“Fuímonos a dar un paseo,
y nos encontramos, ¡qué casualidad!, al oficial de la mesa en el Retiro,
ocupadísimo en dar una vuelta con su señora al hermoso sol de los inviernos
claros de Madrid. Martes era el día siguiente, y nos dijo el portero:
-Vuelva usted mañana,
porque el señor oficial de la mesa no da audiencia hoy.
-Grandes negocios habrán
cargado sobre él -dije yo.
Como soy el diablo y aun
he sido duende, busqué ocasión de echar una ojeada por el agujero de una
cerradura. Su señoría estaba echando un cigarrito al brasero, y con una charada
del Correo entre manos que le debía costar trabajo el acertar.
-Es imposible verle hoy
-le dije a mi compañero-; su señoría está en efecto ocupadísimo”(Larra, Vuelva
usted mañana, Biblioteca virtual Miguel de Cervantes,www.cervantesvirtual.com).
Rafael Jiménez Asensio. Blog La Mirada Institucional.- Quienes nos hemos dedicado
una buena parte de nuestra ya larga vida a reflexionar sobre la función pública
o, incluso, hemos servido a esa institución durante algunas décadas, bien nos
viene en algún momento tener un baño de realismo para saber qué pasa
(aunque sea como mera anécdota) por esa función pública que de “pública” tiene
mucho (pues la pagan los ciudadanos con sus tributos) y de “función” observo atónito
que (en algunos casos) cada vez menos.
Si Larra levantara la
cabeza es posible que a su afamado artículo de “Vuelva usted mañana” le
añadiría la expresión “electrónico”. Ahora que se ha descubierto por una
investigación universitaria reciente una cosa tan obvia como que la
productividad de quienes trabajan al lado de un móvil “inteligente” baja
notablemente en relación con la de aquellos que no lo tienen a su alcance (en
torno a un treinta por ciento). Esa baja productividad es consecuencia de la
falta de concentración y de atención de quienes lo manejan intermitentemente
durante la realización de su “sufrida actividad laboral”. Me sorprende que aún
las administraciones públicas no hayan adoptado medidas para atajar esa plaga
que literalmente invade sus oficinas públicas.
Hay decenas (tal vez
centenares) de miles de empleados públicos que siguen interconectados durante
“el tiempo de trabajo”. Hay quienes no lo ocultan, pues están presentes en las
redes en horas de trabajo. Otros, incluso, te hacen esperar mientras responden
al último Whatsapp (y eso es algo que me ha pasado) o simplemente no
prestan atención a lo que expones porque tienen que dar respuesta instantánea
al mensaje recibido antes de que su pareja o amigo les de por muertos. No les
digo lo que es esto en el aula (sea universitaria o no), una auténtica epidemia
de desatención y falta absoluta de concentración; por no decir una mera falta
de educación. Un compañero me comentaba que, en una reunión que tuvo con una
persona que ejercía altas responsabilidades públicas y en la que se trataban
temas ciertamente importantes de su entidad, esta persona pasó buena parte del
tiempo en posición cabizbaja leyendo mensajes y dando respuesta inmediata a los
mismos. “De vez en cuando -me decía- levantaba la cabeza y miraba con ojos
desconcertados”. Era imposible –pensé de inmediato- que su mente, en esas
condiciones, retuviera lo más mínimo de lo que allí se decía. La atención
fragmentada no es atención. Lean a Montaigne. Tiempo perdido, decisiones
posiblemente equivocadas. En fin, cosas de los dispositivos llamados
inteligentes en manos necias.
Ültima versión
Pero para sustos los que
nos da la administración electrónica de verdad. La que se apodera de nuestras
vidas al hipotecar nuestro tiempo y poner a prueba nuestro sistema nervioso
(¡Ay como no te descargues la última versión de Java, estás literalmente
muerto!, ¡Y que nada te pase como trabajes con un entorno Mac (como es mi
caso); en ocasiones vas dado (por no ser más explícito)! Aunque en algunas
administraciones públicas eso de la administración electrónica tenga aún algo
de ciencia ficción o, peor incluso, de ciencia oculta. Tiempo habrá para
implantar tan prodigioso invento que nos ahorrará tiempo y dinero. De momento,
ni una cosa ni la otra, al menos para el sufrido ciudadano.
