Mostrando entradas con la etiqueta digitalización. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta digitalización. Mostrar todas las entradas

jueves, 2 de diciembre de 2021

España se sitúa por encima de la media de los países de la UE en digitalización y en la media en penetración online

España está por encima de la media europea en Transparencia (74 puntos frente a 64,3 de la UE)

Portal Administración Electrónica. La pandemia de la COVID-19 no solo ha traído turbulencias, también ha estimulado la resiliencia y la innovación, impulsando la digitalización de la economía y la sociedad de la UE, lo que incluye la prestación de servicios digitales por parte de los gobiernos.

El informe del Gobierno Electrónico compara cómo los gobiernos prestan servicios públicos digitales en toda Europa. Es un estudio reconocido internacionalmente que arroja luz sobre la Administración Electrónica en 36 países europeos mediante la evaluación de los llamados “eventos de la vida (life events)” basados en indicadores específicos. Dichos eventos incluyen paquetes de servicios gubernamentales que apoyan a ciudadanos y emprendedores a través de puntos clave de sus vidas, tales como el nacimiento de un hijo o el inicio de un negocio.

Estos indicadores se agrupan en 4 puntos de referencia principales:

-Centralización del usuario: indica el grado en que se proporciona un servicio en línea, su facilidad de uso para dispositivos móviles y su usabilidad en términos de soporte disponible en línea y mecanismos de retroalimentación.

-Transparencia: indica hasta qué punto los gobiernos son transparentes sobre: 

-El proceso de entrega

-Las responsabilidades y el desempeño de las organizaciones públicas

Los datos personales tratados en los servicios públicos

Movilidad transfronteriza: indica el límite de la utilización de los servicios en línea por usuarios de servicios públicos de otro país europeo.

Facilitadores clave: indica el límite de las precondiciones técnicas y organizacionales para la prestación de servicios desarrollados del Gobierno Electrónico, como la identificación electrónica y las fuentes de autenticación. 

El análisis de este año dio luz a las siguientes conclusiones políticas clave:

-En respuesta a la crisis de la COVID-19, los “Eventos en Directo Start-Up Profesionales y Empresariales” han demostrado que las administraciones europeas tienen lo que se necesita para construir servicios digitales. Más áreas gubernamentales podrían alcanzarles.

-Los servicios del gobierno central superan a los servicios locales y regionales. La digitalización de servicios ofrece la oportunidad de agilizar los viajes gubernamentales a través de múltiples entidades gubernamentales

-Los servicios empresariales son más digitales que los servicios orientados a la ciudadanía.

Los usuarios nacionales tienen una ventaja sobre los usuarios transfronterizos. Menos de la mitad de los servicios disponibles a nivel nacional pueden ser completados en línea por usuarios transfronterizos.

España vs Europa

Según este estudio, España se ubica con un nivel medio de penetración, que equivale a la media europea (67%), y en el nivel medio-alto de digitalización, formando parte del escenario Fruitful eGov, que incluye a los países de su clase que están por encima del promedio europeo.

Los indicadores relativos de España muestran un país con casi todas las características (usuarios, gobierno y contexto digital) alineados con la media europea. La banda ancha y su calidad (indicador de Conectividad) y la Transparencia, indicador que mide el Gobierno Abierto, son los que se comportan significativamente por encima de la media europea.

Entre los indicadores que miden el rendimiento de las políticas de Administración Electrónica, España destaca especialmente en Usuario (95 puntos frente a 88,3 de media en la UE), que mide si un servicio es ofrecido online (96 frente a 87,2), si existen funcionalidades de soporte y ayuda (98 frente a 91,2) y si está adaptado a dispositivo móvil (86 frente a 88,4). En Transparencia (74 puntos frente a 64,3 de la UE), Facilitadores clave (80 frente a 65,2) y Servicios transfronterizos (63 frente a 54,8) también se sitúa por encima de la media de países de la UE.

Está claro que promover la transformación digital de los gobiernos sigue siendo una prioridad clara para la UE: los Estados Miembros planean realizar inversiones considerables para digitalizar aún más sus administraciones públicas bajo el Mecanismo de Recuperación y Resiliencia  y la Comisión ha presentado una propuesta del Parlamento Europeo y el Consejo que establece el Programa Político 2030 para unCamino hacia la Década Digital  ".

En este contexto, el informe del Gobierno Electrónico es clave para continuar el seguimiento de los avances en los servicios públicos en línea. Si bien el análisis de tendencias puede señalar en qué áreas y cómo los gobiernos han mejorado, las lecciones aprendidas pueden ayudar a acelerar el progreso en el ambicioso camino hacia el logro de los Objetivos de la Década Digital.

domingo, 18 de noviembre de 2018

Ciudades, digitalización y descentralización fiscal

"El sector público necesita adaptarse y desarrollar una estrategia holística, no solo respecto al concepto de smart citiy y sus implicaciones presupuestarias y financieras, sino también respecto a sus implicaciones para el contrato social, el estado de bienestar y la relación entre la explotación de nuevos modelos de negocio a través del big data y la inteligencia artificial"

Por Carlos Macarell*. Agenda Pública blog-El Períodico.- El sistema de ingresos municipales requiere de una reforma integral que sitúe a las áreas urbanas en el centro de nuestra estructura económica, como principal lugar de desarrollo de la humanidad, reforzando su independencia y autonomía a través de una mayor descentralización fiscal, pero también innovando en la forma de generar recursos e inversiones.

