“El poder no cambia a las personas, solo revela
quiénes verdaderamente son” (Pepe Mújica)
Revista de prensa. Por Rafael Jiménez Asensio. Voz Populi. Ha emergido una
estrella en el firmamento político. No es nueva, pero ha empezado a brillar con
luz propia. Se llama Iván Redondo Bacaicoa.
Consultor político que, ya en dos ocasiones, ha pasado a engrosar la estructura
de sendos gobiernos (primero del PP extremeño y ahora del PSOE nacional).
Relativismo en la era de la postpolítica. No es muy normal que los consultores
políticos en España se vistan con el traje de cargos públicos de un partido,
menos aún de dos tan distantes ideológicamente.
Iván Redondo, consultor político |
A pesar de ser
una persona relativamente joven, más aún en el parque jurásico de la política
española, sus éxitos profesionales son incontestables. Ha leído perfectamente
el tablero político y llevado al actual Presidente del Gobierno directamente
hacia La Moncloa, pero no solo. Ha hecho muchas más cosas. Tanto como conducir
a las mejores posiciones electorales a una persona que defendía un discurso de
tintes xenófobos (Albiol), así como aupar al trono a un
presidente que viajaba a ver a su “amiga” (prensa dixit) a las
islas con cargo al erario público (Monago). Ambos
casos, con sus enormes diferencias, presentan ciertas similitudes. Tras el
éxito electoral, vinieron sendos fracasos. También ha hecho el caldo gordo (o,
al menos, guiños evidentes) a Podemos, pero con poco éxito (salvo la viral entrevista).
Y ahora, de nuevo, se ha aplantillado temporalmente en los Presupuestos
públicos, transformándose en asesor áulico del Presidente del Gobierno.
Pero permítanme
una maldad más. Comunicar excelentemente o ganar elecciones por goleada o,
incluso, promover insólitamente el triunfo de una moción de censura, no es
gobernar. Lo dijo muy bien Daniel Innerarity, en
ese libro tan sugerente que es La política en tiempos de indignación.
La política en España vive sumida perennemente en la pulsión electoral. Todo se
hace en política a través de esa clave. Sobre qué hacer con el poder cuando se
ha conseguido, es algo que no se piensa. Se improvisa. Y a nadie interesa. La
dirección del Gobierno está preñada de amateurismo y
de decisiones caprichosas, cuando no precipitadas. Y así nos va. La política se
ha convertido en golpes de efecto continuos, espectáculo constante e impactos
instantáneos a suerte de clic. Y en esa clave contratar consultores de
comunicación (o de “asuntos públicos”) es una necesidad existencial de
unos políticos que saben a ciencia cierta que ganar elecciones es lo
importante. Gobernar es un verbo que se conjuga con más dificultad, pues para
hacerlo se requieren otras herramientas y un marco conceptual diferente. Pero
lo importante, al menos para la política miope, es alcanzar el poder, pues allí
está la gloria y la monopolización del foco mediático. Además, entra en juego
la máquina repartidora de innumerables cargos públicos, como analizó
tempranamente Weber y confirmó en fechas más
recientes Peter Mair: los partidos se
institucionalizan y quien no toca poder sufre o, incluso, desaparece. No son
épocas de fidelidades, menos aún políticas. Comprobado está.
No cabe duda que
un Director de Gabinete de un Presidente no solo es quien lee bien el tablero
político o alimenta de discurso político al Jefe, con el cual está
umbilicalmente unido. Es bastante más. Cualquiera que haya estudiado
mínimamente el funcionamiento de esas estructuras de asesoramiento al político
que gobierna (su "estado mayor"), lo sabe perfectamente. Por de
pronto quien ocupe un puesto de tales características debe acreditar una serie
de competencias que así, a simple vista, no parece que se den en la persona en
cuestión. No porque no las pueda adquirir (algo que inevitablemente lleva
tiempo; aunque su rapidez de aprendizaje está fuera de toda duda), sino
simplemente por una razón biológica e intelectual: salvo personas que han hecho
una carrera profesional de altísima exigencia (una vez más viene a la mente el
nombre de Macron), por lo común alguien de tales
edades no ha tenido tiempo material de interiorizar ni menos aún de leer o
entender todo lo necesario para afrontar unas responsabilidades como las que le
han sido asignadas. Pues no es realmente un puesto político, es algo más; ya
que es quien debe guiar o conducir mediante propuestas y medidas el discurso de
la Presidencia del Ejecutivo del Estado, así como liderar toda la macro
estructura de “fontaneros” de La Moncloa y proyectar esas políticas sobre los
distintos departamentos, supervisando su ejercicio, aparte de leer
razonablemente el complejo tablero internacional y económico. Amén de
garantizar un Gobierno asentado en el Parlamento, como decía Schumpeter,
en una “pirámide de bolas de billar” (una minoría parlamentaria absoluta).
