imparcial, atributo sobre el que se asienta la confianza ciudadana en ese poder del Estado; o, en fin,  en la provisión de cargos directivos en la alta Administración, donde tales garantías deben estar presentes también, pudiendo estar combinadas (si bien no necesariamente) con un razonable margen de discrecionalidad, que solo debería desplegarse una vez acreditados tales perfiles profesionales (competencias) ante una autoridad independiente de nombramientos (como es el caso de la CRESAP, en Portugal) por quienes aspiran a esos niveles de responsabilidad. En España estamos a años luz de tales experiencias y algunos intentos (salvo en el mundo de la cultura) se han saldado con estrepitosos fracasos por el pésimo diseño procedimental y el manoseo político indecente (RTVE). Si el mérito no funciona y la designación pura política se impone, la captura de las instituciones por los partidos es un hecho inevitable, salvo que se rescate del baúl de la historia el mecanismo de elección por sorteo (Bernard Manin).

España como paradigma de un Estado clientelar de partidos

Lo cierto es que difícilmente puede actuar como contrapeso del poder (y, por tanto, de forma imparcial, profesional e íntegra) quienes amigo del Gobierno o de los partidos que le han promovido y que en no pocos casos ha sido colocado en las instituciones de control para actuar como correa de transmisión del partido que le propuso. Como expuso Pierre Rosanvallon en el que es probablemente el mejor libro para comprender el papel de los órganos de control en un sistema constitucional (La legitimidad democrática, 2010), “la imparcialidad es una cualidad y no un estatus”. Sin instituciones de control independientes e imparciales, pero sobre todo sin personas que las compongan que actúen bajo las premisas de la profesionalidad, imparcialidad, reflexividad e integridad, el sistema constitucional se aproximará cada vez más a una oligarquía constitucional; un régimen que echó raíces profundas en España y que denunció Joaquín Costa hace más de 120 años. ¿Ha cambiado algo desde entonces? No lo parece. España sigue anclada en ese oscuro pasado en el que, tal como se dijo, “el caciquismo (hoy clientelismo) no es (solo) un vicio del Gobierno; es una enfermedad del Estado (y de la sociedad)” (Altamira, Buylla, Posada y Sela; “Observaciones” al informe de Costa sobre Oligarquía y caciquismo como la forma actual de Gobierno en España: urgencia y modo de cambiarla II, Guara, 1982, pp. 81-82).

Tampoco parece de recibo que se pretendan utilizar las instituciones de control del poder, pervirtiendo su naturaleza y función, como medio de hacer oposición política partidista por vías paralelas cuando no se dispone de la mayoría, ya sea para bloquear esta (vetocracia), o ya sea en prevención de que el poder se pueda perder a corto o medio plazo con la finalidad de hacer la vida política más incómoda al gobernante de turno. Esa estrategia política chusca con efectos instantáneos o diferidos (practicada por doquier), comporta empujar a las instituciones al barro político. Por consiguiente, a la destrucción de su legitimidad institucional y condenarlas al desprecio ciudadano.

España no tiene ni ha tenido tradición democrática liberal en la aplicación efectiva del principio de separación de poderes. Y esa cultura no se adquiere en pocos años ni siquiera en pocas décadas, sino que se asienta con el gradual, equilibrado y correcto ejercicio del poder en el marco de los límites de la política institucional. Incumplir procedimientos daña seria y profundamente la credibilidad e imagen institucional; pero ofrecer un constante espectáculo de “reparto de cromos” entre el cártel de los partidos (Katz) también afecta gravemente a la confianza ciudadana y erosiona la democracia.

