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miércoles, 2 de marzo de 2022

Madrid: Funcionarios ‘guías’, en busca de talento universitario para opositar a la capital

El consistorio acude a las facultades para captar perfiles cualificados ante la jubilación del 50% de la plantilla de mayor nivel. Un equipo de 60 personas atiende de manera altruista las dudas de quienes se postulan a un proceso selectivo

Revista de prensa. Marta R. Domingo. ABC. Dar el paso de dejarlo todo para centrarse en estudiar una oposición para ocupar un puesto en los más altos niveles de la administración es una decisión que genera más incertidumbres que certezas. Es una inversión en tiempo y dinero, disciplina y mucho esfuerzo que no siempre se supera con éxito a la primera, pero que si se logra tiene una grata recompensa. Para reducir a la mínima expresión las dudas previas de quienes apuestan por postularse para un empleo público, el Ayuntamiento de Madrid ha puesto en marcha un servicio de asesoramiento personalizado.

Daniel Salas y Mª Ángeles García son dos de los funcionarios de las últimas promociones que se ha sumado al equipo de 60 voluntarios. «Me pareció una iniciativa muy interesante, me gustó mucho lo que es acercar la administración al ciudadano, que siempre parece que es algo inalcanzable. Cuando yo oposité me hubiera gustado que me hubieran orientado», cuenta a ABC García, que se sacó la plaza a Ingeniera Técnica de Obras Públicas en 2018. 

A través de la iniciativa ‘¿Quieres trabajar con nosotros?’, los ciudadanos interesados pueden plantear sus dudas mediante la página web del ayuntamiento en el apartado de oposiciones. Ellos resolverán todas las cuestiones que se susciten sobre los procesos selectivos abiertos en la capital, como el temario, tipo de pruebas, forma de preparación y grado de dificultad de las pruebas.

Los funcionarios que han dado el paso pertenecen a 14 categorías –letrados, veterinarios, psicólogos o arquitectos, entre otras– y atienden desde el pasado 14 de febrero, de manera altruista, las numerosas consultas que se están planteando con el fin de compartir su experiencia personal. Solo en las primeras dos semanas, ya se han atendido 250 peticiones de información.

«Somos una muy primera aproximación al empleo público. Mucha gente no tiene conocimiento de las oposiciones y preguntan desde cuándo y dónde se convocan hasta en qué consisten los exámenes, cuántas horas, cómo se prepara... Como lo hemos pasado hace poco nuestra experiencia le interesa mucho al que pregunta», relata a este diario Salas, que desde 2019 es Técnico de la Administración General de la rama jurídica en la Agencia Tributaria de Madrid.

La vocación de servicio público que les empujó a adentrarse en la administración municipal es lo que les ha llevado ahora a «devolver» esa mano amiga que un día otros compañeros de promociones anteriores les prestaron. «Quienes nos consultan son bastante generosos con nosotros y nos agradecen el tiempo invertido a cada uno», reconoce, orgullo, Salas.

Renovación necesaria

La captación de talento no es solo una máxima en el consistorio de la capital, sino que ya se ha convertido en una necesidad. «Se jubila el 50% de los titulados universitarios en los próximos 10 años, los que ocupan los puestos de los cuerpos superiores A1 y A2. Estamos reponiendo ya un tercio de las plazas y tenemos en marcha ya más procesos selectivos, por eso no estamos enfocando en ir a las facultades, para que los universitarios sepan el trabajo que hay detrás», explica a ABC el director general de Planificación de Recursos Humanos del Ayuntamiento de Madrid, Antonio Sánchez Díaz.

Además de la atención personalizada a través de la web, los voluntarios asisten a un ciclo de charlas en las universidades. «Les contamos los concursos públicos que tienen que ver con la facultad a la que vamos. Por ejemplo, las obras de plaza de España les interesa a los arquitectos o el Bosque Metropolitano, a los ingenieros de montes», indica Sánchez. A todas ellas siempre va un funcionario experimentado que les habla de la carrera que pueden alcanzar en estos puestos;uno de los voluntarios de las últimas promociones, para responder las dudas sobre el proceso selectivo y otro compañero de Recursos Humanos les explica las condiciones generales de empleo. Así se les da la triple perspectiva.

Durante 2022, el Área de Hacienda y Personal, que dirige la edil Engracia Hidalgo (PP), tiene previsto convocarán un mínimo de 856 plazas de empleo púbico en el ayuntamiento. De ellas, 176 son de turno libre –de ellas, 9 son con discapacidad–, 660 son de promoción interna para personal funcionario y 20 de promoción interna para personal laboral fijo. Estas plazas vendrían a sumarse a las 2.945 plazas convocadas entre 2019 y 2021.

Del total de plazas 67 corresponden al grupo A1 (letrados consistoriales, técnicos de administración general de las ramas jurídica y económica, médicos especialistas, médicos de medicina general, psicólogos y farmacéuticos), 34 corresponden al grupo A2 (titulados medios de administración general, ingenieros técnicos agrícolas, técnicos medios en tecnologías de la información, maestros de educación infantil y fisioterapeutas). Una nueva oportunidad de sumar talento al servicio del ciudadano.

Almeida convocará antes de fin de año 633 plazas de administrativo, arquitecto, ingeniero o trabajador social

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lunes, 10 de enero de 2022

¡Ay¡. La selección de empleados públicos

(A propósito de la 3ª edición del libro de Jorge FondevilaManual para la selección de empleados públicos)

 "Los sistemas selectivos no resultan por ellos mismos problemáticos por su naturaleza, sino que la clave se encuentra en los tipos de pruebas o méritos utilizados en su implementación” (p. 587)

Por Rafael Jiménez Asensio. La Mirada Institucional blog.- Se debe aplaudir, sin duda, que un libro técnico-jurídico vea la tercera edición, en este caso corregida y aumentada, pues –como bien dice el autor en la Nota Introductoria a esta edición- se está “en presencia de una revisión y actualización integral” de la obra, que también “ha incrementado sustancialmente su extensión”. Se trata, en efecto, de un libro cabecera para quienes deban diseñar o gestionar procedimientos selectivos, y prueba de ello es su nueva edición. Prácticamente todos aquellos que nos hemos movido en el ámbito del estudio o de la práctica profesional en las cuestiones relativas a selección de empleados públicos hemos echado mano constantemente de esta importante obra en sus anteriores ediciones ya agotadas, que ahora se actualiza y extiende, precisamente en un momento tan crítico como es en el que la selección en el empleo público se halla, sobre todo si entendemos que seleccionar es cabalmente identificar en el mejor talento (conocimientos, destrezas, aptitudes y actitudes) en procesos dotados de validez y fiabilidad (Gorriti, 2018) entre quienes compiten en igualdad de condiciones por un empleo público, una práctica, por cierto, en vías de extinción. Por tanto, para aquellas Administraciones públicas y entidades de su sector público que quieren llevar a cabo procesos selectivos adecuados, que ya les advierto son las menos, la obra de Jorge Fondevila es crucial, aunque también lo es para aquellas que buscan atajos o hacerse trampas en el solitario, que son legión, pues les muestra de forma rigurosa cuántas dificultades hallarán en el camino.