En general, el sistema actual es insuficiente para poder desempeñar sus competencias de forma autónoma y efectiva (recursos propios para lucha contra la gentrificación, por ejemplo), así como para desarrollar las infraestructuras del futuro, lo que provoca una dependencia excesiva de las transferencias del estado y del sector privado (big tech), perjudicando de rebote la rendición de cuentas directa entre la ciudadanía y los municipios. La jerarquización entre niveles de gobierno para controlar el déficit y gasto públicos, ha obligado a los municipios a apretarse el cinturón por encima de los que les correspondería (han sido el nivel de gobierno que ha incurrido en menores niveles de déficit). Además de la necesidad de trabajar por una reforma de la financiación local integral que vaya en la dirección del modelo sueco (por ejemplo) por tanto, la tecnología jugará también un papel fundamental a la hora de mejorar la financiación, así como permitir un mayor ahorro de costes en la provisión de servicios.

Tecnologías como el 5G (que facilitará el Internet de la Cosas), el blockchainla Inteligencia Artificial, así como la gestión de los datos en general para desarrollar servicios smart, pueden permitir ganar eficiencia y reducir costes en movilidad, seguridad, compra pública de servicios, procesos administrativos y un largo etcétera. Si bien la smart city y el aterrizaje de las big tech en el mundo urbano como paradigma del capitalismo del SXXI ha llegado para quedarse, cada vez son más voces alertan sobre la necesidad de politizar el debate tecnológico para asegurar que la “sensorización” en masa a nivel urbano no sirve en exclusiva para monetizar nuestros datos (en la nevera, en casa, en el coche, en la calle, etc.) y permitir así generar más ingresos, así como su capacidad de desarrollar (casi en exclusiva) la seguridad asociada a la economía digital del futuro para venderla posteriormente a gobiernos.

Coalición por lo derechos digitales
No se trata de frenar el desarrollo de las tecnologías smart a nivel urbano, si no de encontrar un equilibrio entre el desarrollo de infraestructuras digitales que mejoraran la movilidad, la salud, la eficiencia energética o la seguridad pero que buscan también monetizar nuestros datos para generar ingresos para las grandes tecnológicas; con la protección de nuestra la privacidad y soberanía digital. En este sentido, un grupo de ciudades ha aprobado una coalición por los derechos digitales en el marco de la Smart City Expo World Congress 2018, como primeros pasos del mundo urbano hacia un debate que marcará el futuro de las ciudades y la economía del sigo XXI. Una colación que busca: garantizar el acceso a internet y la formación digital; proteger la privacidad, los datos y la seguridad, así como fomentar la transparencia, la rendición de cuentas respecto a los datos, los algoritmos y el contenido y establecer estándares éticos y abiertos de los servicios basados en tecnología digital.

Se trata de encontrar el equilibrio entre el modelo basado en la monetización del tecno “solucionismo” de Sillicon Valey y la distopia China que hace realidad la ficción Orwelliana de 1984 (asociando acceso a servicios con vigilancia tecno-digital). ¿Qué es lo que debemos dejar monetizar y que no en el espacio urbano y como protegernos del mal uso de la tecnología digital en detrimento de la democracia? Pero sobretodo, ¿cómo encontrar un equilibrio entre los ingresos generados por los datos en beneficio privado y la capacidad de las administraciones de usar los datos generados por las infraestructuras digitales del futuro en beneficio de interés general?  En este sentido, la poca capacidad fiscal municipal, así como el precio de las infraestructuras digitales, fundamentalmente desarrolladas por el sector privado (Alphabet INC, IBM, Cisco, etc.), requiere de nuevas formas de financiación municipal y cooperación público privada que nos permitan adaptarnos a la era de la 4ª revolución industrial, asegurando que la tecnología esta al servicio de la ciudad y no al revés.

El papel de la tecnología a nivel urbano: por un nuevo contrato socio-digital
El sector público necesita adaptarse y desarrollar una estrategia holística, no solo respecto al concepto de smart citiy y sus implicaciones presupuestarias y financieras, sino también respecto a sus implicaciones para el contrato social, el estado de bienestar y la relación entre la explotación de nuevos modelos de negocio a través del big data y la inteligencia artificial para con la democracia a nivel urbano. Aquellas ciudades capaces de encontrar fórmulas que preserven la soberanía digital y redistribuyan los ingresos generados por las nuevas tecnologías, aprovechando a su vez el potencial de los modelos de negocio basados en tecnologías como el 5G, la Inteligencia Artificial o el blockhain, gozarán de ventajas comparativas. La ciudad de Viena, por ejemplo, lleva un tiempo desarrollando (junto con EY) un proyecto de blockchain para “securizar” documentos.

Más allá de estos primeros pasos, el desarrollo de dicha tecnología en el futuro a nivel urbano puede permitir (a través de su sistema de verificación en bloque), que las ciudades se enfrenten mejor, a retos como la corrupción, la eficiencia energética o el pago de impuestos, así como a proveer multitud de servicios de forma más barata y segura (energía, transporte público, etc.) o mejorar la eficiencia en general.


Por otro lado, el desarrollo de la tecnología 5G (que permitirá potenciar el Internet de las Cosas y la gestión de los datos a nivel urbano), marcará el futuro de las infraestructuras digitales urbanas pero también de los nuevos modelos de negocio en el marco de las smart cities. El reto es encontrar fórmulas que permitan financiar el desarrollo de tales tecnologías sin incurrir en costes excesivos para la administración, así como diseñar un marco equilibrado que beneficie a la ciudadanía (para evitar futuros “Castor”) y a los inversores privados que facilitan su desarrollo.