El hecho evidente es que España, con las profundas raíces de un histórico caciquismo hoy día mutado en clientelismo voraz, representa en estos momentos el vivo paradigma de lo que se puede calificar sin ambages como un Estado clientelar de partidos. El manoseo institucional, más o menos grosero, ha formado parte de la política española desde los primeros pasos del Estado Liberal y se ha practicado con empeño creciente desde 1978 a nuestros días, momento en el que el deterioro institucional amenaza ruina. La clave diferencial radica en que antes, por lo común, los nombramientos recaían sobre personas de cierto prestigio académico o profesional, mientras que en los últimos tiempos se buscan perfiles vicarios, fieles o férreos guardianes de la política del partido que se traslada sin rubor a esos espacios institucionales como prolongación de la política partidista. Hablar en este contexto de separación de poderes y de confianza ciudadana en sus instituciones, es una mera ficción de burdos ilusionistas políticos, en los que ya pocos creen. Y no es buena noticia, precisamente. Tampoco para ellos.

domingo, 12 de junio de 2022

El “Despotismo benigno”: Política, Administración y Ciudadanía (Sobre la vigencia del pensamiento de Tocqueville)

“Creo que, si el despotismo se estableciera en las naciones democráticas contemporáneas, tendría otras características: sería más amplio y más benigno, y degradaría a los hombres sin atormentarlos” (Tocqueville, La Democracia en América, II)

Por Rafael Jiménez Asensio. La Mirada Institucional blog.- Introducción. La relectura de los clásicos siempre enriquece. La obra de Alexis de Tocqueville ha sido objeto de múltiples análisis y de no pocas controversias. En esta entrada me interesa poner de relieve puntualmente algunas ideas de su pensamiento que tienen hondas conexiones con nuestra realidad actual, al margen del tiempo transcurrido; y, en especial, del uso del poder como máquina de repartir prebendas, que constituye –a juicio del autor francés- una manifestación (con otros muchos perfiles) de un nuevo despotismo de baja intensidad que degrada la libertad y las instituciones. Tocqueville nos muestra en algunos fragmentos de su obra una intuición fuera de lo común, que se adelanta en mucho a los tiempos. Y su aplicación a nuestra realidad político-institucional está fuera de toda duda, como de inmediato se podrá deducir. Ahorro cualquier referencia al presente, ya que el lector avezado las podrá deducir por sí mismo.

La (mala) política como puerta al nuevo despotismo

La política constitucional es objeto de su obra La Democracia en América (DA I) donde sienta las bases de un sistema institucional, a imagen y semejanza del modelo estadounidense, de checks and balances (sistema de pesos y contrapesos) en el control del poder. Las prevenciones contra la tiranía de la mayoría, ya presentes en la obra El Federalista, se dibujan con precisión en el texto del autor francés. De ello ya me ocupé en otro lugar (Los frenos del poder. Separación de poderes y control de las instituciones).

Pero, las ideas-fuerza sobre la política y los políticos se dispersan en toda su obra. En la Democracia en América II (DA II), hay innumerables referencias a esta cuestión. Por ejemplo, allí se contienen unas interesantes y premonitorias consideraciones sobre la ambición política en los sistemas democráticos, que se manifiesta, por ejemplo, en que los políticos “se preocupan menos por los intereses y juicios del futuro; el momento actual es lo único que les ocupa y absorbe”. No están para “monumentos duraderos”, ni tienen percepción de hacer historia, sino que “aman el éxito” inmediato, y “lo que desean ante todo es el poder”. La evolución o involución de un país como consecuencia de las decisiones o indecisiones de sus responsables políticos no escapa de la mirada de Tocqueville, y así afirma: “Estoy convencido de que también en las naciones democráticas el genio, el vicio o las virtudes de ciertos individuos retardan o precipitan el curso natural del destino de un pueblo”. Y más aún si estos son los gobernantes. Recomienda que el orador mediocre guarde silencio como “el más útil servicio que puede prestar a la cosa pública”. Nos advierte de la tendencia de los gobernantes a rodearse de gente mediocre: “Los hombres parecen más grandes cuanto más pequeños son los objetos que les rodean”. Y, en fin, nos pone alerta de uno de los errores que cometen los gobernantes con consecuencias dramáticas, que nos recuerdan algunos momentos de nuestra política reciente: “Una de las debilidades más comunes de la inteligencia humana, es la de querer conciliar principios contrarios y conseguir la paz a expensas de la lógica”.