En todo caso, la tercera edición de esta obra llega, como decía, en un momento crítico de la selección, y de ello da fe, aunque sea tangencialmente en las últimas páginas, el autor; pues no es Jorge Fondevila precisamente un recién llegado, sino que conoce a la perfección con qué actores de comedia se juega el paño. Lo deja caer en distintos momentos de su importante libro. En efecto, la situación de declive o deterioro absoluto de la selección de empleados públicos en lo que respecta a la función pública territorial (Comunidades Autónomas y entes locales), aproximadamente 4/5 partes del empleo público total en España, es un síntoma preocupante de que en este país ya no hay política de Estado en lo que a sus recursos humanos públicos respecta. La siempre débil política de función pública históricamente existente, se ha ido desvaneciendo en una tupida red de intercambios espurios hasta volver a “transformar” (o a involucionar) al empleo público como un botín de acuerdos político-sindicales vergonzantes que se están llevando por delante a la función pública, con el imparable empuje -como también denuncia el autor- de una laboralización y de un Derecho del Trabajo (bendiciendo incluso, como señala, prácticas de clientelismo, en un afán a veces enfermizo por proteger al empleado público a costa del interés público) que han impuesto sus reglas exógenas a una institución estatal de carácter público (la función pública), que ya no tiene nadie que la defienda (el corporativismo tampoco lo hace; a veces es su peor enemigo), ni se advierte aún siquiera quien la entienda. 

Tampoco ha servido esta vez el maltrecho paraguas de la Unión Europea, que ha sido utilizado torticeramente para hacer justo lo contrario de lo que el sentido común y el buen gobierno, así como la propia y devaluada Constitución, hubiesen recomendado. Pero allí en la lejana Europa aún no saben o aún no se han dado cuenta (no sé qué es peor) con quién se juegan los cuartos. Desconocen el rol del “trilero”, que tan bien destaca el autor, un actor omnipresente en la política española, particularmente cuando se trata de arreglar entuertos de recursos humanos creados por ella misma y a veces con la connivencia sindical (aunque en esta ocasión, en honor a la verdad, se han pasado de frenada, yendo esa clase política más lejos incluso que las demandas sindicales y que la política más sensata impulsada por anterior y efímero Ministro, habiéndose adentrado peligrosamente en el pantano de la inconstitucionalidad de la Ley que entre bastidores han muñido: veremos qué dice el Tribunal Constitucional sobre semejantes apaños).

Lejos de mi intención resumir el amplio contenido de la obra, que supera las ochocientas páginas, ni menos aún pretender identificar dónde están las novedades que esta tercera edición incorpora, pues presumo que están trufadas por el contenido del libro, en una minuciosa labor (muy propia del autor) de análisis de la normativa vigente y de la doctrina jurisprudencial vertida sobre cada uno de los aspectos que trata. El libro que reseñamos tiene dos métodos de lectura, Por un lado, se puede leer de un largo tirón, tarea muy recomendable para quienes aún opositan a la función pública (especie en extinción) o para aquellos profesionales que se quieran especializar en recursos humanos en el sector público (que tampoco abundan; en parte porque ya ni siquiera interesan). Los responsables de recursos humanos en el sector público se han transformado, más que en especialistas del buen quehacer selectivo, en gestores de múltiples anomalías y vestidores de soluciones ad hoc impuestas por arriba o colateralmente en la negociación sindical. Maniatados, frustrados, aunque también los hay con empuje, criterio profesional y ganas. Y eso salva a las organizaciones en las que se hallan. Sin buenos profesionales de recursos humanos, las Administraciones Públicas van derechas a la bancarrota.

Otro sistema de lectura es acudir a la obra cuando se trata de abordar un proceso selectivo exigente (también excepcional), y el político serio (que también los hay) o el profesional responsable se quiere documentar para hacer mínimamente bien las cosas. En efecto, la obra de Jorge Fondevila es un libro ya de referencia para directivos y profesionales de recursos humanos del sector público, pero también es un trabajo de consulta permanente, al que hay que acudir como a un oráculo buscando soluciones puntuales a los innumerables problemas jurídico-normativos, pero especialmente aplicativos, que se plantean en cada momento puntual en los siempre juridificados procesos selectivos en el empleo público. El autor tampoco permanece ajeno a los nuevos problemas que se suscitan en la selección como consecuencia del emergente entorno digital, a los que ha prestado atención específica en numerosos trabajos y, particularmente, en algunos recientes.

Pero, si algo me gusta del autor es su franqueza y, en especial, cómo llama a las cosas por su nombre, directamente y sin tapujos. Viniendo de quien aboga por la defensa de procesos selectivos en el acceso a la función pública basados materialmente (y no solo en apariencia formal) en los principios de igualdad, mérito y capacidad, es digno de alabanza; pues en una cuestión tan técnica en el fondo como es la buena selección de empleados públicos, es donde se descubre si una organización y las personas que la dirigen (sus políticos o directivos), así como sus propios profesionales de recursos humanos, son gente seria o aventureros de lo público (que tanto abundan ahora). Pues en los procesos selectivos lo que está en juego es ni más ni menos que el futuro del país y de sus Administraciones Públicas (del Estado, de la Comunidad Autónoma o del Ayuntamiento), o si se prefiere de los servicios públicos que se ofrecerán a la ciudadanía. Además, si hay algo existencialmente importante en estos procesos es precisamente que quienes los superan serán nombrados funcionarios para toda su vida activa. Un error selectivo, o peor aún una cadena de errores (que pueden ser múltiples e infinitos como los futuros procesos de reducción de la temporalidad anuncian), pueden significar el fin acelerado de una institución secular (se asentó frágilmente entre nosotros en 1918), y que puede estar dando así sus últimas muestras de existencia. Sin una Administración profesional e imparcial no hay Estado democrático de Derecho que valga, todo lo más hay un sucedáneo barato e ineficiente, que apenas sirve para otra cosa que -como decía Galdós- ser comedero de estómagos agradecidos que viven mamando permanentemente de las ubres del presupuesto.