Por ejemplo, de la factura
electrónica ya nadie se libra, menos si eres empresa.
En unos sitios es fácil
de tramitar (lo cual se agradece como buena práctica) y en otros se transforma
en una odisea o una peregrinación que pondrá también a prueba tu sistema
nervioso. En el mes de agosto –me comentaba un microempresario- este debía
girar unas facturas pendientes. Tras unas consultas telefónicas que nadie
atendía (“ferragosto”, como dicen los italianos, tiempo de vacancia y de
fiesta, nada apropiado para estar pencando) el susodicho empresario tuvo que
acudir a una entidad de una Administración para tramitar un certificado
electrónico. Esos días la persona que atendía estaba de vacaciones y quienes
“somos empresa” –me señalaba- lo debemos gestionar presencialmente, pero con su
presencia no basta se requiere también la “del otro” (quien se lo va a
entregar, previa comprobación de la documentación correspondiente y pago de
“una módica” cantidad). Pero ese empleado, al parecer, estaba ausente; no
paseando bajo el sol de invierno del Retiro, sino presumiblemente huyendo del
calor. “Vuelva usted mañana” –y no es broma- se le dijo, pues es mañana cuando
se incorporaba de las vacaciones quien debía tramitar este tema. Así las cosas,
no sin un punto de cabreo, el empresario se fue a la Administración “contigua”
y obtuvo un flamante certificado electrónico que, tras un sinfín de tentativas
suyas, de sus colaboradores e incluso del personal informático, para emitir y
enviar las respectivas facturas el resultado fue vano. Con ese “certificado” el
vía crucis digital estaba garantizado: “Mejor que para esa Administración
utilices el certificado ‘pata negra’”, se le vino a sugerir (debía ser por lo
del precio que tal certificado tenía, añadió, pues era muy semejante a un jamón
de bellota ). Así, tras una peregrinación de varias semanas –según me contaba-
se resolvió el dilema (al menos eso cree él, pues tramitadas y enviadas están
las “costosas” facturas). A ver, concluyó, cuál es lo siguiente que me pasa en
esta selva electrónica, pues me indicaba que ya está alerta, cuando no
“electrificado”.
Pero la Administración
Pública es una fuente de sorpresas. Tras los recortes de permisos como
consecuencia de la crisis económica y fiscal (recuerden “el argumento
ministerial”: “hay que equiparar las condiciones de trabajo del sector público
y privado”), la llegada de las primeras elecciones del 20-D de 2014 supuso
retornar en su plenitud los “moscosos” y “canosos” antes extraviados. Ahora no
hay quien los mueva, al menos hasta 2017, si finalmente hay un Gobierno en este
país “sin cabeza”. Es cierto que allá por entonces algún “moscoso” ya había
vuelto al redil, pero luego se regalaron todos porque había que votar y nada
mejor para los empleados públicos (más de dos millones de votos y sus
respectivas familias) que hacerlo con la tranquilidad necesaria de haber
disfrutado de unas largas (“y merecidas”) vacaciones o tener expectativas de
ellas. La “papeleta deseada” entra mejor con la mente en descanso, pensaron
desde el Gobierno. La crisis fiscal no había remitido, ni tiene visos de
hacerlo a corto plazo. Pero qué más da, hacemos trampas en el solitario y en
Bruselas ni se enteran. Este es un país muy poco serio y así lo viene
acreditando con el paso del tiempo. Luego nos duele que nos comparen con otros
vecinos de ese mar de cultura milenaria. También en esto nos parecemos.
Dos anécdotas sobre el
particular. Un buen colega me contaba la siguiente anécdota: en un autobús,
hace unos días, conversaban en voz alta sobre sus recientes vacaciones (que
oían todos los viajeros colindantes) un funcionario y una funcionaria situados
a dos filas de distancia. Eran personas, por su aspecto, con muchos “canosos”.