Es, sin embargo, en su obra Recuerdos de la Revolución de 1848 en la que se despliegan análisis muy certeros sobre la política y los políticos. El contexto entonces mandaba (“creo que estamos durmiendo sobre un volcán”, decía el autor), y denunciaba la degradación de las costumbres públicas como antesala de los cambios políticos, concluyendo: la clase política que entonces gobernaba se había convertido, por su indiferencia, por su egoísmo, por sus vicios, en incapaz e indigna de gobernar”. La “larga comedia parlamentaria” no aventuraba cosas buenas. En realidad, la política espectáculo y la vocación de vivir de la política ya se encontraban plenamente vigentes en el pensamiento de Tocqueville: “La verdad –lamentable verdad- es que el gusto por las funciones públicas y el deseo de vivir a costa de los impuestos no es, entre nosotros, una enfermedad exclusiva de un partido; es el grande y permanente achaque democrático de nuestra sociedad civil y de nuestra administración, es el mal secreto que ha corroído todos los poderes y corroerá también todos los nuevos”.

Tocqueville denuncia “la mendicidad política” y la colmena de “solicitantes” que se acercan al poder para ser receptores de dádivas, y lo entroniza como un mal que “es de todos los regímenes”, del que tampoco se libran los democráticos si no son capaces de controlar el ejercicio del poder. Y ya nos anticipa las posibles soluciones populistas (avant la lettre) como una manifestación del Legislativo o del Ejecutivo (hoy en día tan transitada). Así nos dice que “las asambleas son como niños: la ociosidad las induce a decir o a hacer muchas tonterías”. Y, en fin, de su experiencia ministerial nos deja algunas reflexiones que son auténticas joyas. Por ejemplo, “en política es preciso no olvidar jamás que el efecto de los acontecimientos debe medirse menos por lo que son en sí mismos que por las impresiones que producen”. Asimismo, adopta una resolución: “Comportarme cada día, mientras fuese ministro, como si tuviera que dejar de serlo al día siguiente, es decir, sin subordinar jamás a la necesidad de mantenerme la necesidad de continuar siendo yo mismo”. Pero, igualmente, sus advertencias o presunciones sobre Luis Napoleón, que al fin y a la postre pondría en jaque las libertades públicas con un uso autoritario del poder y de las instituciones: “El mundo –decía- es un extraño teatro; en él hay momentos en los que las peores piezas alcanzan los mejores triunfos”.

El nuevo despotismo o el despotismo “benigno”: los riesgos (iliberales) de la democracia

El despotismo representa un ejercicio arbitrario del poder o un uso torticero de las instituciones vigentes. El autor llama la atención sobre sus secuelas: “El despotismo, peligroso en todos los tiempos, resulta más temible en los democráticos». El individualismo y una igualdad mal entendida pueden ser motores de tal desviación. Utiliza, así, la expresión de despotismo benigno. Y para combatir tales males, “sólo hay un remedio eficaz: la libertad política”. Es en la DA II donde se recogen las reflexiones de mayor calado sobre este importante tema. También de forma premonitoria, Tocqueville expone lo siguiente: “Es de prever, pues, que el interés individual se irá convirtiendo cada vez más en el principal, si no en el único móvil de las acciones humanas”. La clave se halla en si la sociedad (trae entonces a colación la americana) opta por empujar la actividad económica, o, por el contrario, vive parásita del Estado.