El autor, en diferentes pasajes de la obra, constata con amargura cómo el clientelismo político y sindical, por no hablar del amiguismo o el nepotismo, contaminan más veces de las deseables ese afán por disponer de una Administración moderna y de una función pública profesional que, entre nosotros, se está convirtiendo cada vez más en un pío deseo. No me cansaré de repetirlo: el fracaso de la selección objetiva y profesional en el empleo público es la muestra más evidente del fracaso de un país. Dicho en términos más precisos, la Administración Pública que no recluta a los mejores profesionales (y que, por tanto, no sabe activar inteligentemente sus procesos selectivos) no se está pegando un tiro en el pie, sino en el propio corazón o en la cabeza. Y eso es lo que lleva tiempo pasando entre nosotros, aunque muchos no se den cuenta. Carpe diem; pésimamente entendido.

Si solo se piensa en resolver la inmediatez y en colocar a sus fieles clientes embozados o dar solución expeditiva y nada rigurosa a los innumerables “rotos” históricos creados por la incompetencia contumaz de no saber resolver un problema (temporalidad endémica), los procesos selectivos “ordinarios” están llamados a desaparecer. La AGE aguantará; veremos por cuanto tiempo. No ayuda precisamente que los procesos serios (oposiciones libres) estén contaminados por formatos obsoletos y rancios que apenas atraen al talento joven. Pero ante la plétora de las estabilizaciones directas o blandas por decisiones políticas de coste futuro incalculable, se corre el riesgo de entronizar para siempre como alternativa un modelo de oposiciones libres que también debería ser profundamente revisado de forma gradual para adaptarlo razonablemente a un nuevo contexto que ya no es el de antaño, sin que ello implique preterir el mérito, la capacidad ni menos aún el imprescindible esfuerzo que se debe hacer para superar unas pruebas selectivas de verdad, no de mentirijillas, como tantas abundan ahora. Nada de esto se está haciendo. La reacción fatal es cerrar filas corporativas. Mala solución.

En efecto, nada de esto parece que se vaya a hacer, sino todo lo contrario, simple y llanamente porque no interesa. Menos aún a la función pública territorial, colonizada por intereses político-sindicales inmediatos, sin otra perspectiva que mirarse al ombligo. Y no ver que así no se va a ningún lado. Ni hay perspectiva, ni se la espera. Y me encantaría estar equivocado. La interinidad solo se acota temporalmente, y se seguirá nutriendo de esas “bolsas de trabajo eternas”, que el autor analiza y que ya han recibido carta de naturaleza por el legislador básico. La puerta de entrada “natural” al empleo público seguirá siendo la patológica vía de la interinidad “por bolsas”, luego transformada en pruebas selectivas de mentira; la excepcional (ya solo funciona en la AGE y poco más), las oposiciones libres, que la política de vía estrecha repudia, pues no les deja maniobrar; pero que, desde la demagogia y el desconocimiento, ya han comenzado criticar ferozmente por su elitismo, cierto en algunos casos y mentira en otros. Pero atacar la cultura del mérito derrumbando todos sus pilares en un país que nunca lo ha implantado realmente, es haber leído mal y de forma descontextualizada la obra de Sandel.  

Jorge Fondevila, con un enfoque mucho más técnico que la brocha gorda aquí aplicada, pone de relieve en distintos pasajes de su importante obra la transcendencia que tiene una buena selección en el empleo público, pues no en vano es un factor de legitimación de la actividad pública, más aún en una sociedad volátil y con un elevadísimo porcentaje de precariedad en el empleo. Quienes, como decía el profesor Alejandro Nieto, atraviesen el Jordán y besen la Tierra Prometida (esto es, superen un proceso selectivo y obtengan un empleo estable para toda la vida) deberían ser los mejores profesionales y con mayor vocación de servicio que tuviera el país. Y eso no está pasando, ni parece que vaya a pasar en un futuro inmediato. Y se pagará caro, muy caro, pero con factura diferida.

El autor, como persona atenta e inteligente que es, creo percibir que se da perfectamente cuenta de que su magnífico libro lleno de recetas adecuadas para seleccionar de acuerdo con los parámetros legales y de forma correcta, se va a utilizar muy poco en unos próximos años sobrecargados de procesos de «estabilización» que agotarán las pocas energías existentes en el sector público en lo que a selección respecta, al menos con ese enfoque finalista (seleccionar a los mejores) al que antes hacía referencia, pues el volcán que conmueve los cimientos de la Administración Pública española ha comenzado a expulsar lava que anegará durante varios años el empleo público, dejando tierra quemada a su paso. Así, hay que convenir con el autor que “la desprofesionalización y el clientelismo”, tendencias viejas en nuestro sector público, se acelerarán peligrosamente en los próximos tiempos. Las solución “legal” adoptada recientemente es, cabe compartir con el autor, de más que dudosa constitucionalidad (en algunos pasajes afirma incluso, algo que comparto, que es directamente inconstitucional), pues implanta de facto pruebas restringidas (concurso “de antigüedad” solo para quienes lleven cinco años como interinos o temporales en los puestos de trabajo) u oposiciones de mentira (oposiciones que, sorprendentemente, se pueden superar incluso suspendiendo todos los ejercicios de la pruebas selectivas), justificadas en una pretendida “excepción” que acoge en sus amplios brazos de enorme pulpo benefactor nada más y nada menos que a más del veinticinco por ciento del empleo público en España, y cierra el paso así de un portazo legal a millones de ciudadanos potenciales opositores preteridos para competir en el acceso a tales puestos de trabajo (propiedad por usucapión de quienes los venían disfrutando), y a quienes esta Ley “de punto final” (realmente, de “puntos suspensivos”) manda un mensaje muy claro y muy preciso: lo importante, como dice el autor, “no es el estudio, sino que (para acceder al empleo público, primero como interino y después de por vida) “es más rentable tener una buena relación de clientelismo social y político”.