Junto con la necesaria reforma de la financiación que dote de independencia financiera a los municipios a través de mayor capacidad fiscal (y progresiva), existen diversas formas para poder explotar el potencial financiero de las ciudades y que profundizan nuevas metodologías y formas de gobernanza como el New Localism, el Desarrollo Económico Local (LED, por sus siglas en Inglés) o el BREEP, – por sus siglas in inglés- (buscar, investigar, experimentar, evaluar e implementar) que permiten generar más recursos e inversiones, así como integrar a distintos actores en el proceso. Dichas metodologías se basan en la provisión de servicios y el diseño de una gobernanza urbana descentralizada, basada en la flexibilidad, la actuación en red y el liderazgo urbano (sector privado, administración pública, universidades, sociedad civil, etc.) que se aleja de la burocratización, la jerarquización y la compartimentalización administrativo-legal  de la división competencial tradicional, para conseguir dar soluciones concretas a problemas concretos.

La mejora de la comunicación entre departamentos municipales, el refuerzo de la capacidad financiera de las ciudades a través de la microfinanciación, de mecanismos de blending de instrumentos financieros y de deuda verde (entre niveles de gobierno, empresas, agencias de desarrollo y bancos públicos para garantizar la seguridad crediticia a través de colaterales garantizados por agentes fuertes del mercado), así como la potenciación de la emisión de bonos de impacto social serán vitales para desarrollar las infraestructuras del futuro. El estado debería potenciar y facilitar la capacidad de llegar a acuerdos comerciales y financieros de las ciudades a través de un refuerzo decidido de sus agencias de desarrollo económico, la creación de aceleradores y bancos de desarrollo públicos locales, así como reforzando el papel urbano en la escena internacional y en la diplomacia en general.

Además de la emisión municipal de deuda verde y de impacto social (para permitir un cambio de modelo energético y eléctrico urbano que permita ahorrar costes, por ejemplo), el capital riesgo urbano, una mejor interacción entre los mercados de capital internacional y local, así como formas innovadoras de cooperativas digitales y de commons urbanos empiezan a consolidarse como alternativa a los modelos clásicos de inversión y gestión presupuestaria y financiera local. El refuerzo de partenariados público-privados en el que se aseguren contrapartidas claras y garantistas para las administraciones a la hora de desarrollar las infraestructuras urbanas del futuro (obligar a los inversores y empresas tech a compartir los datos, cláusulas sobre privacidad, acceso y explotación de los datos, transparencia algorítmica, etc.) que permita un equilibrio entre el interés privado y el general.

Los acuerdos, sobre todo en el marco de contratos que potencian el desarrollo de infraestructuras smart y, sobretodo, los datos asociados a ellas deben ser claros para evitar posibles dudas respecto a los objetivos reales de los proyectos desde el punto de vista de la soberanía digital y la privacidad como es el caso de Side Walk Labs (en Toronto) desarrollado por Alphabet Inc. En este sentido, necesitamos abrir el public procurement para hacerlo más atractivo y transparente y competitivo a través de iniciativas y plataformas innovadoras como City Mart, que aumentan la cantidad de competidores y facilitan la interacción entre proveedores de soluciones y administraciones, así como la entrada de nuevos agentes.

Por otro lado usar el software abierto, así como elaborar estrategias de formación y empoderamiento digital ambiciosas para poder aprovechar mejor las capacidades de las personas en el mercado de trabajo futuro y anticiparnos ante la segregación digital del mundo que viene.

La creación de un ministerio de la ciudad permitiría desarrollar las condiciones necesarias para acompañar a las ciudades en el desarrollo de las infraestructuras urbanas del futuro de forma coordinada, así como garantizar el uso de instrumentos financieros innovadores. El desarrollo de cooperativas digitales en paralelo a las infraestructuras e ideas smart generadas por el mercado, así como la privacidad, los datos abiertos, el uso del software libre o acuerdos claros sobre la explotación de los datos generados por infraestructuras urbanas digitales serán claves en el futuro de las ciudades.

Por otro lado, deberíamos avanzar en el diseño de nubes de datos públicos y procesos de democracia digital y datos comunes (DDDC) (como DECODEben Barcelona por ejemplo) o el desarrollo de Creative Commons digitales (para tecnologías y algoritmos que pasen a ser públicos con el paso del tiempo como las patentes farmacéuticas) y perfiles de datos individuales que las empresas puedan utilizar pagando una cuota, así como a la administración usar el big data agregado para contra-restar la velocidad de las ideas e infraestructuras digitales generadas por el mercado. Mientras que, por otro lado, tales tecnologías lideradas por la administración permiten a la ciudadanía participar mucho más del proceso legislativo y político, así como decidir qué datos comparte y cuáles no.

El debate sobre la necesidad de un nuevo contrato social apuntado por Joaquín Estefanía en este artículo que dé respuesta a los 4 elementos disruptivos que han llevado al agotamiento el modelo de postguerra (tecnología, demografía, globalización y revolución conservadora) debe incluir también la robotización/digitalización en su dimensión urbana, como parte del nuevo contrato social de cara a reconstruir el estado de bienestar. Las elecciones municipales del año que viene son una buena oportunidad para empezar a politizar el debate tecno-digital y la necesidad de una reforma de la financiación a nivel urbano.