Advierte el autor francés que en la sociedad continental europea “la primera idea que vienen a la mente es la de obtener un empleo público” (o unas prebendas desde el poder), pues con él la persona goza así “tranquilamente como de un patrimonio”. No tiene, ciertamente, Tocqueville un juicio muy positivo de las funciones públicas que, si bien necesarias, en no pocos casos resultan –a su juicio- improductivas. Es verdad que, en su extraordinaria obra El Antiguo Régimen y la Revolución ya expuso la impecable tesis de la continuidad de “la constitución administrativa” frente a los cambios de “la constitución política”, lo que implicaba que –incluso con cambios de personas- “el cuerpo (de la administración) quedaba intacto y vivo”. También allí denunció la aristocracia funcionarial, que se apropia de una “administración única y omnipotente”, cuya herencia secular provenía de la venalidad de los cargos públicos en el Antiguo Régimen  y de sus estructuras administrativas elefantiásicas. Tal como expone el autor, “la mayor diferencia que existe en esta materia entre los tiempos que hablo y los nuestros (la obra está escrita a mediados del siglo XIX), es que entonces el gobierno vendía los puestos, mientras que hoy en día los da”. El clientelismo político derivado de esa “pasión, creciente. Ilimitada, desenfrenada por los empleos públicos” (recogida en su discurso ante la Asamblea, El deseo de los cargos públicos), no fue, por tanto, exclusivo de España, pero aquí echó hondas raíces. Hasta hoy. Ahí siguen. La desmoralización de la política, otra expresión afortunada de Tocqueville, explica muchas cosas que están pasando en nuestros días.

Pero dentro de esas expresiones del despotismo benigno, que tiene múltiples caras que ahora no pueden tratarse, conviene hacer hincapié en otra idea fuerza que se expone en la DA II, y que tiene que ver con el uso del poder político como adormidera y esterilizante del vigor de la ciudadanía, desactivando su potencial como actor político, una cuestión muy vinculada con el individualismo, el egoísmo y el papel de actor secundario o exclusivo receptor de servicios o prestaciones y ayudas. Papel secundario que se agudiza en la era digital. El problema tiene que ver con las posibles desviaciones o descompensaciones que se pueden mostrar en una sociedad cuando las demandas o “la ambición (de la ciudadanía) no tiene más campo que el de la administración” (ya presente entre nosotros en muchos territorios). En estos casos, el error consiste en pretender acallar siempre las necesidades o reivindicaciones como si los presupuestos públicos fueran infinitos. Lo cual, como es sabido, es radicalmente falso. El poder en estos casos con lo que se encuentra es con “una oposición permanente; pues su tarea consiste en satisfacer, con medios limitados, unos deseos que se multiplican sin límite”. Y la reflexión final de Tocqueville es sencillamente magistral: “Hay que convencerse que de todos los pueblos del mundo, el más difícil de contener y dirigir es un pueblo de solicitantes”.  Siempre pedirán más y no entienden de límites, pues desde el poder no se les han puesto. Tomen nota nuestros magnánimos responsables públicos, sean del color que fueren. La política, la verdadera política, no consiste de distribuir subvenciones, cargos o empleos por doquier, ni menos aún en canalizarlos hacia “los nuestros”. Es tomar decisiones en las que se debe priorizar en función de las necesidades y de futuros estratégicos, que hoy en día a nadie al parecer importan. Alexis de Tocqueville sigue plenamente vigente.  Aunque, quienes deberían hacerlo, apenas lo lean.

Adenda

En una reciente e interesante obra (Les meilleurs n’auront pas le pouvoir. Un enquête à partir d’Aristote, Pascal et Tocqueville, PUF, 2021), Adrien Louis introduce en el análisis de este último autor el concepto de republicanos absolutistas como aquellos que, con particular desprecio -de impronta rousseauniana– hacia la separación de poderes y al control de las instituciones, llevan a cabo además “reformas  sobre reglas secundarias” (en términos aparentes) y que, sin embargo, son incapaces de configurar un “ejecutivo republicano ideal”; que no se caracterice tanto por “la extensión de su poder, sino más bien por la firmeza de su voluntad”.