En verdad, es triste decirlo, pero no ha descubierto nada nuevo esta política populista que hoy nos anega, plagada de enemigos del mérito, del esfuerzo y de la igualdad real, o alimentada por defensores de una Constitución en la que realmente no creen (veremos, por ejemplo, quién impugna la Ley ante el TC por recurso de inconstitucionalidad); pues todo eso está escrito en los renglones torcidos de nuestra historia política y administrativa decimonónica que, como pesado fardo, es un legado que ha llegado hasta nuestros días, y que tan bien describiera, entre otros muchos, Benito Pérez Galdós. A él habrá que volver para saber realmente de qué estamos enfermos, aunque nadie, ni entonces ni ahora, encuentre o quiera hallar la receta para la siempre aplazada mejoría.

domingo, 4 de octubre de 2020

Una Función Pública para transformar España (y II)

Otro post de interés. Por Jesús Fernández-Villaverde. El Confidencial: Una Gran Estrategia para España. Las Élites Publicas.

Por Rafael Jiménez Asensio. La Mirada Institucional blog.- La gestión integral de recursos humanos en las Administraciones Públicas está totalmente olvidada en la agenda política y reducida a la aplicación de las reglas jurídico-formales en la cotidiana administración ordinaria de las cuestiones de personal. No hay política de personal, tampoco apenas organización y gestión de recursos humanos, y sí mucha administración de personal, o lo que se denomina gráficamente (Gorriti-Toña) como ejercer funciones propias de “gestoría administrativa de personal” (nóminas, permisos, vacaciones, etc.).

También resulta obvio constatar que tenemos una selección de funcionarios cortada con un patrón tradicional y que no mide competencias sino (casi) exclusivamente conocimientos de programas o temarios propios del pleistoceno funcionarial, que tampoco atrae talento y que, además, en sus posiciones de élite, materialmente es un sistema altamente discriminatorio, social y territorialmente, así como nada atractivo para captar perfiles innovadores o tecnológicos (STEM) o de aquellas personas fuertemente cualificadas en competencias digitales, que son parte del núcleo básico de herramientas (junto con las habilidades blandas) que deberán acreditar los futuros funcionarios en los próximos años, mal que les pese a nuestras Administraciones Públicas que siguen seleccionando bajo pautas decimonónicas y con metodologías o procedimientos absolutamente caducos. En los próximos diez años la selección de personal será extensa e intensa (centenares de miles de empleos y muchos de ellos con perfiles absolutamente nuevos) en todas las Administraciones Públicas y es necesario reinventar totalmente su modelo institucional y su propio formato. El viejo esquema que asigna a un órgano directivo de la Administración (Direcciones de Función Pública o Institutos y Escuelas de Administración) organizar los procesos selectivos (con tribunales formados por funcionarios en activo), ha llegado a su estación de término. No puede funcionar más así. La existencia de Agencias de Selección o Comisiones Permanentes de Selección, con autonomía funcional e imparcialidad, será un modelo a explorar en todas las organizaciones públicas.

La formación continua de funcionarios sigue estando cortada igualmente con moldes envejecidos. Las instituciones de formación, como muchas otras de la función pública (por ejemplo, las Direcciones Generales de Función Pública y las Escuelas o Institutos de Administración), proceden de la reforma administrativa de mediados del pasado siglo, cuando ahora el entorno social, económico y digital de la Administración Pública nada tiene que ver con ese diseño. La política de función pública no es un asunto departamental (o ministerial), ni tampoco sectorial, es un ámbito que debería estar ubicado o  muy próximo a la Presidencia de Gobierno. Y gestionada de forma descentralizada institucionalmente a través de una Agencia (de Selección y Desarrollo Profesional, por ejemplo). También la selección de directivos.

Por lo común, en buena parte de las Administraciones territoriales el ingreso se consigue primero por la puerta falsa de las interinidades, luego bendecido por los pervertidos y generalizados  sistemas de concurso-oposición que tienen exigencias blandas (Xavier Boltaina), que no penalizan nunca a los que ya están para que puedan, así, sumar su mochila de puntos adquiriendo la condición de funcionarios de carrera y lograr la ansiada estabilidad para veinte, treinta o más años. Un sistema, aparte de ineficiente, de encaje constitucional más que dudoso, pues coloca en peor posición a quien no logró (por las razones que fueran) plaza de interino, y en todo caso penaliza al talento joven. ¿Qué será de la Administración Pública durante ese tiempo de varias décadas en que ese personal aplantillado quedará incrustado en las estructuras funcionariales ejerciendo en ciertos casos tareas que están llamadas a desaparecer (por ejemplo, auxiliares o administrativas)? A nadie importa. Ni qué hagan parece ser que tampoco. Se está gestando un pacto entre el Ministerio del ramo y los sindicatos para aplantillar directamente a todo el personal interino de larga duración. Un problema endémico en las Administraciones autonómicas y locales. Veremos cómo se articula y qué costes, directos e indirectos, tiene tal proceso. Quienes así ingresen (sobre todo si lo hacen con bajos niveles de conocimientos y destrezas)  es probable que, si no se les obliga a procesos formativos de adaptación exigentes y continuos, muestren todas sus carencias en poco tiempo. La pregunta será qué hacer con ellos, amén de retribuirles.

La formación inicial, cuando la hay, no es realmente selectiva; y sus contenidos distan mucho de ser los necesarios para afrontar las tareas funcionariales en el tercera década del siglo XXI en las Administraciones Públicas. La formación continua, también salvo puntuales excepciones, sigue todavía hoy el formato tradicional (edulcorada con power-point) que apenas añade valor a lo que realmente se hace, y si se configura como formación innovadora se topa de lleno con que tal aprendizaje tiene encaje complejo en la actividad real de las administraciones públicas. Por ejemplo, durante los últimos treinta años hemos formado en dirección pública decenas de miles de funcionarios que, en su mayor parte, han seguido desempeñando tareas convencionales en sus respectivos puestos de trabajo, pues apenas han sido promovidos a tales niveles de responsabilidad, habitualmente secuestrados para la designación política y la libre designación. Dinero y energías tiradas por la ventana, expectativas también. Ahora los formamos, por ejemplo, en innovación y gobierno abierto, para que sigan viendo cómo en sus organizaciones tales ideas-fuerza forman parte del escaparate político, pero apenas trascienden los muros de la actividad administrativa. Aunque esté aún desligada de las necesidades reales, la formación, sin embargo, será en los próximos años uno de los pilares claves de la transformación de la Administración Pública, ante el reto del aprendizaje permanente a lo largo de toda la vida profesional de los funcionarios que será ineludible en un proceso disruptivo de revolución tecnológica y de imperio de los datos. La provisión de puestos de trabajo, con esa dicotomía disfuncional de viejo tufo (concurso/libre designación), sigue esos mismos esquemas formales y nada efectivos. Contiene un abanico muy estrecho de posibilidades, por lo común muy mal aplicadas, lo que produce, por un lado, a la rigidez de estructuras y, por otro, nos lleva derechamente a una falsa flexibilidad a veces hipotecada con una discrecionalidad de banda ancha.

