“Mucho tiempo hace que se ha dicho que el alma de un gran
ministro es la buena fe (…) pero un ministro que peca contra la probidad tantos
testigos y tantos jueces tiene cuantas son las gentes que gobierna.
Sí, me atrevo a decirlo, no es el mayor mal que puede hacer
un ministro sin probidad el no servir a su príncipe y arruinar al pueblo; otro
perjuicio ocasiona, mil veces a mi entender más grave, que es el mal ejemplo
que da” (Montesquieu, Cartas Persas, Tecnos 1986, CXLVI, p. 223)
Por Rafael Jiménez Asensio.- Blog La Mirada Institucional. Hace más de veintitrés años, Yehezkel Dror esbozó las líneas
básicas de lo que debería ser un “Código Ético para Políticos”. Y allí preveía
una regla de conducta en los siguientes términos: “Tu vida privada –decía- debe
servir de ejemplo”[1].
La Operación Lezo, trama encabezada por el expresidente de Madrid Ignacio González, ha conmovido a la sociedad española de nuevo Foto. diario.es |
También Montesquieu en su
temprana obra titulada Cartas Persas, afirmaba al respecto que “los malos
príncipes forman únicamente malos ciudadanos”[2].
Tomen nota los malos políticos (que comienzan a ser legión), si es que alguno
es consciente de que lo es, aunque mucho me temo que nadie.
El mal ejemplo, sobre
todo si procede de los gobernantes, es una pesada losa. Pero también la
ciudadanía contribuye. Lo dijo, asimismo, el barón d’Holbach: “Los que
pretenden formar una sociedad floreciente con ciudadanos corrompidos o
desdichados son malos políticos”[3]. La
otra cara de la moneda. Tampoco la olvidemos.
Aranguren abordó
monográficamente la compleja relación entre ética y política en un libro
publicado hace varias décadas[4].
Creo que, hasta hoy, nadie ha superado ese enfoque. Me interesa, no obstante,
la dimensión más problemática de esa relación compleja entre ética y política:
la trágica.
Relación problemática
En efecto, la relación
entre ética y política ha de ser dramática y es siempre problemática, pues está
“fundada –a su juicio- sobre una tensión de carácter más general: la de la
vida moral como lucha moral[5].
Esa tensión dramática, sin embargo, no es perceptible más que en determinados
momentos y contextos de la vida política de una persona (salvo que el personaje
sea “amoral” o “a-ético”, cosa que Aranguren, a diferencia de Jankélévitch,
niega que se pueda dar). Creo que muchas “figuras” del denso y patético
escenario político español de la corrupción dan la razón a este último. La
amoralidad existe. También en política. Abunda.
En todo caso, no se puede
abordar esa relación entre ética y política sin una expresa mención a Max
Weber. En su obra se teje esa necesaria complementariedad de la ética de la
convicción y de la ética de la responsabilidad cuando de ejercer la actividad
política se trata. Weber, efectivamente, trató de forma impecable las
relaciones entre ética y política en su conocida obra El político y el
científico. Allí plantea el problema del “ethos de la política”. Una
ética que, a juicio de este autor, debe mirar al futuro y a la responsabilidad
que corresponde realmente al político, sin perderse “en cuestiones, por
insolubles políticamente estériles, sobre cuáles han sido las culpas del
pasado”. A juicio de Max Weber, “toda acción éticamente orientada puede
ajustarse a dos máximas fundamentalmente distintas entre sí e irremediablemente
opuestas: puede orientarse conforme la ‘ética de la convicción’ o conforme ‘la ética
de la responsabilidad’. La diferencia entre ambas es abismal. Y es, sin duda,
la ética de la responsabilidad la que debe atraer nuestra atención en estos
momentos, puesto que es aquella la “que ordena tener en cuenta las consecuencias
previsibles de la propia acción”.
En el ejercicio de los
cargos públicos es dónde se plantea una tensión evidente, muchas veces
dramática, entre el bien común y el interés privado. En ese ámbito hay zonas de
riesgo evidentes, pues –tal como reconocía El Federalista- los hombres
distan mucho de ser ángeles[6]. El
conflicto entre intereses divergentes es mucho más complejo de resolver en el
ámbito público que en cualquier otra actividad de carácter privado.
La clase política sigue
confundiendo ética con legalidad (que pretende configurarse como regularidad de
sus actuaciones), prescindiendo de algo tan esencial como es la ejemplaridad
que debe guiar sus conductas tanto en su vida pública como privada. Lo que sea
(por motivos varios) jurídicamente inatacable puede, sin embargo, no ser
adecuado éticamente. Y algunas de esas conductas éticas deplorables (aunque
sean “legales”) abundan por doquier en la política, la función pública y
también entre la propia ciudadanía.
Falta de armonía
Ética y Política nunca
han armonizado bien, eso es algo bien sabido. Lo expresa en términos muy claros
Ramón Vargas-Machuca, “las relaciones entre ética y política no han estado
regidas por la armonía, sino por una tensión que ha acabado no pocas veces en disyuntiva:
o sobra la ética o sobra la política”[7].
La recuperación moral de
la política es, por tanto, una premisa para que la política sea creíble. Pero
ya no valen gestos hacia la galería ni arrepentimientos cargados de impostura.
Al gobernante o al político solo le cabe, como recordara Javier Gomá, practicar
con el ejemplo[8]. Y cuando el “ejemplo” es burdo, grosero o
impropio de un político serio, la única salida digna es conjugar el verbo
dimitir antes de que uno sea echado a las tinieblas por la ira de una
complaciente y adolescente ciudadanía, adormecida hasta la médula que, aunque
parezca despierta, realmente no lo está. Escruta duro a los demás y es muy
complaciente consigo misma.
Ya lo dijo el maestro
Aranguren, “hablar de la vida humana es hablar de una vida con implicación
moral”[9]. Guste o no guste, no hay alternativas.
También lo recordó el barón d´Holbach mucho antes: “la verdadera política no es
otra cosa que hacer felices a los hombres”. Tan fácil de formular y tan difícil
de practicar. Al menos hoy en día.
[1] La capacidad de gobernar; Círculo
de Lectores,1994, p. 192.
[2] Cartas Persas, cit. p. 66.
[3] Etocracia, Laetoli, 2012, p. 145.
Este ilustrado radical ya advertía del “divorcio fatal entre política y moral”.
[4] Ética y Política, Orbis, Madrid, 1985,
especialmente pp. 57 y ss.
[5] Ética y Política, cit., p. 97,
cursiva del autor.
[6] Es un lugar común referirse a esa cita
de El Federalista, FCE, México, 1998, LI, p. 220 (“Si los hombres fuese
ángeles, el gobierno no sería necesario”).
[7] “Principios, reglas y estrategias. A
propósito de ética y política”, en F. Longás Uranga y J. Peña Echeverría,
editores, La ética en la política, p. 44.
[8] J. Gomá, Ejemplaridad Pública, Taurus,
2010.
[9] Ética, cit., p.
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