Un gobierno no puede actuar como exclusiva máquina repartidora de nóminas, prestaciones, ayudas, subvenciones o empleos, con mirada a corto plazo (regar su pretendido huerto electoral), sino sobre todo debe intervenir como emprendedor efectivo (y no impulsado desde fuera) de las grandes reformas que requiere el país. La búsqueda del mejor gobierno, concluye el autor, no es el populista (aunque los tiempos manden), sino el que se enfrenta enérgicamente a los diferentes males y enormes desafíos, muchos de ellos de largo alcance, a los que debe hacer frente la sociedad. El mejor gobierno es, en fin, el que recibe la confianza de la ciudadanía, pero sobre todo aquel que es capaz “de organizar contra poderes eficaces y responsables”. Sin ellos, el fantasma del populismo (como también decía Rosanvallon, “de un pueblo-rey o de un rey-pueblo”, desmovilizado y receptor de prebendas exclusivamente) seguirá creciendo entre nosotros. Tal vez debemos ir olvidando que nos gobiernen los mejores (nada de eso será factible, como señala Louis), pero tampoco podemos aceptar ni menos aún resignarnos a que puedan gobernarnos los peores o los más mediocres. Al menos vigilémoslos de forma efectiva y que rindan cuentas. Hasta hoy, pío deseo.  

jueves, 30 de abril de 2020

Jiménez Asensio: La (compleja) reforma de la Administración: Cuatro miradas clásicas

"El reformador no regula, crea las condiciones que permitirán el cambio; es decir, el nuevo orden de las cosas” (Michel Crozier, À contre-courrant. Mémoires, Fayard, 2004, p. 50)

Por Rafael Jiménez Asensio. La Mirada Institucional blog.- Los libros de Administración y Función Pública ocupan una parte de mi biblioteca profesional. Acopio de muchas décadas dedicado, entre otras cosas, a esos menesteres, Algunas veces, cuando he de preparar un artículo, conferencia o intervención, como es el caso, retorno a esas estanterías. Y siempre reparo en algunas monografías que, por distintas circunstancias, no abría desde hace años (a veces décadas). Como mañana mismo tengo dos intervenciones puntuales en sendas videoconferencias (o Webinars tan de moda en estas semanas de confinamiento), he “perdido” el tiempo reabriendo algunas obras que hacía tiempo no visitaba.

La organización del desgobierno (Ariel, 1984) de Alejandro Nieto es un clásico. El capítulo 5 de esta obra, dedicado a los funcionarios, sigue siendo de obligada consulta. No es, como dice el autor, la cuestión administrativa, sino una de sus cuestiones (o problemas). Y lo sigue siendo. Ya entonces decía su autor que habían perdido consideración social, que la legitimación de las oposiciones (en las que basaban su superioridad) había desaparecido. Mejor que no mire ahora. También afirmaba que los mayores atractivos que tenía hacerse funcionario eran el empleo estable y “la tolerancia en el servicio” (o el bajo nivel de exigencia). Hay más atractivos, al menos hoy en día. Pero ya son bastantes. Sobre todo si se mira al precipicio privado. Lo más relevante es que “el funcionario ya tiene resuelta su vida para siempre” (algo que puede resultar obsceno en estas circunstancias), y viven “atrincherados en sus privilegios y en la confianza de que, hagan lo que hagan, nada puede pasarles”. En ese microclima cultural, “las actitudes parasitarias se van extendiendo como un cáncer”, sobre todo cuando se llega al convencimiento de que el trabajo y el rendimiento son factores absolutamente intrascendentes en la carrera funcionarial”. Como bien decía el autor, “marginado el mérito, lo único que cuentan son las maniobras: políticas, sindicales, corporativas y aun simplemente individuales”. Así, “las oficinas públicas son un hervidero de conspiraciones”. Con la mirada siempre en la evolución histórica, y un perfecto análisis de la situación del momento, el profesor Nieto pone el foco en el punto exacto de los problemas, por mucho que su mirada a veces sea desgarradora y crítica hasta el extremo. El problema de aquella función pública de 1984 era su naturaleza invertebrada. Casi cuarenta años después, los problemas se han ido enquistando e, incluso, multiplicando. Bien es cierto que ya entonces el autor situaba a aquellos funcionarios individuales y responsables (“con sentido del deber”) como la pieza maestra que hacía sobrevivir esa caduca estructura burocrática. Igual que hoy en día. Y clamaba por la reforma, como seguimos haciendo ahora, con el mismo resultado: nadie se da por enterado. Estamos donde estábamos, con mucha más modernidad aparente (administración digital, gobierno abierto, transparencia, etc.). Miento: si soy honesto, debo decir que estamos peor. Por el tiempo transcurrido y la impotencia (EBEP, incluido) manifiesta de reformar nada.