Más complejo, hasta el punto de convertirse en un imposible, resulta la implantación de la evaluación del desempeño, que se ha convertido casi en un pío deseo normativo. Aunque algunas buenas prácticas, siquiera sea excepcionalmente, se están empezando a dar (José Vicente Cortés). La gran asignatura de la función pública española es la de saber gestionar mínimamente la diferencia. Quien piense que todos los funcionarios, por cumplir la misma jornada, trabajan igual, producen lo mismo y deben tener retribuciones idénticas, se engaña completamente. Hay funcionarios excelentes, buenos, regulares, malos y muy malos, como también hay alumnos que en cualquier sistema educativo se pueden encuadrar en tales casillas. No debiera ser así en el caso del empleo público, al menos si los filtros de entrada y del desempeño  funcionaran cabalmente. Pero no funcionan. Ya no es suficiente legitimidad haber superado una oposición hace 10, 20 o 30 años. Hay que acreditar excelencia profesional continua. No basta con declararla, sino que se ha de manifestar día a día. Y ello solo lo puede acreditar una evaluación objetiva del desempeño que, con el objetivo principal de mejora de la organización y de la gestión, sirva también para una progresión profesional que, por definición, ha de ser diferente y no igual en sus resultados, con ritmos distintos y consecuencias dispares. Lo mismo que las compensaciones retributivas, que deben estar ligadas a las funciones, pero también al desempeño de las tareas. Pagar lo mismo por hacer cosas distintas (esto es, pagar lo mismo al que hace bien su trabajo al que lo hace mal o al que no lo hace) es algo absolutamente injusto, y alimenta que la Administración Pública se unifique siempre por los resultados más bajos y por los desempeños más ineficientes, pues sin estímulos, por mucha vocación que se tenga, siempre el desempeño y el tesón decaen, también la motivación y la propia implicación o el sentido de pertenencia. El igualitarismo funcionarial no es una mentira piadosa, sino una patología absolutamente insultante. Por definición, no puede existir en una institución de función pública que se califique de profesional.

Lo que sí hacen las Administraciones Públicas es pagar “religiosamente” a sus empleados a fin de mes. Quien mejor lo expresó fue Gregorio Luri. Cuando se jubiló de la docencia expuso los términos del problema con una claridad extraordinaria: “La Administración ha cumplido más que satisfactoriamente el pacto que ambos firmamos libremente el día que aprobé mis oposiciones (…) Se podría decir que he sido afortunado por tener un patrón mucho más preocupado por pagarme puntualmente cada mes que por supervisar mi trabajo” (La escuela contra el mundo, Ariel, 2015, p. 35). Una reflexión que puede extenderse a toda la función pública. Y procede de alguien que fue un funcionario ejemplar, y es reconocido filósofo y pedagogo, autor de innumerable libros, por cierto muchos de ellos imprescindibles para entender el sistema educativo actual. Las disfunciones que ese modelo genera son innumerables. Y ahí surge el desempeño diferenciado, comprometido por parte de algunos profesionales, de cumplimiento estricto por parte de otros y sencillamente de escaqueo o relativismo funcional por parte de un segmento de ese colectivo funcionarial. El sucedáneo del teletrabajo en el empleo público puesto en marcha en la etapa del confinamiento mostró fríamente esas grietas. Hay quien trabajó en exceso, otros bien y algunos nada. Sin objetivos, tareas, seguimiento y evaluación no hay teletrabajo.  Lo veremos en los próximos meses y años, si alguien no pone remedio efectivo. No volveré sobre un tema ya tratado.

La función pública, tal como se decía en la entrada anterior, no solo está atravesada en la zona alta por la politización de sus estructuras, sino que en los niveles superiores (y, en algún caso, intermedios) ofrece una presencia marcada de prácticas ranciamente corporativas, que ocupan también espacios importantes de la actividad pública de la Administración (incluso cuotas de poder elevadas) con intereses profesionales muy cerrados que se defienden como realidades inmutables frente a cualquier tentativa de cambio. En las zonas baja y media de la Administración, por el contrario, el dominio universal corresponde al sindicalismo del sector público (que tienen también expresiones corporativas-sindicales propias en la zona alta), que prácticamente fagocita a un empleador débil, como es el político de turno o el directivo “de confianza política”, y convierte la Administración Pública en un espacio muchas veces cogestionado (o peor aún, dirigido extramuros o con mando a distancia sindicalmente) donde el poder de dirección y control (salvo el horario) de la Administración está muy debilitado (Joan Mauri).  La pretendida defensa sindical de los servicios públicos se convierte, paradójicamente, en un escudo formal de mantenimiento de prerrogativas y privilegios funcionariales. Lo estamos viendo una día sí y otro también. Falta, sin embargo, un estudio comparado y analítico que confirme empíricamente lo que es un secreto a voces: que las condiciones de empleo del sector público son, al menos en los niveles medio-bajos, mucho mejores que las del sector privado, también en el plano retributivo. En los altos es otra cosa.

La situación descrita es sabida por todo aquel que tenga mínimo conocimiento de las administraciones públicas, pero no por la generalidad de los ciudadanos ni tampoco por los medios de comunicación, que muestran un desconocimiento importante del sector público y más aún del empleo público. Por otro lado, cabe reflejar la existencia, siempre interesante, de algunos discursos innovadores en el empleo público, pero que apenas superan los estrechos ecos de las redes sociales ni permeabilizan el duro caparazón de las tradiciones administrativas. Bueno es innovar, pero la institución de función pública, al menos en sus elementos sustantivos, requiere hoy en día apuntalar sus principios existenciales: profesionalidad, integridad e imparcialidad. El problema de fondo de la función pública es institucional y de incapacidad de transformarse, y sirven de poco (aunque son menos que nada) las medidas puntuales de innovación o mejora, pues sin reformas institucionales tales mejoras pueden ser absorbidas por las patologías del sistema, que son muchas y profundas.

