Por Manuel Pimentel en EsPúblico blog. No nos dicen la
verdad. La versión edulcorada de aplausos y respiradores improvisados con gafas
de Decathlon que nos muestra la televisión trata de interponer una gasa de
color rosa entre la realidad y nosotros. Pero la realidad es tozuda y trágica,
tanto en el número de muertos – lo más importante – como en las consecuencias
económicas que tendremos que sufrir durante años. Y de esto queremos hablar, de
economía. Por eso, con la frialdad de los datos, queremos mostrar los posibles
escenarios económicos que tendremos que afrontar en función de la duración e
intensidad de la maldita epidemia que nos asola.
Salir, saldremos. Pero no sabemos ni cuándo, ni cuántos.
Tampoco cómo quedaremos después del paso de los jinetes del apocalipsis que nos
asolan. Si salimos de la mal llamada Gripe española y sobrevivimos a las
espeluznantes pestes medievales, también, por supuesto, saldremos de ésta. Ya
haremos el recuento de muertos cuando no nos queden lágrimas ya para llorarlos.
A estas alturas no sabemos si nos encontramos con una plaga que dejará, tan
sólo en España, veinte mil o ochenta mil muertos. Posiblemente, nos dicen, por
ahí en medio andará. Lo que sí sabemos es que, como daño colateral, la pandemia
dejará también a la economía en la UCI y queremos acercarnos para tratar de
reconocerla. Y lo haremos con la frialdad del cirujano, exponiendo simplemente
las posibles repercusiones de tres escenarios posibles, en función de la
extensión de la epidemia y, por tanto, del estado de alarma en sus distintos
gradientes. He tomado las previsiones de distintas fuentes, en principio serias
y razonables. No nos equivocaremos mucho, así que, atento, lea con detenimiento
el mapa de los posibles aconteceres. No se trata de asustar, sino, simplemente,
de analizar lo que se nos viene encima. Si usted es de los que agradece la
realidad y aborrece los discursos edulcorados de camuflaje, quizás algún día se
alegre de haber leído con detenimiento estas cortas líneas. Vamos a ello.
Escenario A. El más positivo. El estado de alarma se alarga
hasta finales de abril. A partir de mayo, paulatinamente y de manera
escalonada, se retorna a la actividad, tanto esencial como no esencial. En
octubre la incidencia del coronavirus sería baja. En este caso, en algunos
sectores la recuperación sería rápida, pero, en otros, como los vinculados al
turismo, exasperantemente lenta. Se perderán más de cien mil empresas. Podemos
estimar una caída del PIB que oscilaría entre el 9% – 15% según las diversas
fuentes disponibles. La recaudación pública caería alrededor del 25-35% y
precisaríamos, obligatoriamente, de fondos europeos para ayudarnos a salir del
trance. Si nos fuerzan a los fondos de rescate europeos, la economía sería
intervenida y los recortes afectarían a funcionarios y gasto público. La deuda
pública podría subir hasta alrededor del 110% en el plazo de un año y el
desempleo superará los cuatro millones de parados.
Escenario B. El medio. El estado de alarma se prolonga todo
el mes de mayo y a partir de junio comienza a suavizarse lentamente. En octubre
la incidencia sería media, pero obligaría a algunas medidas de confinamiento.
La situación se complicaría entonces. Más de doscientas mil empresas cerrarían
sus puertas, y el desempleo podría irse casi a los 6 millones de parados. La
caída del PIB superaría con holgura el 20%. La recaudación publica caería más
del 50%. Entraríamos en economía de guerra, con problemas de suministros de
todo tipo, lo que forzaría el racionamiento para la población. Dependeríamos de
la ayuda europea, que nos impondría severos recortes. Podría existir
intervención pública de los recursos financieros y de ahorro para captar fondos
a la desesperada. Autónomos, pequeños empresarios y trabajadores en paro
quedarían en la ruina. El desempleo podría superar los 6 millones de personas,
algo desconocido hasta ahora. La deuda pública ascendería, al menos, al 125%
del PIB.
Escenario C. El pesimista. El estado de alarma, de manera
más o menos intensa, se prolonga todo el verano para enlazar con el otoño,
donde se volvería a reactivar para prevenir el rebrote de la epidemia. En ese
supuesto, la economía privada, sencillamente, desaparecería, con muerte masiva
de empresas. El Estado precisaría, además de la ayuda europea, la intervención
del FMI, ya que entraría en suspensión de pagos. Los ingresos públicos caerían
más del 60%, lo que conllevaría una drástica disminución de gasto público,
salarios de funcionarios y pensiones incluidas. El desempleo superaría los
siete millones de parados y la deuda pública se elevaría por encima del 140%.
La economía quedaría casi por completo intervenida, con producción bajo control
y racionamiento militar a la población. Podrían producirse apagones en el
suministro energético, de agua, gas o telecomunicaciones. El estado
intervendría el ahorro de empresas y familias, tanto monetario, como en
instrumentos de inversión o fondos de pensiones.
Esperemos quedarnos en la opción A, luchemos entre todos por
conseguirlo. La erradicación de la pandemia tendrá la palabra. El acierto o
yerro de nuestros gobernantes tendrá, también, mucho que decir en la gestión y
superación de la crisis. Desgraciadamente, me temo, visto lo visto, que no
estamos precisamente en las mejores manos para afrontar una situación tan grave
como la que padecemos. Pero, en fin, es lo que tenemos.
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