Revista de prensa. Por Francisco Longo. el Economista.com.- Sin duda, como han destacado numerosas opiniones publicadas
en los últimos días, la crisis del coronavirus está poniendo de manifiesto la
importancia del estado. No solo porque la salud pública -que hoy quiere decir
protección para todos frente a la pandemia- es estrictamente un bien público,
es decir, una necesidad social que el mercado como
ocurre con la justicia, la defensa, la diplomacia o el orden público- no puede
satisfacer. También, porque un país dotado de un sistema de sanidad pública
universal como el nuestro se halla, a la hora de hacer frente al virus, en
mejores condiciones que aquellos que carecen de una sanidad financiada con
impuestos, incluyente y extendida al conjunto del territorio y la ciudadanía.
En realidad, una pandemia global es un escenario en el que
los libertarios, aquellos que defienden el estado mínimo a lo Robert Nozick, no
pueden encontrarse demasiado cómodos ¿Cómo abordar, con los escasos mimbres
públicos que ellos toleran, un desafío de tal dimensión, más allá del "sálvese
quien pueda"? A pesar de todas nuestras fragilidades y divisiones, que son
muchas, los europeos podemos felicitarnos de haber sido capaces de construir
estados de bienestar en los que el aseguramiento público de la salud de las
personas es una pieza esencial. Cualquiera que sea la duración y
consecuencias de esta crisis, y a pesar del sufrimiento que nos está
produciendo, estaríamos mucho peor sin esos modelos de estado que alumbramos
tras la última gran guerra y que hoy intentamos, no sin dificultades, hacer
sostenibles.
Europa debe felicitarse por haber sido capaz de crear un
Estado del Bienestar real
Dicho esto, conviene destacar que en una crisis como la
actual, que exige la movilización de todos los recursos de la sociedad, el
papel de los actores económicos y sociales no estatales resulta también valioso
e imprescindible. Empezando por la sanidad privada que representa una tercera
parte del esfuerzo económico del país en este campo y que, intervenida ahora en
el marco del estado de alarma, va a suponer un refuerzo importantísimo a la
movilización de recursos frente al virus. Siguiendo por compañías que están
realizando, con importantes esfuerzos adaptativos y en condiciones difíciles,
una aportación vital a la provisión de bienes y servicios esenciales. O
aquellas que, desde otros sectores, como la hostelería, han puesto sus activos
a disposición de las autoridades sanitarias. Y continuando por multitud de
organizaciones no lucrativas que complementan la acción de los poderes públicos
en la atención a los más vulnerables.
Por eso, junto al personal de la sanidad pública, al que no
olvidamos ni un momento, merecen nuestro agradecimiento y aplauso un gran
número de trabajadores del transporte, la logística, la distribución, la
tecnología, la alimentación o los cuidados, cuyos trabajos se desarrollan
extramuros de la fortaleza estatal. Es más, hay que decir abiertamente que la
ingente tarea de reconstrucción de nuestra economía y nuestra sociedad que nos
aguarda tras la pandemia solo será posible con un esfuerzo de colaboración
público-privada de una envergadura e intensidad desconocidas hasta ahora. Así
se apuntaba ya en la llamada del Presidente del Gobierno al sector privado en
su presentación del decreto-ley de medidas económicas frente a la crisis.
Sin un sector público potente hubiera sido imposible hacer
frente a la epidemia
Por todo eso, sería importante que las voces, habituales en
nuestra esfera pública, que aprovechan cualquier oportunidad para confrontar lo
público con lo privado, se moderasen. Entremezcladas con los merecidos elogios
a la sanidad pública, esas voces ya han empezado a oírse, en algún caso con
estridencia y procedentes de altos responsables políticos. No deberíamos
extrañarnos. En El Futuro del Capitalismo, escribe Paul Collier que, tras la
última gran recesión, la frustración de la gente "ha
proporcionado un enérgico impulso a dos especies de político que esperaban al
acecho: los populistas y los ideólogos". Y añade: "la última vez que el capitalismo descarriló, en la década de 1930, sucedió
lo mismo". En estos tiempos de amenaza y sufrimiento colectivo, ambas
especies siguen ahí, manipulando a su medida el razonamiento o las emociones e
intentando arrimar el ascua a su sardina, fieles a su empeño de polarizar y
separar territorios, comunidades, grupos sociales o personas. En esta tesitura
crítica en la que nos hallamos, nos conviene a todos no escucharlas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario