Por Carles Ramió EsPúblico blog.- -Un empleado público es un servidor público y, como es
lógico, para la gran mayoría ellos (nosotros) no es solo una profesión y un
medio de vida, sino que es fundamentalmente una vocación. La ciudadanía, de
momento, solo contempla y admira durante la actual fase de la crisis el
evidente sobreesfuerzo del personal sanitario, estimulado por una vocación de
servicio público y por una ética deontológica impresionante (está claro que el
juramento hipocrático es una cosa seria y que, en la práctica, no lo jura solo
el personal médico, sino también el personal de enfermería y auxiliar). Este
colectivo, junto con el personal de los servicios sociales, el personal
penitenciario y los cuerpos de seguridad del Estado son los héroes del
momento.
Pero no hay que olvidar tampoco al personal docente (primaria,
secundaria y universitaria) que ha transformado sus metodologías docentes
pasando de la formación presencial hacia la virtual en cuestión de horas. También
hay que tener presentes a los gestores internos de diversos sectores que han
incorporado el teletrabajo sin el lubricante de la formación o de las pruebas
piloto. Hay empleados públicos que, desde que están confinados, trabajan doce
horas al día en unos domicilios no pensados para el trabajo y conviviendo con
unos familiares prisioneros que reclaman su atención. Todo esto significa que
no hay tantos empleados públicos que estén estos días en el sofá viendo sin
descanso series televisivas. Obvio que los hay: una gran parte de ellos
desearía trabajar y aportar su valor público, pero sus respectivos ámbitos de
gestión no estaban preparados para asumir de golpe el teletrabajo. Otros
sencillamente no se lo pueden plantear porque sus trabajos solo tienen sentido
en un sistema de organización del trabajo pensada exclusivamente de manera
presencial.
Dicho todo esto sobre la situación en el ámbito público, hay
que reconocer que este escenario no es muy distinto al del sector privado en el
sector de servicios. También posee sus héroes: trabajadores en los
supermercados, teletrabajadores, los que quisieran hacerlo y no pueden ya
que sus empresas no están preparadas y, finalmente, los que su trabajo no es
posible si no pueden estar presentes en unos servicios a los que nada se puede
aportar si están físicamente cerrados.
Podríamos decir que todos los trabajadores, durante esta
crisis sanitaria, hemos aportado lo que hemos podido. Pero el tema que va a ser
crucial para el futuro de la función pública es: ¿Qué vamos a hacer los
empleados públicos en el mismo momento que se abran las rejas de nuestros
domicilios y acudamos a nuestro trabajo en un país arrasado económicamente y,
por tanto, devastado socialmente? Una primera posibilidad es que sigamos
igual que antes, como si el confinamiento hubiera sido solo un enojoso
paréntesis. ¿Podemos obviar que una gran parte los conciudadanos ya no tendrán
trabajo? ¿Podemos llegar a pensar que la caída brutal del PIB no afectará a los
ingresos y capacidades de las administraciones para resolver los problemas?
¿Pensamos seguir en la perversa lógica laboral, abonada por los sindicatos, a
luchar por unos días, de más o de menos, de asueto? ¿Vamos a limitarnos a
esperar reactivamente a que, con toda probabilidad, nos eliminen la próxima
paga extra y/o nos recorten el sueldo?
Yo sinceramente considero que los empleados públicos, con
sólidos valores públicos (que somos la gran mayoría), deberíamos ser proactivos
y mientras dure la cuarentena presentar a la sociedad un conjunto de propuestas.
A modo de ejemplo:
-Renunciamos voluntariamente para este año 2020 a nuestros
días de asuntos propios y a las vacaciones (o a una parte significativa de las
mismas), para contribuir con estos días extra de trabajo a la reconstrucción
del país y a aportar el máximo confort posible a nuestros conciudadanos. Esta
oferta general tendría sus lógicas excepciones: el personal sanitario, cuerpos
de seguridad, etc., si la crisis sanitaria afloja, debería descansar, los
empleados públicos con hijos menores podrían ser excepcionados, etc. La
proclama podría ser maravillosa: señores políticos empiecen a diseñar políticas
y servicios para ayudar a la sociedad que de golpe tienen a centenares de miles
de empleados públicos más de los previsto a su disposición para aportar lo que
haga falta (unas 250 horas multiplicadas por cerca de dos millones de empleados
públicos).
-Todos los empleados públicos que no han estado implicados en
servicios esenciales y no se han acogido al teletrabajo optan voluntariamente a
recuperar las horas y a acogerse al Real Decreto-ley 10/2020.
-Nos comprometemos a no promover ninguna huelga sectorial o
general de servicios públicos durante los años 2020 y 2021.
-Renunciamos a las dos pagas extraordinarias del año 2020 y
dejamos en manos de los representantes políticos (y de la sociedad) sobre si
las recuperamos o no cuando se haya recobrado la normalidad. De esta medida
quedarían excepcionados el personal público de primera línea de que ha
afrontado la crisis sanitaria: sanitarios, cuerpos de seguridad, servicios
sociales, etc. Mucho me temo que no podrían ser exceptuados los que hemos
teletrabajado, ya que es difícil conjugar tantas diferencias, pero se podría intentar.
Que quede claro que me duele esta propuesta, en todos sus términos, como al que
más pero no visualizo otra posibilidad.
-Dar el mandato a los sindicatos de los empleados públicos
que abandonen su rol reivindicativo durante dos años y, ya puestos, que
renuncien al ejército de liberados sindicales del sector público para que
refuercen los servicios públicos durante lo que queda del 2020 y durante todo
el 2021.
Reconstruir el país
Es evidente que estas propuestas no me entusiasman a nivel
personal y que, además, vienen preñadas por un dédalo de impactos perversos
cargados de injusticias, que quizás habría que refinar, ya que serían tratados
de igual manera aquellos que no han podido trabajar con los que han trabajado
(y mucho más de lo usual) con el teletrabajo. Sería injusto atendiendo a las
distintas tablas retributivas y a las situaciones socioeconómicas de los
diversos empleados públicos. Pero todo este sacrificio sería ampliamente
compensado al mejorar nuestra imagen social, tan injustamente maltratada desde
hace tiempo. Se vería también recompensada por ser especialmente activos en la
reconstrucción del país y en contribuir a mejorar las condiciones de vida de
nuestros conciudadanos. Pero es que mucho me temo que no tenemos alternativa:
si no damos un paso al frente proactivo con estas medidas aquí propuestas o
similares, nos las van a aplicar de todos modos de manera reactiva y
coercitiva, y vamos a perder la oportunidad de mostrar y proclamar nuestra
vocación de servicio a la sociedad. Además, ¿No nos daría un placer perverso
ver la cara de estupefacción de la clase política ante nuestra iniciativa y
comprobar cómo intentan ponerse las pilas para situarse a la misma altura que
nosotros (los empleados públicos)?
No tengo placeres perversos. Llevo años sufriendo una incompetencia gestora brutal y ahora siendo un héroe (de los que tan bien relata kubrick o sea de los que luego dejan tirados y pagan el pato9. No, no me identifico. no, no renuncio, mucho menos por posicionamiento. esta vez alguien tiene que DARy no son aplausos. La medida en que nos van a dar la ha marcado la prórroga a los residentes; compañeros, personas que se están dejando la piel y a los que una estrategia les deja como títeres en sus manos. No, no es mi posición hoy, ALGO TENDRÁ QUE HACER ALGUIEN para que pueda identificarme
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