Por Elisa de la Nuez
Sánchez-Cascado. Hay Derecho blog-Expansión.- Parece razonable pensar que para llegar a un acuerdo en
cualquier circunstancia por muy excepcional que sea -como es la que vivimos- es
imprescindible que exista una mínima confianza entre los agentes llamados a
colaborar. Según las encuestas nueve de cada diez españoles reclama unos nuevos
acuerdos políticos económicos y sociales (unos nuevos pactos de la Moncloa o
unos pactos de la reconstrucción, el nombre da bastante igual) que permitan
abordar con el consenso de todos la reconstrucción económica, social e
institucional que va a resultar imprescindible después de esta pandemia. Sin
embargo, según las mismas encuestas la mayoría de los ciudadanos no cree
nuestros representantes sean capaces de alcanzarlos. Y es fácil comprender sus
razones.
El juego de la polarización, al que se apuntaron todos y
cada uno de los partidos políticos, incluso los que se presentaron en un primer
momento como el cortafuegos entre rojos y azules, y el paralelo juego de suma
cero en que el adversario políticos siempre es un enemigo de la democracia, las
libertades, los intereses de los ciudadanos, etc, etc avivado por las sucesivas
elecciones fallidas ha dejado un panorama político desastroso. Los políticos
están más radicalizados y alejados que nunca cuando precisamente se necesita su
moderación y su acercamiento más que nunca. Por otro lado, que el actual
Presidente del gobierno presida un gobierno de coalición con Podemos después de
haber convocado unas nuevas elecciones para evitarlo ha socavado, como era
inevitable, su credibilidad. La torpe gestión de la crisis sanitaria tampoco ha
ayudado, particularmente en el ámbito de la transparencia, la información veraz
y rigurosa y la comunicación que son esenciales para recuperar la confianza
ciudadana en sus gobernantes.
En definitiva, los partidos que están llamados a ponerse de
acuerdo de una forma u otra para salir de esta crisis no se fían en absoluto
los unos de los otros: la oferta del presidente del Gobierno se ve como una
trampa por la oposición, las descalificaciones y los insultos mutuos siguen y
no se atisban motivos para el optimismo. Los medios de comunicación con su toma
de partido previa y su sectarismo agudizado a favor de unos u otros, con pocas
excepciones, tampoco colaboran en la difícil pero ineludible tarea de tender
puentes. Por otra parte, es razonable pensar que un gobierno en minoría y con
elementos populistas en su interior que tensionan y retardan inevitablemente
las respuestas es una peor opción para abordar los enormes retos que se
avecinan que cualquier gran pacto o acuerdo transversal que se pueda alcanzar
entre gobierno y oposición.
En todo caso, estamos donde estamos y tenemos la política,
las instituciones y la ciudadanía que tenemos. Como dice el profesor Fernando
Jiménez, estamos una política del siglo XIX, unas instituciones del siglo XX y
una ciudadanía del siglo XXI. Y sinceramente pienso que con estas premisas son
con las que hay que trabajar. Pero antes conviene recordar una historia de
éxito en una situación parecida o peor. En 1977 se estaba realizando el
tránsito de la dictadura a la democracia en medio de una monumental crisis
económica que hacía peligrar la propia transición política entonces muy
incipiente. Podemos pensar que quizás los políticos eran más capaces y más
generosos y estaban más dispuestos a colaborar, pero ciertamente las
instituciones eran las heredadas de la dictadura y la ciudadanía estaba dando
sus primeros pasos en democracia, lo que representaban enormes dificultades. Y
tampoco teníamos a la Unión Europea para echarnos una mano. Pues bien, con esos
mimbres se alcanzaron en un tiempo récord en octubre de 1977 los acuerdos
transversales, económicos y sociales conocidos como Pactos de la Moncloa.
Merece la pena recordar un poco como se gestaron, por si
podemos aprender algo de nuestros mayores. Empezando por el famoso discurso de
febrero de 1977 del entonces Ministro de Economía de UCD y muñidor de los
acuerdos, Enrique Fuentes Quintana que merece la pena escuchar en estos tiempos
difíciles y que está disponible en Youtube. Es un discurso muy alejado de los
de hoy por su concisión, su claridad, la información que trasmite (se
proporcionan muchos datos a los ciudadanos) pero sobre todo por algo que suele
brillar por su ausencia en los discursos actuales: el de dirigirse a los ciudadanos
como personas mayores de edad, con experiencia y sentido común y perfectamente
capaces de comprender y afrontar las adversidades y los retos que se les
exponen, así como de asumir los sacrificios que se les piden. Desconozco qué
credibilidad tenía entones el Gobierno de Adolfo Suárez y ni siquiera sé si
entonces se realizaban encuestas de este tipo; pero ciertamente es un discurso
que inspira confianza.