El concepto de WISE CITIES desarrollado por el CIDOB puede ser una buena herramienta para pensar la smart city desde otra perspectiva en la era de la 4ª revolución industrial.


*Carlos Mascarell es asesor en gobernanza y ciudadanía del Consejo Europeo de Municipalidades y Regiones (CEMR) en Bruselas.- Politólogo y Máster en relaciones internacionales y estudios europeos por el Instituto Europeo del Centre International de Formation...

miércoles, 2 de mayo de 2018

La protección de datos en la revolución tecnológica

“La era del algoritmo marca el momento en que la memoria técnica ha evolucionado para almacenar no solo nuestros datos, sino también algunos patrones del comportamiento más sofisticado, desde el gusto musical hasta nuestros grafos sociales. En muchos casos, ya nos estamos imaginando sincronizados con nuestras máquinas”.
(Ed Finn, La búsqueda del algoritmo. Imaginación en la era de la informática, Alpha Decay, p. 336)

Por Rafael Jiménez Asensio. Blog La Mirada Institucional.- No parece exagerado bajo ningún punto de vista hablar de que la digitalización acelerada de la sociedad contemporánea nos ha conducido irremediablemente a una suerte de panóptico digital. El filósofo Byung-Chul Han trató en diferentes obras esa noción, concepto que, importado de Bentham, construye precisamente en uno de sus primeros trabajos traducidos al castellano (La sociedad de la transparencia, Herder, 2013). En alguna obra posterior este mismo autor llegó incluso a hablar de la obsolescencia del concepto de protección de datos, algo que vinculaba con la exposición en la red de todo tipo de datos e informaciones sobre nosotros mismos. Y concluía: “Este descontrol representa una crisis de libertad que se ha de tomar en serio” (Psicopolítica, Herder, 2014).

La necesidad objetiva de protección de los derechos fundamentales de las personas físicas en un mundo cada vez más digitalizado y en el que el “algoritmo” se ha convertido en nuestro inseparable compañero, hace imprescindible la regulación que lleva a cabo el RGPD; una normativa hay que entenderla precisamente como medio de salvaguardar una protección suficiente de los datos personales con el objetivo último de que, efectivamente, nuestra libertad no se vea menoscabada, aunque amenazada lo está y mucho.

Otro filósofo, como es Paul Virilio, hace algunos años dio probablemente en la diana: “Las tecnologías no son otra cosa más que prótesis y pensar la libertad con respecto a las prótesis resulta algo absolutamente nuevo” (La Administración del miedo, Pasos Perdidos, 2012). Sin embargo, como ya anticipaba este mismo autor, la velocidad de los hechos ha desbordado al Derecho, más aún en este complejo campo de la digitalización, puesto que “el derecho del más rápido es el origen del derecho del más fuerte”. Y es también en esta clave en la que se debe interpretar el alcance del RGPD y el propio espíritu o sentido que lo anima.

Si bien la normativa europea llega probablemente tarde, al menos intenta hacer frente a todo ese conjunto imprevisible de riesgos de diversa probabilidad y gravedad para los derechos y libertades de las personas físicas. Pero ahora interesa destacar en qué medida todo ello afecta o afectará a la Administración Pública y a los entes de su sector público. A las personas físicas sin duda que lo hará. En efecto, aunque esa mirada deba ser predominante, no es menos cierto que si se prescinde del eje central en el que se basa el RGPD (la protección de los derechos fundamentales y libertades públicas de la ciudadanía), el sector público no cubrirá cabalmente las expectativas que la nueva regulación tiene puestas en su aplicación. Todos esos “riesgos de diversa probabilidad y gravedad para los derechos y libertades de las personas físicas” (artículo 24.1 RGPD) irán inevitablemente siendo cada vez mayores conforme la revolución tecnológica avance de forma inexorable.

Controlar los datos
Comienza a emerger, en los ámbitos profesionales y se traslada sin duda a la Administración Pública, una necesidad imperiosa de controlar los datos. Como en su día resaltaron Mayer-Schönberger y Cukier (Big Data. La revolución de los datos masivos. Turner, 2013), se torna imprescindible que las personas incrementen las medidas de autocontrol sobre sus propios datos, algo no precisamente fácil en una sociedad completamente interconectada.

Pero eso solo es una parte del problema. El desarrollo de la inteligencia artificial en las próximas décadas abre incógnitas enormes. Jerry Kaplan en un sugerente ensayo (La inteligencia artificial. Lo que todo el mundo debe saber, Tell, 2017), plantea un buen número de preguntas sobre diferentes ámbitos hasta cierto punto inquietantes. La tensión entre humanismo y transhumanismo parece palparse. Como ha expuesto Luc Ferry, estamos en pleno proceso de superación del “ideal terapéutico” que tenía como objeto curar o reparar, y vamos así camino del “ideal de aumentar o perfeccionar”. Y en ello, como afirma también este mismo autor (La revolución transhumanista, Alianza Editorial, 2017), juega un papel central el acrónimo NBIC (nanotecnología/ biotecnología/informática-Big Data/Conocimiento aplicado a la Inteligencia Artificial). Todo ello abre, en efecto, un manejo múltiple y cruzado de datos, pero especialmente un horizonte de problemas éticos de primera magnitud, que en estos momentos no pueden ser tratados. Pero los riesgos están presentes, siendo cada vez mayores, y el RGPD los recuerda una y otra vez con su énfasis especial en el sistema preventivo o enfoque de riesgos.