Desafíos

Se engañaría quien piense que el problema está sólo en las personas. El problema más crudo a resolver es la inexistencia de un modelo institucional y de gestión de la función pública que pueda dar respuesta a los innumerables desafíos a los que se enfrentará la gestión de la función pública en los próximos años: jubilaciones masivas, relevo generacional, transformación tecnológica y de los empleos (también en el sector público), así como una enorme y prolongada crisis fiscal que, como consecuencia de la Covid19 (o agravada por esta), incidirá directamente sobre el empleo público durante la próxima década. El previsible retorno de la tasa de reposición de efectivos, probablemente uno de los factores causantes del empobrecimiento y envejecimiento actual del empleo público (diez años mayor de media que en el resto de la sociedad), y la vuelta a la congelación de ofertas de empleo público, que son el recetario ortodoxo de los planes de reequilibrio fiscal, serán en los próximos años la puntilla para una función pública que se encuentra hoy con el sistema inmunológico hecho pedazos.

El gobierno o el país que no sepa dar respuesta cabal a tales retos dispondrá de una Administración que ya no será pública, pues estará inadaptada a los desafíos del futuro inmediato, adoptando el  exclusivo papel que tan bien cumple ahora de servidora vicarial del político de turno, con la imparcialidad perdida y la profesionalidad quebrada, así como con una ciudadanía que le dará la espalda al ser un instrumento cada vez más inservible para mejorar su calidad de vida y su propia felicidad. La digitalización transformará radicalmente el escenario público y los funcionarios deberán adaptarse acelerada y permanentemente a tales exigencias o, en su defecto, ver cómo se quedan atrás, lejos de las demandas de la sociedad. En ese contexto de disrupción, no cabe descartar que, más tarde o más temprano, las puertas de salida de las Administraciones Públicas se abran de par en par para aquellos funcionarios que no tienen tareas efectivas a desarrollar ni han acreditado capacidad de adaptarse a los nuevos retos,  salvo que se pretenda que la función pública se convierta perennemente en un estabilizador para que las cifras del desempleo no adquieran tintes más dramáticos de los que nos esperan en los próximos tiempos. La Administración Pública puede  ser muchas cosas, pero el papel que nunca debiera asumir es convertirse una entidad de beneficencia u hogar de asilo de funcionarios inadaptados y carentes de tareas a desarrollar o de ejercer las competencias profesionales necesarias, que a pesar de ello son retribuidos a través de una suerte de pensiones paralelas en plena edad laboral, que se suman así  a los millones de jubilados que cobran pensiones de “clases pasivas” en España (más de diez millones, a partir del retiro de la generación del baby boom). No hay Hacienda que aguante eso, por muy rico que sea el país, que no es precisamente nuestro caso.

Otros países, principalmente las democracias avanzadas, están comenzando a plantearse estas preguntas. También están explorando soluciones, en algunos casos sistémicas, aunque en la mayor parte segmentadas o parciales. Y conviene siempre mirar qué se está haciendo fuera y qué respuestas se dan a problemas que, unas veces son comunes (digitalización y transformación digital, alta dirección), y otras son propias de nuestra idiosincrasia (jubilaciones masivas) o de nuestra secular desidia (interinidades, selección, igualitarismo retributivo, etc.). Esa mirada externa es necesaria en estos momentos y debe enriquecer el punto de vista de cualquier análisis que se haga sobre el futuro de la institución de la función pública. Así se ha hecho ayer mismo en una importante contribución del economista Jesús Fernández-Villaverde. No obstante, quien piense (algo también anunciado ayer) que sólo introduciendo medidas de agilización burocrática y sin reformar a fondo la Administración Pública y el sistema de función pública podremos absorber y gastar eficientemente el maná de los Fondos Europeos de Recuperación en los próximos 4/5 años, está en un monumental error. Giuseppe Conte, primer ministro italiano, lo decía muy claramente el otro día: sin reformar la Administración no podrá Italia salir airosa de ese empeño. Y, si fallamos -afirmaba-, entonces sí “los ciudadanos tienen el derecho de mandarnos a casa”. Como ha expuesto en un recomendable trabajo el también economista Manuel Hidalgo, gestionar esos miles de millones de euros de ayudas requerirá “virtuosismo en la gestión”. Algo que desgraciadamente hoy por hoy carecemos. Y cada día que pasa queda menos tiempo para aproximarnos o rozar siquiera a ese objetivo. Mientras tanto, la política, en su salsa; en la de siempre. Y todo aún por hacer.

martes, 13 de febrero de 2018

Carles Ramió: La mejora de los procesos de selección de los empleados públicos

"La condición necesaria, aunque no suficiente, para lograr funcionarios (y empleados públicos en general) competentes se deriva de la política y la gestión de la selección"

Por Carles Ramió. Blog EsPúblico.- El acceso a la función pública es uno de los temas recurrentes de análisis y también de insatisfacción en la gestión de recursos humanos en la Administración pública. Los procesos de selección de funcionarios, así como del resto de empleados públicos, es uno de los temas clave en materia de gestión de personal. Es, de hecho, el primer ítem y también el más importante en la materia. Si las Administraciones públicas desean ser instituciones potentes que aporten seguridad jurídica así como eficacia y eficiencia en la prestación de servicios deben poseer profesionales competentes y con una profunda vocación de servicio público. 

La condición necesaria, aunque no suficiente, para lograr funcionarios (y empleados públicos en general) competentes se deriva de la política y la gestión de la selección. Una vez se ha logrado introducir en una institución pública el talento profesional junto con la vocación de lo que se trata es de mantenerlo e incrementarlo, y ahí es cuando entran en juego otros elementos básicos de un modelo de gestión de recursos humanos como, entre otros, la formación, la carrera administrativa y la evaluación del desempeño.

