Por Manuel Pimentel.- EsPúblico blog.- -Lo que durante siglos fue considerado como una anomalía, se hace norma en España. Perdemos población, algo que, históricamente, tan sólo ocurriera en años de guerras, de epidemias o de grandes hambrunas. La nueva normalidad, al parecer, nos condena a convertirnos en una sociedad menguante y envejecida, sin que, a día de hoy, atisbemos ningún cambio apreciable para invertir esta tendencia. Al contrario, continúa el descenso en el número de nacimientos, por lo que la dinámica se acelera sin freno. Y ya sabemos la letra de la canción que entre todos tatareamos: envejecimiento y despoblación. Y si a ello unimos la emigración de los jóvenes hacia las regiones más dinámicas -Madrid y el Mediterráneo-, el vaciamiento de la España interior estará dolorosamente servido.
Pues bien, esta es la sociedad que conformamos, determinada
ineludiblemente por el Registro Civil. ¿Será sostenible, entonces, esta España
de bastón y soledades? Antes de abordar esta cuestión fundamental, repasaremos
las cifras que hemos conocidos recientemente y que avivan nuestros temores. La
cuenta la lleva el INE y es bien fácil de realizar. Durante el primer semestre
de 2019 nacieron en España 170.074 persona (21% de madre extranjera), lo que
supone un 6,2% menos que en el mismo periodo del año pasado. En ese mismo
periodo se produjeron 215.478 defunciones, lo que supone un descenso vegetativo
(diferencia entre nacidos y muertos) de 45.404 personas. A este saldo
vegetativo negativo habría que sumarle el flujo neto de inmigrantes – los que
entran menos los que salen – y el de los residentes extranjeros, que, en
algunas zonas de la costa, son numerosos. El saldo total resulta – con casi
toda probabilidad – positivo, por lo que la población total se mantiene
ligeramente al alza. O sea que, a día de hoy, ya son los inmigrantes los que
determinan la evolución de nuestra población total. Y esta realidad no hará
sino acentuarse a medida que pasen los años. Con independencia de lo qué ocurra
con los británicos tras el Brexit – esperemos que el lobo no sea tan feroz como
lo pintan – y con los alemanes en las Baleares, lo cierto es que nuestra
población total crecerá o descenderá en función del saldo inmigratorio. La
inmigración – con sus muchas cosas buenas y también con sus problemas
inherentes – seguirá en el centro del debate estos próximos años. Guste o no
guste, los necesitaremos, por lo que más nos vale que seamos capaz de gestionar
adecuadamente el flujo de unas personas que a todas luces precisaremos.
Descenso de la natalidad
El descenso de la natalidad comenzó a mediados de los años setenta. Atrás quedaba el baby boom de los sesenta, una cohorte muy numerosa que pronto comenzará a jubilarse. Desde entonces nuestra natalidad cayó al límite de situarnos como uno de los países con menor índice de natalidad del planeta. Y, en 2019 hemos tocado fondo, ya que tendríamos que remontarnos al año 1941 para encontrar un año con menos nacimientos que éste. ¿Las causas? Muchas y complejas. Desde luego, las laborales y las económicas, siempre determinantes. Sin estabilidad económica resulta muy difícil que las parejas jóvenes se embarquen en la aventura de crear una familia. Pero, además de estas cuestiones, también existen otras razones, sociológicas, culturales y de modelos de vida, que no incentivan, precisamente, la natalidad. Y, por si fuera poco, la fertilidad de hombres y de mujeres baja por causas variadas. Unos dicen que por la alimentación, otros que por el estrés o por la contaminación, seguro que por el retraso en la edad en la que se tiene el primer hijo. Incluso, hemos podido leer que como reacción de especie a la sobrepoblación, quién sabe. El caso es que cada año nacen menos niños, envejecemos con rapidez y seguimos con la casa sin barrer.
Nos preguntábamos al inicio de estas líneas si será sostenible
la actual dinámica poblacional. Pues depende, sería la respuesta sensata. Desde
luego, con los parámetros actuales no, no lo será. Ni se sostendría el sistema
de pensiones ni el de la sanidad de una población envejecida y dependiente. Sin
un continuado flujo inmigratorio tampoco lograríamos mantener la actividad
económica, por mucho que automatizáramos e incrementáramos productividad y
eficiencia. Ya veremos cómo abordamos estos asuntos, complejos, delicados y vitales,
pero ignorados hasta ahora por nuestros próceres, que, pasivos, resignados y
diletantes, parecen esperar que estos problemas anunciados se resuelvan por sí
solos. Vana esperanza. Desgraciadamente, eso no ocurrirá, sino que, por el
contrario, no harán sino agravarse por el tiempo perdido.
La geopolítica también determinará nuestro futuro. En la
actualidad África posee 1.250 millones de habitantes. La ONU prevé que en 2.100
serán más de 4.500 millones de habitantes, mientras que la UE apenas si
superará los 500 millones. ¿Alguien puede creer que esta desproporción
garantiza estabilidad a largo plazo? En fin, muchas cosas veremos en estos
tiempos apasionantes en los que nos ha tocado vivir. Pero que nadie lo olvide.
Parte de nuestro futuro está predeterminado por nuestra natalidad menguante.
Nuestro destino, en gran medida, ya se encuentra escrito en el Registro Civil.
Y quien tenga ojos, que vea.
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