Por Ante las noticias de violencia, las manifestaciones de odio
y todo el ruido que acompaña la situación de Cataluña ¿Qué puede hacer un
estudiante universitario de 20 años que, además de estudiar querría también
cumplir con sus obligaciones de ciudadano?
Nada, a primera vista. La cuestión catalana es
demasiado compleja, recurrente y está demasiado politizada como para que
cualquiera de nosotros pueda influir en algo, y menos un joven alejado de la
vida política. Sin embargo, quizás haya algo que hacer , que solo depende
de mí y que sin embargo puede tener efectos en lo que me rodea: evitar el odio
y todo lo que me acerque a él.
Sí, el odio que trasluce el racismo y xenofobia de muchos
independentistas, pero que en realidad no está tan lejos de ninguno de
nosotros. Esa rabia que de repente surge en las conversaciones entre amigos, en
los grupos de WhatsApp, en las cenas de familia, en resumen, en cada ocasión
que tenemos oportunidad de hablar de política. Ese sentimiento que nos parece
tan incomprensible en los que han atacado a la policía en Cataluña no está tan
lejos del resto de españoles, señal de que la estrategia usada por los
separatistas está funcionando. Como decía la escritura croata Slavenka Drakulic
en esta
reciente entrevista, lo primero que necesita el nacionalismo es
definir al enemigo. Para los separatistas el enemigo es España y su estrategia
es que para el resto de los españoles los enemigos sean “los catalanes”.
Lenguaje nacionalista
Caer en ese lenguaje y sobre todo en ese sentimiento es una
señal muy peligrosa: indica que no reconocemos en el catalán a una persona que
pertenece a nuestra misma cultura, que comparte una serie de valores y que
tiene unas señas de identidad comunes. Le vemos como un extraño, como
alguien en el que no se puede confiar, diferente a “nosotros”. Los políticos
catalanes han conseguido no solo manipular la identidad de los catalanes
antagonizándola a la española, sino enemistar también la identidad española y
la catalana creando una fractura más profunda e infinitamente más peligrosa y
compleja que una separación territorial. De hecho, este antagonismo por ambas
partes y la escisión de identidades es el argumento ideal para conseguir la
independencia: si los independentistas consiguen que el resto de los españoles
sientan que Cataluña no es España el paso hacia la independencia está servido,
y todo ello en perjuicio de todos los españoles, catalanes incluidos, pero muy
especialmente de todos los catalanes que sí se sienten españoles. Caeríamos al
mismo tiempo en el odio y la traición.
El movimiento secesionista ya está trayendo
consecuencias nefastas a la economía española y a la catalana muy especialmente.
La inestabilidad política daña las inversiones extranjeras, el comercio y el
turismo. Esta situación, unida a la desaceleración económica que amenaza la
economía mundial puede llevar al aumento de paro y nuevos recortes sociales. Es
decir, a otra crisis económica que servirá sin duda a los que quieren fracturar
el Estado al crear un círculo vicioso de resentimiento, violencia y pobreza.
Por último, España pierde peso a nivel internacional, ya que el resto de los
países ven la situación como un elemento de debilidad, de mala gestión e
incluso a veces puede aparecer en el exterior como una violación de los derechos
humanos, para lo que los secesionistas, por supuesto, no escatiman recursos,
como tampoco lo hacen las potencias extranjeras interesadas en debilitar
Europa.
Pero eso no es todo ni lo más grave. Drakulic nos advierte
también que nunca estas fracturas no se producen sin violencia: “El principal
obstáculo a una guerra es el psicológico. No puedes salir y empezar a matar a
tus vecinos, españoles o catalanes, porque serías considerado un loco.
Necesitas una justificación para empezar a matar, necesitas ser convencido de
que estás haciendo lo correcto, de que estás defendiéndote de un enemigo
diabólico que quiere hacerte daño.” Pero llegar a eso una vez definido el
enemigo no es tan difícil: basta un loco, un error, un mal paso, y una vez que
eso sucede, no hay vuelta atrás. La escritora nos advierte de que eso no parece
real hasta que sucede: “la gente solo entiende el precio real que se paga
cuando ven las consecuencias con sus propios ojos, cuando ven esa sangre y esa
destrucción. Y cuando ese momento llega es demasiado tarde porque la sangre lo
cambia todo.” Estas últimas palabras (la sangre lo cambia todo) resuenan
como una terrible amenaza. Como en clave de humor –muy- negro ha escrito
Pérez-Reverte: “Sean del color que sean, todos los nacionalismos tienen
muchas fosas en común”.
Idealmente la gestión de esta situación le corresponde al
gobierno, que para eso elegimos democráticamente, pero está claro que hace
tiempo que los gobiernos y partidos políticos dejaron de buscar el bien común
de España para centrarse en el poder. Incluso después de las dramáticas
situaciones que se están viviendo en Cataluña, el que podría ser el próximo
ejecutivo sigue con la idea de pactar con unos partidos separatistas que no han
cambiado su discurso contrario a la Ley.
Por eso quizás debamos empezar por una disciplina
personal, que es la de evitar en nosotros las identidades exclusivas. Los
ciudadanos, que no tenemos que ganar votos, formar Gobierno ni garantizar
cargos a nuestros amigos, debemos ver a los catalanes -también a los
secesionistas- como ciudadanos españoles que comparten los mismos problemas ,
cientos de años de historia y un gran abanico de tradiciones y valores. Todos
nos necesitamos para mantener nuestra posición en una escena política,
económica y social cada vez menos estable. Hay que privar al separatismo
catalán de su baza más preciada, el odio. Hay que ayudar a Cataluña a salir de
la espiral de emotividad y violencia y eso no solo pasa por aplicar las leyes y
hacer respetar el orden, sino por nuestra actitud personal. Aunque parezca
sencillo, el primer reto es seguir sintiendo que tanto Cataluña como los
catalanes son parte de España. Solo la colaboración de todos en las cuestiones
claves económicas y sociales nos permitirá seguir viviendo en una situación como
la actual, la mejor de nuestra historia a pesar de sus dificultades.
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