“¿Dónde has ido de vacaciones en agosto?” –le decía la mujer al hombre. “A
ningún sitio, solo he tomado quince días y por obligación” -respondía él; “pues
el resto he estado ‘trabajando’; ya sabes, en agosto en la Administración no se
da palo al agua, aquello es un balneario, pues la jefa está de vacaciones y no
se mueve una hoja: me las tomo después, cuando el ambiente de curro está
caldeado” –sancionó. Pero el probo funcionario siguió refrescando la mañana de
los pasajeros: “A principios de octubre me voy a China, a contar chinos”,
contestó con particular cachondeo. Su interlocutora le respondió, con no menos
“gracia”: “pues qué ganas tienes, cuéntalos aquí que tenemos legión”. El
funcionario añadió: “Y aún me quedan bastantes días; ya sabes esto es una
fuente inagotable, sobre todo para los que llevamos tiempo ‘en la empresa’”.
Risas a carcajadas entre ellos, mientras el resto “del pasaje” –me decía mi
buen amigo- “oíamos atónitos una conversación que podía ser calificada de
moralmente indecente, pues el autobús iba lleno a primera hora de la mañana de
personas que acudían a trabajar a puestos de trabajo con unas condiciones muy
diferentes a las expuestas por tan particular “’empleado público’”. Sentido de
servicio a la ciudadanía, añadí. Con esos embajadores, la Administración no
necesita carta de presentación.
Pero si eso no fuera
suficiente, pocos días después he comprobado que el año comienza su declive. Y
ello lo percibo en que no pocos empleados públicos se las ven y se las desean
“para colocar en el calendario” sus días de vacaciones o sus permisos
pendientes. Algunas personas me lo cuentan directamente. Otras, con más pudor,
se lo callan. Pero la semana del 10 de octubre me ha puesto alerta. Hasta en
dos ocasiones he sufrido alteraciones intempestivas de agenda porque una parte
del personal de entidades públicas iba a estar esos días de “acueducto” (que no
“de puente”). Y solo es el inicio de lo que viene: conforme se acerque el mes
de diciembre y la proximidad de las vacaciones las oficinas de las
administraciones públicas irán adquiriendo una imagen patética, propia de un
paisaje desértico. Mejor no programas nada en esos tiempos, ni programas
formativos ni reuniones. Nadie vaga por el desierto.
Afortunadamente desde
principios de octubre ya tenemos la Administración electrónica “en marcha” (la
Ley dixit), aunque diferida en sus efectos integrales hasta dos años
después. Pero ya podemos tramitar nuestras solicitudes y demandas dirigidas a
otras administraciones en las oficinas públicas de cualquier otra
administración. Veremos qué pasa con semejantes escritos y su tramitación
ulterior. Mucho me temo que el Fax, cuando no el “Burofax”, pueden sufrir una
inédita resurrección, a riesgo si no de que los plazos se agoten antes de que
el escrito o solicitud cursada por esa vía llegue a su destino y la
Administración Pública destinataria deba responder por ello.
El trecho que queda
La comunicación
entre administraciones públicas ya debe ser totalmente electrónica, pero del
dicho al hecho va un trecho. Luego llegará el momento de que todo se haga
electrónicamente, pero intuyo que, entonces también, vendrán innumerables
problemas de software, interoperabilidad, actualizaciones imprescindibles y
otras zarandajas (sobre todo para los ciudadanos o empresas que no tengan sus
equipos informáticos “a la última” o no paguen por contratar tales servicios a
las “gestorías electrónicas”) . A partir de entonces, dará igual si los
empleados públicos están o no presentes, comenzarán a ser superfluos, pensarán
aquellos ingenuos creyentes de la sociedad digitalizada. Pero no se llamen a
engaño, siempre habrá algún oscuro o complejo paso electrónico que no sabrán
cómo superar. En ese caso y en esos días (sobre todo si es en agosto o en
diciembre-principios de enero) no se les ocurra acudir a las oficinas o llamar
por teléfono: oirán resucitar “el vuelva usted mañana”, esta vez electrónico.
La cultura y las patologías inherentes en el mal funcionamiento de las
organizaciones (en este caso públicas) no cambian con entornos tecnológicos
avanzados, desgraciadamente. Son una ayuda, pero depende de cómo se empleen. Si
Larra levantara la cabeza …
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