También publicado en 1980 he repescado de mi biblioteca una breve obra que no abría desde hace décadas. Se trata de una magnífica entrevista que Redento Mori hace a Sabino Cassese, en un libro que lleva por título Servitori dello Stato (editado por Zanichelli, Bolonia). En esas páginas se habla mucho de la reforma administrativa y del papel de la política y de los funcionarios públicos en ella (entonces se estaba impulsando en Italia la reforma Giannini). A la pregunta de quiénes puede ser agentes del cambio o de la transformación administrativa, el profesor Cassese comienza citando a los propios empleados públicos, a los que –subraya- es necesario “interesarles al máximo en lo que hacen y cómo podrían cambiar la Administración Pública, estimulándoles para obtener mejores resultados”. Introduce luego al Parlamento como actor del cambio, sobre todo legislativo. Pero aquí es donde la reforma puede torcerse, puesto que en el Parlamento se sientan los partidos. Y, tal como indica el entrevistado, “los partidos no están interesados realmente en la reforma administrativa, porque ésta, en realidad, no les da rédito político” (inmediato). A pesar de que una reforma de la Administración es muy relevante políticamente, los partidos no la visualizan, porque consideran que es una cosa neutra. La solución estriba en hacerles ver que esa “reforma (debe ser) positiva y no un simple instrumento. Por tanto, que añada valor a la política y supere la secular “ineficiencia del aparato administrativo” italiano (también del nuestro). Además, Cassese, como agudo analista, sitúa el problema de la burocracia en su entorno sociológico: los empleados públicos son clase media (hoy en día en descomposición) y tienen percepción de su rol. Su trascendencia económica es importantísima (más aún en una situación de crisis tan devastadora como la que actualmente nos encontramos): “el primer servicio que la administración pública ofrece a la sociedad es ser un empleador intensivo”. Pero, cumplido ese papel, desatiende el resto: no gestiona adecuadamente el personal y hay un bajo nivel de disciplina interna. Además, la burocracia italiana de entonces, por su propia función vicarial, permanecía cerrada en su propio cascarón. Lecciones importantes que conviene recordar en estos momentos, sobre todo la escasa (o nula) percepción política de la necesidad de reformar la Administración. Cuarenta años después sigue siendo así entre nosotros. Lamentablemente.

Michel Crozier: “Todo sistema sobre el que no se interviene se degrada”
Otra autoridad indiscutible de la Administración Pública fue Michel Crozier. En dos de sus obras que acabo de recuperar de las estanterías, reflexiona sobre estos temas. De una de ellas tomo la cita del inicio de la entrada. Por su parte, en su imprescindible libro No se cambia la sociedad por decreto (INAP, Madrid, 1984), contiene algunas reflexiones que es necesario recuperar. La primera de ellas: “Todo sistema sobre el que no se interviene se degrada”. Más cuando “hoy (decía hace casi cuarenta años) se lucha menos por realizar algo que por imponer una imagen” (¡qué no será en el imperio de las redes sociales y de la comunicación!). Ya entonces Crozier incidía en la noción de cambio y en la necesidad de innovar en organización y gobierno ante la creciente complejidad. Pero de inmediato afirmaba: “no se cambia  por gusto, sino porque es necesario”. Pero, ¿cómo diseñar una estrategia de cambio? Su receta era muy sencilla y todavía aplicable, invirtiendo en tres ámbitos: en conocimientos; en hombres (personas); y en experiencia. Pero advertía de las falsas ilusiones: “El entusiasmo, desgraciadamente, no dura demasiado, y en absoluto remedia la incompetencia”. Hay que invertir en selección (de los mejores) y en formación. Recetas clásicas. Intervenir eficazmente en la sociedad requiere reformar la Administración. Una lección que se olvida.