Tareas ímprobas y exigentes, que requieren una elevada concepción en “asuntos
de Estado”, conocer las “tripas” del poder y no solo su cara o piel.
La inserción en
el Ejecutivo de Redondo obedece a un objetivo muy evidente: en un mandato
corto, vender imagen y comunicar velozmente lo que interesa oír a una mayoría
de ciudadanos.
Leer y dirigir
Nadie pondrá en
duda que ese flamante Jefe de Gabinete sepa leer partituras políticas, como así
se ha acreditado sobradamente, pero eso es algo distinto a dirigir una
orquesta. Los conocimientos epidérmicos no sustentan diagnósticos certeros,
sino intuiciones que, en edad aún temprana, pueden ser totalmente equivocadas,
como muy bien expone mi buen amigo Mikel Gorriti,
asimismo donostiarra. La intuición sénior nada tiene que ver
con la intuición junior, aunque esta vaya madurando. Es ley de
vida. Y comprobada empíricamente.
Ciertamente, se
me objetará a lo anterior, que Iván Redondo ya
ejerció como Secretario General de la Presidencia del Gobierno Monago en Extremadura.
Sin duda, fue un banco de pruebas para conocer los entresijos administrativos
del poder, pero de una Comunidad Autónoma. No lo olvidemos. Puede que ello le
graduara en el conocimiento de lo público desde el patio de butacas
burocrático, superando su visión de anfiteatro electoral. Convendría hacer un
chequeo de su paso por esas responsabilidades, donde dio, por cierto, severos
mamporros (por no ser más expresivo) al primer partido de la oposición,
entonces el PSOE extremeño. Y para remover más las ya agitadas aguas, ha
propuesto como directivo “monclovita” a un colaborador suyo que llenó en su día
de improperios al actual partido en el poder. El retrovisor de las redes sociales
sigue mostrando las grandezas y miserias de cada cual. Los tiempos
cambian, amigo. Y en política los amores son pasajeros. Cada vez más por lo que
parece. El mundo líquido de Bauman hecho
mensaje político.
En fin, veremos
qué da de sí. No les oculto que albergo dudas sobre la idoneidad de la decisión
tomada. Para dirigir cabalmente cualquier organización (más aún la locomotora
del Gobierno y de la Administración Pública), se requiere -como expuso Mintzberg-
Arte, Ciencia y Visión. Todos esos atributos solo se adquieren, como subraya el
profesor canadiense, con muchos años de experiencia y, asimismo, de lectura o
estudio. Para ser Maquiavelo –como dice un
buen amigo- se necesitan muchas lecturas y reflexión detrás. Pronto sabremos a
qué ha venido. Intuyo que no a transformar las instituciones públicas ni a
impulsar la innovación organizativa o tampoco a lanzar mensajes éticos que solo
con el ejemplo predican (Javier Gomá). Más bien creo
que su inserción en el Ejecutivo y en un puesto tan estratégico es muy
evidente: en un mandato corto, vender imagen y comunicar velozmente lo que
interesa oír a una mayoría de ciudadanos que sea suficiente como para poder
reeditar el gobierno (esta vez largo) tras un proceso electoral que el
Presidente convocará cuando el viento sople a favor.
La primera
impresión es que la dirección del Gobierno está preñada de continuos golpes de
efecto, de amateurismo y de decisiones caprichosas, cuando no precipitadas
Como escribió
inteligentemente Bagehot, en un sistema
parlamentario de Gobierno, el arma letal por excelencia es el decreto de
disolución de las Cámaras. Y ese botón solo lo puede activar Pedro
Sánchez.
Reconozco que
parto de presupuestos conceptuales muy distintos a los de esa nueva estrella de
la política, también sin duda de muchos más años y de un recorrido profesional
muy distinto y distante. NI mejor ni peor, simplemente diferente. Resido en la
misma ciudad en la que nació Iván Redondo. Y de allí también es el
prestigioso pintor y escultor Andrés Naguel quien,
en una entrevista al Diario Vasco tras la capitalidad
europea 2016, expresó una idea que no me canso de repetir allí por donde
voy: después de los cohetes o de los fuegos artificiales, tan queridos y
mimados en la Semana Grande de Donostia-San Sebastián, viene el humo. Esperemos
que eso no sea lo que nos depare la política gubernamental que se está
gestando. Por el bien del país y por el bien de todos, también de la propia
socialdemocracia. Y no menos de la buena política. La de verdad. No la
impostada.
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