Pero el problema es que la manera más ortodoxa y rigurosa de realizar las oposiciones, que es la que aplica la AGE para sus grandes cuerpos, tampoco está exenta de importantes disfunciones. En primer lugar, la superación de pruebas basadas en amplios temarios no asegura que los candidatos que superen estas pruebas tengan realmente las competencias necesarias para desempeñarse como buenos profesionales públicos. Los especialistas en la materia, por ejemplo Salgado y Gorriti,  afirman que el sistema de oposiciones no puede demostrar ni su validez ni su eficacia. La selección de personal es un difícil reto técnico y científico. Salgado considera que el mejor predictor (sistema de selección)  del desempeño laboral es la inteligencia medida con test psicométricos. Su validez predictiva es de 0,65 sobre un máximo de 1. Es decir, el mejor sistema técnico solo tiene una validez del 65 por ciento. El problema es que las oposiciones podrían asemejarse a los “test de conocimientos del puesto”, cuya validez predictiva está en torno a 0,45, pero probablemente son peores ya que su eficacia es escasa por la poca relación entre las preguntas de los exámenes y el trabajo a realizar. Es decir, los sistemas clásicos y prestigiosos de oposiciones poseen en la práctica una validez de menos del 40 por ciento. El otro problema reside en el gran esfuerzo que tienen que realizar los candidatos para superar unas pruebas con una eficacia tan escasa. Bagues (2014) ha analizado las oposiciones para 25 grandes cuerpos de la AGE durante 15 años consecutivos (2000-2014) y sus resultados sobrecogen: Las oposiciones a altos cuerpos del estado se caracterizan en general por largos períodos de preparación. Por ejemplo, en las oposiciones a Juez y Fiscal, el 42 por ciento de los opositores se presenta al menos cinco veces y, en las oposiciones a Notarías, que se celebran bienalmente,  un 12 por ciento de los candidatos lleva presentándose al menos diez años. 

En general, las tasas de éxito de los opositores son relativamente bajas en las primeras convocatorias, aumentan en la tercera y cuarta convocatoria, y tienden a bajar a partir de la quinta convocatoria. Es posible reproducir el horizonte temporal de aquellos opositores que comenzaron a preparar las oposiciones a un alto cuerpo del Estado en la última década. Al cabo de cinco años entre el 10 y el 30 por ciento los opositores (en función de la oposición) han logrado la plaza, cerca del 50 por ciento había abandonado y el resto continuaba aun presentándose. Este sistema es totalmente insostenible por el enorme coste social que implica tanto si culmina con éxito o con fracaso. No puede ser que para lograr tener un buen funcionario (con una validez inferior al 40 por ciento) los candidatos tengan que invertir cuatro años de su vida de manera exclusiva preparándose memorísticamente unos temarios insensatos por su extensión y también, en algunas ocasiones, por sus contendidos. Peor es que como media más del 70 por ciento no lo logran habiendo invertido entre tres y cuatro años en su preparación infructuosa.

Por tanto habría que introducirse al menos cuatro grandes cambios en el sistema de oposiciones:

1.-) Diseñar pruebas de acceso fluidas en beneficio de las propias administraciones públicas y de sus candidatos: pruebas para concursos selectivos de carácter masivo o semimasivo muy rápidas (por ejemplo de dos días, como si se tratara de las pruebas de selectividad para el acceso a la Universidad en España). Aquí se pueden medir los conocimientos (combinación de test y preguntas concretas de carácter técnico) con destrezas básicas (una prueba escrita que consistiría en desarrollar un tema general haciendo una propuesta con ingredientes estratégicos, jurídicos, económicos y de gestión de recursos humanos) y el test de personalidad (prueba muy discutida y discutible pero que ha llegado a un gran nivel de solidez y refinamiento en las pruebas de acceso en los cuerpos de seguridad). Una vez evaluados los resultados habría que hacer una segunda ronda de ejercicios ya más lenta y costosa (en todo caso aquí el número de candidatos que habría superado la primera fase debería representar un volumen manejable –números clausus–  pero que estimule un cierto nivel de competitividad). En esta segunda fase se evaluarían las destrezas orales, las aptitudes y, en su caso, las destrezas específicas.

2) Mantener la seguridad de nuestros sistemas tradicionales de selección pero incrementando la transparencia: Generalizar el uso de medidas que transmitan una imagen de transparencia, honestidad y eficacia: entregar los cuestionarios, publicar las plantillas de corrección y rapidez en la publicación de los resultados. En definitiva, se trata de mostrar la imposibilidad de una posible manipulación de las pruebas y de sus resultados.

3.-) Evaluar aptitudes (habilidades) y actitudes: Evaluar las habilidades y las actitudes personales a nivel de capacidad de resolución de conflictos, de dirección de proyectos, de trabajo en grupo, de inteligencia emocional, etc. Los elementos a evaluar y las técnicas de selección son las que son y aquí no hay que hacer muchas innovaciones. La innovación reside más en la importancia que se da a una dimensión sobre otra y en la combinación de las distintas técnicas de selección

4.-) Formación selectiva como socializadora y como evaluadora de las aptitudes y de la personalidad: La formación de entrada debe formar parte del proceso selectivo para darle la mayor importancia y seriedad. Si se realiza bien la primera fase de la oposición no se percibe la necesidad de que la formación selectiva sea muy competitiva. Sólo quedarían fuera del proceso aquellos casos extremos con serios problemas de aptitud y de personalidad y con todas las garantías jurídicas (esto es difícil pero no imposible; por ejemplo, los institutos de selección y formación de los cuerpos de seguridad han logrado implantar sistemas para medir este vector y hacerlo con plenas garantías jurídicas). Pero el objetivo principal de la formación selectiva es la socialización en valores públicos e institucionales: conocimiento del entorno institucional público, especificidades del sector público, ética y valores públicos, conocimientos sobre los actuales retos de la gestión pública (externalización, administración electrónica, participación ciudadana, etc.) Otra dimensión muy relevante que debería atender esta formación es la realización de casos prácticos y de simulaciones sobre aspectos gerenciales (es importante proporcionar en este tipo de formación habilidades gerenciales que son muy difíciles de aprender desde una dimensión estrictamente teórica).

De todos modos, actualmente se ha pasado de primar las habilidades burocráticas a incentivar en exclusiva las habilidades gerenciales puras y duras, y este cambio está generando, en algunas administraciones públicas, un pésimo impacto institucional. Hay que optar por un modelo gerencial de carácter institucional que consiste en formar en instrumentos gerenciales en el marco de una reflexión plural de carácter institucional atendiendo a las especificidades de la gestión pública y de la defensa del bien común y del interés general.


jueves, 4 de mayo de 2017

Oposiciones para toda la vida Vs meritocracia. Así se llega a funcionario en Europa

Hay dos grandes sistemas para acceder a la función pública en Europa, conectados con tradiciones históricas: el modelo francés de oposición y puesto vitalicio, que sigue España, y el anglosajón de los nórdicos, más meritocrático. Noticia relacionada El negocio (no siempre limpio) de preparar a los opositores 

Revista de prensa. diario.es.-Las imágenes de miles de opositores acudiendo a los exámenes para disputar unas pocas plazas en la Administración pública son típicamente españolas, pero no solo. También pueden verse en Portugal o Italia. Estos tres países tienen en común un alto índice de desempleo (aunque España se lleva la palma, con un 18,75% de la población activa).