 La Administración Pública sigue rigiéndose, decía, por lo que Tocqueville llamaba “doctrina dura, práctica muelle”. Muchas leyes, por lo común inaplicadas, y siempre vigencia de las excepciones. Su capítulo (“Abrir las élites”) es central. Algunos destellos: “La incapacidad para adaptarse e innovar (de la Administración) proceden en gran parte del carácter cerrado y monopolista de sus élites”. Unas élites estrechas (que ahora Macron quiere debilitar con una profunda reforma), que se caracterizan por el problema de la selección y por el maltusianismo de los cuerpos. En fin, como ya decía Jean Bodin en pleno siglo XVI, “no hay riqueza mayor que las personas”. Y si la Administración no las cuida, se empobrece. El vicio de todos modos está en la (mala) organización, aspecto frecuentemente abandonado: “la estructura actual de la autoridad tiene forma de nido de abeja, todo el mundo depende de todo el mundo, nadie manda y todos obedecen”.  Falla el sistema. Y nadie lo remedia.

El último libro es más reciente, aunque tampoco mucho. Trata de un reforma que salió adelante, aunque ha sido y es contestada. Tuvo atributos y límites. Pero interesa destacar solo algunos aspectos. La obra de Keraudren, la modernisations de l’Etat et le thatcherisme (Bruselas, 1994), es un magnífico recorrido por las reformas del Civil Service (en lengua española puede encontrarse una buena síntesis de este proceso en el libro de J. A. Fuentetaja Pastor …) desde la implantación del merit system tras el informe Northcote-Trevelyan de 1853, como respuesta política a la ineficacia administrativa entonces existente, hasta llegar a las reformas de la década de los ochenta del siglo pasado (no alcanza a las reformas de 1996 y posteriores, dada su fecha de edición). Lo más relevante de este libro es algo que con frecuencia en España no hemos entendido ni los profesionales, ni los académicos, ni tampoco los políticos: “El Public Management es una manifestación discursiva (un relato, como diríamos ahora) del personal político y no un discurso de los altos funcionarios; es un discurso nuevo sobre la Administración, pero nuevo sobre todo porque no es de la Administración”. Dicho de otro modo, es la política (como ya sucedió antaño en otras ocasiones en el Reino Unido) la que detecta e impulsa la necesidad de reformar la Administración para hacer mejor política. Y de este enfoque se beneficiaron tanto los gobiernos conservadores como los regidos por el laborismo. Ello no dejó de generar tensiones entre políticos y altos funcionarios, pero finalmente el modelo se impuso. Por una razón muy obvia: hubo voluntad política decidida. Poco después, en 1996, se reformó el Senior Civil Service (la función directiva), creando la estructura abierta. Allí la política sí comprendió que debía reformar la Administración Pública para disponer de un entramado organizativo-institucional del Civil Service más eficiente. Pues ello revertiría en unos resultados mejores de la política.

Al parecer ideas tan sencillas cuestan una eternidad que sean interiorizadas por nuestra clase política. Nuestros actuales líderes políticos, presumo que por razones de edad, no han leído a ninguno de estos “clásicos modernos”. Ellos se lo pierden. Gobernarían mejor. Y se despreocuparían algo (aunque fuera un poco) de lo inmediato, pues verían cómo estas reformas no sólo dan réditos electorales, sino que sobre todo mejoran las capacidades de gestión del poder público y los servicios a la ciudadanía. Mejoran la propia política. Desgraciadamente, aún siguen obrando igual. Abandonando lo sustantivo. Por mucho que trampeen, nunca habrá buena política gubernamental donde no hay buena Administración Pública. Lo dijo Hamilton hace más de doscientos años. Y sigue siendo una afirmación absolutamente vigente. Que se la vayan metiendo en la cabeza.