Lo cierto es que se ha inaugurado con fuerza lo que puede calificarse como un largo período de revolución tecnológica en la que la digitalización (y el dato, como núcleo) está (y estará) en el centro de todo este proceso. El modelo se ha ido desarrollando y asentando paulatinamente, tomando como apoyo fuerte (algo que será perecedero) la oferta por las grandes compañías tecnológicas de “servicios gratuitos”, a cuenta, tal como se ha dicho, de entregarles o hacer jirones nuestra privacidad. A partir de esos presupuestos, la práctica totalidad de la humanidad digitalizada ha “ofrecido” sus datos (y, por tanto, sus preferencias, su vida e, incluso, sus expectativas) a tales compañías, que comercializan sin rubor ni límite alguno (al menos hasta ahora) con tales datos. La “mediación algorítmica”, como ya advirtió tempranamente Evgeny Morozov, tiene sus peligros (La locura del solucionismo tecnológico, Katz, 2013).

Pero tales peligros, como también resalta el propio RGPD tanto en sus Considerandos como en el articulado, aparte de ser inciertos, todo el mundo es plenamente consciente (o al menos así se presume)  que irán creciendo cuantitativa y cualitativamente con el paso del tiempo. Y para ello la Administración Pública debe prepararse convenientemente, tanto dotándose de medios “técnicos y organizativos” adecuados para hacer frente a tales escenarios de incertidumbre llenos de potenciales peligros, como especialmente en invertir en la construcción de ese modelo de gestión de protección de datos basado en el enfoque de riesgos. No es una cuestión menor, tampoco incidental o de cumplimiento normativo, es sencillamente existencial.

Y para ello tal vez sea oportuno llevar a cabo unas sucintas reflexiones sobre prospectiva. Si examinamos, por ejemplo, algunos estudios de prospectiva que tienen por objeto el impacto de la revolución tecnológica sobre el empleo tal vez nos aporten  aproximaciones que puedan tener interés al objeto de estas líneas. Hay coincidencia en todos estos estudios que la revolución tecnológica hoy en día en marcha tendrá tres grandes oleadas o etapas. A saber.

La primera oleada es la “digitalización” propiamente dicha. Es una etapa en la cual estamos hoy en día inmersos. También las Administraciones Públicas, que deben cumplir, entre otras cosas, las exigencias de la Ley 39/2015, de 1 de octubre, de procedimiento administrativo común de las administraciones públicas. La segunda oleda es la de “automatización”, y que se desarrollará en torno a 2025, momento en el que las máquinas llevarán a cabo una parte importante de las tareas y en el que habrá que estar vigilantes para evitar que esos cambios tecnológicos de magnitudes considerables puedan afectar a los derechos y libertades de las personas físicas en el tratamiento de sus datos personales. En esta fase, encontrarán pleno sentido muchas de las previsiones recogidas en el RGPD, especialmente aquellas dirigidas a “la protección desde el diseño y por defecto”, así como, en su caso, la evaluación de impacto y la consulta previa. Para ese momento las Administraciones Públicas deberían tener plenamente implantado y a pleno rendimiento el sistema institucional y de gestión de protección de datos personales que exige el RGPD. Ello garantizaría que las afectaciones pudieran ser menores o, cuando menos, controladas, siempre que ello sea posible.

Y la tercera oleada, sin duda la más crítica, en la que las incertidumbres se multiplicarán, es la de la aplicación de la Inteligencia Artificial al ámbito de las Administraciones Públicas y en lo que respecta también a la protección de datos personales. Se estima que, temporalmente, esta etapa se puede producir en torno a los años 2030-2035 (al menos así lo confirman los diferentes estudios de prospectiva: ver, por ejemplo: PwC, Will robots really steal our jobs? An international analysis of the potencial long term impact of automation, 2017; o 50 Estrategias para 2050, Fundación Telefónica/Prospektiker), donde los cambios cualitativos pueden ser de una dimensión desconocida hasta entonces. Veremos si el marco normativo diseñado en el RGPD es suficiente para enfrentarse a un reto de tales características, que impregnará sin duda todo o gran parte del actuar de las Administraciones Públicas como prestadoras de servicios y recopiladoras de datos en masa, que en no pocos casos ya los harán las maquinas “inteligentes” y no las personas (servidores públicos).

Sin duda la revolución tecnológica se caracteriza por la importancia que los datos adquieren en la propia economía. Se ha dicho así que los datos son el petróleo de la economía digital, pero eso no es verdad, pues -tal como afirma Franklin Foer- “los datos son infinitamente renovables, no son finitos como el petróleo” (Un mundo sin ideas, Paidós, 2017). La amenaza de los datos a la intimidad y al resto de derechos y libertades es, hoy en día, obvia. Uno de los principales asesores de una las grandes empresas monopolísticas de Internet, Eric Schmidt, lo reconocía  con toda crudeza: “Sabemos dónde estás. Sabemos dónde has estado. Podemos saber más o menos lo que estás pensando”.

Los datos empujarán el crecimiento económico, no cabe dudar de ello. Pero también, dependiendo de su uso, son un desafío real y tangible a la privacidad, aunque ya hay quien dude que en la era de Internet y de las redes sociales tal derecho a la intimidad tenga vigor alguno. La solución, como apunta Luc Ferry en su recomendable obra citada, pasa inevitablemente por la regulación. Habrá que seguir y persistir en esa línea.