Algunas frases me parecen especialmente relevantes a estos
efectos: el reconocimiento de que no hay soluciones fáciles, porque los
problemas que hay que abordar son complejos y profundos. La advertencia de que
quien diga lo contrario es un demagogo (hoy diríamos un populista). El aviso de
que los problemas no se resolverán en pocos meses y de que en la vida pública
no hay milagros. La apelación a la colaboración de todos los ciudadanos porque
los problemas económicos de un país solo se pueden superar mediante el esfuerzo
y la colaboración de todos. La promesa de que dentro de los esfuerzos
colectivos se protegerá a los más desfavorecidos, de que el gobierno utilizará
a fondo todos los mecanismos para redistribuir la renta y la riqueza. Su
creencia en la fuerza creadora de la libertad y en la libertad de mercado, pero
sin temor a las intervenciones adecuadas para cortar las “aberraciones” (sic)
del mercado. Y su conclusión, que comparto plenamente: solo puede esperar la
colaboración un Gobierno en el que los españoles confíen como veraz y les
merezca credibilidad. Pero esa credibilidad, reconoce Fuentes Quintana, se la
tendrán que ganar con palabras de verdad y con hechos que respondan a esas
palabras. Lo hicieron.
¿Es posible algo así en la actualidad? Pero quizás esa no es
la pregunta correcta sino que la que tenemos que plantearnos es otra :¿Es
imprescindible algo así en la actualidad? Y si es así, como pensamos muchos
¿Cómo hacerlo posible? Aún a riesgo de ser tachada de ilusa, creo que hay
algunas claves importantes que pueden servir de hoja de ruta.
Tomar la iniciativa
La primera es obvia: corresponde al Gobierno tomar la
iniciativa, cosa que ya ha hecho aunque haya aceptado a propuesta del PP que el
debate se realice en el seno de una comisión parlamentaria. Más allá de que no
se le eligiera para lidiar con una catástrofe de estas dimensiones es el
Gobierno legítimo que hemos elegido. Pero se trata de una situación
extraordinaria en la que debe de ser capaz de tender la mano a la oposición y
también a la sociedad civil y a la ciudadanía en general. Además de las
palabras –puestos a pedir se agradecería una mayor austeridad e información en
los discursos del Presidente y menos descalificaciones e insultos en los de la
portavoz parlamentaria del PSOE por no hablar de los representantes de Podemos
dentro y fuera del gobierno – debemos empezar a ver hechos, y pronto. Los hechos
no son fotos de reuniones donde no se acuerda nada o comisiones interminables o
propaganda imputando a los demás la falta de consenso: son grupos de trabajo
específicos por materias donde puedan estar presentes técnicos y expertos de
cada ámbito.
La segunda clave también me parece evidente. Es mucho más
fácil que se pongan de acuerdo los políticos después de que lo hagan los
técnicos y los expertos sobre medidas concretas. Entre profesionales de una
misma materia existen siempre unos consensos básicos sobre lo que los juristas
llamamos “la lex artis”, es decir, el conjunto de normas o criterios que
definen la corrección de una actuación profesional. Esto no quiere decir que la
tecnocracia sustituya a la política; pero estamos hablando de medidas económicas
y sociales y para diseñarlas se necesitan expertos que tienen que basarse en la
evidencia empírica disponible. A los políticos les corresponde la función más
relevante, que es la de llegar a acuerdos para aprobarlas, reformarlas o
matizarlas en función de los consensos sociales necesarios para que tengan la
mayor legitimidad posible. No olvidemos que si pedimos sacrificios y esfuerzos
a los ciudadanos cuando más consenso tengan estas medidas de más legitimidad
gozarán.
La tercera clave es la transparencia. Una información veraz,
completa, rigurosa y puntual de todo lo que se esté haciendo y lo que se está
negociando. Tenemos una sociedad civil cada vez más organizada y especializada
y más capaz de realizar análisis y ofrecer comentarios y propuestas sensatas en
tiempo real que deben de ser aprovechadas al máximo. Su cooperación es
imprescindible a efectos de alcanzar el mayor consenso posible. Es lo contrario
de lo que se oye estos días sobre los acuerdos “a puerta cerrada” o entre
bambalinas. Los ciudadanos no somos menores de edad y tenemos mucho que
aportar.
La cuarta clave es quizás la más relevante, y me remito de
nuevo al discurso de Fuentes Quintana porque lo expresa mucho mejor que yo. “Se
trata de abordar los problemas de conformidad con el contexto democrático,
negociando y buscando acuerdo y transiciones. Porque el país ha demostrado que
no quiere imposición para resolver el conflicto y porque la oposición es parte
del poder. Y los problemas afectan al interés general y necesitan colaboración
responsable de todos los grupos y de todos los partidos. Encontraremos el
camino abierto que este país tiene hacia un futuro de bienestar y libertad.”
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