Pero además coinciden en seguir el modelo francés, basado en el código napoleónico, de acceso a la función pública. Junto a Bélgica, Grecia y Chipre, además de la propia Francia, se encuadran en el esquema de entrada a la Administración a través de exámenes de oposición, centrados en la memorización de temarios, para convertirse en un funcionario "para toda la vida". Uno de los problemas que se plantean es la falta de experiencia para el puesto que se va a desempeñar, en ocasiones de responsabilidad, una vez se consigue pasar la oposición.

Frente a este esquema, en los países nórdicos, Alemania y Holanda, predomina a grandes rasgos el modelo liberal anglosajón, explica un portavoz del Sindicato Europeo de la Función Pública (EPSU), con sede en Bruselas. En estos países desaparece el concepto de trabajo fijo hasta la jubilación en la Administración. De hecho, los métodos de acceso no están basados -salvo en casos puntuales como la judicatura- en exámenes de oposición, sino en currículum, experiencia y procesos de entrevistas personales. Esto conlleva que existan menos candidatos para cada plaza, ya que no sólo deben tener una titulación determinada, sino una experiencia previa.

Este modelo anglosajón es menos protector del puesto de trabajo, y es más común que exista un trasvase entre la función pública y la empresa privada. Se da la circunstancia de que son países con menores índices de desempleo y que tienen una cultura de la Administración "más ligera y flexible". El portavoz de EPSU consultado recuerda además que son países que no han sufrido dictaduras en los últimos 250 años (salvo los diez años del nazismo en Alemania), lo que también determina un modelo de Estado menos burocrático.

En el caso de los países del Este, como República Checa o Polonia, han abrazado el modelo anglosajón pero con rasgos de mayor precariedad, ya que los funcionarios soportan grandes cargas de trabajo. Sus mayores, los que accedieron a puestos de la Administración cuando aún seguían en la órbita soviética, tienen un estatus de mayor seguridad en sus puestos de trabajo, explica el EPSU.

Porcentaje de empleados públicos respecto a todo el empleo asalariado en los países europeos. Comparativa 2010-2015. Fuente: Parlamento Europeo

En todo caso, existe poca literatura comparativa sobre el acceso a la función pública en Europa. Francia, durante su presidencia rotatoria de la UE en 2008, elaboró el documento Administración y servicio público en los 27 estados miembros, en el que se dan datos, país por país (sólo faltan España y Dinamarca), de cómo se accede a trabajar para la Administración. Estos son algunos ejemplos: 

Francia
Aunque los funcionarios y empleados públicos pueden ser contratados, el principal camino de acceso es el examen de oposición. Las autoridades han puesto en marcha decenas de escuelas e institutos de especialización de los funcionarios públicos.

Sin duda, la más conocida es la elitista ENA (Escuela Nacional de Administración), donde se han formado políticos como Dominique de Villepin, Ségolène Royal, o el actual candidato a la presidencia Emmanuel Macron. Además, hay cinco institutos regionales de administración, para puestos estándar en el Gobierno, y el Centro de Estudios Europeos (CEES) de Estrasburgo, para asuntos comunitarios. Cada ministerio cuenta con una serie de escuelas e institutos para formar en puestos específicos. No es necesario un examen para todos ellos.

Portugal
El acceso a puestos de la Administración se hace por competición pública, excepto en los puestos de categoría más elevada, como directores generales, que son contratados por libre designación. Existe un Instituto Nacional de la Administración para funcionarios de la Administración central y otro para los empleados locales, mientras que los sindicatos también pueden ofrecer cursos de formación.

Italia
La Constitución establece el principio de exámenes de libre concurrencia, a los que puede optar cualquier ciudadano europeo, salvo excepciones en algunos puestos a los que solo pueden optar nacionales italianos. Los funcionarios reciben formación cuando se han incorporado a su puesto y trabajan seis meses en prácticas. En algunos casos es obligatorio tener formación continua. Existen centros de estudios como la Escuela de empleados del sector estatal o local, o la Escuela de Policía.

Holanda
En Holanda no existen exámenes formales para acceder a la Administración pública. El procedimiento comienza con una consulta al registro de funcionarios disponibles o los que querrían cambiar de puesto de trabajo.

Después se hace un llamamiento público, primero en el ministerio concernido, y luego en la prensa. Se incluye una descripción del puesto de trabajo y de la experiencia y formación requeridas. Hay un sistema de discriminación positiva para puestos directivos, y un 2% de los puestos se reservan para discapacitados.
Suecia 
Los únicos criterios que establece la Constitución sueca son los de mérito y habilidades para el desempeño de un empleo público. Cada gobierno local, ministerio o agencia es libre de efectuar su selección de personal y establecer los métodos para ello, siempre que sea una convocatoria transparente y suficientemente publicitada. Sí hay casos en los que existe un examen previo para el acceso al puesto, tales como jueces y diplomáticos. 

Alemania
La Administración alemana no cuenta con exámenes centralizados. La contratación se organiza autónomamente por cada autoridad. Los aspirantes a funcionario de mayor nivel presentan una candidatura basada en un proyecto relacionado con la estrategia que pretenderían implantar para mejorar el desempeño del puesto al que aspiran.

En algunos "lands" (regiones) se contrata temporalmente a personal antes de darles un puesto permanente.

Polonia
La regla general es la transparencia y la competencia. Todas las plazas deben ser publicadas. El proceso de reclutamiento está descentralizado, y los contratos pueden ser indefinidos o temporales, por un periodo no superior a los tres años. Para ser funcionario, se deben cumplir determinados requerimientos formales, en ocasiones pasar exámenes, o estar graduados en la Escuela Nacional de la Administración Pública.

Las instituciones europeas
Para trabajar en las instituciones europeas, donde ya lo hacen más de 40.000 personas, de manera tanto permanente como temporal,  la Oficina Europea de Selección de Personal (EPSO) organiza oposiciones periódicamente.


Quienes las superan entran en una bolsa de trabajo y deben presentarse como candidatos a los puestos que vayan quedando vacantes y que más se adecuen a su perfil, a través de una entrevista en la que deberán competir con otros postulantes. Tienen un plazo de dos años para lograr acceder a un puesto, aunque normalmente puede prorrogarse este periodo con determinadas condiciones. Una vez contratados, deben pasar un periodo de prueba de nueve meses.