Por mucho que se empeñen los diletantes y resistentes, especies que abundan precisamente en el ecosistema público, en los próximos años la revolución tecnológica transformará en viejas muchas de las prácticas y formas de actuar que están insertas en el funcionamiento cotidiano de las Administraciones Públicas, también (aunque no solo) en lo que afectan a la protección de datos personales. 

Pero, como se viene insistiendo, ello requerirá un cambio cultural y organizativo de magnitudes considerables, si bien hoy por hoy nada de esto parece advertirse en el funcionamiento de nuestras adormecidas y tradicionales organizaciones públicas, sino más bien lo contrario (la regla es, en efecto, la quietud y el funcionamiento estandarizado).

Robotización/Inteligencia artificial
Por tanto, los efectos más profundos de la revolución tecnológica sobre la Administración Pública (así como sobre el ámbito empresarial y económico o sobre el empleo), también sobre la protección de datos personales, vendrán de la mano del binomio robotización/Inteligencia artificial, ambos términos complementarios o indisolublemente unidos. Una vez más cabe recurrir a las palabras de Luc Ferry: la nanotecnología, la biotecnología, la informática de Big Data y el Conocimiento vinculado a la Inteligencia Artificial, “van a generar más cambios en los próximos cuarenta años que en los cuatro mil anteriores”.

Y esos profundos cambios abrirán un sinfín de retos, pero también se inaugurará un tiempo de tensiones extraordinarias. El transhumanismo radical produce vértigo. Realmente esa pretendida simbiosis entre el hombre y la máquina solo conduce al “posthumanismo” o al “antihumanismo”. Ciertamente, si atendemos al juicio fundado de dos científicos consagrados del campo de la IA, López de Manteras Badía  y Meseguer González (Inteligencia Artificial, Catarata, 2017), ese horizonte de fusión entre “hombre y máquina” está aún muy lejano, de momento hay que apostar por la complementariedad y no por la sustitución. La IA débil o especializada (la que realiza tareas  que requieren inteligencia) ha tenido un fuerte desarrollo, mientras que la IA fuerte o general (la que permite replicar la inteligencia humana mediante máquinas) está lejos de alcanzarse. La explicación, a juicio de estos autores, es muy clara, pues consiste en la dificultad de dotar a las máquinas de conocimientos de sentido común. Aún así, los riesgos están allí, por lo que todo este mundo abre un amplio abanico de problemas éticos de no fácil solución y que, más temprano que tarde, habrá que afrontar.

Pues bien, todo esto por fuerza (o por la naturaleza de las cosas) terminará afectando al sector público, además de forma profunda e inevitable. Y asimismo impactará sobre la protección de datos personales, que estará en el centro del problema. Pues no cabe olvidar que esta revolución tecnológica, como todas revoluciones industriales anteriores, comportará también una suerte de destrucción creativa, en términos del insigne economista Schumpeter (Capitalismo, socialismo y democracia, vol. I., Página Indómita, 2015). Lo relevante es que ese proceso de destrucción creativa –como sancionó Schumpeter- es la clave del capitalismo y conlleva un fenómeno de “destrucción ininterrumpida de lo antiguo y una creación continua de elementos nuevos”. Ambos momentos se solapan, conviven en falsa armonía y uno de ellos (el antiguo) se va desmoronando frente a la emergencia del otro (el nuevo). Esta vez, no obstante, el proceso, aunque desigual, puede ser mucho más rápido.

En ese proceso de “destrucción creativa” que ya está llamando a nuestra puerta, el problema que tiene la Administración Pública para llevar a cabo esos ajustes tan drásticos que el nuevo escenario tecnológico anuncia, también en el ámbito de protección de datos personales, radica principalmente en su enorme rigidez estructural y su anquilosamiento normativo. Pero este último elemento, el anquilosamiento normativo, al menos por lo que respecta a la protección de datos personales, ha sido removido por el “legislador europeo”: la plena efectividad del RGPD abre un sinfín de retos aplicativos a las Administraciones Públicas a los que deben enfrentarse de modo inevitable cuanto antes mejor, puesto que la revolución tecnológica alterará la esencia de las cosas y en todo este proceso, la proteccion de datos personales dejará de estar en la perfieria de las políticas públicas para situarse en el epicentro de muchas de ellas. Algo que el paso del tiempo irá confirmando.

(*) Este trabajo es un resumen del Epílogo al documento La aplicación del RGPD a la Administración Pública, que será editado en abierto por el IVAP/HAEE en próximas semanas. Asimismo, una versión de este trabajo se recoge también como Epílogo a la obra colectiva coordinada por Concepción Campos Acuña, Aplicación práctica y adaptación de la protección de datos en el ámbito local. Novedades tras el Reglamento Europeo, que se publicará por la Editorial Wolters Kluver próximamente.

lunes, 23 de enero de 2017

Hacia el nuevo empleado público digital

"La digitalización del puesto de trabajo del empleado público llevará de la mano un significativo cambio cultural: la transformación digital implica una nueva manera de colaborar, de relacionarse, y una forma diferente de realizar gestiones tradicionales"

Belen Espejo.- Blog A un Clic de las Tic.- La transformación digital es algo que preocupa a las organizaciones españolas y está acelerando la toma de decisiones tecnológicas en la mayoría de ellas. Según el último estudio de Gartner sobre la transformación digital, del que escribía una compañera, en 2015 las empresas de nuestro país invirtieron un 2,8 por ciento más en crecer y un 3,2 por ciento más en transformarse que la media internacional.

Pero si la transformación digital es una oportunidad para todas las organizaciones, para las administraciones públicas puede suponer una disrupción aún más significativa, ya que les permitirá:

Incrementar la eficiencia, mediante el uso de herramientas y metodologías que reduzcan el coste de la gestión.

Mejorar la eficacia y la productividad. El hecho de que faciliten el trabajo de los empleados públicos redundará en un mejor servicio al ciudadano.
Acceder a un modelo de gestión más coordinado e integrado, que tenga como eje la perspectiva del ciudadano.

Proyectar una imagen renovada a la sociedad, más moderna e innovadora, acorde a los nuevos tiempos.

Las administraciones públicas ya han dado algunos pasos importantes hacia la transformación digital. Ejemplos de ello son la gestión electrónica de ciertos trámites, la consolidación de la información personal disponible en los distintos organismos y las nuevas facilidades en el acceso a la información. Se ha avanzado mucho en la digitalización de la relación con el ciudadano, pero queda camino por recorrer en la transformación del factor humano: los empleados de la administración pública. Y precisamente el empleado público es la pieza clave de la transformación digital: cualquier proyecto de digitalización que no tenga en cuenta sus necesidades y atienda únicamente a las posibilidades que ofrece la tecnología, corre un alto riesgo de  fracasar. Estas necesidades son diferentes para cada tipo de empleado, si bien hay algunas en común: el empleado público digital debe estar siempre conectado, debe poder acceder desde cualquier momento y lugar a la información relevante y debe disponer de herramientas de colaboración.

La transformación digital del puesto de trabajo favorece la aparición de diferentes escenarios tecnológicos y nuevas formas de hacer las cosas, y para la administración pública supone también la indudable oportunidad de implantar un nuevo modelo cultural, en el que se consoliden valores tan importantes como la agilidad y la transparencia, y que esta nueva imagen sea, además, percibida y valorada por la sociedad a través, no solo de un nuevo modelo de atención al ciudadano, sino de una nueva conceptualización de las oficinas y espacios físicos y, por ende, de una nueva cultura corporativa.

Transformación del modelo de trabajo en la AAPP. 
La digitalización del puesto de trabajo del empleado público llevará de la mano un significativo cambio cultural: la transformación digital implica una nueva manera de colaborar, de relacionarse, y una forma diferente de realizar gestiones tradicionales. La movilidad, la virtualización y las nuevas herramientas de colaboración aportan nuevas posibilidades al trabajo cotidiano. Como se recoge en el informe de PwC “Administración 2033. La Administración invisible”, del que escribiré próximamente, la transformación digital en las AA.PP supondrá un cambio de paradigma: veremos proactividad, disponibilidad 24×7, una nueva cartera de servicios, su impulso al desarrollo económico y social y de ecosistemas de innovación, fomentarán el talento y liderazgo de sus profesionales, estarán centradas en resultados y tendrán realmente en el centro al ciudadano…

Pero para que esta transformación digital sea una realidad, la Administración pública debe seguir reinventándose y será necesario accionar ciertas palancas en el corto plazo. Quizá una de las más relevantes sea la capacitación tecnológica de los empleados públicos que deben ser capaces en poco tiempo de adquirir competencias digitales para interactuar con la tecnología (por ejemplo: manejar entornos multidispositivo, utilizar nuevas aplicaciones y herramientas de colaboración, controlar escenarios de autogestión, etc.). La adquisición de estas habilidades será un importante reto para las administraciones públicas, un entorno en el que no solamente conviven empleados de muchas y muy diferentes generaciones (nativos y no nativos digitales), sino donde la formación se imparte de manera desagregada.

Todo ventajas
Para que las administraciones públicas puedan aprovechar al máximo las ventajas de la transformación digital deben estar preparadas para tomar decisiones tan relevantes como el rediseño de sus procesos, que deben adaptarse a un nuevo modelo digital, y deben estar listas para abordar los retos de seguridad que supone abrir ciertos entornos de colaboración o llevarse infraestructuras y aplicaciones a la nube. Pero tal vez una de las decisiones más importantes afecte a los actuales modelos de inversión y contratación, que deben cambiar para facilitar la contratación de servicios end to end centrados en la experiencia de usuario, en lugar de la compra de proyectos “por piezas”. Un ejemplo es la compra pública innovadora.


Detrás de esta estrategia de transformación no puede haber otro objetivo que prestar un mejor servicio, más eficiente, ágil y que aporte mayor transparencia a la sociedad. Las nuevas tecnologías deben servir de puente entre los empleados públicos y los ciudadanos, ayudar a flexibilizar los modelos de atención y a derribar las barreras culturales que desde hace años arrastran las administraciones públicas.

martes, 10 de enero de 2017

La administración pública del futuro «perderá» sus papeles

Los expertos avisan de que la digitalización del sector público en España aún esta lejos del estándar europeo. Ver informe AMETIC sobre Transformación Digital (pdf)  


Revista de prensa. Diario ABC.- Las diferentes administraciones públicas, al igual que el tejido empresarial o el conjunto de la sociedad, tienen que subirse ya al tren que les transporte, a alta velocidad y por ancho de vía europeo, al futuro digital. Según cálculos de la UE, los costes en el sector público podrían reducirse hasta un 20% si se completa con éxito esta transformación.

Un informe de la Asociación Multisectorial de Empresas de la Electrónica, las Tecnologías de la Información y la Comunicación, de las Telecomunicaciones y de los Contenidos Digitales –Ametic– propone una serie de medidas para que la revolución 4.0 se instale también en las diferentes estructuras del Estado. El director general de esta patronal, Benigno Lacort, considera «urgente y prioritario conseguir una administración sin papeles como paso necesario, pero no suficiente, para disponer de una administración totalmente digital». Recuerda que en los últimos años se han elaborado distintos planes con este objetivo, pero no se han cumplido. Así que «ésta debe ser una prioridad inaplazable dentro de esta legislatura». Una transformación que, en su opinión, habrá de aplicarse también a las administraciones autonómicas y locales, y en cada una de las cuales el proceso tendrá que contar con un plan específico.
 
Un Chief digital officer en cada A.P.
Entre las medidas que propone Ametic figuran un incremento de la inversión en I+D+i; elevar la deducción fiscal por proyectos de innovación tecnológica; reducir el IVA de los contenidos digitales culturales y educacionales; limitar el peso del criterio precio en las licitaciones para contratar servicios... Aconseja también habilitar a corto plazo, en todas las administraciones públicas, la figura del «chief digital officer» para impulsar esa revolución. Su papel debería ser «promover y dirigir la transformación digital interna, haciendo uso de los beneficios de la tecnología como herramienta para mejorar el servicio al ciudadano y aumentar la eficiencia en el uso de los recursos disponibles», afirma Lacort. Y con «un perfil tecnológico y conocimientos de gestión». Una de sus principales funciones sería «implicar a todos los órganos directivos con el proceso transformador».
 
El informe plantea asimismo otras herramientas: fomentar la inversión en infraestructuras de banda ancha ultrarrápida, cloud computing, big data analytics, planes de smart city... Benigno Lacort da especial importancia a aquellos medios destinadas a mejorar la formación y el desarrollo del talento digital, que «es un aspecto imprescindible para la interacción del ciudadano con la Administración».
 
¿Cuál será el perfil del futuro funcionario? «Va a estar más en contacto con la tecnología y esto será un factor que le ayudará a desempeñar su trabajo». En opinión del director general de la patronal de empresas tecnológicas, «la transformación digital contribuirá a aportarle flexibilidad, autogestión y visibilidad con el resto de la organización». Y contribuirá también a «aumentar la satisfacción laboral del funcionario ampliando su ámbito de capacidades».

Pero, ¿ello supondrá una reducción del número de funcionarios? Frente a quienes opinan que la digitalización supone un riesgo para el empleo, Ametic cree que, antes al contrario, contribuirá a la generación de puestos de trabajo, también en la administración pública. De los principales rankings hechos a nivel internacional, se desprende que en España la concienciación sobre la necesidad de acometer la transformación digital «es aún insuficiente». Según el último informe del Digital Economy and Society Index, España está por debajo de la media europea y, lo que puede ser más inquietante, registra un crecimiento muy lento. Así, en el apartado de «capital humano», que puntúa las competencias básicas y avanzadas de los ciudadanos, nuestro país está en la posición 18, «lo cual nos da una referencia de lo mucho que hay que mejorar», advierte Lacort.
 
Singapur a la cabeza, España en el puesto 35
En el escenario mundial, la situación de España no es muy diferente. Nuestro país ocupa el puesto 35 en digitalización, de acuerdo con el ranking de Network Readiness Index. La clasificación está liderada por Singapur, seguida de Finlandia, Suecia, Noruega y Estados Unidos. Un índice que penaliza a nuestro país muy especialmente en lo que respecta a formación tecnológica de los empleados.
 
Aunque, en el caso concreto de la Administración, España está un poco mejor que el ámbito empresarial. Así se desprende del apartado «servicios públicos digitales», del mencionado informe de Digital Economy and Society Index. Pero, «nos queda camino por delante para disponer de una administración pública plenamente digital». Así que, «esto debería considerarse como una prioridad a corto plazo para lo que hay que elaborar un plan ambicioso», sentencia Lacort.
 
Por su parte, el Ministerio de Energía, Turismo y Agenda Digital declinó valorar la situación en la que actualmente se encuentra la Administración Central en este proceso. El Gobierno aprobó en octubre de 2015 el Plan de Transformación Digital, que incluye una serie de actuaciones. El objetivo es alcanzar una administración plenamente digital para 2020. Para ello propone, entre otras metas, desarrollar el puesto de trabajo digital; proveer servicios públicos digitales adaptados a las nuevas tecnologías; mejorar la satisfacción del usuario en el uso de los servicios públicos digitales; promover la innovación en la prestación de servicios; proveer de manera compartida servicios comunes; disponer de sistemas de análisis de datos para la toma de decisiones; gantizar la seguridad de los sistemas de información de la Administración...
 
Todo al 100%
La patronal de empresas tecnológicas propone, también, implantar al 100% la historia clínica digital y la receta electrónica, así como los procedimientos de la Administración de Justicia y los procedimientos mercantiles y corporativos. Además, establecer, por parte del Ministerio de Empleo y Seguridad Social, un observatorio específico del empleo TIC. Aconseja elaborar un catálogo de titulaciones universitarias acorde a las necesidades de la economía y sociedad digital. En concreto, promover y potenciar la formación universitaria de nuevos directivos capacitados para cubrir la brecha existente entre técnicos y no-técnicos. También, ayudas a la producción de contenidos digitales y al desarrollo de la economía colaborativa.